GUERRA XII

INVENTARIO DE LOS COMBATES Y CONSECUENTES ESTRAGOS CAUSADOS EN MIS EFECTIVOS PERSONALES EN LA «GUERRA DE CIUTADANS»

Acometida de las vanguardias plásticas.

El enemigo en sus contraataques utilizaba reiteradamente mi nombre, y ello por dos razones estratégicas: la primera, porque era la figura más conocida de Ciutadans, y la segunda, para demostrar que la embestida traicionera contra el nacionalismo estaba liderada por un simple payaso que no se había distinguido precisamente por su fidelidad a la suprema causa. Las consecuencias no se hicieron esperar. Los artistas de vanguardia especializados en el graffiti infamante tomaron cartas en el asunto y plasmaron sus obras en numerosas paredes del territorio. Las pintadas de «Boadella feixista» iban apareciendo en diversas localidades. Una de las más espectaculares llenó un amplio espacio de la pared lateral del teatro de Figueres. El tiempo en que permaneció intacta esta pintada resultó ser un claro indicio de las corrientes soterradas que arruinan actualmente los cimientos de la sociedad catalana.

Para esbozar una perspectiva objetiva del asunto, debo precisar que mi compañía mantiene una buena relación con el personal del teatro de Figueres, pues se trata del espacio que utilizamos habitualmente para dar los últimos retoques a nuestros montajes. Hemos actuado allí numerosas veces y el trato con los trabajadores del local ha sido en todo momento de gran cordialidad. Paradójicamente, la pintada permaneció más de un año en la pared sin que a ninguno de estos técnicos y administrativos, que diariamente pasaban por delante, se les ocurriese limpiarla. Con el propio alcalde de Figueres nuestras relaciones siempre fueron afables; incluso en alguna ocasión me había pedido colaboración para que actores de la compañía hicieran el pregón de fiestas de la ciudad. Cosa que se hizo de forma brillante. Pues bien, ni el a la sazón alcalde socialista, Joan Armangué, fue capaz de enviar la brigada de limpieza para que borrara una infamia en la pared de su propio teatro municipal. Tuvo que ser mi hijo Bernat quien, un año después, indignado por tan cobardes recelos, cogió los bártulos y acabó con aquella lamentable muestra de vileza de mis conciudadanos.

Esta es la Cataluña actual. El resultado de tantos años de silencio es la complicidad pasiva de los ciudadanos encubierta bajo una apariencia de sereno oasis frente a la imagen de una crispada y turbulenta España. Lo peor de todo es que estos incidentes de apariencia anecdótica reflejan el miedo, y cuando este se instala en una sociedad, por la razón que sea y en la dimensión que sea, ya no es posible el desarrollo natural de la libertad. A pesar de todo, en Cataluña se puede vivir hoy muy bien, del mismo modo que se podía en la época de Franco, hasta plácidamente, a condición de que no te interpongas en el sistema; más concretamente, en las martingalas identitarias.

Asalto a nuestras posiciones

El sistema consideró mi apoyo militar a Ciutadans la gota que desbordaba el vaso. Era un ultraje a los sagrados protocolos de la tribu. De todos los guerreros participantes, yo era señalado como el máximo traidor, y tenía que pagar por ello. Bajo este supuesto, no fue nada extraño que en mi primer acto público con ocasión de presentar la plataforma en Girona, una veintena de reclutas niñatos, no destetados aún del pecho patriotero, junto a un puñado de chusqueros veteranos, asaltara el salón del hotel con el propósito de impedir la presentación. Los miembros de la carnada, algunos con la cara cubierta, irrumpieron en el interior de la sala armados con pitos y banderas independentistas. Sus otras armas eran insultos y amenazas que me dedicaban y que también extendían al público asistente. Se trataba de munición convencional: cantos patrióticos y gritos de hijos de puta, fascistas, franquistas, traidores, Boadella burgués, trabaja de payés y otras ramplonerías por el estilo. Prevenida con antelación, la policía autonómica no hizo nada ante tan flagrante agresión a la libertad. No lo hizo, ni a instancias del director del hotel, que les exigía desalojar de un local privado aquel tropel vociferante.

A la mañana siguiente, el periódico local Punt Diari relataba los hechos dando el mismo espacio de voz a los agresores y a las víctimas. Su estrategia (en beneficio del régimen) consistía en colocar en idéntico plano las razones de los unos y los otros. Con esta táctica, tan utilizada hoy por los medios catalanes, el periódico gerundense pretendía simular su objetividad, aunque en el fondo el propósito de la maniobra era inclinar al lector hacia el bando agresor, cuya violencia quedaba justificada por arrogarse la salvaguarda de las esencias nacionales. No era posible desvincular el episodio y la actitud del Punt Diari con lo que ocurría en España cuarenta años atrás, cuando los falangistas asaltaban actos de signo político contrario y los medios del Movimiento justificaban las tropelías convirtiendo a las víctimas en peligrosos desestabilizadores de la paz.

