GUERRA IX

Desde la tribuna fui corrigiendo el ángulo de tiro, y al llegar a un punto determinado de mi parlamento los tenía en el objetivo. Estaban sentados en una mesa lateral frente a sus portátiles. Les acompañaban varios fotógrafos intentando dispararme, buscando sobre todo algún gesto que pudiera considerarse agresivo. Como resultado de un largo silencio colocado adrede en mi disertación, el público permanecía especialmente atento. Era el momento esperado, vacié el cargador: «… hoy… lo peor que puede pasarle a uno… es tener razón. Será víctima propicia de unos medios de comunicación que, amparados en la funcionalidad de reflejar objetivamente los hechos, vienen dedicándose de manera sistemática a la desfiguración de la realidad como su mejor estrategia comercial. La verdad escarnecida se ha convertido en un negocio muy rentable. Ellos crean el problema, enfrentan a los contendientes y juzgan a los culpables. Jueces y políticos esperan su refuerzo para obtener impunidad pública. Pero en este territorio hay algo aún más indigno: es la sumisión al régimen demostrada por los medios catalanes en su totalidad. Este inicuo vasallaje es de los capítulos más vergonzosos que ha vivido el periodismo de este país. Ni el vil acatamiento de la prensa durante el franquismo tiene parangón con esta servidumbre corrupta y de consecuencias tan nefastas para la ciudadanía».

Acerté de plano. Los periodistas presentes abandonaron la cara de besugo profesional que llevaban puesta desde el principio del acto y se apresuraron a transcribir mis palabras. Nunca habían escuchado en público nada semejante sobre su gremio, aunque estaba cantado que mi acusación no sería reflejada en sus crónicas o, en el mejor de los casos, aparecería tergiversada.

Una vez disparada la munición, un placer indescriptible recorrió todo mi cuerpo. Esta actitud puede parecer suicida en alguien que necesita de los medios de comunicación para su difusión profesional, pero el gustazo que experimentaba podía más que la prudencia. ¿Cómo había llegado hasta este goce sibarítico?

Durante los últimos quince años la guerra con el ejército vernáculo había sufrido un notable incremento en proporción directa con la conquista mental que los mercaderes de la mojiganga iban consiguiendo sobre la tribu. La falta de anticuerpos frente a la epidemia era cada vez más alarmante. Nuestro batallón escénico se iba encontrando progresivamente aislado ante un enemigo que aumentaba día a día y que contaba además con todos los medios de difusión. El humor y el sarcasmo, que fueron una de las características más «diferenciales» del territorio, pasaron a mejor vida. El equilibrio de una Catalunya tolerante, de pequeñas y medianas empresas, de profesiones liberales y artesanos, había cambiado radicalmente. Legiones de funcionarios invadían todos los espacios del país y, como consecuencia inmediata, aparecían cientos de miles de estómagos agradecidos al sistema, que acabaron con el equitativo paisaje anterior de la Catalunya liberal. Al mismo tiempo y en la misma medida, el voto cautivo aumentaba en igual proporción a un abstencionismo que reflejaba el desencanto del artificio narcisista.

En el terreno profesional, al churrigueresco Flotats se le estaba construyendo con dinero público una gigantesca fortaleza que aquel caballero afrancesado pretendía monopolizar con el nombre de Teatre Nacional de Catalunya. Como hasta el momento parecía ser un fiel vasallo de sus jefes, había dejado claro que nosotros no conquistaríamos ni un palmo de su pretendido feudo. La ofensiva inmediata contra tal apropiación indebida fue registrar a nuestro nombre la marca Teatre Nacional de Catalunya, que estaba libre, y ofrecerla a todas las compañías catalanas para que la imprimieran en sus programas. El contraataque mostraba una intención muy clara: dejar sentado que Teatre Nacional eran todos los que hacían teatro en el país y no un simple decreto del gobierno Pujol con vistas a imponer su coto.

Ninguno de nuestros colegas secundó la iniciativa, ya que significaba exponerse a las iras de Flotats e incomodarse con el estado mayor de la Generalitat, que era quien tenía la repartidora. Aquí radicaba el problema principal de nuestra campaña bélica; unos pocos por mística étnica y la mayoría por la posibilidad de tener acceso a una porción del botín, nadie quería acercarse a nuestra trinchera. El gremio nos daba la espalda sistemáticamente y se protegía en la retaguardia del enemigo.

