Capítulo 15

Thomas llevaba dos noches seguidas yéndose a dormir con la angustiosa imagen de la cara de Ben grabada en la mente, atormentándolo. ¿Cómo serían de distintas las cosas si no fuera por aquel chico? Casi se había convencido a sí mismo de que sería totalmente feliz y estaría entusiasmado por conocer su nueva vida y alcanzar el objetivo de convertirse en corredor. Casi. En el fondo sabía que Ben sólo era una parte de todos sus problemas.

Pero ahora ya no estaba, le habían desterrado al mundo de los laceradores, que se lo llevarían a donde fuera que llevaran a sus presas; era una víctima de lo que fuese que se hiciera allí. Aunque tenía muchas razones para despreciar a Ben, más que nada sentía lástima por él.

Thomas no podía imaginarse cómo sería salir de esa manera, pero, por los últimos momentos de Ben, en los que se sacudió, escupió y gritó como un psicótico, ya no dudaba de la importancia de la norma del Claro que decía que nadie debía entrar en el Laberinto, salvo que fuera un corredor y, en ese caso, sólo durante el día. A Ben ya le habían picado una vez y, seguramente, sabía mejor que nadie lo que le esperaba allí fuera.

«Pobre chico —pensó—. Pobre, pobre chico».

Thomas se estremeció y se dio la vuelta sobre un costado. Cuanto más lo pensaba, peor le resultaba la idea de convertirse en un corredor. Pero, inexplicablemente, todavía le atraía.

• • •

A la mañana siguiente, apenas había amanecido antes de que los sonidos de los trabajadores despertaran a Thomas del sueño más profundo que había tenido desde que había llegado. Se incorporó y se restregó los ojos, tratando de librarse del amodorramiento. Se dio por vencido y volvió a tumbarse con la esperanza de que nadie le molestara.

No duró ni un minuto. Alguien le dio unos golpecitos en el hombro y Thomas abrió los ojos para ver que Newt le miraba fijamente.

«Y ahora, ¿qué?», pensó.

—Levántate, torpe.

—Sí, buenos días a ti también. ¿Qué hora es?

—Las siete en punto, verducho —contestó Newt con una sonrisa burlona—. Te habías creído que iba a dejarte dormir hasta tarde después de estos dos días tan duros, ¿eh?

Thomas se sentó, aunque no soportaba la idea que no le dejaran quedarse allí tumbado un par de horas más.

—¿Dormir hasta tarde? ¿Vosotros qué sois, un puñado de granjeros?

¿Cómo se acordaba tan bien de los granjeros? Una vez más, su memoria le había dejado desconcertado.

—Eeeh… sí, ahora que lo mencionas —Newt se dejó caer en el suelo a su lado y se sentó sobre las piernas cruzadas. Se quedó allí en silencio unos instantes, contemplando todo el ajetreo y el bullicio que empezaba a levantarse en el Claro—. Hoy te voy a poner con los excavadores, verducho. A ver si eso te pega más que cortar puñeteros cerditos y esas cosas.

Thomas estaba harto de que le trataran como a un bebé.

—¿No se supone que ya no tendrías que llamarme eso?

—¿El qué? ¿Puñetero cerdito?

Thomas forzó una sonrisa y negó con la cabeza.

—No, «verducho». Ya no soy el más novato, ¿no? Ahora lo es la chica en coma. Llámala a ella «verducha». Yo me llamo Thomas.

Empezó a pensar de pronto en la chica y se acordó de la conexión que sentía. Una sensación de tristeza le abordó como si la echara de menos y quisiera verla. «Eso no tiene sentido —pensó—. Ni siquiera sé cómo se llama».

Newt se recostó y arqueó las cejas.

—¡Vaya! Te han crecido los huevos hasta un buen tamaño esta noche, ¿eh?

Thomas le ignoró y siguió hablando:

—¿Qué es un excavador?