Igual como suele suceder con los bichos, que cuando adquieren un hábito resulta muy difícil desacostumbrarlos, así los bravucones de Girona y sus cofrades no cesaban de acudir a nuestros actos. La asiduidad les hizo tomarse un exceso de confianza y en más de una ocasión dejaron el armamento convencional para pasar directamente a las hostias. Con el pretexto de que se trataba de hechos aislados que no empañaban el buen clima general, los agresores contaban con la tolerancia del Gobierno y sus voceros en los medios. La actitud permisiva de unos y otros hizo que se siguieran produciendo incidentes de esta naturaleza en varias localidades.

Desde las embestidas de los ultras a Teledeum no había necesitado protección policial para realizar un acto legal, pero como todo puede tener su punto de vista positivo, debo reconocer que aquellos fanáticos me hacían rejuvenecer con sus reposiciones del pasado dictatorial.

Ofensiva del regimiento de comunicaciones

Uno de los efectos más característicos que la instauración de un régimen produce en los medios es que el periodismo desaparece como oficio. En el régimen franquista tuvimos un ejemplo patente de esta situación, pero con el atenuante de que en aquellas circunstancias los periodistas tenían por lo menos una razón de fuerza que les mantenía indemne la dignidad, pues no podían ejercer con libertad su labor. Obviamente, la actual diferencia con la dictadura es que nadie está obligado por ley a la sumisión, sino todo lo contrario: la Constitución protege y estimula la pluralidad informativa. Esto en teoría es así, pero en Cataluña, precisamente por su condición de régimen, la práctica muestra un panorama completamente distinto. El antiguo oficio del periodismo se ha ido diluyendo y ha dado paso a un nuevo linaje informativo. Se trata de periodistas apócrifos, los cuales forman parte del batallón mediático nacional; unos figuran en activo permanente y los demás son reservistas que se movilizan ante sucesos excepcionales, allí donde sea necesario colocar en combate la totalidad de los efectivos en beneficio de la sacrosanta causa. La principal diferencia del apócrifo con el periodista auténtico es que los primeros no están al servicio del ciudadano, sino de quien manda. La misión del nuevo periodista ficticio es convertirse directamente en juez y parte del debate o la noticia. El procedimiento ha sido asimilado con tal entusiasmo que no solo se aplica en temas políticos, sino en el deporte, los sucesos, la meteorología, el arte o las necrológicas.

En los medios audiovisuales catalanes los entrevistadores, cumpliendo con el papel que tienen asignado en el sistema, asumen la función de guardianes de las esencias étnicas para impedir cualquier intromisión del enemigo en su medio. Siempre se parte de este supuesto y nadie osa ponerlo en cuestión, porque la selección previa impide sobresaltos; pero en el hipotético caso de que el entrevistado se atreva a plantear la más mínima duda sobre cualesquiera de los principios fundamentales del régimen, entonces desaparece instantáneamente el entrevistador y se transfigura en fiscal que interroga a un desafecto de la causa nacional.

La irrupción de Ciutadans provocó la movilización general y en un santiamén se produjo la incorporación a filas de la totalidad del gremio de supuestos periodistas. Las firmas que interpretaban el papel de neutrales en los más importantes medios dejaron de lado cualquier atisbo de objetividad y se lanzaron ferozmente contra el enemigo. El ataque fue sin cuartel y de una intensidad persistente durante meses. No sería ni necesario señalar que un servidor figuró como principal objetivo enemigo.

El periódico Avui, que sigue siendo el último reducto de la dictadura en España, ya que se esfuerza en mantener vivo para sus lectores el espectro de Franco, tuvo tema durante un par de años. Le emuló en ímpetu la prensa comarcal, encabezada por el Punt Diari, que viene a ser una versión progre de los desperdicios del carlismo. En la misma línea de fuego, Catalunya Radio y el RAC ametrallaban a diario. Esta última es una destacada emisora nacionalista del Grupo Godó, editor de La Vanguardia, periódico que, por cierto, se sumó a las acusaciones de «españolistas» con un ímpetu tal que se hizo conmutar en el acto la penitencia de su antigua cabecera La Vanguardia Española. Le siguieron en el combate las filiales socialistas de El Periódico de Catalunya y la SER, y cubriendo también el flanco izquierdo, pero con menor intensidad, la edición de El País Catalunya. Aunque la menor intensidad solo era aparente, porque este periódico disparaba solapadamente con silenciador: a veces lo hacía omitiendo las noticias y en otras ocasiones dejando que el embajador del régimen en el periódico, J. B. Culla, realizara el trabajo sucio. En el último de sus artículos sobre el tema, con el fin de añadir más madera a las diatribas contra Ciutadans, Culla aireaba mi menoscabo público hacia los políticos catalanes, y, de paso, como verificación coherente de mis inclinaciones fachas, aludía al éxito de una conferencia que impartí en la escuela de verano José Javier Múgica, de Pamplona, organizada por la UPN. Esa necesidad incuestionable de que los acontecimientos coincidan lindamente con los anhelos personales resulta disparatada en cualquier ciudadano de a pie, pero cuando quien lo practica es un profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, el asunto pasa a ser simplemente hilarante. Con este ánimo escribí una carta a El País.

