Degeneración del socialismo en la URSS ¿Existe el socialismo en la URSS? Stalin y el capitalismo de Estado. La burocracia soviética. ¿Dictadura de clase o dictadura del partido? Explotación y plusvalía. El antisocialismo de Stalin.
DOS días después volví a visitar al viejo bolchevique. Su porte imponente adquiría cierta fiereza con su abundante y blanca cabellera que se agitaba como un airón en los bruscos movimientos de aquella cabeza que encerraba las iras enfrenadas de una generación que había heredado las mejores tradiciones de los decembristas, de los nihilistas, de los anarquistas y socialrevolucionarios, de los que se batieron en las barricadas de la revolución de 1905 y en las jornadas de febrero de 1917, y que conquistaron el poder en Octubre bajo la dirección de Lenin. Me recibió con la habitual familiaridad con que me distinguía desde que nos conocimos.
Las horas transcurridas desde nuestra última conversación habían sido para mí siglos de torturante reflexión. Todos los endebles lazos que me ligaban al régimen staliniano se habían quebrado. Me encontraba como suspendido en un vacío espantoso. Me notaba ajeno a cuanto me rodeaba. Comenzaba a odiarlo. Era un extraño en un mundo hostil. Me sentía solo, aislado en medio de 180 millones de seres. Es la más desoladora de las soledades. Aquel medio de vilezas y mentiras, de miserias físicas y morales, de arbitrariedades y crímenes, me asfixiaba. Un deseo irrefrenable de evadirme, de perder de vista hasta el recuerdo de lo que durante más de veinte años me había fascinado, me dominaba. Cuarenta y ocho horas antes me consideraba un hombre libre; ahora sentía la angustia del prisionero que cuenta anhelante los años, los meses, los días y las horas que le faltan para recobrar la libertad, para respirar fuera de los muros sombríos de la celda. No era una huida de mis ideales, era la fuga física y moral de un mundo donde mi permanencia sólo podría darse ya disfrazando los pensamientos, mintiendo y fingiendo una lealtad que había muerto en mi conciencia, y para no caer víctima de aquella jauría de modernos inquisidores, de los liquidadores de la Revolución de Octubre. Comprendí toda la tragedia de aquellos viejos bolcheviques que vivían condenados a sobrevivirse en la desesperación de su impotencia, de sus noches sin sueño y de callados pensamientos, con la zozobra del rastreo de los sabuesos de la NKVD, hombres a los que el régimen de desalmados que detentaban el poder en nombre del socialismo sólo dejaban una opción: el cadalso o la obediencia.
Afanoso, me di a la búsqueda del socialismo en el corazón de los dominios de Stalin. No era una rebusca libresca, teórica o sentimental, era la búsqueda del socialismo en la vida real, en las condiciones de vida y en el modo de vivir de un pueblo. ¡Vana pretensión! Cierto; en la URSS se había derrocado el poder de los terratenientes y de los capitalistas expropiándoles sus bienes, se habían socializado las industrias y colectivizado el campo, pero la supresión de la propiedad privada y las nuevas relaciones de producción no habían cambiado la forma esencial de la explotación de los trabajadores. No había clases, pero había castas. Mientras la inmensa mayoría de los hombres se debatían en un infierno de miseria, condenados al hambre y al frío en infectos tugurios, una minoría reducidísima disponía y disfrutaba de los lujos más insultantes. El derecho a la libre expresión y reunión constituía la burla más atroz a un pueblo que alentaba con todos los matices del miedo y que se movía o insconciente como un rebaño o con el recelo de los animales vencidos.
Una casi absoluta concentración de poderes en las manos de una insignificante minoría de «redentores» generaba, en las relaciones sociales, poderosos elementos de capitalismo de Estado.
