Capítulo 36

Thomas no quería verla. No quería ver a nadie.

En cuanto Newt se dispuso a marcharse para hablar con la chica, Thomas se escabulló con la esperanza de que nadie le viera entre tanto entusiasmo. Al estar todos concentrados en la extraña que acababa de despertar del coma, resultaría fácil. Bordeó el Claro, luego echó a correr y se dirigió a su lugar aislado detrás del bosque de los Muertos.

Se agachó en un rincón, acurrucado en la hiedra, y se echó la manta por encima, tapándose hasta la cabeza. De algún modo, creía que era una manera de esconderse de la intrusión de Teresa en su mente. Pasaron unos minutos y, por fin, su corazón se calmó hasta normalizar su ritmo.

—Olvidarme de ti ha sido la peor parte.

Al principio, Thomas pensó que era otro mensaje en su cabeza y apretó los puños contra sus orejas. Pero no, había sido… diferente. Lo había percibido con los oídos. Era la voz de la chica. Unos escalofríos le recorrieron la espalda y, despacio, retiró la manta.

Teresa estaba a su derecha, apoyada en el sólido muro de piedra. Parecía muy distinta ahora, despierta y alerta. De pie. Llevaba una camiseta blanca de manga larga, unos vaqueros azules y unos zapatos marrones. Aunque pareciera imposible, era incluso más atractiva que cuando la había visto en coma. El pelo negro enmarcaba su rostro de piel clara y unos ojos azules como llamas.

—Tom, ¿de verdad no te acuerdas de mí? —su voz sonó suave en contraste con el sonido fuerte y enloquecido que salió de ella la primera vez que la vio, cuando dio el mensaje de que «todo iba a cambiar».

—Es que… ¿me recuerdas? —preguntó, avergonzado por el gallo que le salió al pronunciar la última palabra.

—Sí. No. Quizás —alzó los brazos, indignada—. No puedo explicarlo.

Thomas abrió la boca y, después, la cerró sin decir nada.

—Recuerdo recordar —masculló, y se sentó dando un gran suspiro. Flexionó las piernas para rodearse las rodillas con los brazos—. Sentimientos. Emociones. Como si tuviera todas esas estanterías en mi cabeza, etiquetadas con recuerdos y caras, pero estuvieran vacías. Como si todo lo anterior a esto estuviera al otro lado de una cortina blanca. Incluido tú.

—Pero ¿cómo sabes mi nombre? —notaba como si las paredes dieran vueltas a su alrededor.

Teresa se volvió hacia él.

—No lo sé. Es por algo que pasó antes de que viniéramos al Laberinto. Algo relacionado con nosotros. Como te he dicho, está casi todo vacío.

—¿Sabes lo del Laberinto? ¿Quién te lo ha contado? Te acabas de despertar.

—Yo… Ahora todo es muy confuso —extendió una mano hacia él—. Pero sé que eres mi amigo.

Casi aturdido, Thomas retiró la manta del todo y se inclinó hacia delante para estrecharle la mano.

—Me gusta que me llames Tom.

En cuanto lo dijo, supo que no podía haber dicho nada más tonto. Teresa puso los ojos en blanco.

—Así es como te llamas, ¿no?

—Sí, pero la mayoría me llama Thomas. Bueno, excepto Newt; él me llama Tommy. Tom me hace sentir… como si estuviera en casa o algo así. Aunque no sé qué es mi casa —soltó una carcajada amarga—. Estamos metidos en un buen lío, ¿eh?

Por primera vez, la vio sonreír y casi tuvo que apartar la vista, como si algo tan bonito no pudiera pertenecer a un sitio tan gris y apagado, como si no tuviera derecho a mirar su expresión.

—Sí, estamos en un buen lío —convino—. Y yo estoy asustada.

—Igual que yo, de verdad —lo que fue el eufemismo del día.

Ambos se quedaron un rato mirando el suelo.

—¿Qué…? —empezó a decir él, sin estar seguro de cómo preguntarlo—. ¿Cómo… has hablado dentro de mi mente?

Teresa negó con la cabeza.

