Capítulo 28

Thomas siguió a Newt escaleras abajo y salieron de la Hacienda hacia la brillante luz de la tarde. Ninguno de los dos jóvenes pronunció palabra durante un rato. Para Thomas, las cosas se ponían cada vez peor.

—¿Tienes hambre, Tommy? —preguntó Newt cuando estuvieron fuera.

Thomas no podía creerse que le preguntara aquello.

—¿Hambre? Tengo ganas de vomitar después de lo que acabo de ver. No, no tengo hambre.

Newt sólo sonrió abiertamente.

—Bueno, pues yo sí, pingajo. Vamos a buscar algunas sobras del almuerzo. Tenemos que hablar.

—No sé por qué, pero sabía que ibas a decir algo parecido.

No importaba lo que hiciera, cada vez estaba más metido en los asuntos del Claro. Y estaba acostumbrándose a que fuera así.

Fueron directos a la cocina, donde, a pesar de las quejas de Fritanga, pudieron coger unos bocadillos de queso y unas verduras crudas. Thomas no podía ignorar el modo extraño que tenía de mirarle el guardián de los cocineros, cuyos ojos se apartaban cada vez que Thomas miraba hacia él. Algo le decía que aquel tipo de trato a partir de ahora sería la norma. Por alguna razón, era distinto al resto de los clarianos. Se sentía como si hubiese vivido toda una vida desde que le habían borrado la memoria, pero tan sólo había pasado una semana.

Los chicos decidieron salir a comer afuera y, unos minutos más tarde, se encontraron en la pared oeste, contemplando las muchas actividades que tenían lugar en el Claro, apoyados en un sitio donde la hiedra era muy espesa. Thomas se obligó a comer; por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, tenía que asegurarse de tener fuerzas para enfrentarse a cualquier locura que ocurriese a continuación.

—¿Alguna vez habías visto algo parecido? —preguntó Thomas al cabo de un minuto.

Newt le miró con una repentina expresión de tristeza.

—¿A lo que Alby acaba de hacer? No. Nunca. Pero es que nadie había intentado contarnos sus recuerdos del Cambio. Siempre se niegan. Alby trató de… Debe de ser por lo que se volvió loco durante un momento.

Thomas dejó de masticar. ¿Podía controlarlos de algún modo la gente que había detrás del Laberinto? Era una idea espeluznante.

—Tenemos que encontrar a Gally —dijo Newt, cambiando de tema, mientras mordía una zanahoria—. El cabrón se ha pirado para esconderse en algún sitio. En cuanto acabemos de comer, tengo que encontrarle para meterle en la cárcel.

—¿En serio?

Thomas no pudo evitar sentir una inyección de euforia al pensarlo. Estaría encantado de ser él mismo quien cerrara la puerta de golpe y tirara la llave.

—Ese pingajo amenazó con matarte y tenemos que asegurarnos de que no vuelva a pasar. Ese cara fuco va pagar bien caro el actuar de esa manera. Tiene suerte de que no le desterremos. Recuerda lo que te dije sobre el orden.

—Sí.

La única preocupación de Thomas era que Gally no le odiara aún más porque le metieran en la cárcel.

«No me importa —pensó—. Ya no me da miedo ese tío».

—Esto es lo que haremos, Tommy —dijo Newt—: Estarás conmigo el resto del día; tenemos que resolver algunas cosas. Dejaremos para mañana el Trullo. Después, te irás con Minho, y quiero que te mantengas alejado de los otros pingajos por un tiempo. ¿Lo pillas?

Thomas estaba más que dispuesto a obedecer. Estar casi todo el tiempo solo le parecía una idea genial.

—Me parece perfecto. Entonces, ¿Minho va a entrenarme?

—Exacto. Ahora eres un corredor. Minho te enseñará. El Laberinto, los mapas, todo. Tienes mucho que aprender. Espero que te rompas el culo a trabajar.

A Thomas le sorprendía que la idea de entrar al Laberinto no le asustara tanto como esperaba. Decidió hacer lo que Newt le dijo, con la esperanza de que le ayudara a mantener la mente distraída; aunque, en su interior, lo que esperaba era salir del Claro lo antes posible. Evitar a los demás era su nueva meta en la vida.