A pesar de todo, nada de lo ocurrido en Catalunya en las últimas décadas hubiera sucedido sin la estrecha complicidad de los medios. Desde principios de los ochenta los pregoneros del espejismo provinciano fueron copando todos los puestos de mando, mientras la infantería periodística colaboraba extendiendo la epidemia paranoica y publicitando por el territorio la imagen de los dirigentes de la mojiganga. Les parecía que este era el camino más seguro para sus intereses económicos, y, ciertamente, tenían razón: pintar la estricta realidad resulta siempre un camino bastante más arriesgado. En este sentido acertaron de pleno: había dinero a montones a disposición de cualquier «notable» que hiciera de su actividad un acto público de adhesión al sistema.

En los pulpitos de las emisoras las untuosas voces de los capellanes castrenses del ejército regional, Josep Cuní y Antoni Bassas, ganaban feligreses día a día. En el terreno deportivo las masas del Barça eran arengadas patrióticamente por Joaquim María Puyal bajo el lema «més que un club», y Luis del Olmo, que predicaba en el sector castellanohablante, se mostraba fiel devoto de Pujol por las concesiones radiofónicas que este le había otorgado. Generalmente, esta clase de panegiristas bien cebados enseñaban el plumero a la primera frase y uno sabía a qué atenerse, pero había otros que por su camuflaje izquierdista resultaban bastante más temibles.

Desde los principios de la martingala los escuadrones de la comunicación contaban con muchos hijos naturales de Karl Marx que, debidamente reciclados, operaban como quinta columna al servicio del sistema a cambio de un buen cargo o un simple caché institucional. Pujol los había instalado en los frentes de la propaganda. Su táctica señuelo consistía en aparecer como independientes y solo entrar en combate cuando la ocasión se consideraba una emergencia o había que sumarse a la campaña contra algún enemigo general del negocio. El propio Vázquez Montalbán, que simulaba impartir también sus correctivos al Gobierno regional, se ponía firme, cuadrándose al servicio de la causa, cuando desde la cúpula tribal era lanzada la orden: ¡Prietas las filas! Podría citar varios ejemplos de dicha estrategia ladina en el insigne periodista, pero su adhesión pública al mariscal Pujol en el caso Banca Catalana, acusando a Madrid de atacar a Catalunya, figura como la más notoria. Como también fue ostensible el fichaje de los comunistas Alfons Quinta y Enríe Cañáis para ocupar, por este orden, la Dirección General del máximo aparato propagandístico de la Europa occidental: la televisión autonómica TV3.

La lista sería larga, pero añado solamente otros tres que, a tenor de los suculentos presupuestos que manejaban, vale la pena citar: el ex maoísta Baltasar Porcel en la dirección del Institut Europeu de la Mediterránia, y en mi terreno, dos ejemplares de la deconstrucción marxista, Jordi Coca, director del Institut del Teatre, y Xavier Bru de Sala, director general de Cultura de la Generalitat.

Nosotros éramos matraqueados sistemáticamente por unos y otros, aunque los izquierdistas reciclados en los escuadrones vernáculos de los media eran los encargados de lanzarnos la munición más mortífera en la línea de flotación. Era mortífera porque muchos de los sicarios que disparaban pertenecían a la peña de iconos progres que veneraba el público de Els Joglars. En ese aspecto la táctica resultaba especialmente delicada, pues si no conseguíamos neutralizar sus campañas sabíamos que la erosión de nuestro prestigio cívico y artístico acabaría por dejarnos fuera de combate en Catalunya.

Como consecuencia del goteo infamante, el tiempo destinado a defendernos de las embestidas recortaba muchas veces el de la construcción de nuestro armamento escénico, lo cual, en la distancia del tiempo, me hace ahora pensar en las ventajas artísticas de haber nacido en otra parte. No obstante, debo reconocer que en alguna ocasión también nos servía de acicate para determinados pasajes de nuestras obras.

—¿Y a este c… qué le pasa ahora con nosotros?

