XVI

LA VENTA DE INZOLA

DESPUÉS de descargar mi corazón en estos versos me tendí en la cama, me quedé dormido, y por la mañana, al amanecer, me levanté y salí de casa.

—Veremos lo que nos reserva la suerte —me dije.

Anduve una legua antes de que saliera el sol, y me senté al pie de un árbol y saqué del bolsillo mi mapa de España. Estaba publicado en Londres, en 1808, por la casa John Stockdale de Piccadilly, y debió de servir para las tropas de Wellington que iban a la Península.

—Como no tengo objeto —murmuré—, seguiré el meridiano. El mito de mi tío el comandante Cox y el meridiano serían mis directrices.

Decidí pasar uno o dos meses en el país vasco, medio año en Castilla, e ir a parar a Andalucía. Estaba enfrascado en la observación del mapa cuando pasó una chiquilla que se me quedó mirando.

Me levanté y la pregunté:

—¿Este es el camino de Navarra?

—Sí.

La muchacha iba hasta un caserío llamado Herburu, y yo fui con ella.

Encontré a un aduanero francés, a quien le dije me indicara el camino de España. Me miró con desconfianza y me mostró un sendero.

Siguiéndolo, llegué a un bosque bastante cerrado, con una venta, la venta de Inzola. Estaba en territorio español. Pedí en la venta que me pusieran algo de comer, y con un gran trozo de pan, de chorizo y de queso y una botella de vino, me senté en la hierba, en un prado. Brillaban las margaritas y las flores del brezo; una serpentaria mostraba su mazorca roja entre lo verde. Corría allá un vientecillo del mar fresco y agradable; el cielo estaba muy azul; en Francia se veía la llanura y la costa; hacia España, un laberinto de montes ceñudos y sombríos. Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.

Devoré mis provisiones, y después dirigí un toast elocuente a la vieja España de Don Quijote, y del Cid, y de San Ignacio de Loyola. Añadí a Loyola, para probarme a mí mismo, que este Amadís de Gaula, católico y papista, no sólo no irritaba mis sentimientos de protestante de raza, sino que veía en él un hermoso manantial de energía y de tesón. Después de este toast hice mi segunda libación brindando por las damas españolas, los caballeros, las majas, los toreadores, los gitanos, los corchetes, los alguaciles y los alcaldes, y, sobre todo, por la bella entre las bellas, Mary la de Biriatu. Como me quedaba más vino en la botella y no era desagradable, tuve que brindar por el mar, por el cielo azul, y hasta por la Cosa en sí, y me quedé un momento dormido.