VI

LA VID

AL principio del invierno Aviraneta recibió orden del Ministerio de Hacienda para que pasara al próximo convento de la Vid a hacer el inventario de las propiedades monacales.

La Vid es un aldea o barriada formada principalmente por una manzana de casas unida al antiguo monasterio de Premonstratenses instalado en las márgenes del Duero.

La orden francesa de los Premonstratenses, fundada por San Norberto, en Premontre, cerca de Laon, en la isla de Francia, tenía varias casas en España, entre ellas la de Santa Cruz de Rivas en Palencia, Aguilar de Campoo, la Vid y alguna otra en Cataluña.

Las fundaciones premonstratenses procedían en España de su casa matriz Santa María de Retuerta y habían sido protegidas por Alfonso VII.

La Vid estuvo sometida a Retuerta por orden de Alfonso el Emperador hasta el año 1532 en que Clemente VII estableció que este monasterio tuviese abades trienales y fuese cabeza de congregación.

El monasterio de la Vid era un gran edificio fuerte, de gruesos muros, asentado a orilla del Duero. Tenía un puente largo y estrecho de piedra, de nueve ojos, sobre el río y magníficas propiedades, prados, campos, bosques y dehesas.

El monasterio estaba muy bien conservado. La iglesia ostentaba una fachada recargada y barroca y una espadaña de varios pisos.

Por dentro era grande y ofrecía la particularidad de ser un cuerpo de tres naves con el techo sólo de una, como la catedral de Coria.

Lo mejor de la iglesia era la capilla mayor, obra realizada a expensas del cardenal arzobispo de Burgos, don Iñigo López de Mendoza y de don Francisco de Zúñiga y Alella, conde de Miranda, desde el año 1552 hasta el 1562.

El condestable de Castilla, Mendoza, en unión del conde de Miranda, extendieron en 1.° de enero de 1552 el nombramiento de mayordomo de la obra de la capilla a favor de Hieronimo de Quincoces a condición de que había de residir en el monasterio mientras durase aquélla, tener un libro de cuenta y razón donde constara lo que recibiese y gastase y correr con el acopio de materiales, ajuste a los maestros, oficiales y peones asignándole para su salario y acostamiento dieciocho mil maravedises al año, a contar desde la fecha.

Duró Quincoces en su mayordomía hasta el año 1558, en el cual le sustituyó Diego Daza, que terminó las obras en 10 de junio de 1562.

En el convento de sólida construcción lo más notable era el claustro, el coro y las escaleras.

Las antiguas viviendas de los frailes se señalaban por lo grandes, cómodas y espaciosas y la cocina y el refectorio se veía que había sido lo más trascendental en aquella santa casa.

Aviraneta supuso que como en todas partes encontraría oposición en los colonos de la Vid para comenzar el inventario de los bienes de la comunidad y se hizo acompañar por Jazmín, el Lebrel, Diamante y cuatro milicianos de Aranda, ex guerrilleros del Empecinado, entre ellos, el sargento Lobo.

El convento de la Vid no tenía en este tiempo el número de frailes que la ley votada en Cortes exigía para que pudiera existir como agrupación religiosa. Había únicamente cuatro o cinco monjes que gozaban dignidad de canónigos y que vivían en las casas del pueblo por no poder habitar el monasterio, entre ellos un tal don Manuel Castilla, hijo de un labrador de Vadocondes.

Como suponía Aviraneta, al llegar él y sus amigos a la Vid, a reclamar las llaves al que hacía de administrador y avisar algunos colonos para que viniesen a declarar como testigos, vio claramente don Pedro Fernández de Velasco, testamentario del cardenal que todos estaban dispuestos a oponerse al inventario por cualquier medio.

El fraile don Manuel Castilla se presentó con muchos humos e insultó a los milicianos. Aviraneta le recomendó que se reportara porque estaba dispuesto a emplear todos los medios para amansarle, desde darle una paliza hasta pegarle cuatro tiros.

Los colonos de la Vid, al oír las razones de Aviraneta, vacilaron.

No era solamente virtud y entusiasmo por la religión los que movían a los aldeanos a protestar del inventario, la causa principal era que los vecinos de las noventa casa del pueblo se aprovechaban como de cosa propia de los bienes casi abandonados del monasterio.

Aviraneta y Diamante hicieron como que no se enteraban y Aviraneta comenzó a catalogar cuadros, estatuas, joyas y a medir campos y bosques. La indignación cundió en las tres barriadas de la Vid; llovían amenazas anónimas e insultos; se dispararon varios tiros a las ventanas.

La Gaceta apareció por allá a intrigar con sus chismes y sus embustes.

Aviraneta, Diamante y sus guerrilleros fingían que no se daban cuenta de la cólera de los vecinos. Todas las maniobras del inventario se hacían por procedimientos militares. Se ocupaba un prado como si se tuviera que atacar al enemigo; se tomaban las medidas, y a casa.

Aviraneta no había querido desperdigar sus hombres; todos ellos vivían en el monasterio, en la misma sala. Se hacía la comida en la cocina de la portería y se dormía en el archivo que estaba encima de la biblioteca.

La biblioteca era un salón alto con el techo abovedado y pintado. La bóveda tenía en medio una gran composición con figuras desconchadas, y en los cuatro ángulos los evangelistas con sus atributos.

Cinco ventanas grandes con rejas iluminaban la sala, y cerca del techo, en la misma bóveda, se abrían en las gruesas paredes unas claraboyas, por las cuales se veía el cielo y las cumbres de los árboles próximos.

Una fila de armarios de nogal, llenos de libros y papeles, formaba un zócalo en la biblioteca. Encima de los armarios se veían algunos lienzos viejos y desgarrados con retratos de frailes y dos globos terráqueos hechos de madera y hierro.

En medio del salón había una mesa maciza y grande.

El suelo era de baldosas blancas y negras, y estaba cubierto de esteras de cordelillo, ya rotas y apolilladas. En un ángulo de la sala había en la pared una fuente, que representaba una cabeza de Medusa.

De esta biblioteca se salía a varias habitaciones estrechas y oscuras, y de una de ellas partía una escalera que iba a otro departamento destinado a archivo. Era este cuarto, al que se bajaba de un descansillo por tres escalones, muy grande, muy claro, bajo de techo, y con el piso de madera.

Tenía una fila de ventanas en una pared, y en la de enfrente una gran chimenea de piedra. Alrededor, dejando los huecos, había armarios de nogal llenos de papeles, y encima algunas vistas y planos viejos, negros del polvo y de las moscas.

Este local fue escogido por Aviraneta como habitación para su gente. Era el cuarto más defendido, y daba hacia la entrada del monasterio.

Desde él se podía mirar quién venía por el puente.

El antiguo archivo sirvió de cuartelillo. Allí se colocaron las camas de paja para los milicianos.

Por las noches se cerraban las maderas, luego una puerta pesada y sólida de cuarterones, y se echaban a dormir mientras uno hacía de centinela arma al brazo.