Capítulo 27

Por segunda vez en aquel día, Thomas se quedó mudo.

—Bueno, pues venga —le dijo Newt mientras le agarraba del brazo—. No creas que no voy a acompañarte.

Thomas le siguió, con Chuck justo detrás, para dejar la sala del Consejo y pasar por el pasillo hacia una estrecha escalera en espiral que no había advertido antes. Newt subió el primer escalón y le lanzó una mirada fría a Chuck.

—Tú te quedas.

Por una vez, Chuck se limitó a asentir con la cabeza y no dijo nada. Thomas se imaginó que al niño le ponía de los nervios el comportamiento de Alby.

—Tranqui —le dijo Thomas a Chuck mientras Newt subía las escaleras—, me acaban de elegir corredor, así que, colega, ahora estás con un semental.

Intentaba hacer un chiste para negar que le aterraba ver a Alby. ¿Y si hacía las mismas acusaciones que Ben? ¿O algo peor?

—Sí, claro —susurró Chuck, aturdido, con la vista clavada en los escalones de madera.

Thomas se encogió de hombros y comenzó a subir las escaleras. El sudor le cubría las palmas de las manos y notó que una gota le caía por la sien. No quería ir allí arriba.

Newt, serio y adusto, esperaba a Thomas al final de las escaleras. Estaba al otro lado del largo y oscuro pasillo tras las escaleras habituales, por las que había subido el primer día para ver a Ben. Aquel recuerdo le puso nervioso. Esperaba que Alby ya estuviera curado de la terrible experiencia para no tener que volver a presenciar algo como aquello: la piel y las venas asquerosas, las sacudidas. Pero se temía lo peor y se preparó.

Siguió a Newt hasta la segunda puerta a la derecha y vio cómo el chico llamaba con unos golpecitos; respondieron unos gemidos. Newt empujó la puerta para abrirla y el chirrido que emitió de nuevo le trajo a Thomas a la memoria un vago recuerdo de su infancia de películas sobre casas encantadas. Una vez más, ahí estaba, un pedacito de su pasado. Se acordaba de las películas, pero no de las caras de los actores ni de con quién las había visto. Podía recordar los cines, pero no el aspecto de uno en concreto. Era imposible explicar aquella sensación, incluso a sí mismo.

Newt había entrado en la habitación y estaba controlando que Thomas le siguiera. Al entrar, el chico se preparó para el horror que quizá le esperaba. Pero, cuando alzó la vista, lo único que vio fue un adolescente debilitado, tumbado en la cama, con los ojos cerrados.

—¿Está durmiendo? —susurró Thomas, intentando evitar la pregunta que de verdad le había saltado a la mente: «No está muerto, ¿no?».

—No lo sé —dijo Newt en voz baja. Se acercó a la cama y se sentó en una silla de madera que había allí cerca. Thomas se sentó al otro lado—. Alby —susurró, y luego repitió alzando la voz—: Alby. Chuck ha dicho que querías hablar con Tommy.

Los ojos de Alby se abrieron con varios parpadeos; eran unos globos inyectados en sangre que brillaron bajo la luz. Miró a Newt y luego a Thomas, al otro lado. Con un gemido, cambió de postura y se sentó, con la espalda apoyada en la cabecera.

—Sí —farfulló con voz ronca.

—Chuck ha dicho que estabas agitándote y actuando como un loco —Newt se inclinó hacia delante—. ¿Qué pasa? ¿Aún estás enfermo?

Las siguientes palabras de Alby salieron con un resuello, como si cada una de ellas le quitara una semana de vida:

—Todo… va a cambiar… La chica…, Thomas… Los he visto —los párpados se le cerraron y, luego, se le volvieron a abrir; se tumbó otra vez en la cama, con la vista clavada en el techo—. No me siento muy bien.

—¿A qué te refieres con que viste…? —empezó a preguntar Newt.

—¡Yo quería hablar con Thomas! —chilló Alby, con una repentina explosión de energía que Thomas no hubiera creído posible unos segundos antes—. ¡No he preguntado por ti, Newt! ¡Thomas! ¡He preguntado por el puto Thomas!