Los jóvenes se quedaron sentados en silencio, acabándose sus almuerzos, hasta que Newt empezó a hablar de lo que realmente quería. Hizo una bola con su basura y miró a Thomas a los ojos.

—Thomas —comenzó—, necesito que aceptes algo. Lo hemos oído demasiadas veces para negarlo y ha llegado la hora de discutirlo.

Thomas sabía a lo que se refería, pero estaba asustado. Tenía pavor a aquellas palabras.

—Gally lo dijo. Ben lo dijo. Alby lo ha dicho —continuó Newt—. La chica, después de que la sacáramos de la Caja…, lo dijo —hizo una pausa, tal vez esperando que Thomas le preguntara a qué se refería. Pero ya lo sabía.

—Todos dicen que las cosas van a cambiar.

Newt apartó la mirada un momento y, luego, se dio la vuelta.

—Es cierto. Gally, Alby y Ben afirman que te vieron en sus recuerdos después del Cambio. Y, por lo que deduzco, no estabas plantando flores ni ayudando a señoras mayores a cruzar la calle. Según Gally, hay algo en ti lo bastante horrible para que quiera matarte.

—Newt, no sé… —empezó a decir Thomas, pero Newt no le dejó terminar:

—¡Sé que no te acuerdas de nada, Thomas! Deja de decir eso, ni siquiera vuelvas a repetirlo. Ninguno de nosotros se acuerda de nada y estamos hartísimos de que nos lo recuerdes. La cuestión es que hay algo diferente en ti y ha llegado la hora de que averigüemos qué es.

A Thomas le inundó una oleada de ira.

—Muy bien, ¿y cómo vamos a hacerlo? Quiero saber quién soy, igual que todo el mundo. Por supuesto.

—Necesito que abras tu mente. Sé sincero si algo, cualquier cosa, te resulta familiar.

—Nada… —empezó a decir Thomas, pero se calló. Habían pasado tantas cosas desde que llegó que casi había olvidado lo familiar que le pareció el Claro aquella primera noche que había dormido al lado de Chuck. Se había sentido tan cómodo como en casa, muy lejos del terror que debería haber experimentado.

—Puedo ver cómo te funciona el cerebro —dijo Newt—. Habla.

Thomas vaciló, asustado por las consecuencias de lo que estaba a punto de confesar. Pero estaba harto de guardar secretos.

—Bueno… No puedo señalar nada específico —habló despacio, con cuidado—. Pero cuando llegué aquí sentí como si ya hubiera estado antes —miró a Newt, esperando ver reconocimiento en sus ojos—. ¿Alguien más ha pasado por eso?

Pero Newt no reflejaba ninguna expresión y sólo puso los ojos en blanco.

—Ah, no, Tommy. La mayoría de nosotros pasó una semana cloncándose en los pantalones y llorando a mares.

—Sí, bueno —Thomas hizo una pausa, disgustado y, de repente, avergonzado. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era diferente al resto? ¿Le pasaba algo?—. Pues a mí todo me resultaba familiar y sabía que quería ser corredor.

—Qué interesante —Newt le examinó un segundo, sin ocultar sus sospechas evidentes—. Bueno, sigue investigando. Estrújate el cerebro, pasa tu tiempo libre pensando sobre lo que tienes en la cabeza y sobre este lugar. Hurga en tu mente, busca. Inténtalo, por lo que más quieras.

—Vale.

Thomas cerró los ojos y empezó a buscar en la oscuridad de su cabeza.

—No ahora, tonto del fuco —se rio Newt—, me refiero a que lo hagas de ahora en adelante. En tu tiempo libre, en las comidas, cuando te vayas a dormir por la noche, cuando pasees por ahí, cuando entrenes, mientras estés trabajando. Avísame cada vez que algo te resulte familiar. ¿Lo pillas?

—Sí, lo pillo.

Thomas no podía evitar que le preocupase que Newt desconfiara de él, que aquel chico mayor estuviera ocultando lo que pensaba.

—Bien —asintió Newt, que casi parecía demasiado agradable—. Para empezar, vayamos mejor a ver a alguien.

—¿A quién? —preguntó Thomas, pero supo la respuesta mientras lo decía y el terror se apoderó de él otra vez.

—A la chica. Quiero que la mires hasta que te sangren los ojos, a ver si provocamos alguna reacción en ese cerebro tuyo —Newt cogió la basura de su almuerzo y se levantó—. Después, quiero que me cuentes todo lo que te dijo Alby.

