De la única cosa que podría estar agradecido a Catalunya es que en aquella tierra nació Dolors. Por lo demás los hechos me han venido demostrando que el nacionalismo no es más que la sublimación de un incidente sexual, por el que la sola razón de ser originario de un lugar u otro es motivo de ridícula superioridad frente el vecino. Bajo esta óptica, sentirse deudor de un territorio es un disparate monumental. Fuera de un contexto místico religioso, la tierra, las piedras y los vegetales no pueden ser nunca materia de agradecimiento. No hay ninguna correspondencia biológica posible. Solo merecerían un reconocimiento quienes no destrozan el entorno, pero este no es precisamente el caso de la Catalunya actual, que ha contaminado el territorio a base de naves industriales en los más bellos parajes, multitud de edificios atroces en las costas, recalificaciones salvajes en todos los núcleos urbanos y una catástrofe espectacular en las infraestructuras de comunicación.
La Dolors nació en Organyá, un pequeño pueblo del Pirineo que presume de tener el más antiguo texto literario en lengua catalana, concretamente, unas homilías datadas en el siglo XII que hoy tienen un fachendoso monumento en el centro de la localidad. No sé si el motivo es haber nacido en el crisol de la lengua, pero su catalán es una delicia, y mucho más si se compara con esa jerga ridícula y cursi con que TV3 ha contaminado hasta el último rincón del territorio. Su infancia transcurrió entre las gélidas ventiscas del Pirineo, un lugar en el que ella se recuerda realizando sus primeros dibujos sobre los cristales helados del dormitorio. A veces la escucho rememorar los juegos en el exquisito huerto de la abuela, donde las flores tenían tanta importancia como las viandas, y entre otras muchas cosas, el olor insuperable de su cocina le quedó grabado como uno de los recuerdos más persistentes de su niñez (de aquí su falta de interés por la inodora vanguardia gastronómica).
A los pocos años, debido al empleo bancario de su padre, la familia se trasladó a Ulldecona, en el extremo sur de Catalunya. El pueblo también representaba otro extremo en la forma de relación. Frente a la austeridad y el rigor climático de los montes pirenaicos, Ulldecona es mediterráneo puro al estilo valenciano. Vida extrovertida, ritos, ceremonias y fiestas rumbosas, exuberante hedonismo y buenos alimentos.
Esta dualidad en la formación se percibe claramente en su carácter: por un lado, Dolors es una mujer sobria, alérgica a la frivolidad, que despliega una considerable protección de su intimidad, pero que al mismo tiempo goza de una gran capacidad de irradiar en su entorno una forma de vida donde la sensualidad y la presencia de la belleza constituyan el lenguaje cotidiano. Es más, fuera de estas condiciones se siente incapacitada para subsistir. Puede parecer lógico tratándose de una pintora, pero he conocido muchos artistas actuales que se sienten especialmente cómodos rodeados de caos y mierda. La implantación de la belleza en el entorno tampoco es una cuestión de nivel económico, porque en los momentos más difíciles y precarios de nuestra vida ha conseguido demostrar esa capacidad de transformar el rincón más sórdido de un exilio en un lugar apetecible.
En las mentes impermeables de nada sirve auscultar las influencias del pasado; solo existe comportamiento genético y acostumbran a ser más carne de veterinaria que de psiquiatría. Pueden estudiar en los mejores colegios anglosajones, les pueden suceder toda clase de incidentes y conocer a las más relevantes personalidades y, aun así, se mantienen inalterables. He tratado bastantes ejemplares adornados con estas características, algunos de los cuales, precisamente por ello, ocupan cargos de gran relevancia. Son individuos que, para colmo, se jactan de ser inasequibles a cualquier influencia externa, y ese mismo inmovilismo cerril es el que los promociona como ciudadanos de confianza.
En caso contrario, cuando una personalidad ofrece cierta resistencia al empuje irracional de lo atávico y presenta una mejor disposición a dejarse moldear por el entorno y las personas, los resultados humanísticos, en todos los ámbitos, acostumbran a ser de mayor interés. En cierta medida serán mucho más atractivos y útiles para mitigar los quebrantos de la vida. Al margen del grueso encefálico, posiblemente esta virtud de la permeabilidad sea, en lenguaje llano, la diferencia entre un burro y un despabilado, pero no descarto que también tenga algo que ver con la diferencia entre hombre y mujer.
El desinterés que siente Dolors por sus propias cosas se transforma en todo lo contrario cuando se trata de los demás. Es una mujer dotada de una enorme curiosidad hacia el exterior, y precisamente es esta particularidad la que ha ido moldeando su pericia para comprender las razones de los otros y las sutiles complejidades del más simple acontecimiento. No hay un solo paisaje, una sola persona, ni un solo suceso que no haya suscitado algún efecto en su vida. El resultado suele ser un juicio extremadamente certero y siempre desde un ángulo insospechado y de lógica irrebatible. Es lo que se entiende por un pensamiento libre.