Newt miró a Thomas con las cejas arqueadas. Thomas se encogió de hombros, encontrándose mal por momentos. ¿Para qué le quería Alby?

—Muy bien, fuco cascarrabias —contestó Newt—. Está ahí mismo, habla con él.

—Márchate —dijo Alby con los ojos cerrados, respirando con dificultad.

—Ni de coña. Quiero escuchar.

—Newt —hubo una pausa—. Márchate. Ya.

Thomas se sentía muy violento; estaba preocupado por lo que Newt estaba pensando y le aterraba lo que Alby quisiera decirle.

—Pero… —protestó Newt.

—¡Largo! —Alby se sentó mientras gritaba y la voz se le puso ronca del esfuerzo. Enseguida, se recostó en la cabecera otra vez—. ¡Largo de aquí!

La cara de Newt reflejó que había herido sus sentimientos y a Thomas le sorprendió no ver ni rastro de enfado. Entonces, tras un largo y tenso momento, Newt se levantó de la silla y caminó hacia la puerta para abrirla.

«¿En serio se va a marchar?», pensó Thomas.

—No esperes que te bese el culo cuando vengas a pedirme perdón —dijo, y luego salió al pasillo.

—¡Cierra la puerta! —gritó Alby como insulto final.

Newt obedeció y la cerró de un portazo.

El corazón de Thomas empezó a latir a toda velocidad. Estaba a solas con un tipo que antes de que le atacara un lacerador ya tenía mal genio y que, además, estaba pasando por el Cambio. Esperaba que Alby dijera lo que quería y que aquello se acabara pronto. Hubo una larga pausa que duró varios minutos y a Thomas le temblaron las manos por el miedo.

—Sé quién eres —dijo Alby al final, rompiendo el silencio.

Thomas no encontró palabras para contestarle. Lo intentó, pero no pudo más que farfullar algo incoherente. Estaba muy confundido. Y asustado.

—Sé quién eres —repitió Alby despacio—. Lo he visto. Lo he visto todo. De dónde venimos y quién eres. Quién es esa chica. Recuerdo el Destello.

«¿El Destello?».

Thomas se obligó a hablar:

—No sé de lo que estás hablando. ¿Qué has visto? Me encantaría saber quién soy.

—No te va a gustar —respondió Alby y, por primera desde que Newt se había ido, miró directamente a Thomas. Sus ojos hundidos reflejaban pena y oscuridad—. Es horrible, ¿sabes? ¿Por qué quieren esos fucos que recordemos? ¿Por qué no podemos vivir aquí y ser felices?

—Alby… —Thomas deseó echar un vistazo en la mente del chico para ver lo que había visto él—. El Cambio —insistió—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué has recordado? Estás diciendo cosas sin sentido.

—Tú… —dijo Alby, pero luego, de repente, se agarró la garganta y emitió unos sonidos como si se estuviera ahogando. Empezó a dar patadas y se dio la vuelta sobre un costado, sacudiéndose adelante y atrás, como si otra persona intentara estrangularle. Sacó la lengua y se la mordió una y otra vez.

Thomas se levantó enseguida y retrocedió a trompicones, horrorizado. Alby se retorcía como si estuviera teniendo un ataque mientras las piernas daban patadas en todas las direcciones. La oscura piel de su cara, que se había puesto extrañamente pálida un minuto antes, se había vuelto morada y los ojos se le salían de las órbitas de tal manera que parecían resplandecientes canicas blancas.

—¡Alby! —chilló Thomas, sin atreverse a agarrarlo—. ¡Newt! —gritó, ahuecando las manos alrededor de la boca—. ¡Newt, entra!

La puerta se abrió de golpe antes de que terminara la última palabra. Newt corrió hasta Alby y le cogió por los hombros, empujando con todo su cuerpo para inmovilizar al chico que se convulsionaba en la cama.

—¡Cógele las piernas!

