24

El sábado por la mañana cogimos un helicóptero de Quantico a National y subimos a una avioneta del FBI rumbo a Colorado. Allí había muerto mi hermano, la pista más reciente. Íbamos Backus, Walling, un forense llamado Thompson, que reconocí de la reunión de la noche anterior, y yo.

Debajo de la chaqueta, yo llevaba una camisa azul claro con un distintivo del FBI a la izquierda, a la altura del pecho. Walling había llamado a la puerta de mi dormitorio esa mañana y me la había entregado con una sonrisa. Fue un bonito detalle, pero no veía la hora de llegar a Denver para ponerme mi propia ropa. Sin embargo, lo prefería a tener que ponerme la misma camisa que había llevado los dos últimos días.

El vuelo fue tranquilo. Yo iba sentado en la parte trasera, tres asientos detrás de Backus y Walling. Thompson estaba justo detrás de ellos. Me entretuve leyendo las notas biográficas sobre Poe en el libro que había comprado y tomando notas en mi portátil.

Hacia la mitad del camino, a lo largo del país, Rachel se levantó de su asiento y vino, a mi lado. Llevaba una camisa verde de pana y botas negras de montaña. Al sentarse a mi lado, se tiró el pelo hacia atrás y lo sujetó detrás de las orejas; la cara le quedó enmarcada. Era bonita y me di cuenta de que en menos de veinticuatro horas había pasado de odiarla a desearla.

—¿En qué piensas aquí atrás, tan solo?

—En nada concreto. En mi hermano, supongo. Si atrapamos a ese tío, creo que podré averiguar cómo ocurrió. Todavía me cuesta creerlo.

—¿Estabais muy unidos?

—La mayor parte del tiempo, sí —nunca había pensado en ello—. Pero en los últimos meses, no… Ya nos había pasado otras veces. Era cíclico. Tan pronto estábamos muy unidos como nos hartábamos el uno del otro.

—¿Era mayor o menor que tú?

—Mayor.

—¿Cuánto?

—Tres minutos. Éramos gemelos.

—No lo sabía.

Asentí con un gesto, al tiempo que ella fruncía el entrecejo como si pensara que el hecho de ser gemelos hacía la pérdida más dolorosa. Tal vez fuera así.

—No lo ponía en los informes.

—Probablemente no tenga importancia.

—Bueno, eso explica por qué tú… Siempre me han intrigado los gemelos.

—¿Quieres decir algo así como que me envió un mensaje psíquico la noche que lo asesinaron? La respuesta es no. Nunca se dio esa clase de tonterías entre nosotros. Y si las hubo, nunca reparé en ellas, y él jamás me dijo nada al respecto.

Asintió y me quedé unos instantes mirando por la ventanilla. Me sentía bien con ella, a pesar del accidentado comienzo del día anterior, pero empezaba a sospechar que Rachel Walling era capaz de hacer que su peor enemigo se sintiera cómodo.

Le pregunté sobre su vida, para cambiar de tema. Me habló de su matrimonio, del que ya estaba al corriente por Warren, pero no me contó gran cosa de su primer marido. Me dijo que había ido a Georgetown a estudiar psicología y el FBI la reclutó en el último curso. Después de empezar como agente en la oficina de Nueva York, había vuelto a las clases nocturnas de la facultad de Columbia para obtener la licenciatura en derecho. Admitió francamente que el hecho de ser mujer y, por añadidura, licenciada en derecho la hizo ascender en el FBI. Su destino en el BSS era inmejorable.

—Tus padres deben de estar muy orgullosos de ti —le dije.

Sacudió la cabeza.

—¿No?

—Mi madre se fue cuando yo era joven. Hace mucho que no la veo. No sabe nada de mí.

—¿Y tu padre?

—Murió cuando yo era muy niña.

Sabía que había sobrepasado los límites de una conversación cotidiana, pero mi instinto de periodista siempre me empujaba a formular la pregunta siguiente, la que el interlocutor no se esperaba. También me parecía que quería contarme más, pero que no lo haría a menos que yo le preguntase.

—¿Qué ocurrió?

—Era policía. Vivíamos en Baltimore. Se suicidó.

—¡Dios mío! Rachel, lo siento, no tenía por qué…

—No, no pasa nada. Quería que lo supieras. Creo que tiene mucho que ver con lo que soy y con lo que hago. A lo mejor te pasa lo mismo a ti con tu hermano y este reportaje. Por eso quería pedirte que me disculparas si ayer estuve dura contigo.

