Un silencio total invadió la habitación, como si el mundo se hubiera paralizado, y todos los miembros del Consejo se quedaron mirando a Minho. Thomas se quedó sentado, atónito, esperando que el corredor dijera que era una broma.
Finalmente, Gally rompió el hechizo al levantarse.
—¡Eso es absurdo! —miró a Newt y señaló a Minho, que se había sentado de nuevo—. Deberíamos echarle del Consejo por decir semejante tontería.
La pena que podía haber sentido Thomas por Gally, aunque remota, desapareció del todo al oír aquella frase.
Algunos guardianes parecieron estar de acuerdo con la sugerencia de Minho, como Fritanga, que se puso aplaudir para ahogar la voz de Gally y gritó que empezara la votación. Otros, no. Winston negó rotundamente con la cabeza y dijo algo que Thomas no alcanzó a oír. Cuando todo el mundo comenzó a hablar a la vez, Thomas apoyó la cabeza en las manos y esperó a que terminaran, aterrorizado e intimidado al mismo tiempo. ¿Por qué Minho había dicho eso?
«Tiene que ser una broma —pensó—. Newt dijo que se tarda una eternidad sólo en llegar a ser corredor, y no digamos ya en convertirse en guardián». Volvió a levantar la vista, deseando que estuvieran a mil kilómetros de distancia.
Por fin, Newt bajó su bloc y salió del semicírculo, gritando para que la gente se callara. Thomas contempló cómo, al principio, nadie parecía oír a Newt ni advertir su presencia. Sin embargo, poco a poco, el orden se fue restableciendo y todos se sentaron.
—¡Foder! —exclamó Newt—. Nunca había visto tantos pingajos actuando como bebés de teta. Puede que no lo parezcamos, pero por aquí somos adultos. Actuad como tales o disolveremos este maldito Consejo y empezaremos de cero —caminó de un extremo a otro de la fila curvada de guardianes sentados y miró a cada uno de ellos a los ojos mientras hablaba—. ¿Está claro?
El silencio se extendió por el grupo. Thomas esperaba más arrebatos, pero se sorprendió al ver que todos asentían con la cabeza, incluso Gally.
—Bien —Newt caminó de vuelta a su silla, se sentó y puso el bloc en su regazo. Escribió unas líneas en el papel y luego miró a Minho—. Eso es una clonc muy seria, hermano. Lo siento, pero tendrás que elaborarlo un poco más si quieres que siga adelante.
Thomas no pudo evitar tener ganas de oír su contestación. Minho parecía agotado, pero empezó a defender su propuesta:
—Seguro que es muy fácil para vosotros, pingajos, sentaros aquí para hablar de algo de lo que no tenéis ni idea. Soy el único corredor de este grupo y Newt es la otra única persona que hay aquí que ha estado fuera en el Laberinto.
—No, si tienes en cuenta que yo… —terció Gally.
—¡No! —gritó Minho—. Y créeme, ni tú ni nadie tiene la más remota idea de lo que es estar ahí fuera. A ti sólo te picaron porque rompiste la misma norma de la que estás culpando a Thomas. Eso se llama hipocresía, cara fuco, pedazo de…
—Basta —interrumpió Newt—. Defiende tu propuesta y acaba ya.
La tensión era palpable; Thomas notaba cómo el aire en la sala se había convertido en cristal que podía hacerse añicos en cualquier momento. Tanto Gally como Minho tenían las caras tan tensas y rojas que parecía que iban a explotar, pero por fin dejaron de mirarse.
—Bueno, escuchadme —continuó Minho mientras volvía a sentarse—. Nunca había visto nada parecido. No le entró el pánico. No se quejó ni lloró, tampoco parecía asustado. Tíos, sólo lleva aquí unos días. Pensad en cómo estábamos nosotros al principio. Acurrucados en un rincón, desorientados, llorando a todas horas, sin confiar en nadie y negándonos a hacer todo. Todos actuamos igual durante semanas o meses, hasta que no tuvimos más remedio que fucarnos y vivir —Minho se volvió a levantar y señaló a Thomas—. Justo unos días después de que este tío apareciera, sale al Laberinto para salvar a dos pingajos que apenas conoce. Toda esa clonc de que ha roto una norma es una estupidez. Ni siquiera sabe cuáles son las normas todavía. Pero mucha gente le había dicho cómo era el Laberinto, sobre todo por la noche, y aun así salió ahí fuera, justo cuando la puerta se estaba cerrando, porque había dos personas que necesitaban ayuda —respiró hondo como si ganara fuerzas con sus palabras—. Pero eso fue sólo el principio. Después, me vio abandonar a Alby, dejarlo allí para que se muriera. Y yo era el veterano, el que tenía toda la experiencia y el conocimiento. Así que, cuando Thomas vio que me marchaba, no debería habérselo cuestionado. Pero sí lo hizo. Pensad en la fuerza de voluntad y el esfuerzo que le debió de suponer subir a Alby a la pared, centímetro a centímetro. Ni de coña. Sería una locura total.