Thomas avanzó, pero las piernas de Alby seguían dando patadas y se sacudían, haciendo imposible acercarse. Un pie alcanzó la mandíbula de Thomas y una punzada de dolor le atravesó todo el cráneo. Volvió a retroceder a trompicones, frotándose donde le dolía.

—¡Hazlo de una maldita vez! —aulló Newt.

Thomas se armó de valor y saltó encima del cuerpo de Alby para agarrarle las dos piernas e inmovilizarle en la cama. Rodeó con los brazos los muslos del chico y apretó mientras Newt ponía una rodilla sobre los hombros de Alby para luego cogerle las manos, que aún seguían estrangulando su propio cuello.

—¡Suelta! —gritó Newt mientras tiraba—. ¡Te estás matando, foder!

Thomas vio los músculos de los brazos flexionados de Newt y las venas que sobresalían mientras tiraba de las manos de Alby, hasta que, al final, centímetro a centímetro, fue capaz de separarlas de su cuello. Empujó con fuerza sobre el pecho del chico, que se resistía. Todo el cuerpo de Alby se sacudió un par de veces y su tronco se separó de la cama. Luego, poco a poco, se fue calmando y, unos segundos más tarde, estaba tumbado quieto y su respiración se iba igualando; tenía los ojos vidriosos.

Thomas sujetaba con fuerza las piernas de Alby por temor a moverse y que el chico estallara de nuevo. Newt esperó un minuto entero antes de soltar lentamente las manos de Alby. Luego pasó otro minuto hasta que le quitó la rodilla del pecho y se levantó. Thomas se tomó aquello como una señal y él hizo lo mismo, con la esperanza de que el ataque hubiera terminado de verdad.

Alby alzó la vista, con los párpados caídos, como si estuviera a punto de entrar en un profundo sueño.

—Perdona, Newt —susurró—. No sé qué ha pasado. Era como… si algo controlase mi cuerpo. Lo siento…

Thomas respiró hondo, seguro de que no volvería a vivir algo tan perturbador e incómodo. O, al menos, eso esperaba.

—Ni perdón ni nada —respondió Newt—. Estabas intentando matarte, foder.

—No era yo, te lo juro —murmuró Alby.

Newt alzó las manos.

—¿Qué quieres decir con que no eras tú? —preguntó.

—No lo sé. No… no era yo —Alby parecía tan confundido como Thomas se sentía.

Pero Newt parecía pensar que no merecía la pena intentar averiguarlo. Al menos, en aquel momento. Cogió las mantas que se habían caído de la cama mientras Alby se movía y las colocó sobre el chico enfermo.

—Ponte a dormir y ya hablaremos de esto más tarde —le dio unas palmaditas en la cabeza y, luego, añadió—: Estás hecho un lío, pingajo.

Pero Alby ya estaba quedándose dormido y asintió ligeramente mientras los ojos se le cerraban. Newt atrajo la mirada de Thomas e hizo un gesto hacia la puerta. Thomas no tenía ningún problema en salir de aquella locura de casa. Salió con Newt al pasillo y, justo cuando atravesaban el umbral de la puerta, Alby farfulló algo desde la cama.

Ambos se pararon en seco.

—¿Qué? —preguntó Newt.

Alby abrió los ojos un instante y repitió un poco más alto lo que había dicho:

—Tened cuidado con la chica —y cerró los ojos.

Allí estaba otra vez, la chica. No sabía por qué las cosas siempre llevaban a la chica. Newt lanzó a Thomas una mirada inquisitiva, pero él sólo pudo contestarle encogiéndose de hombros. No tenía ni idea de lo que estaba pasando.

—Vamos —susurró Newt.

—¿Newt? —dijo Alby otra vez desde la cama, sin molestarse en abrir los ojos.

—¿Sí?

—Protege los mapas —se dio la vuelta y su espalda les insinuó que había terminado de hablar.

Thomas no pensó que aquello hubiera sonado muy bien. Nada bien. Newt y él salieron de la habitación y cerraron la puerta sin hacer ruido.