—No te preocupes por eso.

—Gracias.

Nos quedamos en silencio unos instantes, pero me parecía que el asunto todavía no había concluido.

—El estudio sobre suicidios en la Fundación, ¿es eso…?

—Sí. Por eso lo inicié.

Se hizo otro silencio, pero no me sentía incómodo y creo que ella tampoco. Finalmente, se levantó y se dirigió a la zona de carga de la parte trasera de la cabina en busca de refrescos para todos. Cuando Backus hizo un comentario jocoso acerca de lo buena azafata que era, ella volvió a sentarse a mi lado. Reanudamos la conversación y traté de desviar el tema del recuerdo de su padre.

—¿Nunca te has arrepentido de no ejercer como psicóloga? —le pregunté—. ¿No es por lo que fuiste a la facultad en un principio?

—En absoluto. Esto es mucho más gratificante. Probablemente he acumulado más experiencia práctica con sociópatas que la mayoría de los psicólogos en toda su vida.

—Y eso contando sólo los agentes con los que trabajas.

Se rio con franqueza.

—Chico, si tú supieras.

Tal vez sólo fuera por el hecho de que era mujer, pero me parecía diferente de los agentes que había conocido y con los que me las había tenido a lo largo de los años. No era tan susceptible. Escuchaba más que hablaba, pensaba más que actuaba. Empezaba a creer que podía contarle lo que estuviera pensando en cualquier momento sin tener que preocuparme por las consecuencias.

—Como Thorson —dije—. Siempre parece a punto de estallar.

—Desde luego —contestó, y a continuación esbozó una sonrisa forzada y sacudió la cabeza.

—Bueno, pero ¿qué le pasa?

—Está enfadado.

—¿Por qué?

—Por muchas cosas. Lleva mucha carga encima, incluyéndome a mí. Era mi marido.

En realidad no me sorprendió. La tensión entre ellos era perceptible. La primera impresión que me dio Thorson fue que podía posar de modelo para el cartel de la asociación «Los hombres son unos cerdos». No era de extrañar que Walling viera con malos ojos a los del otro sexo.

—Siendo así, perdona que lo haya sacado a colación —me disculpé—. Es que voy dando palos de ciego.

Sonrió.

—No importa. A mucha gente le causa la misma impresión.

—Debe de ser difícil tener que trabajar a su lado. ¿Cómo es que estáis en la misma unidad?

—Bueno, no es así exactamente. Él está en Incidentes Críticos y yo estoy entre Ciencias del Comportamiento e Incidentes Críticos. Sólo trabajamos juntos en casos como este. Éramos compañeros antes de casarnos. Los dos trabajábamos en el VICAP y pasábamos mucho tiempo juntos en la carretera. Después, simplemente nos separamos.

Bebió un trago de Coca-Cola y no le pregunté nada más. No podía hacerle ninguna pregunta apropiada, de modo que decidí dejar que el tema se enfriara un rato.

Pero ella continuó espontáneamente.

—Cuando nos divorciamos yo dejé el equipo del VICAP, empecé a llevar la mayoría de los proyectos de investigación del BSS, perfiles y algún caso de cuando en cuando, y él se pasó al equipo de Incidentes Críticos —dijo—. Todavía coincidimos de vez en cuando en la cafetería y en casos como este.

—Entonces, ¿por qué no pides el traslado?

—Porque, como ya te he dicho, el puesto que tengo en el centro es una pera en dulce. No quiero dejarlo y él tampoco. O es eso o se queda sólo para fastidiarme. Bob Backus habló con nosotros en una ocasión y nos dijo que le parecía oportuno que uno de los dos pidiera el traslado, pero ni él ni yo movimos un dedo. A Gordon no pueden trasladarlo por su antigüedad; lleva allí desde que se abrió el centro. Si me trasladan a mí, la unidad pierde a una de las tres únicas mujeres y saben que yo armaría un revuelo.

—¿Cómo lo harías?

—Sencillamente, alegando que me trasladan sólo por ser mujer. Podría hablar con el Post. El centro es una de las estrellas del FBI. Cuando vamos a la ciudad para ayudar a los polis locales, nos toman por héroes, Jack. Los medios de comunicación nos miman y el FBI no quiere empañar esa imagen. De modo que Gordon y yo seguimos a la greña sentados a la misma mesa.

El avión descendió con brusquedad y, por la ventanilla, vi un amplio panorama. En el extremo oeste estaban mis Rocosas. Casi habíamos llegado.

