Capítulo 37

Thomas se quedó sin habla. Ahora todo sería distinto. No había sol ni provisiones, ni estaban protegidos de los laceradores. Teresa había tenido razón desde el principio: todo había cambiado. Thomas notó como si su respiración se hubiese solidificado hasta quedarse atascada en la garganta.

Alby señaló a la chica.

—Quiero que la encerremos. Ya. ¡Billy! ¡Jackson! Metedla en el Trullo e ignorad cualquier palabra que salga de su fuca boca.

Teresa no reaccionó, pero Thomas ya lo hizo por ambos:

—¿Qué dices? Alby, no puedes… —se calló cuando los encendidos ojos de Alby le lanzaron una mirada de ira que afectó a los latidos de su corazón—. Pero… ¿cómo puedes echarle la culpa de que no se cierren los muros?

Newt dio un paso adelante y colocó suavemente una mano en el pecho de Alby para empujarle hacia atrás.

—¿Por qué no, Tommy? Lo ha admitido ella misma.

Thomas se volvió hacia Teresa, pálido por la tristeza que reflejaban sus ojos azules. Era como si algo se le hubiera metido en el pecho y le oprimiera el corazón.

—Alégrate de no acompañarla, Thomas —dijo Alby. Les lanzó una mirada asesina a los dos antes de marcharse. Thomas nunca había tenido tantas ganas de darle un puñetazo a alguien.

Billy y Jackson avanzaron y cogieron a Teresa por ambos brazos para llevársela, aunque, antes de que cruzaran por entre los árboles, Newt les detuvo.

—Quedaos con ella. Pase lo que pase, nadie va a tocar a esta chica. Juradlo por vuestras vidas.

Los dos guardias asintieron y, después, se marcharon con Teresa a la zaga. A Thomas le dolió incluso más ver que ella no oponía resistencia. No podía creerse lo triste que se sentía; quería seguir hablando con ella.

«Pero la acabo de conocer —pensó—. Ni siquiera sé quién es».

Sin embargo, él sabía que aquello no era cierto. Sentía que tenían una estrecha relación y eso sólo podía ser porque la conocía de antes de que le borraran la memoria al enviarlo al Claro.

Ven a verme —le dijo ella en su mente.

No sabía cómo hacerlo, cómo hablar con ella de ese modo. Pero lo intentó de todas formas:

Iré. Al menos, allí estarás a salvo.

No contestó.

¿Teresa?

Nada.

Los siguientes treinta minutos fueron un estallido de confusión en masa.

Aunque no se había producido ningún cambio perceptible en la luz desde que el sol y el cielo azul no habían aparecido aquella mañana, era como si la oscuridad se extendiera por el Claro. Mientras Newt y Alby reunían a los guardianes para que asignaran las tareas y metieran a sus grupos en la Hacienda en una hora, Thomas no se sentía más que como un espectador, sin estar seguro de si podía ayudar.

A los constructores —sin su líder, Gally, que seguía perdido— les ordenaron que levantaran barricadas a ambos lados de cada puerta abierta; obedecieron, aunque Thomas sabía que no quedaba tiempo suficiente y no había materiales que sirvieran de mucho. Casi le parecía que los guardianes querían que la gente estuviera ocupada, que querían retrasar los inevitables ataques de pánico. Thomas ayudó a los constructores a reunir todas las cosas sueltas que pudieron encontrar para apilarlas en los espacios vacíos y las aseguraron tanto como fue posible para que no se cayeran. Tenían muy mala pinta y le parecían patéticas, además de darle un miedo de muerte, pues de ningún modo iban a impedir que los laceradores entraran.

Mientras Thomas trabajaba, alcanzó a ver el resto de actividades que tenían lugar en el Claro.

Juntaron todas las linternas que había y las repartieron entre todos los que pudieron; Newt dijo que habían previsto que todo el mundo durmiera en la Hacienda esa noche y que apagarían las luces, salvo en caso de emergencia. La tarea de Fritanga era sacar toda la comida no perecedera de la cocina y almacenarla en la Hacienda, en caso de que se quedaran allí atrapados. Thomas se imaginó lo horrible que sería aquello. Otros estaban recogiendo provisiones y herramientas. Thomas vio a Minho llevando armas del sótano al edificio principal. Alby había dejado claro que no podían arriesgarse: iban a convertir la Hacienda en su fortaleza y debían hacer lo que fuese necesario para defenderla.

Al final, Thomas se escabulló de los constructores y ayudó a Minho a llevar unas cajas de cuchillos y unos palos envueltos en alambre de espino. Entonces Minho dijo que Newt le había mandado hacer algo especial; más o menos, le ordenó a Thomas que se perdiera y se negó a contestar a ninguna de sus preguntas.

