Capítulo 52

La reunión estalló en un coro de discusiones. Newt se levantó muy calmado, se acercó a Thomas y le agarró del brazo para llevarle hasta la puerta.

—Ahora, vete.

Thomas se quedó helado.

—¿Que me vaya? ¿Por qué?

—Creo que ya has dicho bastante. Necesitamos hablar para decidir qué hacer sin que estés aquí —ya había llegado a la puerta y Newt le dio un empujoncito para sacarle de la sala—. Espérame junto a la Caja. Cuando hayamos acabado, tú y yo hablaremos.

Había empezado a darse la vuelta cuando Thomas le agarró.

—Tienes que creerme, Newt. Es el único modo de salir de aquí. Podemos hacerlo, te lo juro. Tenemos que hacerlo.

Newt se le acercó a la cara y le habló, enfadado, con una voz áspera y susurrante:

—Sí, me ha encantado la parte en la que te has ofrecido voluntario para que te maten.

—Estoy dispuesto a hacerlo.

Thomas lo decía en serio, pero sólo por la culpa que le atormentaba. Se sentía culpable por haber ayudado a diseñar el Laberinto. Pero, en lo más profundo de su corazón, se aferraba a la esperanza de poder resistir lo suficiente para teclear el código y desconectar a los laceradores antes de que les mataran. De abrir la puerta.

—¿Ah, sí? —dijo Newt con aire molesto—. Eres el señor Noble, ¿no?

—Tengo bastantes razones para hacerlo. De algún modo, es culpa mía que estemos aquí —se calló y respiró hondo para recobrar la compostura—. Bueno, voy a ir de todas formas, así que mejor que no desaproveches la oportunidad.

Newt frunció el entrecejo y, de pronto, sus ojos se llenaron de compasión.

—Si de verdad ayudaste a diseñar el Laberinto, Tommy, no es culpa tuya. Eras un niño, no pudiste evitar lo que te obligaron a hacer.

Pero no importaba lo que Newt dijera. Lo que nadie dijera. Thomas cargaba con aquella responsabilidad y se hacía más pesada cuanto más lo pensaba.

—Es que… es como si tuviese que salvaros a todos. Para redimirme.

Newt se apartó y negó con la cabeza lentamente.

—¿Sabes qué es gracioso, Tommy?

—¿Qué? —contestó Thomas, con recelo.

—Yo te creo. Tus ojos no reflejan ni una pizca de mentira. Y no puedo creerme que esté a punto de decir esto —hizo una pausa—, pero voy a entrar ahí para convencer a esos pingajos de que tenemos que atravesar el Agujero de los Laceradores, como tú has dicho. Puede que tengamos que luchar contra los laceradores en vez de quedarnos aquí sentados permitiendo que se nos lleven uno a uno —levantó un dedo—. Pero escúchame: no quiero oír ni una puñetera palabra más de que vas a morir y toda esa clonc heroica. Si vamos a hacerlo, nos arriesgaremos todos. ¿Me oyes?

Thomas levantó las manos, abrumado por el alivio.

—Alto y claro. Sólo quería que vierais que merece la pena arriesgarse. Si de todos modos va a morir alguien cada noche, deberíamos usarlo para nuestro beneficio.

Newt frunció el ceño.

—¡Vaya, qué alegre!

Thomas se dio la vuelta para marcharse, pero Newt le llamó:

—¿Tommy?

—¿Sí?

Se detuvo, pero no se volvió.

—Si convenzo a esos pingajos, y sólo si lo consigo, el mejor momento para salir será por la noche. Para entonces, muchos de los laceradores estarán por el Laberinto, no en ese Agujero suyo.

—Bien —estuvo de acuerdo Thomas. Sólo esperaba que pudiera convencer a los guardianes. Se volvió para mirar a Newt e hizo un gesto de asentimiento.

Newt le dedicó una sonrisa que apenas se dibujó en su mueca de preocupación.