Ínclito profesor J. B. Culla:

Le ruego que acepte una humilde ayuda por mi parte. Así no tendrá necesidad de alterar el contenido de algunas declaraciones ni escribir basándose en referencias de terceros sobre mis conferencias. Me refiero, naturalmente, al artículo «En cueros» (El País, 29-IX).

En el Palau de la Música, mis palabras sobre los políticos catalanes fueron exactamente: «Un conglomerado de cursis y capullos con la justa proporción de mangantes en nombre de la patria». No alcanzo a comprender por qué elude lo de mangantes y la patria; es algo sutil, pero sin duda muy sustancial, y además favorecía las intenciones del artículo. En cuanto a mi conferencia de Pamplona, de la cual escribe que cientos de militantes de UPN me aplaudieron con entusiasmo, le voy a ayudar en su campaña, profesor. ¿Sabe por qué se entusiasmaron? Porque concluí la charla diciendo: «… Sin histeria, sin complejos, con íntima satisfacción, con voz moderada y todo el sentido común de un catalán, ¡viva España!».

¿Cómo le puede pasar por alto algo tan trascendental para sus propósitos? A ver si voy a tener que ser yo quien le proporcione el material para desprestigiarme. Que dormim, professor Culla?

¿Había otra defensa posible ante el ataque mediático general?

Maniobras de la quinta columna

Josep Pla distribuía su estima por la gente que trataba en tres grupos: amigos, conocidos y saludados. Esta clasificación, que me parece muy eficaz, la mantengo de forma parecida, pero con ligeras variantes, debido a los avances electrónicos de la época. Están los que tienen mi teléfono privado, los que tienen solo el móvil y los que conocen mi correo electrónico. Pues bien, inmediatamente después de la irrupción de Ciutadans, el descenso de comunicaciones en los tres apartados fue impresionante. De la noche a la mañana me había convertido en un apestado del que era prudente distanciarse y evitar los contactos. Lo asombroso es que, sin haber dado nadie la orden explícita, todos parecían obedecer a un poder oculto de dimensión planetaria que, mediante procedimientos paranormales, habría filtrado la siniestra consigna.

Esta circunstancia provocó una importante reducción de nuestra agenda de direcciones y, al mismo tiempo, supuso el descubrimiento de agentes del enemigo en mi propio entorno personal, familiar y profesional. Primero era algún vecino que dejaba de saludar. Otro día era el amigo de tantas comidas en nuestra mesa que, sin previo aviso, se despachaba con un artículo en el que venía a justificar el asalto violento en mi presentación de Girona. Después ya eran los familiares de mi primera y difunta mujer, que azuzaban a mi hijo contra el traidor de su padre. La espiral no cejaba y se acercaba por vericuetos cada vez más retorcidos, porque hasta un cualificado trabajador de mi propia compañía escribía en un periódico un artículo con seudónimo en el que me ponía verde y exigía que saliera inmediatamente de Cataluña. En resumen, lo que iba aconteciendo en mi propio entorno me recordaba lo que algunos escritores alemanes cuentan de la lenta y sinuosa implantación del nazismo en su país.

Cuando la tribu se entrega a esos arrebatos irracionales y las naturales discrepancias políticas acaban creando en el entorno personal un avispero de enemigos activos es difícil mantenerse invulnerable, porque contra estas acciones de la quinta columna no hay contraataque posible. Son de naturaleza especialmente temible, pues, además de dañar los afectos, pueden algunas veces incluso conseguir inducirte a la paranoia. Enzarzado en este ambiente corrompido, resulta muy fácil interpretar el largo silencio de un amigo como un acto de censura personal relacionado con el tema tabú. Para acabar, lo que es más grave, descubriendo que solo estaba de viaje. Y es que el contacto con esta modalidad de epidemia tribal, que se introduce en todos los recodos del pensamiento, comporta mucho riesgo de contagio. Es una auténtica guerra bacteriológica que va eliminando paulatinamente la totalidad de los anticuerpos, de forma que lo más prudente en estos casos es poner tierra por medio, tanta como para que la acción del virus no tenga alcance.

