LA JUNTA REALISTA
CUANDO en 1822 se fue viendo en España el fracaso y la debilidad del Gobierno constitucional, comenzaron a formarse Juntas absolutistas en casi todas las capitales de provincia. En Cuenca se constituyó la Junta Realista en el obispado. El obispo, un viejo raído y rapaz, puso la diócesis a contribución; recibió dinero de la provincia y de fuera, y guardando parte, entregó cincuenta mil reales para los primeros trabajos de los realistas puros.
El secretario Portillo comenzó la organización de la Junta, de la que formaron parte los canónigos Salazar, Gamboa, Perdiguero, Sansirgue, Trúpita y Sagredo.
Todo el clero y las personas visibles de la ciudad se adhirieron a la Junta.
La ciudad alta, en bloque, se manifestó absolutista y enemiga del Gobierno; en el arrabal se experimentó cierta agitación entre los constitucionales, que se desvaneció en figuras retóricas de la época.
Como el obispado y el clero temían la responsabilidad, en caso de fracaso, la Junta delegó sus poderes en tres representantes o testaferros que se pondrían en comunicación con la gente.
Después de muchas vacilaciones fueron nombrados: el chantre, brazo de Portillo, para entenderse con el clero; don Miguelito, para avistarse con el elemento civil, y el capitán Lozano, para el militar.
Esta Comisión comenzó a funcionar y a reunirse en una casa antigua medio arruinada de la calle de los Canónigos, en cuya puerta, en el dintel, se leía una hermosa inscripción en letra gótica. Esta casa había pertenecido al arcipreste de Moya.
La comisión terminó sus gestiones rápidamente; y en la segunda sesión de la Junta Realista, celebrada en el obispado, cada uno de los delegados explicó sus trabajos.
El chantre dijo que había recibido más de quinientas cartas de curas de pueblo dispuestos a lanzarse al campo, formando partidas. Aún pensaba que llegaría a más las adhesiones.
El obispo prometió dar otros cincuenta mil reales para que se compraran armas, y que, además, dirigiría una pastoral comunicada a los curas de la diócesis.
Después del chantre, don Miguelito explicó su gestión. Excepto el jefe político, todos los demás empleados estaban dispuestos a derribar el régimen constitucional.
—Las condiciones que ponen son estas —señaló Miguel—: El contador de la policía quiere ser ascendido a comisario ordenador; el Cachorro, Salinier y Alaminos dicen que fiarán el dinero necesario si se les nombra después intendentes de ejército; José Auzá aspira a ser contador de la policía; el armero de la Ventilla, el Zagal, dice que proporcionará armas a los voluntarios si le conceden el retiro de sargento a que tiene derecho; los demás empleados y paisanos adheridos están en esta lista, cada cual con sus condiciones.
Después de don Miguelito habló el capitán Lozano. Este no había tenido dificultades: la guarnición se hallaba dispuesta a pasarse al campo realista desde el momento que hubiese garantías de éxito. Las condiciones eran: el coronel sería ascendido a general; los dos comandantes del batallón, a jefes de brigada; los capitanes Lozano, Arias y Vela, a comandantes; los tenientes, a capitanes, y los sargentos, a oficiales.
Aprobados en la Junta los trabajos de los delegados, siguieron estos maniobrando; el pueblo lo tenían por suyo: los dos secretarios de policía y los tres celadores obedecían a la Junta Realista más que al jefe político.
El puebla entero estaba preparado para levantarse contra el Gobierno a la primera señal.