—¿Participaste en las entrevistas con Bundy y con Manson, con gente así?

Había oído o leído algo acerca del proyecto del BSS de entrevistar a todos los violadores y asesinos en serie que están en las prisiones de todo el país. Las entrevistas proporcionaban el banco de datos que el BSS utilizaba para trazar el perfil de otros asesinos. Aquel proyecto se había prolongado durante años y yo recordaba algo relacionado con las consecuencias que acarreó a los agentes que tuvieron que enfrentarse a esos hombres.

—Fue una pasada —dijo—. Gordon, Bob, yo, todos formamos parte de aquello. Todavía recibo alguna carta de Charlie de vez en cuando, normalmente en Navidad. Como criminal, manipulaba con mayor facilidad a sus seguidoras femeninas. Creo que pensó que si podía encontrar comprensión en el FBI sería en una mujer. Yo.

Comprendí el razonamiento y asentí.

—Y los violadores —prosiguió— tienen una patología muy parecida a la de los asesinos. Algunos son tíos encantadores, te lo aseguro. Sentía que me medían con la vista en cuanto entraba. Intentaban calcular el tiempo del que disponían antes de que llegara el guardia. Ya sabes, para ver si conseguían follarme antes de que llegaran refuerzos. Eso reflejaba su patología. Sólo pensaban en los que podrían venir en mi ayuda, no en que yo fuera capaz de defenderme por mí misma. De salvarme a mí misma. Ven a las mujeres sólo como víctimas. Como presas.

—¿Quieres decir que hablaste sola con esa gente? ¿Cara a cara?

—Las entrevistas eran informales, normalmente se hacían en un despacho de abogado. No había separaciones, pero solía haber una mirilla. El protocolo…

—¿Una mirilla?

—Una ventana por la que podía mirar uno de los guardias. El protocolo exigía dos agentes en todas las entrevistas, pero había que hacer tantas… Así que la mayoría de las veces íbamos a una prisión y nos la repartíamos. Así era más rápido. Las salas para entrevistas siempre estaban vigiladas, pero cada dos por tres esos tíos me hacían estremecer de horror. Como si estuviera sola. No podía levantar la vista para comprobar si el guardia estaba vigilando porque entonces el individuo miraría a la rejilla y, si veía que el guardia no miraba, pues ya sabes… Bueno, con algunos de los criminales más violentos, fuimos juntos mi compañero y yo. Gordon o Bob o el que estuviera conmigo. Pero siempre era más rápido cuando nos dividíamos y hacíamos entrevistas por separado.

Imaginé que cualquiera que se pasase un par de años haciendo esas entrevistas acabaría adquiriendo ciertas perturbaciones psicológicas. Me pregunté si se referiría a eso cuando me contó lo de su matrimonio con Thorson.

—¿Vestíais igual? —me preguntó.

—¿Qué?

—Tu hermano y tú. Ya sabes, como van los gemelos.

—Ah, lo de ir a conjunto. No, gracias a Dios. Mis padres nunca nos obligaron a nada por el estilo.

—¿Quién era la oveja negra de la familia? ¿Tú o él?

—Yo, desde luego. Sean era el santo y yo el pecador.

—¿Y cuáles son tus pecados?

La miré.

—Demasiados para contártelos ahora.

—¿De verdad? Entonces, ¿cuál fue la obra más santa que hizo él en su vida?

Mientras la sonrisa se me borraba de la cara ante el recuerdo de lo que tenía que responderle, el avión se ladeó con brusquedad hacia la izquierda, recuperó la posición y empezó a elevarse. Rachel olvidó inmediatamente la pregunta y se inclinó hacia el pasillo para mirar al frente. En ese momento, vi que Backus venía por el pasillo sujetándose al mamparo con las manos para no perder el equilibrio. Hizo una señal a Thompson para que lo siguiera y ambos se dirigieron hacia nosotros.

—¿Qué pasa? —preguntó Rachel.

—Hay que desviarse —contestó Backus—. He recibido una llamada de Quantico. Esta mañana, la jefatura de Phoenix ha contestado a nuestra voz de alerta. Hace una semana encontraron a un detective de homicidios muerto en su casa. Supusieron que se trataba de un suicidio, pero había algo que no encajaba. Lo han considerado homicidio. Parece ser que el Poeta ha cometido un error.

—¿Vamos a Phoenix?

—Sí, es el rastro más reciente —miró el reloj—. Tenemos que darnos prisa. Lo van a enterrar dentro de cuatro horas y antes quiero echarle un vistazo al cadáver.