Aquello hirió los sentimientos de Thomas, pero se marchó de todos modos, pues quería hablar con Newt sobre otra cosa. Finalmente, le encontró mientras cruzaba el Claro hacia la Casa de la Sangre.

—¡Newt! —le llamó, corriendo para alcanzarle—. Tienes que escucharme.

Newt se paró tan de pronto que Thomas casi chocó con él. El chico mayor se volvió y le miró con tal desdén que se lo pensó dos veces antes de decir nada.

—Rapidito —dijo Newt.

Thomas casi enmudeció, pues no estaba seguro de cómo decir lo que estaba pensando.

—Tienes que soltar a la chica. Teresa —sabía que ella sólo iba a ayudar y que aún podía recordar algo valioso.

—Ah, me alegra saber que ahora sois colegas —Newt empezó a caminar—. No me hagas perder el tiempo, Tommy.

Thomas le agarró del brazo.

—¡Escúchame! Hay algo en ella… Creo que nos enviaron para ayudar a terminar con todo esto.

—Sí, ¿ayudar a que entren los laceradores y nos maten a todos? He oído planes malísimos, verducho, pero este se lleva la palma.

Thomas resopló para que Newt viera lo frustrado que sentía.

—No, no creo que el hecho de que los muros estén abiertos sea para eso.

Newt se cruzó de brazos; parecía exasperado.

—Verducho, ¿de qué estás hablando?

Desde que Thomas había visto las palabras escritas en la pared del Laberinto, «CATÁSTROFE RADICAL: UNIDAD DE EXPERIMENTOS LETALES», no había dejado de pensar en ellas. Sabía que si alguien podía creerle, ese era Newt.

—Creo… Creo que estamos aquí como parte de algún extraño experimento, prueba o algo parecido. Pero se supone que tiene que terminar de algún modo. No podemos vivir aquí para siempre. Los que nos han enviado quieren que acabemos. De un modo u otro —Thomas se sintió aliviado al sacárselo del pecho.

Newt se frotó los ojos.

—¿Y se supone que así vas a convencerme de que todo está bien para que suelte a la chica? ¿Porque la tenemos aquí y, de repente, todo es «haz algo o muere»?

—No, no me estás entendiendo. No creo que tenga nada que ver con que nosotros estemos aquí. No es más que un peón. Nos la han enviado como nuestra última herramienta o pista, o lo que sea, para ayudarnos a salir —Thomas respiró hondo—. Y creo que a mí también me enviaron con ese propósito. Sólo porque haya provocado el Final no significa que sea mala.

Newt miró hacia el Trullo.

—¿Sabes qué? Ahora mismo no me importa una clonc. Puede pasar una noche ahí. En cualquier caso, estará más a salvo que nosotros.

Thomas asintió; estaba de acuerdo.

—Vale, pasaremos esta noche como sea. Mañana, cuando sea de día y estemos a salvo, ya veremos qué hacemos con ella. Averiguaremos lo que se supone que tenemos que hacer.

Newt resopló.

—Tommy, ¿qué tendrá mañana de diferente? Llevamos aquí dos malditos años, ¿sabes?

Thomas tenía el presentimiento de que todos aquellos cambios eran un estímulo, un catalizador para el final.

—Que ahora tenemos que resolverlo. Nos han obligado. No podemos seguir viviendo así, día a día, pensando en que lo más importante es regresar al Claro antes de que se cierren las puertas para estar cómodos y seguros.

Newt lo pensó un segundo allí de pie, con el ajetreo de los preparativos de los clarianos a su alrededor.

—Tenemos que ir más allá. Quedarnos ahí fuera mientras las paredes se mueven.

—Exacto —convino Thomas—. A eso me refería precisamente. Y quizá podamos levantar una barricada o volar por los aires la entrada del Agujero de los Laceradores. Hacer tiempo para analizar el Laberinto.

—Alby es el único que no permitirá que soltemos a la chica —dijo Newt, y señaló con la cabeza hacia la Hacienda—. A ese tío no le moláis mucho vosotros dos. Pero ahora mismo tenemos que callarnos y conseguir llegar a mañana.

Thomas asintió.

—Podemos vencerlos.

—Ya lo has hecho antes, ¿eh, Hércules?

Sin sonreír ni esperar una respuesta, Newt se marchó y empezó a gritar a la gente que acabara y se metiera en la Hacienda.

Thomas se alegró de haber tenido aquella conversación. Había ido tan bien como podía haber esperado. Decidió darse prisa e ir a hablar con Teresa antes de que fuese demasiado tarde. Mientras corría hacia el Trullo, en la parte trasera de la Hacienda, observó cómo los clarianos empezaban a entrar, la mayoría con los brazos cargados de cosas.