En las relaciones de trabajo sólo pude percibir la sumisión más completa del obrero al director de la fábrica, al que se habían conferido por el Estado poderes hasta para condenar a penas de prisión a los trabajadores que llegasen tarde al trabajo, faltasen a él o decidieran cambiar de fábrica o profesión. Iguales derechos habían sido decretados para los directores y administradores en las colectividades agrarias. Cada trabajador era un prisionero del torno, del surco o del cincel. El aniquilamiento de todo vestigio de democracia en el proceso productivo había sido completo.
En el orden militar las «Nuevas Ordenanzas Disciplinarias del Ejército Rojo», publicadas el 12 de octubre de 1940, establecían que «los jefes pueden imponer la disciplina por el castigo corporal y hasta por el fusilamiento a los soldados, sin incurrir en responsabilidad por las consecuencias». La democracia en el Ejército había sucumbido bajo la bota cuartelera de la nueva aristocracia militar. En aquellos días, el Gobierno soviético había establecido las Escuelas Sovorov, «para hijos de oficiales muertos durante la guerra». Eran escuelas calcadas del modelo de las de cadetes de la época zarista. Los hijos de los soldados muertos eran, por lo visto, criaturas de segunda o tercera categoría. No tenían derecho a formarse como oficiales. Eran escuelas de casta.
La consigna «enseñanza gratuita en todos sus grados para el pueblo» había sido sustituida, en la práctica, por la de «enseñanza superior en exclusividad para los hijos de los potentados». La supresión de la enseñanza gratuita en la educación superior diferenciaba a la juventud estudiosa en pobres y en ricos. El decreto del 2 de octubre de 1940 fijó las matrículas que habían de pagarse en las escuelas secundarias y en las universidades. Seiscientos mil estudiantes hijos de padres pobres hubieron de suspender los estudios en ese año por no poder pagar los 300 y 500 rublos que en término de un mes deberían hacer efectivos los que desearan inscribirse. Los hijos de proletarios no podían costearse tales gastos. Solamente los hijos de los grandes burócratas podían formarse como técnicos o intelectuales.
La supresión de toda crítica —crítica socialista, progresiva—, la prescripción de toda lucha de opiniones, determinaba la muerte del espíritu liberal y de toda iniciativa creadora en el pueblo. La casta burocrática se había erigido en «tabú» y en depositaría exclusiva de la «verdad intangible».
Seguí buscando y encontré un Partido Bolchevique identificado y confundido con el poder estatal, gobernando con autoridad absoluta. El Partido era el Estado; el Buró Político, el Gobierno, y Stalin, el jefe omnímodo del Gobierno y del Estado. El Partido, un poder por encima de la clase obrera. Lógicamente, la dictadura del proletariado se había convertido en dictadura del Partido sobre el proletariado. El Partido ya no actuaba como fuerza motriz de la clase obrera, ayudándola y empujándola a dirigir el desarrollo de toda la vida económica, política y social del pueblo, sino que operaba desligado de las masas trabajadoras, como un poder «autónomo», burocrático y despótico.
Recordé que en el XVII Congreso del Partido Bolchevique, celebrado en 1934, la composición social de los delegados registraba un porcentaje de 9,3 por 100 de «obreros relacionados con la producción», lo que significaba que el 90,7 por 100 pertenecían a la categoría de la burocracia y tecnocracia. Y en el XVIII Congreso, celebrado en 1939 (en el momento de escribir estas páginas se anuncia la convocatoria del XIX Congreso; es decir, trece años después), ya no quisieron dar cifras del origen social de sus componentes, lo que indica que los porcentajes se habían distanciado más aún. En la teoría y en la práctica, el Partido Bolchevique había dejado de ser un partido de la clase obrera.
El internacionalismo iba siendo ahogado cada vez más por toda una serie de manifestaciones rabiosamente nacionalistas y raciales. La prensa y los discursos oficiales invocaban el paneslavismo y la solidaridad de sangre por encima de la de clase. Stalin buscaba la inspiración «en la sombra protectora» de los Kutúsov, Suvorov, Alexander Newsky, Dimitri Donskoi, Khamel-nitzki, príncipes y nobles a los que invocaba patéticamente el 7 de noviembre de 1941 en la Plaza Roja de Moscú. La historia revolucionaria cedía paso a la historia de los «héroes» reaccionarios e imperialistas del pasado más oscuro de la Rusia de los zares.