—Deberíamos hacerlo esta noche antes de que maten a nadie más.

Y, antes de que Thomas pudiera decir nada, Newt desapareció de vuelta a la reunión.

Thomas, un poco impresionado por aquella última frase, salió de la Hacienda y fue hasta un viejo banco junto a la Caja, donde se sentó y empezó a darle vueltas a la cabeza. No dejaba de pensar en lo que Alby había dicho del Destello y en lo que podría significar. El chico también había mencionado algo acerca de tierra quemada y una enfermedad. Thomas no recordaba nada de aquello, pero, si era cierto, el mundo al que intentaban volver no tenía muy buena pinta. Aun así, ¿qué otra opción les quedaba? Aparte del hecho de que los laceradores les estaban atacando todas las noches, el Claro básicamente se había cerrado.

Frustrado, inquieto, harto de pensar, llamó a Teresa:

¿Me oyes?

—contestó ella—. ¿Dónde estás?

Al lado de la Caja.

Ahora voy.

Thomas se dio cuenta de lo mucho que necesitaba su compañía.

Bien, te contaré el plan. Creo que ya está en marcha.

¿Qué tenemos que hacer?

Thomas se recostó en el banco y colocó el pie derecho sobre la rodilla mientras se preguntaba cómo reaccionaría Teresa al oír lo que iba a decirle.

Tenemos que atravesar el Agujero de los Laceradores, utilizar el código para desconectar a los laceradores y abrir una puerta que hay ahí fuera.

Hubo una pausa.

Ya me había imaginado algo parecido.

Thomas se quedó pensando un segundo y, luego, añadió:

A menos que tengas un plan mejor.

No. Va a ser horrible.

Se golpeó con el puño derecho la mano izquierda, incluso aunque sabía que ella no podía verle.

Podemos lograrlo.

Lo dudo.

Bueno, tenemos que intentarlo.

Hubo otra pausa. Thomas podía sentir la resolución de la chica.

Tienes razón.

Creo que saldremos esta noche. Ven aquí para que hablemos más sobre el tema.

Llegaré en unos minutos.

A Thomas se le hizo un nudo en el estómago. La realidad de lo que había sugerido, el plan del que Newt intentaba convencer a los guardianes, estaba empezando a afectarle. Sabía que era peligroso; la idea de luchar contra los laceradores, no únicamente escapar de ellos, era aterradora. En el mejor de los casos, sólo uno de los clarianos moriría, pero ni siquiera podían confiar en eso. Quizá los creadores reprogramaran a las criaturas y, en tal caso, no tendrían ninguna posibilidad.

Intentó no pensar en ello.

• • •

Antes de lo que esperaba, Teresa le encontró y se sentó a su lado, con el cuerpo pegado al suyo, a pesar de todo el espacio libre que había en el banco. Extendió el brazo y le agarró la mano. Él se la apretó tan fuerte que supo que debía de haberle hecho daño.

—Cuéntame —dijo ella.

Thomas así lo hizo, recitando cada una de las palabras que les había dicho a los guardianes, y odió cómo se le llenaron los ojos de preocupación y de terror a Teresa.

—El plan ha sido fácil de contar —explicó una vez que hubo terminado—, pero Newt cree que deberíamos salir esta noche y ahora ya no me suena tan bien.

Sobre todo, le aterrorizaba la idea de Chuck y Teresa ahí fuera. Ya se había enfrentado a los laceradores y sabía cómo era aquello.

Quería proteger a sus amigos de aquella horrible experiencia, pero sabía que no podía.

—Podemos hacerlo —afirmó ella en voz baja.

Al oírla decir eso, se preocupó aún más.

—Hostia, estoy asustado.

—Hostia, eres humano. Deberías estar asustado.

Thomas no respondió y se quedaron allí un buen rato, cogidos de la mano, sin mediar palabra en sus mentes o en voz alta. Por un breve instante, sintió una ligera paz y trató de disfrutarla mientras duró.