Incursión en el epicentro del bunker vernáculo

Nadie concedía la mínima posibilidad de éxito a la campaña de Ciutadans para el asalto al Parlamento regional. Sin embargo, mi práctica empresarial en intuir la cantidad de público que asistirá a una representación me hacía prever todo lo contrario. En esta cuestión, reconozco que poseía datos objetivos a través de las conferencias que impartí por España sobre el tema; allí donde iba, las salas estaban llenas a reventar. Nunca había visto tal cantidad de gente en una conferencia; casi siempre eran de ochocientas a mil personas que interrumpían con aplausos mis descripciones científicas de la epidemia. Cuando observaba aquel público dispuesto a no perder ripio y esperando que pronunciara lo que deseaban escuchar, me preguntaba por qué me había metido en aquella refriega que nada tenía que ver con la sugestiva sutilidad de mi oficio. Alguna vez, para no hacerlo tan distinto, me presenté ante el auditorio con una bata blanca de médico a fin de dejar claro que mi labor tenía solo un componente terapéutico en la lucha contra el virus nacionalista, y en otra ocasión lo hice vestido de mosso d’esquadra a fin de no renunciar a mi condición de cómico.

Entre las numerosas intervenciones como nuncio de Ciutadans, la conferencia que impartí en el Foro Europa del Hotel Ritz, de Madrid, ante un nutrido auditorio de altos cargos políticos, cuerpo diplomático y empresarios, tuvo una gran repercusión. Más que mis palabras, creo que produjo cierto efecto el que un conocido cómico se viera obligado a coger las armas y lanzarse al monte frente a la progresiva degradación que sufría su comunidad. Con todo, al terminar la disertación, el ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo se acercó para advertirme que me lo tomara con calma, porque el adversario estaba ya muy crecido y las posibilidades de éxito eran casi nulas. Me acordé de Josep Pla y sus indicaciones, pero no tenía escapatoria posible. Había participado en despertar las esperanzas de un nutrido grupo de ciudadanos y tenía que aguantar las ganas de licenciarme de aquel sarao que, además, afectaba directamente la supervivencia de la compañía. Por otro lado, los vínculos de amistad con algunos compañeros de armas tampoco me dejaban más posibilidad que seguir en la trinchera. Desertar del batallón de los «intelectuales» hubiera significado inferirles un sonado descalabro. Para bien o para mal, me había convertido en el icono más popular de aquella guerra desigual.

Contra todo pronóstico y el sonado berrinche de los medios, que creían invulnerable a nuestras embestidas la fortaleza parlamentaria, Ciutadans logro introducir tres guerrilleros en el Parlament de Catalunya. Aunque por poco tiempo, el sistema tenía finalmente una grieta. Mi deseo de emprender la retirada del país con un torpedo en la línea de flotación del enemigo se había cumplido. Lo que no sabían entonces los tres futuros diputados era que, maniobrando con tanta avidez para ser ellos los primeros en sentarse en los escaños de la fortaleza, no estaban ejerciendo exactamente de guerrilleros, sino de kamikazes. El régimen se hallaba tan bien asentado que, pasado el susto inicial, se dedicaría a liquidar la acción de los tres intrusos. Lo haría no solo desde dentro, sino por medio de agentes dedicados a desmontar el batallón Ciutadans con los dogmatismos y las estructuras del más trasnochado izquierdismo. Se trataba de los mismos comisarios especialistas en sectarismos que, trabajando teóricamente desde la oposición, habían hecho posible en la práctica la larga pervivencia e impunidad del régimen durante tantos años. Los fracasados de todos los sectores izquierdistas que se infiltraron en el invento eran expertos en desactivación. Se trataba de escorarlo hacia la izquierda para que un partido «serio» como el PSC acabara recogiendo los escombros de Ciutadans. La nula experiencia y la falta de ingenio de los tres representantes introducidos en el bunker les hizo enzarzarse en un clima de subversión interna que empezó a minar la fuerza de la embestida inicial. Por este camino la guerra de Ciutadans estaba probablemente perdida, pero la primera batalla nadie podrá negar que fue un triunfo espléndido ante un arrogante adversario.

Ataque traicionero por la retaguardia

Finalmente, ya habían conseguido sentarme en un banquillo de acusado. Lo que no había logrado ni el régimen franquista, ni los militares, ni los clérigos, lo consiguieron los cómicos que un día interpretaron La Torna. Algunos miembros de aquel grupo que promovió el conflicto civil en el interior de la compañía aprovecharon la impagable circunstancia del bombardeo generalizado sobre mis posiciones para ponerme ante el juez. Creían tenerme acorralado en todos los frentes gracias al fuego cruzado de los batallones nacionalistas. Ellos, que habían hecho profesión de la quintaesencia del izquierdismo ácrata, pontificando siempre sobre la perversidad del sistema, así como del fascismo inherente a cualquier forma de poder, ya fuera policía o jueces, ahora se sometían a sus decisiones y proclamaban en rueda de prensa una fe absoluta en la justicia para dirimir su rechazo a mi insolidaria actitud.