Ni idea. Lo hago y punto —le contestó con la mente y, luego, volvió a hablar en voz alta:

—Es como si intentaras montar en bici aquí…, si hubiese alguna. Me apuesto lo que quieras a que podrías hacerlo sin pararte a pensarlo. Pero ¿te acuerdas de cuándo aprendiste a montar en bici?

—No. Bueno…, recuerdo montar en una, pero no cuándo aprendí —hizo una pausa al sentir una oleada de tristeza—. Ni quién me enseñó.

—Bueno —contestó ella, parpadeando, como si estuviera avergonzada por su repentina melancolía—. De todos modos…, funciona así, más o menos.

—Eso aclara las cosas.

Teresa se encogió de hombros.

—No se lo habrás contado a nadie, ¿no? Creerán que estamos locos.

—Bueno…, la primera vez que ocurrió, sí. Pero creo que Newt pensaba que estaba estresado o algo por el estilo —Thomas se sintió inquieto, como si fuera a volverse loco si no se movía. Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro delante de ella—. Tenemos que averiguar qué pasa. Aquella nota que trajiste sobre que eras la última persona que iba a venir, tu coma, el hecho de que puedas hablarme por telepatía… ¿Alguna idea?

Teresa le seguía con la mirada mientras caminaba de un lado a otro.

—Ahorra aliento y deja de hacer preguntas. Lo único que tengo son vagos recuerdos… de que tú y yo éramos importantes, de que nos usaban de algún modo. De que vinimos aquí por alguna razón. Sé que provoqué el Final, sea lo que sea que signifique eso —refunfuñó, y se ruborizó—. Mis recuerdos son tan inútiles como los tuyos.

Thomas se arrodilló ante ella.

—No. Bueno, tú sabes que me han borrado la memoria sin preguntármelo… y todo lo demás. Estás por encima de mí y del resto.

Se miraron a los ojos durante un buen rato. Era como si la mente de la chica estuviera dando vueltas, intentando darle sentido a todo.

No lo sé —dijo en su mente.

—Ya estás otra vez —se quejó Thomas en voz alta, aunque estaba aliviado de que su truco ya no le pusiera nervioso—. ¿Cómo lo haces?

—Lo hago y ya está. Me apuesto lo que sea a que tú también puedes.

—Bueno, no puedo negar que me muero de ganas de intentarlo —se sentó y flexionó las piernas como ella había hecho—. Me dijiste algo (en mi cabeza) justo cuando me encontraste aquí. Dijiste: «El Laberinto es un código». ¿A qué te referías?

Ella negó con la cabeza, despacio.

—Al principio, cuando me desperté, era como si me hubieran internado en un manicomio. Esos chicos extraños alrededor de mi cama, el mundo inclinándose sobre mí, los recuerdos arremolinándose en mi mente… Traté de agarrar unos cuantos y ese fue uno de ellos. Me acuerdo de por qué lo dije.

—¿Y había algo más?

—Pues la verdad es que sí —se remangó la manga izquierda y dejó el brazo al descubierto. Había algo escrito con letra pequeña y tinta negra.

—¿Qué es eso? —preguntó Thomas, inclinándose para verlo mejor.

—Léelo tú mismo.

La letra estaba borrosa, pero pudo distinguir lo que ponía cuando se acercó:

CRUEL es buena

El corazón de Thomas empezó a latir con fuerza.

—He visto esa palabra, «CRUEL» —buscó en su mente, tratando de averiguar qué significaría aquella frase—. En las pequeñas criaturas que viven aquí. Las cuchillas escarabajo.

—¿Qué son? —preguntó la chica.

—Unas maquinitas con forma de lagarto que nos espían para los creadores, los que nos enviaron aquí.

Teresa lo consideró un momento con la vista fija en la distancia y, después, se centró en su brazo.

—No recuerdo por qué escribí esto —dijo mientras se chupaba el pulgar y empezaba a frotar las palabras para borrarlas—. Pero no dejes que lo olvide; debe de significar algo.

Aquellas tres palabras recorrieron la mente de Thomas una y otra vez.

—¿Cuándo lo escribiste?

