XI

LAS MOSCAS

TANTO o más que el calor me molestaban en mis viajes las moscas. Había en las calles de estos pueblos una cantidad inconcebible de moscas, pesadas, pegajosas, repugnantes.

—Mientras haya moscas en el mundo no habrá civilización —me decía yo con tristeza.

Para combatir sus ataques, me puse a filosofar acerca de ellas, en lo perniciosas que debían de ser y en la poca ciencia que demuestra la Naturaleza, que se deja llevar de sus rutinas y de sus lugares comunes de una manera lamentable.

Recordé que Luciano de Samosata, el célebre satírico griego, había hecho un elogio de la mosca, y de aquí obtuve una casi luminosa consecuencia.

Muchos suponen que este escritor fue cristiano, a pesar de que en la historia de Peregrinus llama a Cristo un sofista crucificado.

Este dato parece dar a entender que Luciano no fue cristiano; pero el elogio de la mosca para mí es definitivo. Da el diagnóstico del escritor greco-sirio.

Era cristiano. ¿Hay algo más cristiano que la mosca? La mosca es constante, persistente, zumbona.

A la mosca le gusta andar en las llagas, en el pus, en las basuras, como a los verdaderos cristianos.

Alguno dirá que a los obispos y a los papas les agrada más el dinero, la opulencia, el fausto; pero esto no demuestra más sino que las moscas son mucho más cristianas que los obispos y que los papas.

La mosca crece en razón directa del sol, de la suciedad, de los establos y de las cuadras, y en razón inversa de la limpieza, del agua corriente y de la gente razonable. Lo mismo les pasa a los frailes.

Sorprendido por tales semejanzas obtuve la ecuación de la cultura en la forma que expongo aquí.

El índice de la cultura se expresa sumando la cantidad de vino, el número de moscas y el número de clérigos, y partiendo el total por el número de árboles.

Las profundas consecuencias que se desprenden de mi descubrimiento las entrego a la Humanidad futura. Ella sabrá plantar más árboles y exterminar las moscas.