De toda mi búsqueda sólo podía sacar una conclusión:
Socialismo sin libertad es igual a dictadura de Estado. Y un Estado voraz, explotador, dominado por una casta burocrática que absorbe la plusvalía producida por el esfuerzo del trabajo, es un tipo especial de capitalismo de Estado que nada tiene de común con los principios del socialismo científico y sí muchas semejanzas con el capitalismo de Estado de tipo fascista.
Quería conocer la opinión de aquel viejo bolchevique, más versado que yo en estas cuestiones, y, sobre todo, mejor informado del proceso seguido por la banda de Stalin en aquel fraude al marxismo-leninismo.
Servido el té y abierta la caja de Kasvek, cigarrillos de larga boquilla, el viejo bolchevique dijo hallarse a mi entera disposición y dispuesto a contestar a cuantas preguntas quisiera hacerle.
—Todas se resumen en una —dije—. Y es ésta: ¿Cómo ha sido posible este fenómeno de la degeneración del socialismo en la URSS?
Se agitaron las blancas melenas del amigo de Lenin. Silencioso, se acercó a la librería y extrajo un par de libros. En la portada del que quedó encima pude leer: «El Estado y la Revolución». Se trataba de la clásica y conocida obra de Lenin. Dando un fuerte golpe con su mano abierta sobre aquel libro dijo así:
—¡Aquí, aquí está prevista y desarrollada la mayor parte de la teoría de lo que deberíamos haber hecho, y también de lo que no deberíamos hacer! Como usted sabe, entre el capitalismo y el comunismo existe, inevitablemente, un período que forma la fase inferior del comunismo, o sea, el socialismo. La sociedad socialista no aparece por generación espontánea, de la noche a la mañana, por el hecho de haber derrocado el poder del capitalismo. Las nuevas relaciones sociales que se forman después de la abolición del poder de la burguesía conservan durante mucho tiempo la huella del pasado, de la antigua sociedad. Entre las instituciones que conservan la huella del pasado deberemos considerar la organización estatal del período transitorio entre el capitalismo y el socialismo. El Estado es el compendio del poder y dominación en toda sociedad dividida en clases. La misma necesidad de la dictadura del proletariado es un resto de la sociedad dividida en clases. Sin embargo, tanto por su carácter como por sus atribuciones, el Estado de un tipo nuevo difiere de las formas estatales anteriores: es el instrumento de una imposición ejercida por la mayoría de los ciudadanos sobre una minoría insignificante, y su papel histórico consiste, por una parte, en romper la resistencia de la burguesía y de las otras clases reaccionarias, así como las tentativas de restaurar el antiguo orden de cosas y, por otra parte, en preparar su propia desaparición.
Hizo una pausa. El esfuerzo para concentrar el pensamiento volvió a dibujar en su espaciosa frente aquella arruga vertical que observara dos días antes.
—Si le cansa o no está claro, dígamelo. Estas cosas, generalmente, son áridas y complicadas —me dijo.
—Le entiendo perfectamente —contesté sonriendo.
—Pues sigo. Partiendo de las leyes económicas que determinan la marcha hacia el comunismo, Marx y Lenin habían previsto que la clase obrera victoriosa y el socialismo estarían expuestos a dos peligros, procedente el uno de la burguesía vencida y el otro de su propia burocracia.