Hacía un par de horas que la reunión de estado mayor de la compañía deambulaba por derroteros económicos y de programación; pero al pasar al capítulo de información sobre ataques colaterales del exterior la modorra desaparecía como por ensalmo, e incluso algunos miembros de la milicia se alteraban visiblemente. A medida que se repasaba la lista de agravios de las últimas semanas brotaban toda clase de adjetivos exaltados entre los reunidos.

—Claro, era previsible que el palmero oficial del conseller tuviera que justificar el sueldo extra.

La cinta casete iba pasando fragmentos de la tertulia de sobremesa de Catalunya Radio en la que, por una u otra razón, se nos nombraba asiduamente. Una vez repasadas las emisoras, examinábamos los recortes de prensa, donde los salivazos ganaban sobre los cumplidos en proporción de uno a diez. Entonces el clima subía de tono y más de uno de nosotros sufrirá años de purgatorio por culpa de aquellos recortes.

—¿Alguien conoce al lumbreras que ha escrito esto?

—Dice que estamos acabados, el muy h…

—¿Por qué tenemos que pagar nosotros la mala uva causada por el trozo de pata que le falta al tipo ese de La Vanguardia?

—¡El «plasta» Ordóñez ataca de nuevo! Será l…

—También el picapleitos Loperena en El Periódico.

—¿Ese no había sido facha?

—Camisa azul. Le dieron la dirección del Teatro Nacional de Barcelona en época de Franco. Cuando acabó la dictadura todos se lo quitaban de encima: los abogados decían de él que era buen teatrero y los teatreros que era buen abogado. Menudo p…

—Compadezco a los independentistas que defiende, porque, si acudes a su bufete por una multa de tráfico, te puede caer cadena perpetua.

—Por enésima vez la revista El Temps, de Valencia, nos pone a parir. La madre que…

—La quinta columna del catalanismo valenciano tiene que justificar las subvenciones de Pujol. ¿Quién es el mercenario firmante?

—El de siempre. Este s… de Julio Máñez, que ejerce de Doctor Jekyll en El País y de Mister Hyde en El Temps.

—Señores, el Ayuntamiento de Calafell nos mantiene el título de personas non gratas.

—¡Bravo! ¡Bieeen! ¡Hurraaa!

Al poco tiempo, la indignación inicial se tornaba en juerga generalizada y entonces, animados por la euforia vengativa, empezaban los planes de contraataque. La estrategia se estudiaba y se llevaba a cabo con la misma precisión con que ensayábamos los montajes.

Una frase de Hamlet dirigida al servil cortesano Polonius para que diera buen trato a los comediantes se erigía en justificación histórico-gremial de nuestra campaña: «… Trátalos bien, porque después de vuestra muerte más os valdría un mal epitafio en la tumba que una maliciosa reputación de comediante en vida».

Seguíamos estudiando posibilidades de ofensiva.

—Este nos funcionaría de perlas para el personaje del débil mental que dirige la nuclear…

Los nombres de los atacantes eran cuidadosamente seleccionados para colocarlos en los personajes más indignos de nuestras series de televisión. Nombres de políticos, escritores, críticos y notables de la cultura daban vida a cualquier espantajo, sinvergüenza o timador que apareciera en el argumento. En esta actividad seguíamos el buen ejemplo de Miguel Ángel Buonarotti, que mientras realizaba los frescos de la Sixtina pintó entre los condenados al infierno el rostro de un miembro de la Curia que le complicaba la vida con demasiada frecuencia. En nuestro caso solo se trataba de una eficaz estrategia de defensa, pues el temor al ridículo coartaba la afluencia de voluntarios en la cruzada.

Las distintas actividades defensivas obligaban a organizarnos en varios comandos que tenían encomendadas misiones muy variadas. Estaba el comando de pintura, especializado en el graffiti artístico en la vivienda o paredes circundantes del enemigo escogido. El comando telefónico, dedicado a la llamada en hora inoportuna con cánticos y poemas sobre el tema (este comando estaba a cargo de los más trasnochadores), y el comando de operaciones especiales, que consistía en organizar complejos montajes destinados a satirizar y desmoralizar al atacante. Nuestro plan de combate pasaba por no dejar un solo ataque sin réplica. Pero siempre con gran cuidado de mantener un nivel estético, porque en el fragor de la lucha uno puede contaminarse fácilmente de la bajeza del enemigo y acabar en su misma tesitura. Por eso, en todas las acciones existía un principio irrenunciable: el ingenio y la calidad artística de los ataques, ya fueran literarios, plásticos o dramatúrgicos.

