V

EL EMPECINADO

AVIRANETA quedó en San Fernando y, viendo que con aquellos militares de carrera no podía él simpatizar ni colaborar, abandonó la isla gaditana y se marchó a Sevilla.

De Sevilla tomó la diligencia para Madrid. Visitó a madama Luisa, que le dio noticias de la gente palaciega, que estaba muy asustada con las noticias de la revolución, y fue a ver a los amigos masones, a quienes encontró muy reservados y timoratos.

En vista de que Madrid tampoco respondía, don Eugenio se dirigió a Aranda y fue a buscar al Empecinado en su finca de Castrillo de Duero. El Empecinado le dijo que había pensado en dar un golpe para proclamar la Constitución en Valladolid y que llegaba oportunamente.

La buena acogida de don Juan Martín hizo olvidar a Aviraneta sus fracasos en Andalucía. Al saber que ya había algo preparado y organizado, Aviraneta quiso contribuir a la empresa, y equipó y montó por su cuenta diez hombres que se unieron a los del Empecinado.

Este contaba con bastante gente, entre ellos un joven de Peñafiel a quien llamaban el licenciado Mambrilla.

Entre el Empecinado y Mambrilla habían ideado sorprender Valladolid con cien infantes y cincuenta caballos.

Tenían en la ciudad algunos partidarios, entre éstos un padre filipino, el padre Giménez, y su sobrino Santos.

El plan consistía en meter en el convento del padre Giménez cien hombres armados, y después, por la noche, presentarse a las puertas de Valladolid con cincuenta jinetes. Los cien hombres saldrían del convento, abrirían las puertas de la ciudad y se proclamaría la Constitución.

Preparada la sorpresa probablemente hubo algún soplo a la policía, porque los primeros hombres que se acercaron al convento armados y embozados en sus capas fueron detenidos y presos. Al mismo tiempo la guardia de las puertas fue reforzada.

En vista del fracaso de la expedición a Valladolid, el Empecinado, Aviraneta y Mambrilla decidieron comenzar de nuevo la empresa apoderándose de una ciudad pequeña como Aranda. Tenían gente comprometida en los pueblos de la orilla del Duero, habían hecho imprimir una proclama en Nava de Roa y no les faltaba más que fijar día. Era a principios de marzo. La expedición de Riego en Andalucía se daba por muerta.

En esto se supo que las tropas sublevadas por el coronel don Félix Acevedo en La Coruña habían ocupado toda Galicia; luego se habló de la entrada de Mina con sus amigos de Bayona, Manzanares y Mendiondo por el Pirineo y del pronunciamiento de O'Donnell en Ocaña. En vista de ello, el Empecinado precipitó la entrada en Aranda y proclamó la Constitución. Las alocuciones impresas se extendieron por la provincia.

La revolución triunfaba, las tropas se unían a los constitucionales, y Fernando VII, de buen o mal grado, tenía que aceptar el nuevo régimen.

Pocos días después el Empecinado comisionó a Aviraneta para que se avistase con los individuos de la Junta Revolucionaria de Madrid y ofreciese la cooperación del general.

¿Qué iban a hacer? El Empecinado volvería al ejército. Había sido nombrado segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Vieja, que residía en Zamora; Aviraneta, según don Juan Martín, tenía que prepararse para ser diputado. Se establecería en Aranda, lo nombrarían regidor primero, organizaría la Milicia Nacional y, cuando dominara el país, se le enviaría a las Cortes.

Aviraneta escribió a su madre, que estaba en Irún, si le gustaría quedarse a vivir una temporada en Aranda. Su madre le contestó que sí, que viviría en Aranda o en otro lado cualquiera, y Aviraneta alquiló para los dos una casa pequeña en la plaza del Trigo.