La excusa era una demanda de coautoría sobre la obra La Torna. ¡Gran paradoja! Proclamaban ser coautores de un espectáculo que, por desgracia, era el que menos me gustaba de los que me había inventado a lo largo de mi vida. Con toda franqueza, me hubiera complacido no ser yo el autor; incluso lo volví a remontar hace unos años para comprobar si con la experiencia de la vejez conseguía mejorarlo, pero ni así.

El Che Rañé y Virtudes Solsona pasaron treinta años agazapados, esperando la ocasión propicia de ponerme en el punto de mira de sus rencores; rencores que, todo hay que decirlo, solo puedo interpretarlos como fruto de sus más íntimos naufragios. El Che contaba entonces con una situación estratégica inmejorable, pues su hermano ejercía de conseller en el Gobierno de la Generalitat tripartita. En la misma línea de componenda política, el concejal de Cultura del Ayuntamiento socialista de Barcelona, Ferran Mascarell, amparó las pretensiones del Che ante el delegado de la SGAE de Cataluña. Los denunciantes, con el fin de engrosar las filas del asalto traicionero, reclutaron, además de sus compinches de la obra, a tres o cuatro colegas de frustración de entre los más de cien miembros que habían pasado por la compañía en los cuarenta y cinco años de existencia. Naturalmente, los medios supieron aprovechar tan ventajosa circunstancia para presentarme no solo como pérfido anticatalán por mi participación en el frente de Ciutadans, sino que encima tenían a tiro a un usurpador de la creación ajena. ¡Además de traidor, estafador! Con aquella inestimable ayuda todo les cuadraba perfectamente; quedaba claro que el historial artístico de tantos años era fruto de la impostura. De esta forma, y aunque fuera solo por una vez, algunos anodinos crónicos del gremio, de los que durante treinta años nada se supo, conseguían salir en las fotos a toda página y de nuevo a costa mía.

A pesar de los más siniestros pronósticos sobre esta guerra, no había previsto una embestida de tal naturaleza por la espalda. Bien es cierto que la forma de ejercer mi oficio genera una convivencia y una cercanía en el trabajo que puede tender en igual medida los aprecios y las frustraciones. En general, casi todos los guerreros que han pasado por la compañía conservan una grata memoria de las batallas y recuerdan a su capitán con afecto; pero también, como en cualquier grupo humano, es ley natural que exista una proporción cismática. Eso lo acepto con toda modestia, porque, como queda patente a lo largo de estas páginas, no soy nada beatífico, aun así lo que más me cuesta asumir es que mi forma de proceder haya podido enquistar durante tanto tiempo un resentimiento capaz de impulsar la utilización de los tribunales para destapar, treinta años después, la revancha y el rencor. Jamás me hubiera imaginado poder pasar por el bochorno de escuchar de boca de uno de ellos (con el propósito de mostrar la objetividad de su declaración) que me aprecia como a un hermano. Hasta el juez quedó pasmado del alegato sentimental, y estuve a punto de exclamar teatralmente: ¿Tú también, Bruto? La exudación pública de bondad es precisamente la maniobra de confusión que emplean en sus embestidas los legionarios de la mojigatería progre-izquierdista. A pesar del tiempo vivido, esta capacidad de malevolencia e indignidad de gente con la que has compartido tantas refriegas todavía tiene la facultad de dejarme atónito. Pero, como acostumbra a suceder en casi todo, la culpa siempre está en uno mismo. ¿Cómo fui tan estúpido para no preverlo?

Tuve que defenderme y demostrar lo que estaba comprobado públicamente a lo largo de cuatro décadas y media. En realidad, los testigos eran cientos de miles de espectadores. La contrapartida feliz fue encontrar antiguos y leales guerreros que testimoniaron en mi defensa como autor dramático. Allí estaban, auténticas reliquias de juventud, Fermí Reixach, Rafael Orri, Jordi Purtí, Antonio Valero y mis actuales colegas Jesús Agelet, Lluís Elias y Ramón Fontseré. También acudieron a testimoniar su opinión prestigiosos profesionales como Ángel Berenguer, Eduardo Galán y Javier Villán.

El juez desestimó sus pretensiones. Entonces, al fracasar lo que ellos mismos habían denunciado, se dedicaron a recorrer los medios radiofónicos proclamando su desacuerdo con la decisión judicial. Para remate, publicaron un libro en el que, bajo la excusa de relatar las peripecias que desencadenó La Torna, me situaban como protagonista para convertirme así en el canalla de la película. No se percataron de que la escritura del libro por sí misma delataba su propia ineptitud como pretendidos autores. Los cinco componentes que protagonizaban el libro no fueron capaces entre todos ellos de escribir un texto para narrar sus propias vivencias. Al igual que hacen las folclóricas, Elisa Crehuet, Ferran Rañé, Gabi Renom, Andreu Solsona y Arnau Vilardebó necesitaron que las periodistas Rosa Díaz y Mont Carvajal les escribieran 170 páginas para demostrar su condición de autores.