Thomas suspiró y se puso de pie.

—Vale.

No sabía si podría decirle toda la verdad sobre las acusaciones de Alby, por no mencionar lo que sentía por la chica. Por lo visto, no iba a dejar de guardar secretos.

Ambos caminaron de vuelta a la Hacienda, donde la chica aún estaba en coma. Thomas no reprimió su preocupación por lo que Newt estuviera pensando. Quería sincerarse; aquel chico de verdad le caía bien. Si se volvía ahora contra él, no sabía si podría soportarlo.

—Si todo lo demás falla —dijo Newt, interrumpiendo los pensamientos de Thomas—, te enviaremos con los laceradores para que te piquen y pases por el Cambio. Necesitamos tus recuerdos.

Thomas soltó una risa sarcástica ante aquella idea, pero Newt no estaba sonriendo.

• • •

La chica parecía estar durmiendo en paz, como si fuera a despertarse en cualquier momento. Thomas casi había esperado ver los restos del esqueleto de una persona, alguien al borde de la muerte. Pero su pecho subía y bajaba con una respiración acompasada y su piel tenía buen color.

Uno de los mediqueros, el más bajito —Thomas no podía recordar su nombre—, estaba allí y dejaba caer unas gotas de agua en la boca de la chica comatosa. Un plato y un cuenco en la mesilla de noche tenían los restos de su almuerzo: puré de patatas y sopa. Estaban haciendo todo lo posible por mantenerla viva y sana.

—Oye, Clint —dijo Newt; sonaba cómodo, como si hubiera pasado por allí a visitarle varias veces—, ¿crees que sobrevivirá?

—Sí —respondió Clint—. Está bien, aunque habla en sueños todo el rato. Pensamos que pronto se despertará.

Thomas se enfureció. Por alguna razón, no se había planteado la posibilidad de que la chica pudiera despertarse y estar bien. De que pudiera hablar con la gente. No tenía ni idea de por qué de repente se había puesto tan nervioso.

—¿Habéis escrito todo lo que ha ido diciendo? —preguntó Newt.

Clint asintió.

—La mayoría no se puede entender. Pero sí, lo hemos hecho cuando hemos podido.

Newt señaló la libreta que había en la mesilla de noche.

—Dame un ejemplo.

—Bueno, lo mismo que dijo cuando la sacamos de la Caja sobre que las cosas iban a cambiar. Algo de los creadores y de «cómo todo tiene que acabar». Y, eeeh… —Clint miró a Thomas como si no quisiera continuar en su compañía.

—No pasa nada, puede oír todo lo que yo oiga —le aseguró Newt.

—Bueno… No pude entenderlo todo, pero… —Clint volvió a mirar a Thomas—. No deja de decir su nombre una y otra vez.

Thomas casi se cayó al oír aquello. ¿Es que no iban a acabar las referencias a él? ¿Cómo conocía a esa chica? Era como un picor desesperante dentro de su cráneo que no se marchaba nunca.

—Gracias, Clint —contestó Newt, y a Thomas le sonó como si le estuviera dando permiso para que se retirara—. Infórmanos de todo eso, ¿vale?

—Lo haré.

El mediquero les hizo un gesto con la cabeza a ambos para despedirse y abandonó la habitación.

—Acerca una silla —dijo Newt mientras se sentaba en el borde de la cama.

Thomas, aliviado porque Newt no hubiera empezado con sus acusaciones, cogió la silla del escritorio y la colocó junto a la cabeza de la chica; se sentó y se inclinó hacia delante para mirarle la cara.

—¿Hay algo que te suene? —preguntó Newt—. ¿Lo que sea?

Thomas no respondió; siguió mirando con el deseo de que su mente derribara la barrera de la memoria y buscara a la chica en su pasado. Pensó en aquellos breves instantes cuando la joven abrió los ojos justo después de que la sacaran de la Caja.

Eran azules, de un color más intenso que los de cualquier otra persona de la que se acordara. Intentó imaginarse aquellos ojos en ella mientras contemplaba su rostro dormido, fusionando las dos imágenes en su mente. Su pelo negro, su perfecta piel blanca, sus labios carnosos… Con la vista clavada en la muchacha, se dio cuenta una vez más de lo hermosa que era.

