HOSTILIDAD POPULAR
TODO Aranda se enteró bien pronto de lo que habían hecho Aviraneta y sus amigos; los liberales y milicianos alabaron al Tirano y los absolutistas consideraron que había cometido una violencia y hasta un sacrilegio al prender al cura Merino.
El charlatán del pueblo, voceador de los absolutistas, la Gaceta añadió al suceso detalles de su invención para pintar más odiosos a Aviraneta y a Diamante.
Se habló de nuevo del despotismo y de la intransigencia de los liberales y don Juan Caspe, el latinista e historiador, amigo del señor Sorihuela, disparó a Aviraneta un carta impresa con este título:
«Epístola a un Avioncete tirano (pajecillo masónico de Marte.)»
La carta estaba fechada en la Caverna de AbiHiram, año primero de la Libertad de Disparatar y tenía como lema esta frase en latín:
Crocodilus, invictum alioquin et perniciosum animal, tamen Tentyritas adeo metuit, ut at voces etiam expavescat: ita tyranni cum omnes contemnant, tamen Eruditorum litteras timen (Ex Erasmi Paraboli).
El cocodrilo animal por otra parte invencible y pernicioso teme tanto a los Tentiritas que sólo al oír sus voces, se llena de pavor; no de otra suerte los tiranos, aunque a todos desprecian, temen, sin embargo, las cartas de los eruditos. (De las parábolas de Erasmo.)
En su carta el clérigo derrochaba erudición, pedantería y gracia zumbona de esa que siempre ha tenido la gente sacristanesca.
La Gaceta llevó la carta dedicada al Avioncete tirano por todas partes, la gente se rió de los chistes de don Juan Caspe y Aviraneta, deseando vengarse, contestó imprimiendo otro escrito que no tenía la erudición ni la gracia de la del cura pero sí mayor precisión y brutalidad. Se titulaba:
«Epístola al clérigo Caspe (licenciado en Baco y en Sodoma.)»
La carta estaba dirigida desde la Caverna de Abi-Hiram a la taberna de la Cochambre, año primero de los Malos usos y Costumbres.
El escrito de Aviraneta indignó a la mayoría de la gente.
—Eso es una grosería, un disparate —dijeron las personas de orden y todos echaron la culpa a Aviraneta sin indicar que la provocación había partido del cura.
La réplica quitó las ganas al clérigo de seguir satirizando a don Eugenio.
El fiel de fechos Santa Olalla hizo una denuncia en el Juzgado por aquel papel infamatorio, pero la denuncia no progresó. Aviraneta continuó su vida ordinaria.
Pasaba la mañana en el despacho y después marchaba a su casa para la que había traído una buena colección de libros. Luego comía con su madre, trabajaba de nuevo, daba por las tardes un paseo en la Acera, visitaba la confitería de doña Manolita y la relojería del suizo y por las noches, después de cenar, iba de tertulia a casa del juez, donde hablaba y bromeaba con Rosalía y Teresita.
Los domingos, al amanecer, solía ir a cazar con el Lebrel y volvía para la hora de comer.