A pesar de todo, en ningún momento tuve la impresión de ser atacado únicamente por estos personajes de forma individual. Representaban la fiel infantería de las huestes dogmáticas. Son los de la obediencia ciega a los gurús del credo y la razón colectiva. Las deidades podían llamarse Marx, Lenin, Mao, Che Guevara, Marcuse o Cohn-Bendit, poco importa, porque la munición no cambia con el tiempo; enseguida se convierte en anacrónica, ya que se empeñan en seguir la senda de la fe y no la del pensamiento libre. Es más fácil el credo que la ciencia. Fuera de su ámbito solo ven reaccionarios, asquerosos liberales y fachas. Al igual que en las religiones, sus proclamas son todas previsibles, circulan con el piloto automático conectado: están contra Israel y por Palestina, por Castro y contra Estados Unidos, por Picasso y contra Dalí, por la teología de la liberación y contra la Iglesia, por la negociación con asesinos, a favor de la multiculturalidad, por las vanguardias, por los derechos de los animales, contra la energía nuclear y por los molinos generadores; desprecian la idea de un Dios intangible y adoran la medicina alternativa. Su más perspicaz conclusión es que en España la culpa de todo la tiene el PP A pesar de tantos años tratando de rehuirlos, me persiguen obsesivamente. Padezco una aterradora confusión, pues no sé por qué extrañas razones me confunden a menudo con uno de los suyos. Desde hace cuatro décadas han significado mi mayor penitencia a una vida indiscutiblemente afortunada. ¿Será esto el purgatorio?

Alarmante embestida por el flanco izquierdo

En el momento en que la izquierda catalana se quitó la máscara y escoró descaradamente hacia el nacionalismo, comprendí que el cerco se abrochaba a mi alrededor. Los comandantes del regimiento cultural de la izquierda, que en otras épocas toleraban mis actitudes poco afines a sus postulados en compensación por la guerra contra el mariscal Pujol, no solo se pasaron sin ningún complejo a las filas enemigas, sino que encabezaron la nueva política independentista.

En muy escaso margen de tiempo me encontraba enfrentado a un adversario de una dimensión armamentística absolutamente descomunal. Tenía en la trinchera de enfrente una división que se había dedicado tenazmente a ocupar posiciones en todos los ángulos estratégicos de la política cultural. Entre los muchos oficiales al mando de este ejército sirva de ejemplo Ferran Mascarell, veterano devoto de las reliquias soviéticas, destino del cual desertó posteriormente para pasarse a la socialdemocracia del PSC. Este insigne dirigente cultural socialista se sumó también a la guerra general contra Ciutadans, protagonizando un par de embestidas contra mi posición; no lo hizo visiblemente, sino encubierto en las fingidas víctimas que desalojé de la compañía cuando La Torna, porque a los ex alumnos de la escuela soviética les chifla lo subrepticio.

Una rápida ojeada a sus efectivos personales de combate da idea de la magnitud del enemigo.

Ferran Mascarell ha ocupado las siguientes posiciones:

• Director de Publicaciones de la Diputación de Barcelona.

• Coordinador del Área de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

• Miembro del Consejo asesor de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

• Delegado general en Cataluña de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).

• Director-gerente del Instituto de Cultura de Barcelona.

• Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

• Presidente del Instituto de Cultura.

• Presidente de la Comisión de Cultura y Educación.

• Presidente de la Comisión Ejecutiva del Consorcio de Bibliotecas.

• Presidente del Consejo Plenario del Distrito de Gracia.

• Presidente de Barcelona TV. Director del Diploma de Posgrado en Gestión y Dirección de las Instituciones, Empresas y Plataformas Culturales, organizado por el Instituto de Educación Continua de la Universidad Pompeu Fabra.

• Consejero-delegado del Fórum Universal de las Culturas 2004, y posteriormente, vicepresidente.

• Consejero de Cultura del Gobierno de la Generalitat.

• Diputado del Parlamento de Catalunya.

• Patrón de la Fundación Barcelona Cultura.

• Patrón de la Fundación Barcelona Media de la Universidad Pompeu Fabra.

• Presidente del Consejo de Publicaciones y Ediciones del Ayuntamiento de Barcelona.

• Vicepresidente del Consejo de Patrimonio Cultural de Barcelona.

• Vicepresidente del Consorcio de Comunicación Local.

• Miembro del Consejo rector de Casa Asia.

• Miembro del Consorcio del Auditorio y la Orquesta.

• Vocal del Consorcio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

• Vocal de la Fundación Mies van der Rohe.

• Vocal del Consorcio de la Fundación de la Ciudad del Teatro.

• Miembro del Consejo asesor de la Fundación Campalans.

• Miembro del Patronato del Consorcio del Museo Nacional de Arte de Cataluña.

