Acabaron cerca de la Hacienda, el nombre que Chuck le daba a la estructura inclinada de madera con ventanas, en una sombra oscura entre el edificio y el muro de piedra que había detrás.
—¿Adónde vamos? —preguntó Thomas, que todavía estaba agobiado por haber visto las paredes cerrándose, por pensar en el laberinto, por la confusión, por el miedo. Se obligó a parar porque, si no, iba a volverse loco. Al tratar de captar el sentido de la realidad, intentó sin mucho éxito hacer un chiste—: Si esperas un beso de buenas noches, olvídate.
Chuck continuó andando.
—Cállate y quédate pegado a mí.
Thomas dejó escapar un largo suspiro y se encogió de hombros antes de seguir al niño por la parte trasera del edificio. Caminaron de puntillas hasta que llegaron a una ventana pequeña y polvorienta desde la que salía un tenue rayo de luz que iluminaba la piedra cubierta de hiedra. Thomas oyó que alguien se movía en el interior.
—Es el baño —susurró Chuck.
—¿Y?
Un hilo de inquietud cosió la piel de Thomas.
—Me encanta hacerle esto a la gente. Es un verdadero placer hacerlo antes de irme a dormir.
—Hacer, ¿qué? —algo le decía a Thomas que Chuck no se traía nada bueno entre manos—. Quizá debería…
—Cállate y mira.
Chuck se subió en silencio a una gran caja de madera que había colocada justo debajo de la ventana. Se agachó para que su cabeza quedara abajo y la persona que había dentro no le viera. Luego levantó la mano y dio unos golpecitos en el cristal.
—Esto es una tontería —susurró Thomas. No había un momento peor para hacer una broma. Newt o Alby podían estar por allí—. No quiero meterme en problemas. ¡Acabo de llegar!
Chuck reprimió una carcajada tapándose la boca con una mano. Ignoró a Thomas, levantó el brazo y volvió a dar unos golpecitos en la ventana.
Una sombra cruzó por delante de la luz y, después, la ventana se abrió. Thomas saltó para esconderse y se pegó a la parte trasera del edificio tanto como pudo. No podía creerse que le hubieran embaucado para gastarle una broma a alguien. El ángulo de visión desde la ventana le protegía de momento, pero sabía que les verían si quien fuera que estuviese allí dentro se asomaba para echar un vistazo.
—¿Quién anda ahí? —gritó el chico del lavabo con un tono áspero que expresaba enfado.
Thomas contuvo un grito ahogado cuando se dio cuenta de que se trataba de Gally. Ya reconocía aquella voz.
Sin avisar, Chuck asomó de repente la cabeza por la ventana y gritó a pleno pulmón. Un estrépito en el interior reveló que el truco había funcionado y la retahíla de palabrotas que se oyó a continuación le indicó que Gally no estaba nada contento. A Thomas le asaltó una extraña mezcla de horror y vergüenza.
—¡Te voy a matar, cara fuco! —gritó Gally, pero Chuck ya se había bajado de la caja y corría hacia el centro del Claro.
Thomas se quedó helado cuando oyó que Gally abría una puerta del interior y salía corriendo del baño. Al final reaccionó y salió detrás de su nuevo y único amigo. Acababa de doblar la esquina cuando Gally salió gritando de la Hacienda como una bestia salvaje. Enseguida señaló a Thomas.
—¡Ven aquí! —chilló.
A Thomas le dio un vuelco el corazón y obedeció. Todo parecía indicar que le iban a dar un puñetazo en la cara.
—No he sido yo, te lo juro —dijo, aunque mientras estaba allí mirándole se dio cuenta de que, después de todo, no tenía que estar tan aterrorizado. Gally no era tan grande; Thomas podría con él si quisiera.
—¿No has sido tú? —gruñó Gally; se acercó despacio al chico y se detuvo justo delante de él—. Entonces, ¿cómo sabes que hay algo que no has hecho?
Thomas no dijo nada. Estaba muy incómodo, pero no tan asustado como hacía unos instantes.
—No soy imbécil, verducho —soltó Gally—. He visto la cara gorda de Chuck en la ventana —le volvió a señalar, esta vez al pecho—. Pero será mejor que decidas rápido a quién quieres de amigo y de enemigo, ¿me oyes? Como se dé otra broma como esa, y me da igual si ha sido idea tuya o no, va a correr la sangre. ¿Te enteras, novato?
Pero, antes de que Thomas pudiera contestar, Gally ya se había dado la vuelta para marcharse. Thomas tan sólo quería que acabara todo aquello.
—Lo siento —dijo entre dientes, e hizo una mueca de disgusto por lo tonto que sonó.
—Te conozco —añadió Gally sin mirar atrás—. Te vi en el Cambio y voy a averiguar quién eres.
Thomas observó cómo el abusón desaparecía de nuevo en la Hacienda. No recordaba mucho, pero algo le decía que nunca le había gustado tan poco una persona. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que odiaba a aquel tío. Le odiaba de verdad. Se dio la vuelta para ver a Chuck allí de pie, con la vista clavada en el suelo, obviamente avergonzado.
—Muchas gracias, colega.
—Perdona; si hubiese sabido que era Gally, no se me habría ocurrido hacerlo, te lo juro.
Para su sorpresa, Thomas se rio. Hacía una hora no hubiera pensado que pudiera volver a oír aquel sonido saliendo de su boca.
Chuck miró a Thomas detenidamente y en su rostro apareció una sonrisa incómoda.