Habíamos llevado a término operaciones de gran calado, como organizar conferencias ficticias en lejanas ciudades adonde el enemigo invitado acudía con suite reservada y una vez allí la supuesta organización no pasaba a recogerlo. El pardillo se encontraba entonces sin conferencia y con la factura del hotel, más viajes. Después, un fax firmado por nosotros le informaba de que se había anulado la conferencia, pero que en compensación yo había propuesto al President que le concediera la Creu de Sant Jordi.

Otro apartado bélico que entonces dominábamos con cierta eficacia era los fax destinados a periodistas perseguidores, pero expedidos a la redacción de su periódico o a la emisora para que pasaran antes por tantas manos como fuera posible. Con el fin de dotar de mayor veracidad al documento, modificábamos los datos que encabezan las hojas de fax e imprimíamos unos logotipos de la empresa o institución muy creíbles. El escarnio público en este caso no era sobre la escena, sino a través de un simple papel. Sabíamos que el sadismo de sus compañeros provocaría decenas de fotocopias antes de llegar al destinatario. Por ejemplo, del siguiente fax enviado a un periodista de La Vanguardia nos consta que circularon numerosas copias por toda la redacción del periódico.

C/ Tuset, s/n.

Tel. 93 209 42 13

Sr. Oriol D…:

Después de intentar localizarlo infructuosamente a través de la dirección y teléfono que usted anotó en la ficha de cliente de nuestro establecimiento, y que resultó ser falsa, hemos podido averiguar a través de una agencia de información que usted trabaja en este periódico.

Antes de llevar el asunto a mayores deseamos realizar una última tentativa con el fin de que salde el débito que tiene pendiente en nuestro establecimiento. Su historial de cliente asiduo es el que nos ha hecho transigir las últimas veces cuando, después de utilizar los servicios de nuestras señoritas, dejó de abonar la tarifa por llevar una tarjeta ilegible electrónicamente. Este truco lo ha practicado reiteradamente, abusando de nuestra confianza y buena disposición con la clientela.

Señor Oriol… debería ser el primer interesado en liquidar la deuda con prontitud, ya que el tratamiento dado por usted a las señoritas Raquel y Bea podría ser también objeto de denuncia, porque una cosa es pagar por un «griego» convencional y otra muy distinta obligarlas a mantener la cabeza en el excusado mientras usted ejecuta la «lluvia dorada» sobre ellas. Pero lo más grave no es solo eso, sino que además lo practique cantando Els segadors para mayor humillación, pues las dos señoritas son de Castilla-La Mancha. Ni que decirle que poseemos pruebas documentadas de todo ello, ya que somos una empresa de gran profesionalidad y no podemos tolerar comportamientos vejatorios, con el agravante por su parte de morosidad reiterada.

Una vez más le conminamos a que liquide usted la deuda pendiente, ya que de no ser así tenga por seguro que vamos a tomar las medidas oportunas, judiciales por supuesto, que encargaremos al prestigioso gabinete Roca (sanitarios).

Atentamente,

Madame Mamalú

Otro fax, enviado en este caso a la redacción del desaparecido periódico El Observador, y dirigida a un periodista de verbo enrevesado y de enorme pesadez que había demostrado con creces su obsesión contra nosotros, muestra la variedad de los temas escogidos para disparar a la retaguardia del enemigo.

Sant Boi de Llobregat

C/ Antonio Pujades, 42

Tel. 93 654 63 50

Sr. Marcos O…:

Estudiado minuciosamente el informe presentado por el doctor Sagarra, así como la prueba escrita y publicada «Boadella versus Corcuera», la cual también incluye el citado informe, me place comunicarle que el consejo de este centro ha resuelto aceptar la petición de ingreso con carácter de urgencia para la terapia conductista solicitada por su médico.

Las condiciones de ingreso son las siguientes:

1) Se presentará en el centro el día 28 de diciembre a las 10 de la mañana (puerta principal, departamento de ingresos).