—Es como llamamos a los tíos que curran en los Huertos: labran, quitan hierbajos, plantan y ese tipo de cosas.

Thomas asintió en aquella dirección.

—¿Quién es el guardián?

—Zart. Es buen tío, siempre y cuando no te escaquees del trabajo. Es el que iba delante de todo ayer por la noche.

Thomas no dijo nada después de aquello, pues esperaba pasar el día entero sin hablar de Ben y el destierro. Aquel tema sólo le hacía ponerse enfermo y sentirse culpable, así que pasó a otra cosa:

—¿Y por qué has venido tú a despertarme?

—¿Qué pasa, no te gusta ver mi cara antes que nada?

—No especialmente. Bueno…

Pero, antes de que pudiera terminar la frase, le interrumpió el estruendo de las puertas abriéndose por el día. Miró hacia la Puerta Este, casi esperando ver a Ben allí de pie, al otro lado; pero, en su lugar, vio a Minho estirándose. Entonces, Thomas observó cómo avanzaba y recogía una cosa del suelo.

Era la parte de la barra que tenía pegado el collar de cuero. Minho no pareció pensar en nada; se lo lanzó a otro de los corredores, que fue a devolverlo al cobertizo que había junto a los Huertos.

Thomas se volvió hacia Newt, confundido. ¿Cómo podía actuar Minho de forma tan indiferente?

—¿Qué demonios…?

—Sólo he visto tres destierros, Tommy. Todos fueron tan desagradables como el que viste a hurtadillas ayer por la noche. Pero todas las puñeteras veces los laceradores dejaron el collar en el umbral. No hay nada que me ponga los pelos más de punta.

Thomas no pudo llevarle la contraria.

—¿Qué hacen con los que atrapan? —¿De verdad lo quería saber?

Newt se encogió de hombros con una indiferencia no muy convincente. Lo más seguro era que no quisiera hablar de ello.

—Cuéntame algo de los corredores —dijo Thomas de repente.

No sabía de dónde habían salido aquellas palabras, pero permaneció tranquilo, a pesar de las ganas que le entraron de disculparse y cambiar de tema; quería saberlo todo sobre ellos. Incluso después de lo ocurrido la noche anterior, incluso después de ver con sus propios ojos el lacerador a través de la ventana, quería saber más. Lo deseaba con mucha fuerza y no comprendía por qué. Le parecía haber nacido para convertirse en uno de los corredores.

Newt se había quedado callado y estaba como confundido.

—¿De los corredores? ¿Por qué?

—Me preguntaba cómo serían.

Newt le lanzó una mirada de recelo.

—Esos tíos son lo mejor de lo mejor. Tienen que serlo. Todo depende de ellos —cogió un trozo de roca suelta y lo tiró, contemplando distraídamente cómo rebotaba hasta que se paró.

—¿Por qué tú no eres uno de ellos?

De improviso, la mirada de Newt se volvió hacia Thomas.

—Lo era hasta que me rompí la maldita pierna hace unos meses. No he vuelto a ser el mismo desde entonces —bajó la mano para frotarse el tobillo derecho y una breve expresión de dolor le atravesó el rostro. Aquella mirada le hizo pensar a Thomas que era más por el recuerdo que por el dolor físico que aún sentía.

—¿Cómo te lo hiciste? —preguntó, pues creía que, cuanto más hiciera hablar a Newt, más aprendería.

—Corriendo para escapar de los puñeteros laceradores, ¿qué otra cosa, si no? Casi me pillan —hizo una pausa—. Todavía se me pone la piel de gallina cuando pienso que podría haber pasado por el Cambio.

El Cambio. De entre todos, aquel era el tema que Thomas creía que podía darle más respuestas.

—¿Y eso qué es? ¿Qué es lo que cambia? ¿Todo el mundo se vuelve loco como Ben e intenta matar gente?

