EL BATALLÓN DE LOS HOMBRES LIBRES
EL batallón de los Hombres libres, así se llamaba aquel puñado de ilusos reunidos delante de Behovia, había tenido una larga y difícil gestación.
Habían esperado los carbonarios organizadores formar una columna de mil hombres, con armas, entre franceses e italianos liberales. Esta tropa se iría alistando en Bilbao, Tolosa y San Sebastián.
Los jefes políticos de Vizcaya y de Guipúzcoa tenían orden del Gobierno español de ayudarlos.
El primer núcleo del pomposo batallón de Hombres libres fue una compañía de cazadores, formada en Bilbao con desertores franceses y algunos napolitanos.
Mandaba esta compañía el capitán de artillería Nantil, hombre de cierta fama. Nantil era un antiguo oficial de la legión del Meurthe, bonapartista, que había tomado parte en Francia en el proyectado asalto del castillo de Vincennes.
Este complot se fraguó en París antes de la constitución del carbonarismo.
Habían ideado los revolucionarios sorprender el castillo de Vicennes; después, Nantil y otro oficial, Capes, sublevarían sus regimientos, de guarnición en París, y con la gente de los arrabales de esta ciudad darían el asalto a las Tullerías. Estaban complicados en la conspiración Lafayette con sus amigos, varios generales y oficiales de alta graduación, como Ordener, Fabvier, Caron y Dentzel. Después del movimiento en París, Argenson debía sublevar la Alsacia, Saint-Aignan, Nantes, y Corcelles, Lyon.
La víspera del día fijado para sorprender Vincennes, un polvorín de este fuerte voló por casualidad. Al hacer la sumaria, los agentes de la policía militar y civil notaron los trabajos de los conspiradores y las disposiciones tomadas para el asalto. Nantil y sus amigos escaparon.
Nantil vino a España y se estableció en Bilbao, y estuvo estudiando durante algún tiempo las fortificaciones de esta ciudad con el barón de Condé.
Nantil, con su compañía de cincuenta o sesenta hombres, la bandera tricolor desplegada, pasó por las calles de Bilbao, el 20 de marzo de 1823, al grito de ¡Viva la Libertad! ¡Viva la unión de los pueblos!, y alguno que otro de ¡Viva Napoleón segundo! Los italianos de Nantil casi todos eran republicanos; los franceses, la mayoría, bonapartistas.
Este grupo marchó camino de Tolosa.
Pocos días después, el coronel Caron dejaba Madrid y se trasladaba a San Sebastián, en compañía de Fabvier.
Caron era hermano del militar fusilado en Estrasburgo a consecuencia del falso complot preparado por la policía y uno de los jefes más importantes de los carbonarios.
Fabvier era el que aparecía como organizador y hombre de empuje de los liberales desde la ejecución de los sargentos de la Rochela.
El punto de cita de los Hombres libres, hasta el 1 de abril, fue Tolosa; pasado este día se reunirían en San Sebastián y en Irún.
El Gobierno francés no estaba tranquilo; a uno de los militares que había salido de París, con su uniforme de oficial bonapartista metido en la maleta, se le había ocurrido poner en esta, para despistar, el nombre y la dirección del general Lostende, ayudante de Guilleminot. La maleta fue detenida por la policía, y se creyó que Lostende y el mismo Guilleminot estaban complicados con los revolucionarios, y el ministro de la Guerra, el mariscal Víctor, dio la orden de destituirlos.
El peligro que asustaba al Gobierno francés era bien pequeño.
El batallón de los Hombres libres marchaba muy despacio y tenía bastante menos fuerza de lo que aparentaba.
Se había mandado aviso, por las ventas carbonarias, a Cugnet de Montarlot, a Vaudoncourt y a Delon; pero no se estaba muy seguro de que hubieran recibido el aviso, ni de que tuvieran tiempo de presentarse en San Sebastián.
Se esperaba mucho de los tres; sobre todo, de Vaudoncourt y de Delon.