2) Entre sus efectos personales no pueden incluirse objetos punzantes, cuerdas, cinturones, etc. Tampoco ninguna clase de comida ni conserva. Deberá llevar dos pijamas, un albornoz, unas zapatillas y tres botes de plastilina para manualidades.

3) Dadas las características clínicas del cuadro previo que presenta (complejo de Sócrates con brotes de la enfermedad de Valium), estará inicialmente sometido a un período de aislamiento hasta que una mejora sustancial en su dolencia permita el contacto con otros pacientes sin riesgo para estos.

4) Necesitamos lo más pronto posible una copia del seguro privado que debe suscribir para cubrir totalmente cualquier daño o lesión que pueda ocasionar durante su estancia en el centro (destrucción de mobiliario, mordiscos, arañazos, patadas, etc.).

5) Las visitas de familiares y amigos durante el período de aislamiento serán controladas por un enfermero; cualquier comportamiento violento o anormal significaría la suspensión automática del régimen de visitas.

Con la confianza en que nuestro tratamiento supondrá una mejora en su dolencia, me pongo a su disposición para cualquier información que precise hasta su ingreso.

Reciba un cordial saludo,

Dr. Segimon Floid

En el fondo estos juegos servían sobre todo para mantener el buen humor entre nosotros sin dejarnos ganar por ningún malestar, y aunque, por temor al escarnio, nuestras acciones pudieran frenar en algunos adversarios noveles los deseos de sumarse a la persecución, la creciente animosidad que despertábamos en el establishment cultural y político me hacía intuir que a corto plazo nada podríamos hacer contra un empeño tan firme de arrojarnos al público desdén. Empezaba a penetrar sibilinamente el mensaje de que nuestra sátira solo era la expresión del odio que profesábamos a la tribu. En esas condiciones sería difícil resistir desde una empresa privada como Els Joglars una erosión tan persistente y generalizada de nuestra reputación profesional y cívica en una Catalunya donde el dinero público se utilizaba para acallar la contestación.

No voy a negar que en mis primeros tiempos escénicos mantuve unas relaciones cordiales con un puñado de periodistas catalanes que ayudaron amablemente a la difusión de mi trabajo. Yo les ofrecía el tema, siempre planteado de forma espectacular (a veces con cáustico descaro), y ellos lo aprovechaban dándole un cierto relieve en su medio. Esta colaboración, que ha seguido con buena parte del periodismo español, empezó a extinguirse en Catalunya a partir del momento en que los medios se sometieron al dictado de la política regional. En estas circunstancias yo era para ellos cada vez más incómodo.

Un tiempo después, cuando estos medios, en un frenesí de poder, han dado un paso más y se han otorgado el papel protagonista de la gran patraña autóctona, me han situado en los primeros puestos del enemigo a batir. Primero el goteo maldiciente, y una vez cumplimentada esta fase inicial empieza la siguiente: borrar la presencia del sujeto incómodo. La mayoría de aquellos presentadores, articulistas o periodistas con los que mantuve una cordial relación profesional ya no humana y se guardan mucho de hacer cualquier gesto de afinidad conmigo. Incluso, en los últimos tiempos, me ha tocado soportar de un buen número de ellos una repentina hostilidad expresada a través de las ondas o la letra impresa.

No es nada nuevo: es un proceso humano que acostumbra a producirse en cualquier territorio donde la democracia y la libertad de pensamiento representan el estorbo para la implantación de un sistema de unanimidad general. La justificación de la unanimidad pasa por la trascendencia inaplazable de la sublime misión. La historia nos demuestra cómo las empresas de rango tan elevado acaban alentando a la traición hacia el amigo díscolo o a la denuncia contra el propio padre si ello conviene para el triunfo de la excelsa causa.

En poco tiempo, el panorama político de la tribu tomó un rumbo bastante más amenazador que en sus inicios y los combates empezaron a sufrir un cambio sustancial: ya no peleaba contra la gansada provinciana, sino contra Catalunya, pero una Catalunya que buscaba la reproducción en versión autóctona de aquellos aciagos anhelos cuyo lema era «una unidad de destino en lo universal». En este nuevo contexto, mi armamento convencional se mostraba ineficaz contra una guerra química que empezaba a provocar una epidemia de dimensiones insospechadas y que afectaba ya a colaboradores, vecinos, amigos y parientes.