Capítulo 47

Thomas no fue consciente del tiempo mientras pasaba por el Cambio.

Empezó, más o menos, como su primer recuerdo en la Caja, frío y oscuro. Pero esta vez tenía la sensación de que ni sus pies ni su cuerpo tocaban nada. Flotaba en el vacío, con la vista clavada en la negrura. No veía nada, no oía nada, no olía nada. Era como si alguien le hubiese robado sus cinco sentidos, dejándole en el vacío.

El tiempo se extendía más y más. El miedo se convirtió en curiosidad y, luego, en aburrimiento.

Se levantó un viento distante, que no sentía pero sí oía. Entonces, un remolino blanco y neblinoso apareció a lo lejos, un tornado de humo que giraba como un largo embudo y se estiraba hasta que ya no pudo ver ni la parte superior ni la inferior del torbellino blanco. Después, notó que el vendaval se transformaba en un ciclón; sopló por detrás de él y tiró de su ropa y de su pelo como si fueran banderas cortadas a tiras, atrapadas por la tormenta.

La torre de espesa niebla empezó a moverse hacia él —o él se acercaba a ella, no lo sabía— a una velocidad alarmante. Donde hacía unos segundos había podido diferenciar la forma del embudo, ahora sólo veía una planicie blanca que le consumió.

Notó que la neblina se llevaba su mente y los recuerdos flotaron en sus pensamientos. Todo lo demás se convirtió en dolor.