Delon, como casi todos los oficiales franceses de artillería cultos, era republicano, demócrata y partidario de la gente civil.
Esto separaba mucho a los republicanos de los bonapartistas, pues aunque los bonapartistas se llamaban liberales, eran en general enemigos de los hombres civiles.
Delon, de oficial de artillería, trabajó con entusiasmo con el general Berton en el movimiento de Saumur. Estuvo también complicado en el asunto de los sargentos de la Rochela; era jefe importante de los carbonarios, y vivía desde hacía tiempo en España.
Llegado el momento, Delon no se presentó, y Vaudoncourt, tampoco. Se vio con gran tristeza que, en vez de los mil hombres que se esperaban, apenas se reunieron en San Sebastián unos doscientos, entre militares y carbonarios.
El último día apareció el general Lallemand, con dos amigos. Lallemand era fundador del Campo de Asilo de Tejas, que había sido un fracaso. Este general había iniciado una suscripción para formar una colonia en América, suscripción que no se llevó a cabo porque los liberales comprendieron que no les convenía enviar a los oficiales liberales y bonapartistas a medio sueldo tan lejos.
Al volver a Europa y saber lo que se preparaba, Lallemand se presentó en seguida en la frontera española.
Varios generales, coroneles y comandantes formaban el batallón de los Hombres libres, que estuvo instalado unos días en San Sebastián.
En un pueblo pequeño, como entonces era este, hubo dificultades para alojar aquellos hombres. Los liberales de la ciudad se los repartieron, y algunos lombardos quincalleros recién venidos al pueblo tomaron como alojados a los italianos.
El pequeño batallón de los Hombres libres se dirigió a Irún.
Iban en él Fabvier, Lallemand, Caron, Nantil, Berard, Lamotte, Moreau, Pombas y Armando Carrel. A pesar de su pequeñez, no se desanimaron.
Caron, Fabvier y Lallemand tuvieron una conferencia. Caron había recibido cartas de sus confidentes diciéndole que el primer cuerpo de ejército, que estaba ya en Urruña, avanzaría hacia Hendaya y las orillas del Bidasoa el día 6 de abril.
El día 5, por la noche, se decidió que el batallón de los Hombres libres se presentara en Behovia. Los militares, con sus uniformes y al frente la bandera tricolor, intentarían fraternizar con las avanzadas francesas.
El gobernador militar de San Sebastián envió al campo atrincherado de Irún al regimiento Imperial Alejandro, para demostrar a los franceses de Angulema que el Gobierno español patrocinaba la empresa de los carbonarios, y al mismo tiempo para defenderlos.
El día 6, por la mañana, el coronel Fabvier tomaba posiciones en la cabeza del puente destruido del Bidasoa.
Al otro lado del río, y al alcance de su voz, estaba el 9.º regimiento de Infantería ligera y de Artillería de campaña.
A primera hora de la tarde, el teniente general de Artillería Tirlet fue a la orilla del Bidasoa, delante de Behovia, y dio las órdenes al general Vallin para que establecieran un puente de barcas.
El general Vallin mandaba la brigada de vanguardia del primer cuerpo, y una compañía de esta brigada comenzó los trabajos para instalar los pontones.
Al mismo tiempo, algunas patrullas del regimiento Imperial Alejandro se acercaron a la orilla española, en observación.
Aviraneta, Beunza, Cadet y el Lobo, en las barcas, fueron acercándose a Behovia.
Era ya media tarde cuando apareció el grupo de bonapartistas y carbonarios, y comenzó a llamar a los soldados de las avanzadas francesas y a darse a conocer.
—¡Ahora vamos! —gritaron los de la orilla española.
—¡Sí, venid! —contestaron los soldados que trabajaban al otro lado.
En esto, los carbonarios se pusieron a cantar La Marsellesa y a agitar la bandera tricolor. Las notas del hermoso himno se extendieron por la superficie tranquila del río.