»Pero no fue así. Entonces llegaron los laceradores. Le dije a Thomas que nos teníamos que separar y empezar a poner en práctica las maniobras de evasión, según el procedimiento habitual. Thomas, cuando debería haberse mojado los pantalones, tomó el control, desafió todas las leyes de la física y la gravedad para subir a Alby al muro, esquivó a los laceradores, derrotó a uno, encontró…
—Ya lo pillamos —soltó Gally bruscamente—. Tommy es un pingajo con suerte.
Minho se volvió hacia él.
—¡No, fuco inútil, no lo has pillado! Llevo dos años aquí y nunca había visto nada igual. Para que tú ahora me vengas…
Minho se calló, se frotó los ojos y gruñó, lleno de frustración. Thomas se dio cuenta de que tenía la boca abierta. Sentía diversas emociones: apreciaba a Minho por haberle defendido delante de todos, no se podía creer la agresividad continua de Gally y le daba miedo cuál sería la decisión final.
—Gally —dijo Minho con la voz más calmada—, no eres más que un mariquita que ni una sola vez ha pedido ser corredor o se ha presentado a la prueba. No tienes derecho a hablar sobre cosas que no entiendes. Así que cállate la boca.
Gally se puso de pie otra vez, echando chispas.
—Como vuelvas a decir algo así, te romperé el cuello aquí mismo, delante de todos —le salía saliva de la boca mientras hablaba.
Minho se rio; después, levantó la palma de la mano y empujó a Gally en la cara. Thomas se medio levantó al ver al clariano caer hacia atrás y estrellarse contra la silla, que se rompió en dos. Gally se quedó despatarrado en el suelo, luego trató de ponerse de pie e incorporarse. Minho se acercó y pisó la espalda de Gally para aplastar su cuerpo contra el suelo.
Thomas se dejó caer en la silla, atónito.
—Te lo juro, Gally —dijo Minho con sorna—, ni se te ocurra amenazarme otra vez. Ni siquiera me vuelvas a dirigir la palabra. Jamás. Si lo haces, te romperé tu fuco cuello, después de hacer lo mismo con tus brazos y tus piernas.
Newt y Winston se habían levantado y, antes de que Thomas se diera cuenta de lo que sucedía, estaban agarrando a Minho. Le apartaron de Gally, que se levantó de un salto, con la cara roja por la rabia. Pero no se movió hacia Minho; se quedó allí sacando pecho, agitándose por su respiración entrecortada.
Al final, Gally se retiró medio a trompicones hacia la salida que había detrás de él. Sus ojos recorrieron a toda prisa la sala, encendidos por el intenso odio. Thomas tenía la escalofriante sensación de que Gally parecía alguien a punto de cometer un asesinato. Retrocedió hasta la puerta y alargó la mano para agarrar el picaporte.
—Las cosas ahora son diferentes —dijo, y escupió al suelo—. No deberías haber hecho eso, Minho. No deberías haberlo hecho —ahora su mirada de maniaco estaba fija en Newt—. Sé que me odias, que siempre me has odiado. Deberían desterrarte por tu vergonzosa incapacidad para dirigir este grupo. Eres una vergüenza, y todo el que se quede aquí no es mejor que tú. Las cosas van a cambiar. Lo prometo.
A Thomas se le cayó el alma a los pies. ¡Como si las cosas no fueran ya lo bastante violentas!
Gally abrió la puerta de un tirón y salió al vestíbulo, pero, antes de que nadie pudiese reaccionar, volvió a asomar la cabeza en la sala.
—Y tú —espetó, fulminando a Thomas con la mirada—, el judía verde que se cree que es un puto dios, no te olvides de que te he visto antes, yo he pasado por el Cambio. Lo que estos tíos decidan no va a misa —se calló para mirar a todos los presentes en la sala y, cuando su maliciosa mirada se volvió a clavar en Thomas, dijo una última cosa—: Para lo que sea que hayas venido, te juro por mi vida que voy a impedírtelo. Te mataré si hace falta.
Luego se dio la vuelta y abandonó la sala, cerrando de golpe la puerta a sus espaldas.