DILEMA
LOS días siguientes fui presentado a los amigos como sobrino de la señora Landon, y llegó esta señora a estar tan en su papel de tía, que me acusaba de holgazán y vagabundo, como si me conociera a fondo.
Aunque lo pasaba bien, me aburría sin salir; tenía grandes conversaciones con Mercedes, a quien llamaba mi prima, en broma. Le conté mi vida sin ocultarle nada, y ella me habló de su novio, un muchacho de Sevilla, que estaba en el ejército, por quien sentía la señora Landon un gran odio.
Un día, la señora Landon me llamó a su gabinete, y me dijo:
—Habla usted bastante con mi sobrina Mercedes.
—Sí.
—Mi sobrina que, como habrá usted notado, es bastante coqueta, tiene una bonita renta, y le convendría a usted, que es un vagabundo sin un cuarto.
—Ciertamente que me convendría —le dije—; pero como yo, aunque sea un vagabundo, no soy un granuja, ni siquiera un ambicioso, no tengo pretensiones con respecto a ella. No. Conozco mi situación.
—No me entiende usted —dijo la señora Landon—. No me parece mal que se dirija usted a ella.
—Pero hay un inconveniente, señora.
—¿Cuál?
—Que ella tiene un novio.
—Sí; un miserable botarate, raquítico, inútil para todo.
—Pero ella le quiere.
—Pues piense usted que no le quiere. En fin, ya sabe usted. Si usted consigue que Mercedes olvide a ese mico, usted aquí será el amo; si no, ya se puede usted marchar de esta casa cuanto antes. Ocho días le doy de plazo.
Tuve una conferencia con Mercedes, y le dije lo que me había expuesto la señora Landon. Me ha dado ocho días para hacer su conquista. Como yo no me siento ningún Don Juan, me voy a marchar.
Ella me dijo que no me fuera; pero como el dilema era irme o casarme con ella, Merceditas optó por que me marchase.
—¿Tiene usted dinero? —me dijo.
—No.
—Yo no tengo más que dos monedas de cinco duros, que se las ofrezco.
—No; no quiero.
—Las tendrá usted que tomar.
—Bueno; las tomaré.
—¿Y cuándo se va usted?
—Mañana mismo. Llevaré de la biblioteca este libro de Historia Natural, de William Bowles.
—Sí, sí; puede usted llevárselos todos, si quiere.
Al anochecer salí de la casa y fui a ver al banquero y representante de Bertrán de Lis, por si tenía alguna noticia de Inglaterra.
Al entrar en la cárcel le había escrito a Will Tick diciéndole lo que me pasaba y encargándole que si tenía algo que decirme escribiera al banquero de Sevilla.
El banquero me dijo que no le habían escrito absolutamente nada.
Únicamente sabía que, por encargo de los filohelenos de Londres, se estaban comprando armas en Algeciras, que se llevarían en un barco que pasaría por el Estrecho con voluntarios, en dirección a Grecia.
Volví a casa, y por la noche escribí una carta a la señora Landon dándole las gracias por sus bondades, y al amanecer me vestí mi redingote viejo y la ropa que había sacado de Madrid; abrí la puerta, crucé Sevilla y me dirigí camino de Jimena.