Capítulo 39

Los ojos de Gally ardían de locura. Tenía la ropa hecha jirones y estaba sucio. Se dejó caer de rodillas y permaneció allí, con el pecho sacudiéndosele por la agitada respiración. Echó un vistazo a la habitación como un perro rabioso que busca a quién morder. Nadie pronunció palabra. Era como si todos creyeran, al igual que Thomas, que Gally sólo era producto de su imaginación.

—¡Os matarán! —gritó Gally, con babas volando por todos sitios—. ¡Los laceradores os matarán a todos, uno cada noche hasta que se haya acabado!

Thomas observó estupefacto cómo Gally se ponía de pie tambaleándose y avanzaba, arrastrando la pierna derecha con una fuerte cojera. Nadie en la habitación movió un músculo mientras le miraban, sin duda demasiado atónitos para hacer nada. Hasta Newt estaba boquiabierto. Thomas tenía casi más miedo de la visita sorpresa que de los laceradores al otro lado de la ventana.

Gally se detuvo a unos pasos frente a Thomas y Newt, y señaló a Thomas con un dedo lleno de sangre.

—Tú —espetó con un aire despectivo tan acusado que pasó por completo de cómico a perturbador—, ¡es todo culpa tuya!

Sin previo aviso, apretó la mano izquierda hasta convertirla en un puño para intentar pegar a Thomas y le dio en la oreja. El muchacho gritó y se cayó, más por la sorpresa que por el daño. Se puso de pie como pudo en cuanto tocó el suelo.

Finalmente, Newt salió de su aturdimiento y empujó a Gally, que retrocedió a trompicones hasta caer encima del escritorio que había junto a la ventana. La lámpara se volcó y cayó al suelo, donde se rompió en mil pedazos. Thomas supuso que Gally contraatacaría, pero se irguió y miró a todos con sus ojos de loco.

—No puede resolverse —dijo con una voz calmada y distante que daba miedo—. El fuco Laberinto os matará a todos, pingajos… Os matarán los laceradores…, uno cada noche hasta que se acabe… Yo… Es mejor así… —bajó la vista al suelo—. Sólo matarán a uno por noche… Sus estúpidas Variables…

Thomas escuchó sobrecogido, intentando contener su miedo para poder memorizar todo lo que decía el chico desquiciado. Newt dio un paso adelante.

—Gally, cierra el maldito pico. Hay un lacerador al otro lado de la ventana. Siéntate y cállate; tal vez se marche.

Gally alzó la vista con los ojos entrecerrados.

—No te enteras, Newt. Eres demasiado estúpido, siempre has sido demasiado estúpido. No hay salida. ¡No hay manera de ganar! ¡Os van a matar a todos, uno a uno!

Al gritar la última palabra, Gally se arrojó contra la ventana y empezó a arrancar las tablas de madera como un animal salvaje que intenta escapar de una jaula. Antes de que Thomas o cualquier otro pudiera reaccionar, ya había sacado un tablón, que tiró al suelo.

—¡No! —gritó Newt, y corrió hacia él.

Thomas le siguió para ayudarle, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo.

Gally arrancó la segunda tabla justo cuando Newt le alcanzó. La echó hacia atrás con ambas manos, le dio a Newt en la cabeza y lo lanzó sobre la cama, donde un poco de sangre salpicó las sábanas. Thomas se detuvo de golpe y se preparó para luchar.

—¡Gally! —gritó Thomas—. ¿Qué estás haciendo?

El chico escupió al suelo, jadeando como un perro sin aliento.

—¡Cállate la fuca boca, Thomas! ¡Cállate! Sé quién eres, pero ya no me importa. Sólo hago lo correcto.

Thomas notó como si tuviera los pies pegados al suelo. Se sentía totalmente desconcertado por lo que Gally estaba diciendo. Vio cómo el chico arrancaba la última tabla. En cuanto el trozo de madera del que se había deshecho tocó el suelo, el vidrio de la ventana explotó hacia dentro como un enjambre de avispas de cristal. Thomas se tapó la cara y se tiró al suelo, arrastrándose con las piernas lo máximo posible. Cuando chocó contra la cama, se preparó y alzó la vista para ver cómo acababa su mundo.

El cuerpo palpitante y bulboso de un lacerador se retorcía a través de la ventana destrozada, con sus brazos metálicos repletos de tenazas que se abrían y cerraban en todas las direcciones. Thomas estaba tan asustado que apenas se había dado cuenta de que los que estaban en la habitación habían salido huyendo por el pasillo; todos, excepto Newt, que se hallaba inconsciente, tumbado sobre la cama.

Paralizado, Thomas observó cómo uno de los largos brazos del lacerador se extendía hacia el cuerpo inmóvil. Eso fue todo lo que le hizo falta para librarse del miedo. Se puso de pie enseguida y buscó un arma en el suelo a su alrededor. Lo único que vio fueron cuchillos, y ahora no le servían de ayuda. El pánico le inundó y le consumió.

Entonces Gally se puso a hablar de nuevo y el lacerador echó hacia atrás su brazo, como si lo necesitara para observar y escuchar. Pero su cuerpo seguía agitándose, para seguir avanzando hacia el interior.

—¡Nadie lo entiende! —gritaba el chico por encima del espantoso ruido de la criatura, que se abría camino cada vez más hacia el interior de la Hacienda y destrozaba la pared en mil pedazos—. ¡Nadie entiende lo que he visto, lo que me hizo el Cambio! ¡No vuelvas al mundo real, Thomas! ¡No querrás… recordar!

Gally le lanzó a Thomas una larga mirada de angustia, con los ojos llenos de terror; luego se dio la vuelta y se echó hacia el retorcido cuerpo del lacerador. Thomas dio un grito mientras observaba cómo todos los brazos extendidos del monstruo se retraían de inmediato para agarrar los brazos y las piernas de Gally, de modo que ni pudiera escapar ni ser rescatado. El cuerpo del chico se hundió varios centímetros en la carne blanda de la criatura con un espantoso ruido de succión. Entonces, a una velocidad pasmosa, el lacerador salió por el marco roto de la ventana y comenzó a descender hacia el suelo.

Thomas corrió hasta el agujero irregular y miró hacia abajo justo a tiempo de ver el lacerador aterrizar y desaparecer rodando. El cuerpo de Gally aparecía y desaparecía mientras aquel bicho avanzaba. Las luces del monstruo brillaban con fuerza, proyectando un extraño resplandor amarillo por la piedra de la Puerta Oeste, por donde el lacerador salió hacia las profundidades del Laberinto. Después, unos segundos más tarde, varios laceradores fueron tras él, zumbando y chasqueando como si celebrasen su victoria.

Thomas se encontraba tan mal que hasta tenía ganas de vomitar. Empezó a apartarse de la ventana, pero algo en el exterior atrajo su atención. Enseguida se asomó para verlo mejor. Una figura corría por el patio del Claro hacia la salida por la que se habían llevado a Gally.

A pesar de la poca luz que había, Thomas se dio cuenta inmediatamente de quién era. Gritó para que se detuviera, pero era demasiado tarde.

Minho, corriendo a toda velocidad, desapareció en el Laberinto.