Cuando llegué por vez primera con ella a la Casa Nova, nada sabía sobre la dimensión de lo que acababa de raptar. Solo era víctima de algunos presentimientos y, sobre todo, del ardor que me producía su belleza tan fantaseada en el pasado. Mi intuición no falló en la elección del lugar: allí se paraba el tiempo y las pasiones no sufrían desgaste; pero esa misma intuición no logró captar que aquel ser sutil y delicado, de voz suave y ancas excelsas, escondía una evidente superioridad frente a cualquier aspecto de mi desbocada naturaleza. Lo fui descubriendo día a día como uno de los mayores placeres que me ha llevado el alejamiento de los arrebatos juveniles y los preconcebidos masculinos.
Los hombres que no han conseguido penetrar en el conocimiento de una mujer templada de apariencia insondable y sin aspavientos exhibicionistas se han perdido la degustación de la parte más civilizada y menos zoológica de la vida. Si pienso que hubiera podido salir maricón, me quedo consternado, no alcanzo a comprender la excitada felicidad que aparentan; claro que, recíprocamente, ellos deben de sentir lo mismo, pero al revés.
Cuando nos llegó el momento de abandonar la Casa Nova se produjo en nosotros una nostalgia indescriptible. Los hijos necesitaban sus institutos y nos esperaba otra espléndida masía del siglo XV en el Ampurdán, más cerca del bullicio. A pesar de ello, sentíamos cierta resistencia a dejar aquel lugar tan impregnado de íntimas pasiones. Significaba acabar simbólicamente con la época de nuestra tórrida juventud.
Dolors había transformado aquellas austeras paredes de piedra que alojaron tantas generaciones de payeses en una réplica refinada de la más excelsa naturaleza. Todo invitaba al sosiego protector. En el exterior estaba la cruenta armonía del orden natural con sus aparatosas intemperancias, y en el interior, la naturaleza domesticada, contenida de luz, proporcionada de espacio y aliviada de rudeza. Ella no ha hecho nunca decoración: coloca las cosas en el único lugar donde les corresponde. Los espléndidos bodegones que pinta los construye igualmente en sus espacios de vida.
Tampoco sería exacto presentar los tiempos de Pruit únicamente como un cuadro de bucólica felicidad. Los sucesos externos algunas veces nos fueron poco propicios. Solo aparecer en la Casa Nova y Dolors tuvo que convivir unos meses con algunos de los actores de La Torna, que pernoctaban provisionalmente en aquella casa, invadiendo nuestra intimidad con la poca discreción que caracterizaba a los becarios de Mayo del 68. Les hizo la comida y la limpieza, y tuvo que soportar su afición a la mugre hippie. Mi hermano Paquito, al que los dos queríamos tanto, se mató muy cerca de nuestra casa, cayendo con el coche al pantano de Sau. Poco tiempo después fui encarcelado como consecuencia de La Torna, y una vez fugado de la jaula, con la ayuda de Dolors, tuvimos que vivir una larga temporada en el exilio en situación muy precaria. De vuelta a España clandestinamente, me detuvieron de nuevo los militares y nos pasamos cinco meses separados por mi nueva estancia entre rejas. Un año más tarde empezaría la guerra carlista, provocada por Operació Ubú (ya no cesaría en el futuro), y, poco después, la larga conflagración religiosa de Teledeum, con toda clase de amenazas de muerte y atentados a la compañía.
Los ásperos acontecimientos propiciaron aún más nuestra imperiosa necesidad de estar juntos. La Casa Nova actuaba como refugio inexpugnable en el que todos los ataques externos eran neutralizados con un simple paseo a caballo de dos amantes por el bosque. Extasiado en el delirio romántico, la mirada suave y esperanzada de aquella mujer me animaba a toda clase de alardes; no podía defraudarla; me sentía capaz de entrometerme en cualquier guerra y salir invicto.
Afortunadamente, los enemigos jamás se percataron de la dicha que rodeaba mi vida; igualmente como en la actualidad, me creían resentido y trastornado. De lo contrario, hubiera tenido todas las bazas para no estar hoy entre ustedes. Tengo comprobado que nada exaspera tanto a los mezquinos como la felicidad ajena.
En aquella época los juveniles amores a la patria ya se habían erosionado notablemente. Los motivos de la decepción eran diversos y muy madurados, pero ante todo existía una razón esencial: empecé a vislumbrar que mi única y amada patria acabaría siendo Dolors.