—¿Qué?
Thomas negó con la cabeza.
—No te disculpes. El… pingajo se lo merecía, y ni siquiera sé lo que es un pingajo. Ha sido impresionante.
Se sentía mucho mejor.
• • •
Un par de horas más tarde, Thomas estaba durmiendo sobre el césped en un blando saco de dormir, junto a Chuck, cerca de los jardines. Era un extenso prado que no había advertido antes y algunos del grupo lo habían elegido como lugar para dormir. Thomas pensó que era raro, pero por lo visto no había sitio suficiente dentro de la Hacienda. Al menos hacía calor, lo que le hizo preguntarse por millonésima vez dónde estaban. A su mente le costaba mucho aferrarse a nombres de lugares, recordar países o gobernantes, cómo estaba organizado el mundo. Y ninguno de los chicos del Claro tenía tampoco ni idea o, al menos, si la tenían, no la compartían.
Se quedó en silencio durante un buen rato mientras miraba las estrellas y escuchaba los suaves murmullos de varias conversaciones que flotaban por el Claro. El sueño parecía a kilómetros de distancia y no podía quitarse de encima la desesperación y el desaliento que le recorrían el cuerpo y la mente. La alegría pasajera de la broma que le había gastado Chuck a Gally ya hacía rato que se había desvanecido. Había sido un día extraño e interminable.
Era tan raro… Recordaba un montón de cosas insignificantes de la vida: la comida, la ropa, los estudios, los juegos, imágenes generales de cómo era el mundo. Pero, de algún modo, le habían borrado cualquier detalle que completara el cuadro y creara un auténtico recuerdo. Era como mirar una imagen a través del agua turbia. Por encima de todo, quizá se sentía… triste.
Chuck interrumpió sus pensamientos:
—Bueno, verducho, has sobrevivido al Primer Día.
—Casi.
«Ahora no, Chuck —quiso decirle—. No estoy de humor».
Chuck se incorporó sobre un codo y miró a Thomas.
—Aprenderás mucho en los próximos días y empezarás a acostumbrarte a esto. Está bien, ¿no?
—Ummm, sí, está bien, supongo. Por cierto, ¿de dónde vienen todas estas palabras y frases raras? Parece como si hubieran cogido otro idioma y lo hubieran mezclado con el suyo.
Chuck se dejó caer hacia atrás de golpe.
—No lo sé… Sólo llevo aquí un mes, ¿recuerdas?
Thomas se preguntó si Chuck sabría más de lo que estaba diciendo. Era un niño raro, extraño, y parecía inocente, pero ¿cómo estar seguro? Lo cierto es que era un misterio, como todo lo demás en el Claro.
Pasaron unos cuantos minutos y, por fin, Thomas notó cómo le vencía el sueño. Pero, como un puño que empujara su cerebro y lo soltara, una idea le vino a la mente. Algo que no esperaba y no estaba seguro de dónde había salido. De pronto, el Claro, los muros, el Laberinto, todo le resultó… familiar. Cómodo. Una cálida tranquilidad se extendió por su pecho y, por primera vez desde que había llegado allí, no sintió que el Claro fuera el peor sitio del universo. Se quedó callado, notó cómo los ojos se le abrían de par en par y la respiración se le detuvo durante un buen rato.
¿Qué acababa de pasar?, pensó. ¿Qué había cambiado? Irónicamente, la impresión de que todo iba a ir bien le hizo preocuparse un poco. No entendía cómo sabía lo que tenía que hacer. No era posible. Aquella sensación, la revelación, era extraña, desconocida y familiar al mismo tiempo. Pero estaba… bien.
—Quiero ser uno de los que salen ahí fuera —dijo en voz alta, sin saber si Chuck estaba aún despierto—. De los que entran en el Laberinto.
—¿Eh? —fue la respuesta de Chuck, y Thomas notó un deje de fastidio en su voz.
—Uno de los corredores —aclaró Thomas, y deseó saber de dónde había salido eso—. Sea lo que sea lo que hagan ahí afuera, yo quiero participar.
—Ni siquiera sabes de lo que estás hablando —se quejó Chuck, y se dio la vuelta—. Duérmete.
Thomas sintió que le invadía la confianza, aunque era cierto que no sabía de qué estaba hablando.
—Quiero ser un corredor.
Chuck se volvió hacia él, apoyado sobre un codo.
—Olvídate de eso ahora mismo.
A Thomas le sorprendió la reacción de Chuck, pero continuó:
—No trates de…
—Thomas. Novato. Amigo mío. Olvídalo.
—Mañana se lo diré a Alby.
«Un corredor —pensó Thomas—. Ni siquiera sé lo que significa. ¿Me he vuelto completamente loco?».
Chuck se tumbó mientras soltaba una carcajada.
—Eres un trocito de clonc. Duérmete.
Pero Thomas no lo dejó:
—Hay algo ahí que me es familiar.
—Duér-me-te.
Entonces vio la luz; fue como si varias piezas del puzzle hubiesen encajado. No sabía cuál sería la imagen final, pero sus siguientes palabras fueron como si las dijera otra persona:
—Chuck, creo… creo que he estado aquí antes.
Oyó que su amigo se sentaba y cogía aire. Pero Thomas se dio la vuelta y se negó a decir una palabra más, por si perdía el ánimo, por si eliminaba la tranquilidad que le inundaba el corazón.
Le entró el sueño con mucha más facilidad de la que esperaba.