—Ben estaba mucho peor que la mayoría. Pero creía que querías hablar de los corredores —el tono de voz de Newt le avisó de que la conversación sobre el Cambio se había terminado, lo que le hizo sentir más curiosidad, aunque estaba bien volver a hablar de los corredores.

—Vale, te escucho.

—Como te he dicho, son los mejores de los mejores.

—¿Y qué hacéis? ¿Comprobar lo rápido que es todo el mundo?

Newt miró a Thomas, furioso, y gruñó.

—Estrújate un poco el coco, verducho, Tommy o como quieras que te llame. Lo rápido que corres es sólo una parte. Una parte muy pequeña, en realidad.

Aquello despertó el interés de Thomas.

—¿A qué te refieres?

—Cuando digo los mejores de los mejores, me refiero a los mejores en todo. Para sobrevivir al puñetero Laberinto, tienes que ser listo, rápido y fuerte. Tienes que ser bueno tomando decisiones y saber la cantidad justa de riesgos que se ha de correr. No puedes ser imprudente ni tampoco tímido —Newt estiró las piernas y se apoyó sobre sus manos—. Allí fuera es horrible, ¿sabes? No lo echo nada de menos.

—Creía que los laceradores sólo salían de noche.

Fuera o no su destino, Thomas no quería toparse con una de aquellas cosas.

—Así es, por lo general.

—Entonces, ¿por qué es tan espantoso salir ahí? —¿de qué más cosas no estaba enterado?

Newt suspiró.

—Presión. Estrés. El Laberinto cambia cada día. Intentamos imaginarnos cómo es para salir de aquí. También nos preocupan los malditos mapas. Y lo peor de todo es que siempre tienes miedo a no volver. Un laberinto normal ya costaría, pero, al ir cambiando, si cometes un par de errores mentales, te toca pasar la noche con esas despiadadas bestias. No hay sitio ni tiempo para los tontos o los mocosos.

Thomas frunció el entrecejo, sin entender muy bien el instinto que en su interior le animaba a continuar. Sobre todo, después de la noche anterior. Pero, aun así, seguía con aquella sensación que notaba por todo el cuerpo.

—¿Por qué estás tan interesado? —preguntó Newt.

Thomas vaciló mientras pensaba con temor a decirlo en voz alta.

—Quiero ser un corredor.

Newt se dio la vuelta y le miró a los ojos.

—No llevas aquí ni una semana, pingajo. Es un poco pronto para querer morir, ¿no crees?

—Lo digo en serio.

Apenas tenía sentido, ni siquiera para Thomas, pero lo sentía en su corazón. De hecho, el deseo de convertirse en corredor era lo único que le hacía seguir adelante, que le ayudaba a aceptar la situación en que se encontraba.

Newt no dejó de mirarle a los ojos.

—Y yo también. Olvídalo. Nadie se ha hecho corredor en su primer mes y mucho menos en su primera semana. Antes de que te recomendemos al guardián, tienes que pasar muchas pruebas.

Thomas se levantó y empezó a plegar sus bártulos de dormir.

—Newt, lo digo de verdad. No puedo estar todo el día quitando hierbajos, me volveré loco. No tengo ni idea de lo que hacía antes de que me enviaran aquí en esa caja metálica, pero algo me dice que se supone que tengo que ser un corredor. Puedo hacerlo.

Newt se quedó allí sentado, mirando fijamente a Thomas, sin ofrecerse a ayudarle.

—Nadie ha dicho que no puedas, pero déjalo por ahora.

Thomas notó que le invadía la impaciencia.

—Pero…

—Escucha, confía en lo que te digo, Tommy. Si vas por ahí fanfarroneando, diciendo que eres demasiado bueno para trabajar de campesino, que se te da muy bien y estás preparado para ser un corredor, vas a crearte un montón de enemigos. Déjalo por ahora.

Hacerse enemigos era lo último que Thomas quería, pero, aun así, decidió tomar otro camino:

—Muy bien, hablaré con Minho sobre el tema.