• Miembro de la Junta de Gobierno del Consorcio del Gran Teatro del Liceo.

Este insigne jefe del estado mayor de la cultura ha participado también en las siguientes empresas:

• Consejero de Olimpíada Cultural, S. A. Apoderado de Comunicación Audiovisual Capa Barcelona, S. A.

• Administrador de Artual Comunicación Audiovisual, S. L. (Esta sociedad nunca ha presentado sus cuentas anuales ante el Registro Mercantil de Barcelona.)

• Miembro del Consejo de administración de Barcelona Promoció Instal-lacions Olímpiques, S. A.

• Vicepresidente de Fórum Universal de las Culturas de Barcelona 2004, S. A.

• Taleia Cultura, S. L.

• Consejero de Caixa d’Estalvis i Pensions de Barcelona.

• Consejero de Barcelona Emprén, SCR de Régimen Común, S. A.

• Consejero de Societat Municipal de Gestió Urbanística, S. A.

• Consejero de Informació i Comunicació de Barcelona, Societat Privada Municipal.

• Consejero de Agencia de Comunicació Local, S. A.

• Consejero de Compañía de Emisiones y Publicidad, S. A.

• Consejero de Servéis Culturáis del Liceu, S. L.

• En la actualidad trabaja como consejero en RBA Contenidos Audiovisuales, S. A.

El futuro estaba cantado. Rodeado en todos los frentes por la totalidad del régimen y luchar además contra adversarios de tales dimensiones no es ya cuestión de valentía, sino de insensata temeridad. Esa clase de tramas soterradas se manifestaba letal. La retirada era inminente.

Cerco, capitulación y repliegue

El público del Festival Iberoamericano de Cádiz estaba en pie haciéndole palmas a la compañía. Llevaban ya largo rato ovacionando rítmicamente el final de En un lugar de Manhattan y no parecían cansarse de aplaudir. Si exceptuamos Barcelona, la entusiasta acogida era parecida en todas partes de España, pero en Cádiz gastan un salero especial. Ante aquella demostración de estima los componentes de Els Joglars experimentábamos una mezcla de emoción e indignación. Hacía pocos días que habíamos salido de Cataluña, donde nuestros conciudadanos nos hicieron sentir su desdén dejándonos vacío el teatro. Mis colegas estaban prevenidos, pero aun así acusaron la embestida, quizá porque el desprecio les cogió enardecidos aún por el reciente triunfo de Madrid. A pesar de mis advertencias, pues me hallaba en plena guerra de Ciutadans, no podían figurarse que la temporada de Barcelona se desarrollaría actuando en aquellas difíciles condiciones. La falta de costumbre de representar ante tan escasa audiencia hizo mella en su ánimo, porque, además del menosprecio, empezaban a intuir las consecuencias que seguirían al boicot.

A diferencia del que habían organizado por España con el cava, donde por lo menos nadie ponía en duda su calidad, en nuestro caso, encima del repudio, algunos serviles miembros del batallón mediático afirmaban que la gente no acudía porque la obra era mala. En esta línea las siniestras plumas del régimen de Joan Antón Benach, Pilar Rahola y Josep María Espinàs aprovecharon tan formidable ocasión para disparar públicamente su añeja hostilidad hacia nuestra posición artística y política. La ignorancia de todo lo que pasaba fuera de la región les llevaba a creer que una vez desahuciados Els Joglars de Cataluña ya estaban liquidados para siempre. Por mi parte, la estricta realidad de los acontecimientos me hacía deducir que la capitulación estaba ya muy cercana. Lo demostraba precisamente este revoloteo de buitres que, deleitándose ante una posible descomposición de la compañía, habían empezado a exhibir públicamente su animosidad en aras de su tributo al poder nacionalista. En Cataluña el impuesto revolucionario para los que quieren sobrevivir en el cotarro pasa por presentar periódicamente, a costa de lo que sea, su adhesión a los sobreentendidos fundamentales de la tribu. El menosprecio hacia Els Joglars y un servidor hace tiempo que se ha convertido en una demostración de lealtad al régimen.

Hicimos una última comprobación en Girona, donde siempre habíamos llenado varios días hasta los topes. El resultado fue idéntico. El teatro medio vacío. Jordi Sala, un crítico escénico del Diari de Girona, escribía entonces:

Poca gente en Girona para asistir al último espectáculo firmado por Boadella. Es del todo legítimo que haya gente que decida no asistir a un montaje de Els Joglars por las controversias que levanta Boadella. Solo faltaría. También es verdad que muy a menudo, y este es el caso, quien no asiste se pierde un gran montaje teatral.

Quizá sin percibirlo, el crítico infringió las reglas de la omertà, pues explicitando la realidad del boicot ponía en evidencia la actitud de una sociedad entregada al sectarismo que exige de los artistas el sometimiento a los principios de la política regional imperante.