Por un instante, la reconoció con más fuerza en un oscuro rincón de su mente, oculto pero que estaba allí. Duró sólo un momento antes de desvanecerse en el abismo del resto de recuerdos capturados. Pero había sentido algo.

—Sí la conozco —susurró, recostándose en la silla. Era bueno admitirlo por fin en voz alta.

Newt se levantó.

—¿Qué? ¿Quién es?

—No tengo ni idea. Pero algo me ha hecho clic. La conozco de algún sitio.

Thomas se restregó los ojos, frustrado por no poder solidificar el vínculo.

—Bueno, sigue pensado, foder, no lo pierdas. Concéntrate.

—Lo estoy intentando, así que cállate.

Thomas cerró los ojos, miró en la oscuridad de sus pensamientos y buscó su cara en aquel vacío. ¿Quién era? ¡Qué pregunta más irónica! Ni siquiera sabía quién era él.

Se inclinó hacia delante, sentado en la silla, respiró hondo y luego miró a Newt, negando con la cabeza, rendido.

—No…

Teresa.

Thomas se levantó de la silla de un salto, la echó hacia atrás y se dio la vuelta, buscando. Había oído…

—¿Qué pasa? —preguntó Newt—. ¿Has recordado algo?

Thomas le ignoró, echó un vistazo a la habitación, confundido porque había oído una voz, y luego volvió a centrarse en la chica.

—Yo… —se sentó otra vez y se inclinó hacia delante con los ojos clavados en el rostro de la chica—. Newt, ¿has dicho algo antes de que me levantara?

—No.

Por supuesto que no.

—Ah. Sólo he creído oír algo… No sé. Quizás estaba en mi cabeza. ¿Ella… ha dicho algo?

—¿Ella? —repitió Newt con los ojos iluminados—. No. ¿Por qué? ¿Qué has oído?

A Thomas le asustaba admitirlo.

—Yo… juraría que he oído un nombre. Teresa.

—¿Teresa? No, yo no he oído eso. ¡Ha debido de soltarse de tus malditos bloques de memoria! Así se llama, Tommy. Teresa. Tiene que ser eso.

Thomas se sintió extraño. Era una incómoda sensación, como si acabara de suceder algo sobrenatural.

—Era… Te juro que lo he oído. Pero en mi mente, macho. No puedo explicarlo.

Thomas.

Esta vez, pegó un brinco en la silla y se apartó de la cama enseguida todo lo que pudo. Tiró la lámpara de la mesilla, que aterrizó con un estrépito de cristales rotos. Una voz. La voz de una chica. Susurrante, dulce, segura de sí misma. La había oído. Sabía que la había oído.

—¿Qué es lo que te pasa, foder? —preguntó Newt.

El corazón de Thomas iba a mil por hora. Sentía los latidos en su cráneo y los ácidos hervían en su estómago.

—Me… está hablando. En la cabeza. ¡Acaba de decir mi nombre!

—¿Qué?

—¡Te lo juro! —el mundo giró a su alrededor, presionando, aplastando su mente—. Estoy… oyendo su voz en mi cabeza. O algo así… No es una voz, en realidad…

—Tommy, sienta tu culo. ¿De qué fuco estás hablando?

—Newt, va en serio. No… no es que sea una voz…, pero sí lo es.

Tom, no te asustes.

Se tapó los oídos con las manos y apretó los ojos. Era demasiado raro. No podía hacer que su mente racional aceptara lo que estaba ocurriendo.

Mis recuerdos ya están empezando a desaparecer, Tom. No recordaré mucho cuando me despierte. Podemos pasar las Pruebas. Tiene que acabar. Me han enviado como desencadenante.

Thomas no podía más. Ignorando las preguntas de Newt, fue hacia la puerta a trompicones y la abrió de un tirón; salió al pasillo y echó a correr. Bajó las escaleras, salió por la puerta delantera y siguió corriendo. Pero no consiguió que se callara:

Todo va a cambiar —dijo la chica.

Quería gritar, correr hasta que no pudiese correr más. Fue hacia la Puerta Este y la atravesó para salir del Claro. Continuó avanzando, pasillo tras pasillo, hasta lo más profundo del Laberinto, hubiera unas normas o no. Pero seguía sin poder escapar de aquella voz:

Fuimos tú y yo, Tom. Les hicimos esto a ellos. A nosotros.