»Desde 1920 Lenin comenzó a llamarnos la atención sobre “la existencia dentro de la URSS de condiciones particularmente propicias al desarrollo de la burocracia”. Entre esas “condiciones” citaba la debilidad de las fuerzas productivas y el atraso técnico y cultural en nuestro pueblo, el predominio de los pequeños productores, la ausencia de intercambios entre la agricultura y la industria, y la propia fragmentación y aniquilamiento de los pequeños productores. Era el grito de ¡centinela, alerta! que nos daba a todo el Partido. Escuche usted lo que escribía en esta obra el genio previsor de aquel hombre, resumiendo su pensamiento en cuanto a la forma de luchar contra la burocracia del Estado proletario:
»Primeramente, además de ser elegibles, los burócratas deben poder ser reemplazados en cualquier momento; segundo, la remuneración no debe ser superior a la del obrero; tercero, se debe llegar, sin tardanza, a que todo el mundo ejerza las funciones de control y de vigilancia, para que cada cual sea durante un tiempo “burócrata”, pero que nadie pueda convertirse en burócrata profesional. (Lenin, El Estado y la Revolución).
»Esta cita demuestra cómo en opinión de Lenin existen lazos indestructibles entre el ejercicio de la democracia y el socialismo, prueba que la democracia socialista constituye el arma más importante no solamente para la lucha contra el burocratismo, sino para la edificación socialista en conjunto. Vea usted si no esta otra cita:
»Luchar contra la burocracia hasta el final, hasta que sea vencida positivamente, no es posible sin que toda la población participe en el ejercicio del poder. (Lenin, Obras Completas).
»La Commune, por ejemplo, no conocía remuneraciones superiores a 6000 francos. Y ya en 1917, antes de la revolución, Lenin reprochaba a ciertos bolcheviques como un error imperdonable no haberse comprometido a instituir en todo el país un máximo de 6000 rublos. Después de la revolución criticaba acerbamente la introducción de una escala de salarios de seis clases diferentes para los obreros. Actualmente tenemos en la URSS remuneraciones que oscilan de 300 a 15 000 rublos por mes. Entre dichos extremos se han situado escalas de una complejidad que ningún régimen conoció jamás, ni la monarquía absoluta ni la república burguesa. Toda una espantosa jerarquización compuesta de burócratas, subalternos de niveles altos, bajos o medianos, ha sido instaurada fuera de la producción: esta burocracia instituida sobre la sociedad vive a expensas de ella, la devora».
Otra pausa y otra tanda de sendos vasos de «chay» endulzados por unos pedruscos de azúcar, para partir los cuales había que auxiliarse de unos pequeños alicates niquelados. Como le observara esforzándose en la operación de fragmentar una de aquellas piedras, le pregunté qué misterio encerraba la extraordinaria dureza del azúcar soviético. Riendo me contestó:
—¿No ha observado usted nuestra costumbre? Generalmente no endulzamos directamente el té, sino que nos ponemos un pedacito de esta azúcar en la boca y sorbemos el «chay», con lo cual ahorramos toneladas del producto al consumo diario. Con cada pedacito podemos tomar dos o tres vasos de té. En las casas de la gente humilde, a los que el racionamiento sólo provee de caramelos en lugar de azúcar, llegan a extremos curiosísimos. Amarran en algunas de ellas un caramelo a la lámpara y sentados los comensales en tomo al samovar van chupando por tumo el caramelo y bebiendo el té.
Reí de buena gana aquella fina crítica y triste verdad de la miseria de un pueblo. El viejo bolchevique reanudó su exposición:
—Como le decía, la misma situación existe en la economía; es decir, en un dominio en que debe prepararse la desaparición del Estado. La dirección de la economía nacionalizada por el aparato del Estado aparece como una medida necesaria, y revolucionaria por lo tanto, durante el primer período en que no ha sido vencida definitivamente la resistencia de la burguesía, y en que la clase obrera, o por lo menos una parte de ésta, no está aún en condiciones de asumir la dirección poniendo en práctica el conocido principio de Marx que establece la necesidad de la gestión directa de los productores por la libre asociación de los mismos productores. Este paso se efectúa, claro está, paralelamente al desarrollo de las fuerzas productivas, y en razón misma de este desarrollo. A medida que los productores directos, es decir, los trabajadores, participan cada vez más activamente en la dirección de la producción y en la repartición de la plusvalía producida por el trabajo, el socialismo se hace cada vez más completo y más «puro», consolidando gradualmente las relaciones socialistas en la producción. Tal es la esencia económica de la democracia socialista…
Calló unos instantes, y tras de meditar sus palabras hizo esta afirmación:
—… así se efectúa la desaparición progresiva del Estado en el dominio de la economía.