No volvimos a probarlo. Aunque una nueva verificación de menosprecio tampoco se hubiera podido llevar a término, pues nadie más nos contrató. De las casi doscientas cincuenta peticiones anuales que desde Catalunya recibía la oficina de la compañía solicitando participaciones de toda índole, ya fueran entrevistas mías en los medios, conferencias o cursos, en el último año se pasó a tres. Pero en cuanto a representaciones de la compañía, ni una sola petición más. Lo excepcional del asunto es que nadie había pasado ningún SMS, el Gobierno tampoco lo anunció en el boletín oficial de la Generalitat, ni los medios de comunicación hicieron proclamas para el boicot, ni los clubes, ni las iglesias, ni las asociaciones vecinales pasaron circular alguna. Como en la Cosa Nostra siciliana los… ¿ciudadanos? supieron lo que tenían que hacer. En estas condiciones la guerra estaba definitivamente perdida, porque los hechos demostraban que la epidemia se había generalizado y se hallaba fuera de control.

Derrota y muerte civil

Las sensaciones que experimento cuando paseo actualmente por Cataluña me hacen rememorar unos lejanos recuerdos de mi abuela y sus conejos. La anciana estaba siempre preocupada por las madres conejas que aborrecían a sus crías; le parecía algo de naturaleza inexplicable, casi sobrenatural. Debido a esos temores, no me permitía nunca poner las manos y hurgar entre los bichos porque sospechaba que mis intromisiones podían inducir al repudio de la carnada. Sin embargo, a mi pobre abuela no dejaba nunca de conmoverla lo que en apariencia era el acto antinatural de una madre abandonando a sus crías. La tragedia de Medea en versión conejo penetraba entonces en mi mente infantil como algo propio, pues me causaba cierta desazón el observar la ausencia de sentimientos hacia algo tan querido. Me parecía imposible aburrir lo que había sido mimado con un intenso amor.

Bien es verdad que la naturaleza puede ser a veces ininteligible, pero también muy a menudo llegamos a captar sus razones por las analogías en nuestros comportamientos profundos. En los últimos tiempos transito por los lugares más bellos de este territorio sin sentir nada, lo percibo todo como un decorado irreal. Las dulces colinas del Ampurdán, que en otras épocas me parecían una extensión de mi propia piel, no desprenden ahora palpitación alguna. Tampoco experimento ningún interés ni curiosidad por lo que ocurre en Cataluña; más bien debo hacer un esfuerzo para no exteriorizar una desagradable sensación de pesadez y hastío. Cuando algún aborigen de la tierra escucha estas razones acostumbra a mirarme con incredulidad; le tengo que citar el ejemplo de los conejos de mi abuela, y si la comparación simbólica le deja aún receloso, le planteo una realidad más corriente: ¿No has tenido nunca una pareja que te ha parecido lo mejor de la tierra? Era un ser con quien lo habías compartido todo: la diversión, la discusión, el erotismo e incluso los hijos en común. Pero un día, después de una irreversible ruptura, te encuentras ante esta persona y no sientes absolutamente nada. Ni la más mínima querencia; solo es un simple fantasma de tu currículo. Pues exactamente esto es lo que me ha sucedido con la tribu en que nací. El aborigen simula haberlo comprendido, pero me sigue mirando con escepticismo, pues le cuesta aceptar que alguien sensato no se sienta orgulloso de haber nacido en la bellísima, culta y rica Cataluña. ¡Qué le vamos a hacer!

Hace dos mil cuatrocientos años mi colega Aristófanes ya decía que la patria es solo el lugar donde uno se encuentra a gusto. De acuerdo con esto, tengo claro que no volveré a trabajar más en Cataluña. Mis obras girarán por tierras donde nos acojan con el afecto natural que los ciudadanos conceden a los artistas. Lugares donde una compañía privada como Els Joglars pueda ganarse la vida mediante un número suficiente de público inmune a las paranoias. No hay nada más agradable que representar en un teatro repleto de espectadores sin más preconcebidos que el goce natural ante una obra. La edad me obliga a ser comedido con mis energías, por lo tanto, no es cuestión de comprobar, en lo que me resta de vida, si mis ex conciudadanos me han rehabilitado o no, civilmente.

A pesar de todos los pesares, debo admitir que ha sido una derrota placentera. Cuando tomé estas decisiones me sentí liberado de una carga enojosa e irritante que venía durando demasiado tiempo. Experimenté enseguida una sensación de libertad como en mis mejores épocas de juventud. La tribu me había liquidado civilmente y así podía sentirme a mis anchas como ciudadano de Sevilla, Madrid o Salamanca, sin ningún lastre estrafalario. Lo único que deploraba era haber perdido tanto tiempo de mi vida artística enredado en un litigio provinciano. ¡Qué mala pata no haber nacido en Madrigal de las Altas Torres!