—Buen intento, maldito pingajo. La Reunión elige a los corredores y, si crees que yo soy duro, ellos se te reirán en la jeta.

—Por lo que sabéis, podría ser bueno de verdad. Es una pérdida de tiempo hacerme esperar.

Newt se levantó para acercarse a Thomas y le dio con un dedo en la cara.

—Escúchame, verducho. ¿Estás escuchando de verdad? —por extraño que pareciera, Thomas no se sintió intimidado. Puso los ojos en blanco, pero luego asintió—. Será mejor que dejes de decir tonterías antes de que los demás te oigan. Aquí las cosas no funcionan así y toda nuestra existencia depende precisamente de que funcionen con… —Hizo una pausa, pero Thomas no dijo nada, temiéndose la charla que le caería a continuación—. Orden —continuó Newt—. Orden. Te repites una y otra vez esa maldita palabra en tu fuca cabeza. La razón por la que todos estamos cuerdos por aquí es porque nos rompemos el culo a trabajar y mantenemos un orden. El orden es la razón por la que sacamos a Ben. Bueno, no podemos tener chiflados que vayan por ahí intentando matar gente, ¿no? Orden. Lo último que necesitamos es que vengas tú a estropearlo todo.

La obstinación desapareció de la cabeza de Thomas. Sabía que era hora de callarse.

—Sí —fue todo lo que dijo.

Newt le dio una palmada en la espalda.

—Vamos a hacer un trato.

—¿Qué?

Thomas sintió que sus esperanzas aumentaban.

—Si no dices nada sobre el tema, te pondré en las listas de posibles aprendices en cuanto demuestres que sirves. Como no mantengas el maldito pico cerrado, me aseguraré de que no entres nunca. ¿Trato hecho?

Thomas odiaba la idea de esperar sin saber cuánto tiempo sería.

—Es un asco de trato.

Newt enarcó las cejas y, al final, Thomas asintió.

—Trato hecho.

—Venga, vamos a coger algo de comida de Fritanga. Y espera que no nos atragantemos.

• • •

Aquella mañana, Thomas por fin conoció, aunque sólo de lejos, a Fritanga, que tan mala fama tenía. El chaval estaba demasiado ocupado tratando de servir el desayuno a un ejército de clarianos hambrientos. No debía de tener más de dieciséis años, pero tenía barba y el cuerpo cubierto de vello, como si cada folículo intentara escapar a los confines de su ropa manchada de comida. Thomas pensó que no parecía el chico más limpio del mundo para supervisar todas las comidas. Se apuntó mentalmente que debía tener cuidado de no encontrarse un asqueroso pelo negro en su plato.

Newt y él se acababan de sentar con Chuck para desayunar en una mesa de picnic justo a la salida de la cocina, cuando un gran grupo de clarianos se levantó y corrió hacia la Puerta Oeste, hablando entusiasmados sobre algo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Thomas, sorprendido por lo indiferente que había sonado. Los nuevos acontecimientos del Claro habían pasado a formar parte de su vida.

Newt se encogió de hombros mientras mojaba pan en los huevos fritos.

—Van a encontrarse con Minho y Alby, que han ido a echar un vistazo al puñetero lacerador muerto.

—Eh —dijo Chuck, y un trocito de beicon le salió volando de la boca cuando habló—, tengo una pregunta sobre eso.

—¿Sí, Chucky? —preguntó Newt, un tanto sarcástico—. ¿Y cuál es tu maldita pregunta?

Chuck pareció reflexionar.

—Bueno, han encontrado un lacerador muerto, ¿verdad?

—Sí —contestó Newt—. Gracias por la noticia.

Chuck dio unos golpecitos con el tenedor sobre la mesa durante unos segundos.

—Bueno, ¿y quién mató a esa maldita cosa?

«Magnífica pregunta», pensó Thomas. Esperó a que Newt respondiera, pero no dijo nada. Estaba claro que no tenía ni idea.