Y siguió:
—La dominación despótica de la casta burocrática, desde el punto de vista económico, se apoya en la propiedad del Estado de los medios de producción, de los que se ha atribuido la dirección absoluta. Esto es un vestigio del capitalismo adaptado a las condiciones específicas del estado de atraso de Rusia.
—Dígame usted —interrumpí—, ¿qué es lo que diferencia a esta burocracia de la burocracia en los países capitalistas?
—Aunque parezca igual no es la misma. En la burocracia capitalista el burócrata se considera un personajillo, cuando realmente no es otra cosa que un servidor de la clase de los que poseen; entre nosotros se apropian espontáneamente el «derecho» de administrar a los productores inmediatos y el «derecho» de hacer privilegiada su posición frente a estos últimos. Es decir, la burocracia, en el período de transición del capitalismo al socialismo, se considera como un genio divino llamado a mandar al pueblo y a obedecer dócilmente y únicamente al «genio más grande», al que está en el escalón superior de la jerarquía burocrática. De ello se desprende que la ideología debe servir al burócrata y no el burócrata a la ideología.
—¿Y en qué medida podríamos considerar a la casta como una nueva clase? —pregunté.
—No sería correcto confundir a la casta con una clase históricamente considerada. Cierto que no podemos negar al fenómeno que presenciamos ciertas semejanzas con una clase. Podríamos decir que es una especie híbrida, que es y no es al mismo tiempo. La burocracia, en un país donde no existe la propiedad privada, no puede adquirir la fisonomía de una clase propietaria, aunque puede conseguir privilegios incluso mayores que el de los capitalistas considerados individualmente. En el mundo capitalista la clase tiene una perspectiva histórica, en la URSS —como en cualquier país socialista— la casta carece de ella. Mientras la burocracia representa a la revolución, mientras empuja la lucha contra las supervivencias capitalistas, representa a las masas trabajadoras, aunque también a sí misma, pero en cuanto se encumbra como una potencia por encima de la sociedad, tratando de crearse una perspectiva propia, no pasa de ser un tumor purulento adherido fieramente al cuerpo de la revolución, que tiende a pudrirlo si el desarrollo de la nueva sociedad no lo extirpa.
»A la larga, el desarrollo de las fuerzas productivas deberá entrar en colisión cada vez más aguda contra el predominio de la casta y sus formas de capitalismo de Estado. Es un proceso inevitable. Una revolución no puede detenerse ni estancarse sin riesgo a degenerar y morir. Debe avanzar, avanzar siempre, desarrollarse sin cesar hasta dar cima a sus objetivos históricos. Es un fenómeno en el que han jugado y jugarán factores objetivos y subjetivos, tanto nacionales como internacionales. De cualquier manera, pronto o tarde, en que este proceso se efectúe, lo que sí podemos afirmar es que la casta es una tendencia antisocialista y reaccionaria y que la lucha contra ella es parte integrante y fundamentalísima para la victoria del socialismo.
—¿Y cómo ha podido Stalin fomentar esa corriente contrarrevolucionaria? —pregunté.