Thomas se paró fuera de la pequeña cárcel y recobró el aliento.

—¿Teresa? —la llamó por fin a través de los barrotes de la ventana de la celda sin luz.

Su rostro apareció al otro lado, sobresaltándole. A Thomas se le escapó un gritito antes de poder contenerse y tardó un segundo en recuperarse.

—¡Menudo susto me has dado!

—¡Qué bonito! —replicó ella—. Gracias —en la oscuridad, sus ojos azules brillaban como los de un gato.

—De nada —respondió él, ignorando su sarcasmo—. Oye, he estado pensando —se dejó caer en el suelo para poner en orden sus ideas.

—Más de lo que se puede decir de ese gilipollas de Alby —masculló.

Thomas estaba de acuerdo, pero se moría de ganas de contar lo que le había ido a decir.

—Tiene que haber un modo de salir de este sitio. Sólo tenemos que seguir buscando, quedarnos en el Laberinto más tiempo. Lo que escribiste en tu brazo y lo que dijiste del código tienen que significar algo, ¿verdad?

«Tiene que ser algo», pensó. No podía evitar tener esperanza.

—Sí, he estado pensando lo mismo. Pero, antes que nada, ¿puedes sacarme de aquí?

Sus manos aparecieron para agarrar los barrotes de la ventana. Thomas sintió unas ganas ridículas de alargar sus propias manos para tocarlas.

—Bueno, Newt ha dicho que tal vez salgas mañana —Thomas estaba contento por haber conseguido aquella concesión—. Tendrás que pasar la noche ahí dentro. Puede que sea el lugar más seguro del Claro.

—Gracias por preguntarle. Será divertido dormir en este suelo frío —señaló detrás de ella con el pulgar—. Aunque supongo que los laceradores no podrán atravesar esta ventana, así que estaré bien, ¿no?

La mención de los laceradores le sorprendió. No recordaba haberle hablado de ellos todavía.

—Teresa, ¿estás segura de que lo has olvidado todo?

Ella se quedó pensando un segundo.

—¡Qué raro! Me imagino que recuerdo algunas cosas. A menos que haya oído hablar a la gente mientras estaba en coma.

—Bueno, supongo que ahora mismo no tiene importancia. Sólo quería verte antes de pasar la noche dentro.

Pero no se quería marchar, casi deseaba meterse en el Trullo con ella. Sonrió para sus adentros; se imaginaba lo que diría Newt ante aquella petición.

—¿Tom? —dijo Teresa.

Thomas se dio cuenta de que estaba en las nubes.

—Ah, perdona. ¿Sí?

Ella retiró las manos hacia dentro y estas desaparecieron. Lo único que podía ver eran sus ojos y el brillo pálido de su piel blanca.

—No sé si podré pasar la noche encerrada en esta cárcel.

Thomas sintió una tristeza increíble. Quería robar las llaves de Newt y ayudarla a escapar. Pero sabía que era una tontería. Tendría que sufrir y apañárselas. Se quedó con la vista clavada en aquellos ojos brillantes.

—Al menos, no estarás totalmente a oscuras. Por lo visto, ahora estamos atrapados en esta especie de crepúsculo las veinticuatro horas del día.

—Sí… —miró detrás de él, hacia la Hacienda, y luego volvió a centrarse en Thomas—. Soy una chica fuerte, estaré bien.

El chico se sintió fatal por tener que dejarla allí, pero sabía que no le quedaba otra opción.

—Me aseguraré de que lo primero que hagan mañana sea sacarte de aquí, ¿vale?

Ella sonrió para hacerle sentir mejor.

—¿Me lo prometes?

—Prometido —Thomas se dio unos golpecitos en la sien derecha—. Y si te sientes sola, puedes hablarme con tu… truco todo lo que quieras. Intentaré responderte.

Ya lo había aceptado y casi quería que lo hiciera. Sólo esperaba saber cómo contestarle para poder mantener una conversación.

No tardarás en conseguirlo —le aseguró Teresa en su mente.

—Ojalá.

Se quedó allí, sin ningunas ganas de marcharse. En absoluto.

—Será mejor que te vayas —dijo la muchacha—. No quiero que te maten brutalmente por mi culpa.

Thomas se las arregló para sonreír al oír sus palabras.

—Muy bien. Hasta mañana.

Y, antes de que pudiera cambiar de opinión, se escabulló por una esquina hacia la puerta principal de la Hacienda, justo cuando el último par de clarianos entraba y Newt los empujaba como si fuesen gallinas descarriadas. Thomas también entró, seguido de Newt, que cerró la puerta detrás de él.

Justo antes de que pasara el pestillo, Thomas creyó oír el primer gemido estremecedor de los laceradores, que venían de algún sitio del interior del Laberinto.

La noche había empezado.