LOS REALISTAS FRANCESES
UN día pararon en la casa de doña Saturnina unos franceses realistas.
Estos franceses, supe, cuando se marcharon, que habían ido a reunirse con la partida absolutista de un tal Salaverri, que merodeaba por la ribera de Navarra.
Los tales franceses me fueron poco simpáticos. Tenían un criterio pequeño y estrecho. Elogiaban lo peor de Francia y de España. Para ellos la crueldad empleada con los liberales era un gran mérito; el talento militar consistía en hacer todas las barbaridades posibles en perjuicio del enemigo.
Así un vendeano cualquiera era un militar más ilustre que Napoleón.
Nunca jamás he visto una gente más vanidosa, más necia ni más incomprensiva. Tenían unas ideas extrañas. Según ellos, puesto que los revolucionarios franceses habían guillotinado a Luis XVI, a su mujer y a su hijo, ellos podían, con un derecho natural de represalia, matar a todos los hombres, mujeres y niños del Universo.
La carreta en donde habían ido a la guillotina estos Borbones debía ser como el célebre carro de Jaggernath, del Indostán, que va aplastando a todo el mundo.
Así como nosotros, que hemos nacido mil ochocientos años después de Cristo, tenemos la culpa de su muerte, según los místicos, y estamos deshonrados por la mayor o menor bellaquería que hicieron unos supuestos Adán y Eva en el paraíso, así también todos, franceses y no franceses, tenemos la responsabilidad de la muerte de Luis XVI y de su familia.
¡Qué fanatismo el de aquella gente! Seguramente hubiera sido difícil encontrar en personas de otro país un producto así de amaneramiento, de afectación y de petulancia.
Si no hubiera sido porque tenían modales de señores, se les hubiera tomado a aquellos franceses por unos brutos feroces y fanáticos que no buscaban más que el exterminio de todo el que no pensara como ellos.
Después de conocerles, los absolutistas de Pamplona me fueron casi simpáticos.
Al menos el reaccionarismo español es más natural: es la incomprensión y la brutalidad simple; el reaccionarismo francés es la incomprensión adornada; el uno es una construcción de espíritus toscos, el otro es un gótico pestilente de confitería.