IV

LA CASA DE ISRAELS Y PIPER

COMO mi tío Samuel vio que yo tenía afición a los libros, creyó debía perfeccionarme en la bibliografía, y me llevó de dependiente a la casa de Israels & Piper, de Chancery Lane.

Chancery Lane es una callejuela que baja de Holborn a Fleet Street. Como muchas de Londres, tiene una especialidad; es una calle de gente de toga, de librerías de Derecho y banqueros. Entonces, supongo que ahora seguirá lo mismo, Chancery Lane estaba formada por casas altas, de ladrillo, ennegrecidas por el tiempo, la bruma y el humo, y acariciadas muy de tarde en tarde por los rayos de un sol traducido al inglés.

Los colores de esta calle, la gradación de matices de sus paredes de ladrillo, los encontraba yo muy agradables a la vista; tenían en tonos oscuros las variaciones irisadas del coral y del nácar.

Las casas de Chancery Lane eran tan indiferentes y tan hostiles como las demás londinenses, y un poco más: presentaban al transeúnte puertas bien cerradas y claveteadas, verjas llenas de pinchos, rejas tupidas; eran estas casas de leguleyos de lo más inhospitalarias, de lo más fundamentalmente británicas que pueden ser unas casas, unas puertas y unas rejas.

Próxima a la salida de Chancery Lane a Lincoln’s-Inn-­Fields, y casi enfrente de Cursitor Street, se hallaba la librería de Israels & Piper. Tenía en la puerta, sobre la pared roja de la casa, este letrero, medio borrado por las lluvias:

La librería de Israels & Piper tenía un escaparate pequeño, una tienda reducida y casi siempre desierta, y después, un pasillo larguísimo.

Cualquiera hubiese pensado que aquel establecimiento no tenía apenas importancia; pero a medida que se penetraba en él, se iba haciendo mayor y mostrando sus grandes galerías de catacumba.

Por un lado daba el establecimiento de Israels & Piper al jardín de Lincoln’s-Inn-­Fields, donde se hallaba instalada la imprenta.

Los depósitos de la casa eran inmensos; los libros formaban calles y más calles, y de trecho en trecho, por encima de estas calles, había puentes de tablas y más libros encima.

A algunos pasos de la tienda había una puerta que daba a un gran patio enlosado y cubierto de cristales, y a todas horas estaban allí los empleados embalando libros en cajas, que luego se cargaban en carros, y a todas horas entraban los mozos de la imprenta, llevando montones de papel en rama en la cabeza.

De los dueños, Israels era un judío de unos sesenta años, de ojos claros, nariz cortante y perilla blanca. Tenía una amabilidad excesiva y una mirada burlona.

El señor Piper era un buen inglés, de cabeza cuadrada, con cara de perro dogo y aire malhumorado.

El empleo en casa de Israels & Piper no me sedujo. Teníamos Will Tick y yo un despacho cerca del patio, en un subterráneo muy húmedo y sombrío, donde trabajábamos constantemente; y este vivir de topo, siempre con luz artificial, en sitio negro y húmedo, me molestaba mucho.

Will Tick se las arreglaba para no trabajar, y me puso al corriente de sus mañas.

La casa de Israels & Piper tenía grandes curiosidades: se guardaban las prensas que se habían usado en la casa desde su fundación, los originales de las obras publicadas y un gran archivo con ejecutorias y manuscritos heráldicos.

Para preservar estos tesoros de las ratas había cuatro perros repulsivos y una docena de gatos feroces.

Los perros enseñaban los dientes a cuanto desconocido veían, y los gatos saltaban y bufaban como panteras. Estos animalitos eran hijos de una gata atigrada, que atacaba y arañaba al que se acercara a ella.

Este animal feroz era para Israels el genio familiar de la casa; le miraba con el mismo entusiasmo que Dick Whittington, el popular personaje, a su felino, a quien debía la fortuna y el llegar a haber sido lord mayor de Londres.

Entre los dependientes de la librería Israels & Piper, me hice amigo, además de Will Tick, de un joven, Percy Harrison, muchacho simpático, hijo de un labrador.

Percy tendría mi edad y mis aficiones, y me convenció para que fuera con él, de noche, a una academia de dibujo. Había visto los ensayos de caricaturas que yo hacía, y pensaba que podría utilizar mi pequeño talento.

Todo el tiempo que estuve en casa de Israels & Piper, un año y medio, fui de noche a la academia de dibujo; pero noté que, a medida que copiaba de estatua, la poca gracia que tenían mis caricaturas desaparecía.

Se lo advertí a Percy, y este reconoció que el cultivo del arte clásico no me convenía.

Percy, al mismo tiempo que se perfeccionaba en el dibujo, practicaba la litografía. Cuando creyó que dominaba este arte, proyectó comprar una prensa litográfica y útiles para el oficio, y establecerse.

Formamos una sociedad Will Tick, Percy y yo, y decidimos abandonar a Israels & Piper y lanzarnos un poco a la aventura.