—El problema no es solamente personal, aunque es indudable que la megalomanía y egolatría de este hombre han influenciado el proceso. Stalin no ha sido nunca un hombre de masas, sino un tipo solitario, enigmático, silencioso; un hombre frío, inflexible, cauto. Su propensión, la de dirigir por medio de «ukases», por decreto; no explicar, sino ordenar. Su concepto, la disciplina cuartelera. Al faltarnos Lenin muchos creímos —yo también— que precisábamos en la jefatura del Partido un hombre de carácter para que empuñara con mano inflexible las palancas del Partido, que, en la definitiva ausencia de Lenin podía resentirse y quebrantarse. No le teníamos afecto, pero sí confianza. Pronto nos percatamos del error. Al surgir las primeras oposiciones a la orientación staliniana de colectivización forzosa en el campo, con deportaciones y razzias de castigo a los campesinos, que dieron por resultado infinidad de sublevaciones, el hambre y el exterminio de millones de aldeanos, pretendimos discutir en el seno del Partido aquella política alocada, y Stalin estranguló todo derecho de crítica. Cualquier oposición a su criterio era «pequeño-burguesa» y «contrarrevolucionaria». Pero resultaba que eran los mejores amigos de Lenin, las figuras más prestigiosas del Partido, las que estaban «desviadas». Stalin temía la polémica y la autoridad política de sus oponentes. Y pensó que le sería más fácil batirles por «expediente» que en la controversia. Y fue colocando en cada puesto decisivo del Partido a los hombres de su confianza no por la idoneidad, sino por el grado de sumisión personal que le demostraban. Al mismo tiempo fue operando una gigantesca concentración de poderes en su domesticado Buró Político, que era el Gobierno propiamente dicho.
—¿En qué medida podemos considerar consciente ese proceso? —inquirí.
—La eliminación de las masas del control de las funciones estatales y la absoluta concentración de poderes en el Estado crea ciertas leyes «naturales», a las cuales no pueden escapar los mismos que las producen, independientemente de su pasado revolucionario o de charlatanería política. Así se ha ido formando y fortaleciendo esa casta burocrática que, por otro lado, se ha creado intereses particulares y se sirve de su predominio para protegerlos y ensancharlos. Como usted comprenderá —concluyó—, esa posición «autónoma» de la casta la va formando una mentalidad apropiada a sus intereses particulares, lo que inevitablemente la convierte en enemiga del progreso y del socialismo. Un fenómeno perfectamente dialéctico: cantidad y calidad.
—¿Puede decirse que Stalin es un contrarrevolucionario? —insistí.
—Objetivamente, sí. Stalin no es el renegado que se vende o traiciona deliberadamente, que se pasa al otro lado de la barricada. No. Sería una apreciación errónea, antimarxista. Stalin consideró que era indispensable efectuar esa rigurosa concentración de poderes en manos del Estado, entendiendo que era el mejor medio para alcanzar los objetivos del socialismo en las condiciones concretas de la URSS Sometió a sangre y fuego todo lo que se oponía en el camino de «su interpretación marxista» de la realidad rusa. Tenía más fe en los interventores y controles del Estado que en la iniciativa y capacidad de las masas. Sustituyó a éstas por aquéllos. Obtuvo resultados momentáneamente favorables. Las metas de industrialización y de colectivización se iban logrando. El Estado suplía con su poder coercitivo la impreparación de las masas. Se montó y se sobrepuso a ellas. Se aisló. La lógica del propio sistema burocrático, de fortalecimiento de los elementos de capitalismo de Estado, ha ido influyendo y operando una transformación en la concepción ideológica. Y a Stalin le parece que es el non plus ultra de la interpretación marxista la política antisocialista que está desarrollando. Es, ¿cómo le diría?, semilla y fruto, causa y efecto, motivo y consecuencia, parte y todo, sin poder desligar lo que hay de objetivo y de subjetivo en el proceso. Lo uno fomenta lo otro. Es un fenómeno de reciprocidad. Pero si hemos de juzgar a los hombres no por lo que dicen, sino por lo que hacen, no por sus propósitos, sino por los resultados prácticos de su actuación, a Stalin deberemos considerarle como al pontífice máximo de la burocracia y del fetichismo de Estado. Tan es así que en el XVIII Congreso del Partido Bolchevique enmendó la plana a Marx, a Engels y a Lenin, declarando inadecuadas sus tesis sobre la extinción progresiva del Estado[10].
Tal me dijo en aquellas inolvidables conversaciones en la ciudad de Kuibychev aquel viejo bolchevique, cuyas palabras habían de influir tan decisivamente en todo mi futuro político.