Aviraneta dio orden a los de sus barcas para que se acercaran a la cabeza del puente, donde se hallaban los carbonarios. En esto se vio avanzar al galope, en la orilla francesa, un general a caballo.
Era el general Vallin. Mandó preparar una batería; los artilleros obedecieron, y sonaron dos estampidos.
—¡Viva el Rey! —gritó el general.
—¡Viva! —contestaron los soldados, sin gran entusiasmo.
Fabvier y sus tropas, al ver que la descarga no había alcanzado a nadie, y creyendo que los artilleros estaban de su parte, gritaron, agitando la bandera tricolor:
—¡Viva la Artillería francesa! ¡Viva la República!
—¡Retiraos, miserables! —oyó Aviraneta que vociferaba el general.
—¡Viva la Libertad! ¡Viva la República! —contestaron los Hombres libres.
Entonces el general Vallim volvió a mandar cargar los cañones, y se hicieron varios disparos, seguidos de metralla. Ocho hombres quedaron muertos en la orilla española, y veinte o treinta heridos.
El general Vallin mandaba hacer alto el fuego, cuando se le presentó el cabecilla español el Trapense solicitando permiso para pasar el Bidasoa, con ochocientos soldados de la Fe, y perseguir a los carbonarios.
Aviraneta y los suyos iban a escapar dejándose llevar en las barcas por la corriente; pero de la orilla francesa les habían apercibido, y les intimaban a acercarse, si no querían recibir un tiro.
Aviraneta vio que era muy difícil escapar a quinientas balas que podían disparar sobre ellos, y se acercó a la orilla francesa.
La partida del Trapense quería pasar en las mismas barcas preparadas para los carbonarios.
No hubo más remedio que conformarse.
El Trapense venía montado en un caballo tordo, y cerca de él iba su amante, Josefina Comerford, de amazona, con un velo en la cara.
El Trapense entró con Josefina en la lancha.
Era el padre Marañón un hombre moreno, de ojos negros brillantes, melenas y larga barba espesa, de oscuro color castaño.
Su indumentaria tenía de hombre de iglesia y de bandolero de teatro. Llevaba sombrero de ala ancha, de color ceniza, con plumas rojas y amarillas y escarapela roja; zamarra de piel negra con el entorchado de brigadier en la ancha manga; calzones bombachos, de terciopelo azul, con muchos botones, y botas con gruesas espuelas de plata.
En la cintura ostentaba una canana y dos pistolas; en el pecho, un escapulario de la Orden de San Francisco y un crucifijo de metal dorado.
En vez de espada empuñaba un látigo.
Josefina Comerford entró en la lancha, y estuvo sentada al lado de Aviraneta.
Era esta dama realista una mujer seductora: tenía los ojos azules, la tez blanca y el pelo negro. Aunque no de gran estatura, su talle era muy esbelto.
Llevaba traje de amazona, dormán con alamares de oro, y una insignia de plata en la manga. Josefina, al ver que la observaban, tomó una actitud desafiadora y orgullosa.
Beunza la estuvo contemplando con gran atención.
—Lástima que le guste ese frailazo —dijo en vascuence; y uno de los remeros, al oírlo, se echó a reír.
Al bajar en la orilla española, el fraile enarboló el crucifijo y lo dio a besar a un grupo de aldeanos que se había reunido allá.
Unos ochocientos soldados de la Fe fueron pasando, en barcas, a ocupar Behovia.
Al terminar, viéndose menos vigilado, Aviraneta, en su lancha, se dejó llevar por la corriente y desembarcó cerca de Irún.
Beunza y Cadet se metieron en casa de un amigo, con la intención de volver a Francia. Los demás remeros desaparecieron, y Aviraneta quedó en compañía de un pescador que llamaban el Arranchale, un francés apodado Nación y el Lobo.
En Irún se estaban haciendo preparativos para la entrada de Angulema, y como allí Aviraneta era conocido, decidió marchar a San Sebastián a pie.