Capítulo 41

—Volveré —dijo Thomas, y se dio la vuelta para marcharse. Sentía el estómago lleno de ácido—. Tengo que encontrar a Newt y ver si algunos de los mapas se han salvado.

—¡Espera! —chilló Teresa—. ¡Sácame de aquí!

Pero no había tiempo, y Thomas se sintió fatal por ello.

—No puedo… Volveré, te lo prometo.

Se dio la vuelta antes de que ella pudiese protestar y echó a correr hacia la Sala de Mapas y su oscura y brumosa nube de humo. Unas agujas de dolor le pincharon por dentro. Si Teresa tenía razón y habían estado tan cerca de llegar a algún tipo de pista para salir de allí, verlo perderse literalmente en las llamas era tan preocupante que hasta dolía.

Lo primero que Thomas vio al llegar fue a un grupo de clarianos apiñados junto a la puerta de acero, que aún estaba entreabierta y tenía el borde ennegrecido por el hollín. Pero, al acercarse más, se dio cuenta de que estaban rodeando algo que había en el suelo y todos lo miraban. Allí en medio vio a Newt, arrodillado, inclinado sobre un cuerpo.

Minho estaba detrás de él; parecía sucio y consternado, y fue el primero en advertir la presencia de Thomas.

—¿Adonde has ido? —preguntó.

—A hablar con Teresa. ¿Qué ha pasado?

Esperó ansioso el siguiente montón de malas noticias. Minho arrugó la frente por el enfado.

—Nuestra Sala de Mapas se incendia, ¿y tú te vas corriendo a hablar con tu fuca novia? ¿Tú de qué vas?

Thomas sabía que la reprimenda debería haberle afectado, pero su mente estaba demasiado preocupada.

—No creo que eso importe ya. Si no habíais averiguado para qué eran los mapas…

Minho parecía indignado, y la luz pálida y el humo hacían que su rostro fuera casi siniestro.

—Sí, es justo el mejor momento para rendirse. ¿Qué demo…?

—Lo siento. Cuéntame qué ha pasado.

Thomas se apoyó en el hombro de un chico delgaducho que había delante de él para echar un vistazo al cuerpo tendido en el suelo.

Era Alby; estaba boca arriba, con un enorme corte en la frente. La sangre le caía por ambos lados de la cabeza y también hacia los ojos, donde se acumulaba. Newt se la estaba limpiando con un trapo húmedo, con cuidado, y le susurraba preguntas demasiado bajo para oírlas. Thomas, preocupado por Alby a pesar de su reciente mal humor, se volvió hacia Minho y repitió su pregunta.

—Winston le encontró aquí fuera, medio muerto, y con la Sala de Mapas ardiendo. Algunos pingajos entraron y sofocaron el fuego, pero era demasiado tarde. Todos los baúles se han quemado hasta volverse cenizas. Al principio, sospeché de Alby, pero fuera quien fuera el que hizo esto le golpeó la fuca cabeza contra la mesa, ya ves dónde. Es asqueroso.

—¿Quién crees que lo ha hecho?

Thomas dudó si debía contarle el posible descubrimiento que Teresa y él habían hecho. Sin mapas, era discutible.

—Tal vez fue Gally antes de presentarse en la Hacienda y volverse loco. O quizás los laceradores. Ni lo sé ni me importa. Da igual.

A Thomas le sorprendió el repentino cambio de actitud.

—Y ahora, ¿quién es el que se rinde?

La cabeza de Minho se levantó con tanta rapidez que Thomas retrocedió un paso. Vio una ligera expresión de ira que enseguida se convirtió en sorpresa o confusión.

—No me refiero a eso, pingajo.

Thomas entrecerró los ojos, lleno de curiosidad.

—¿Qué…?

—Mantén el pico cerrado de momento —Minho se llevó los dedos a los labios y miró a su alrededor para ver si alguien le estaba observando—. Tú mantén el pico cerrado. Lo sabrás muy pronto.

Thomas respiró hondo y se quedó reflexionando. Si esperaba que los demás fueran honestos, él también tenía que serlo, así que decidió compartir lo del posible código del Laberinto, hubiera mapas o no.

—Minho, necesito contaros algo a ti y a Newt. Y tenemos que soltar a Teresa. Seguro que se está muriendo de hambre y puede servirnos de ayuda.

—Lo último que me preocupa es esa estúpida chica.

Thomas ignoró el insulto.

—Danos unos minutos, tenemos una idea. Quizá funcione si hay suficientes corredores que recuerden sus mapas.

Aquello pareció atraer la atención de Minho, pero seguía habiendo una expresión rara en su rostro, como si Thomas estuviera saltándose algo evidente.

—¿Qué idea?

—Venid conmigo al Trullo. Newt y tú.

Minho se quedó pensando un segundo.

—¡Newt! —le llamó.

—¿Sí?

Newt se levantó y volvió a doblar el trapo ensangrentado en busca de algún trozo limpio. Thomas se dio cuenta de que estaba totalmente manchado de rojo. Minho señaló a Alby.

—Dejemos que los mediqueros se ocupen de él. Tenemos que hablar.