—Cuando me desperté. Tenían un bolígrafo y un bloc al lado de la cama. En medio del jaleo, lo apunté.

Aquella chica tenía a Thomas desconcertado. Primero, la conexión que había sentido hacia ella desde el principio; luego, que le hablara mentalmente y, ahora, esto.

—Todo lo relacionado contigo es raro. Lo sabes, ¿no?

—A juzgar por el lugar donde te escondes, diría que tú tampoco eres muy normal. Te gusta vivir en el bosque, ¿eh?

Thomas intentó poner mala cara y luego se rio. Le parecía patético y hasta se avergonzaba de esconderse en el bosque.

—Bueno, me resultas familiar y dices que somos amigos. Supongo que puedo confiar en ti.

Le ofreció la mano para volver a estrechársela, Teresa la aceptó y, esta vez, se quedó sujetándola un rato. Un escalofrío sorprendentemente agradable recorrió el cuerpo de Thomas.

—Lo único que quiero es volver a casa —dijo la chica, y al final le soltó la mano—. Igual que todos vosotros.

A Thomas se le cayó el alma a los pies al volver a la realidad y recordar lo desalentador que se había vuelto el mundo.

—Sí, bueno, ahora las cosas están bastante mal. El sol ha desaparecido y el cielo se ha puesto gris, no nos envían las provisiones semanales… Parece que las cosas van a terminar de un modo u otro.

Pero, antes de que Teresa pudiera responder, Newt llegó corriendo al bosque.

—¿Cómo…? —exclamó cuando se paró delante de ellos. Alby y unos cuantos más estaban justo detrás. Newt miró a Teresa—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? El mediquero dijo que estabas allí y, al segundo, habías desaparecido.

Teresa se levantó con una seguridad que sorprendió a Thomas.

—Supongo que se le olvidó la parte en que le di una patada en la entrepierna y salí por la ventana.

Thomas casi se rio cuando Newt se volvió hacia un chico mayor que había por allí cerca, al que se le había sonrojado la cara.

—Felicidades, Jeff —dijo Newt—. Oficialmente, eres el primer chico de aquí al que una chica da una paliza.

Teresa no se detuvo:

—Sigue hablando así y tú serás el próximo.

Newt se dio la vuelta hacia ellos, pero su cara reflejaba cualquier cosa menos miedo. Se quedó allí en silencio, observándolos. Thomas le miró, preguntándose qué le pasaría al chico por la cabeza. Alby se acercó.

—Ya me he hartado —señaló el pecho de Thomas, casi dándole unos golpecitos—. Quiero saber quién eres, quién es esta pingaja y por qué os conocéis.

Thomas casi se acobardó.

—Alby, te juro…

—¡Ha venido directa a ti nada más despertar, cara fuco!

La ira se apoderó de Thomas y también la preocupación por que Alby se pusiera como Ben.

—¿Y qué? La conozco, me conoce o, al menos, antes nos conocíamos. ¡Eso no significa nada! No me acuerdo de nada. Ni ella tampoco.

Alby miró a Teresa.

—¿Qué has hecho?

Thomas, confundido por la pregunta, miró a Teresa para ver si ella sabía a lo que se estaba refiriendo. Pero no contestó.

—¡Qué has hecho! —gritó Alby—. Primero, el cielo y, ahora, esto.

—He provocado algo —respondió con la voz calmada—. No lo he hecho adrede, lo prometo. El Final. No sé qué significa.

—¿Qué pasa, Newt? —preguntó Thomas, sin querer hablar con Alby directamente—. ¿Qué ha ocurrido?

Pero Alby le agarró por la camiseta.

—¿Qué ha ocurrido? Yo te diré lo que ha ocurrido, pingajo. ¿Estás demasiado ocupado mirando a tu enamorada para ver lo que hay a tu alrededor? ¡Para molestarte en darte cuenta de la hora que es!

Thomas miró su reloj y advirtió aterrorizado algo en lo que no había caído. Supo lo que Alby estaba a punto de decir antes de que lo dijera.

—Los muros, foder. Las puertas. No se cierran esta noche.