Newt le lanzó una mirada inquisidora y, después, le dio el trapo al clariano más próximo.

—Ve a buscar a Clint y dile que tenemos problemas más gordos que chicos con astillas clavadas —cuando el chico se marchó corriendo para hacer lo que le habían mandado, Newt se apartó de Alby—. ¿De qué tenemos que hablar?

Minho señaló a Thomas con la cabeza, pero no dijo nada.

—Venid conmigo —dijo Thomas.

Luego se dio la vuelta y se dirigió al Trullo sin esperar una respuesta.

• • •

—Sacadla de ahí —Thomas estaba junto a la celda, con los brazos cruzados—. Soltadla y después hablaremos. Confiad en mí: vais a querer oírlo.

Newt estaba cubierto de hollín y suciedad y tenía el pelo apelmazado por el sudor. No parecía estar de muy buen humor.

—Tommy, esto es…

—Por favor. Tú ábrela, sácala de ahí —no podía rendirse esta vez.

Minho estaba delante de la puerta con las manos en las caderas.

—¿Cómo vamos a confiar en ella? —preguntó—. En cuanto se despertó, todo este lugar se hizo pedazos. Hasta ha admitido que ha provocado algo.

—Tiene razón —asintió Newt.

Thomas señaló a Teresa a través de la puerta.

—Podemos confiar en ella. Cada vez que hablamos, es sobre cómo podemos salir de aquí. La han enviado igual que a todos nosotros. Es una tontería pensar que es la responsable de esto.

Newt refunfuñó.

—Entonces, ¿qué coño quería decir con que ha provocado algo?

Thomas se encogió de hombros; se negaba a admitir que Newt tenía razón en eso. Tenía que haber una explicación.

—Quién sabe. Su mente estaba haciendo cosas muy raras cuando despertó. Quizá todos pasamos por lo mismo en la Caja y dijimos incoherencias antes de despertarnos del todo. Tú sácala de ahí.

Newt y Minho intercambiaron una larga mirada.

—Venga —insistió Thomas—. ¿Qué va a hacer, salir corriendo y apuñalar a todos los clarianos hasta matarnos? Vamos.

Minho suspiró.

—Muy bien. Deja que salga esa tonta.

—¡Yo no soy tonta! —gritó Teresa con una voz amortiguada por las paredes—. ¡Estoy oyendo todo lo que decís, imbéciles!

Newt abrió los ojos de par en par.

—Qué chica más dulce has elegido, Tommy.

—Date prisa —repuso Thomas—. Estoy seguro de que tenemos mucho que hacer antes de que los laceradores vuelvan esta noche, si es que no vienen por el día.

Newt resopló y se acercó al Trullo mientras sacaba las llaves. Unos tintineos más tarde, la puerta se abrió.

—Vamos.

Teresa salió del pequeño edificio y fulminó a Newt con la mirada al pasar junto a él. Le lanzó la misma mirada desagradable a Minho y, luego, se detuvo al lado de Thomas. Su brazo rozó el del chico, que notó un cosquilleo y se sintió muy avergonzado.

—Muy bien, habla —dijo Minho—. ¿Qué es tan importante?

Thomas miró a Teresa mientras se preguntaba qué decir.

—¿Qué? —exclamó ella—. ¿Se lo has dicho? Pero ¡si creen que soy una asesina en serie!

—Sí, pareces muy peligrosa —farfulló Thomas, pero se centró en Newt y Minho—. Vale; cuando Teresa salió de su profundo sueño, le vinieron algunos recuerdos a la mente. Ummm… —se calló antes de soltar que se lo había dicho telepáticamente—. Más tarde me dijo que se acordaba de que el Laberinto era un código. Que, quizás, en vez de resolverlo para encontrar una salida, está intentando enviarnos un mensaje.

—¿Un código? —inquirió Minho—. ¿Cómo va a ser un código?

Thomas sacudió la cabeza, deseando poder contestar.

—No lo sé exactamente, tú estás más familiarizado que yo con los mapas. Pero tengo una teoría. Por eso esperaba que vosotros recordarais algo.

Minho miró a Newt con las cejas arqueadas, dudoso.

—¿Qué? —preguntó Thomas, harto de que aún le ocultaran información—. Vosotros dos seguís actuando como si tuvierais un secreto.

Minho se frotó los ojos con ambas manos y respiró hondo.

—Hemos escondido los mapas, Thomas.

Al principio, no lo entendió.

—¿Eh?

Minho señaló hacia la Hacienda.

—Hemos escondido los puñeteros mapas en la sala de armas; los guardamos allí por la advertencia de Alby. Y por el llamado Final que tu novia ha provocado.

Thomas se entusiasmó tanto al oír aquella noticia que, por un instante, se olvidó de lo horribles que estaban las cosas. Recordó que Minho había actuado de manera sospechosa el día anterior, cuando le dijo que le habían encomendado una tarea especial. Thomas miró a Newt, que asintió.

—Están sanos y salvos —afirmó Minho—. Todos y cada uno de esos cabrones. Así que, si tienes una teoría, empieza a hablar.

—Llevadme hasta ellos —dijo Thomas, que se moría por echarles un vistazo.

—Vale, vamos.