—No te preocupes, ya verás —le dijo Licha mientras le curaba las heridas del rostro—, en cuanto se te baje la hinchazón se verán mejor tus facciones, poquito a poquito te acostumbrarás, acabarás por reconocerte…
Luego le cambió los algodones de los ojos y le dijo que esa misma tarde le quitaría las grapas. Fue un buen trabajo, añadió, no trajeron a uno de esos carniceros, sino a un buen cirujano, no hay que juzgar por los primeros días, después te acostumbras y hasta te dices que así has sido siempre, hay cosas que no cambian, como la mirada por ejemplo.
Se quedó con la mano de Félix entre las suyas, sentada al lado de la cama.
—¿No te importa que te hable de tú, verdad?
Félix negó con la cabeza y Licha sonrió. La describió. Era lo que se llamaba una chaparrita cuerpo de uva, pequeña pero bien formada, todo en su lugar, torneadita. Intentaba atenuar la oscuridad de la piel con el pelo pintado de rubio ceniza, pero sólo lograba el efecto contrario, se veía bien morenita. No había ido en algún tiempo al salón de belleza y las raíces negras le invadían un buen tramo de la raya que separaba la mitad de la cabellera. Era discreta en el maquillaje, como si en la escuela le hubieran advertido que una enfermera pintarrajeada no inspira confianza.
Sonrió satisfecha de que Félix aceptara el tuteo. Pero en seguida se separó de él, nerviosa, sin saber qué decir después de haber roto el turrón. Fue y vino sin propósito, fingiendo que se ocupaba de pequeños detalles de la curación, en realidad buscando palabras para reanudar la plática.
Finalmente, de espaldas a Félix le dijo que seguramente él se preguntaba qué había pasado en realidad y podía andarse creyendo que ella estaba enterada. Pues no. No sabía más de lo que le había contado a él Simón Ayub. Simón la contactó para este trabajo, pidió licencia en el Hospital de Jesús donde trabajaba habitualmente y siguió al pie de la letra las instrucciones de Ayub.
—Más vale que lo sepas cuanto antes —dijo volteándose a mirar a Félix como si se impusiera una penitencia religiosa—, fui amante de Simón, pero de eso hace mucho tiempo.
Se detuvo esperando una mirada o un comentario de Félix hasta darse cuenta de que ni una ni otro iban a serle devueltos.
—Bueno, como un año —continuó—. Es muy tenorio y con esa cara de gente decente y sus trajes elegantiosos engatuza fácil. Y como es guapito y chaparrito, le saca a una la ternura. Sólo después se entera una de cómo es en realidad. Primero habla muy bonito pero después que agarra confianza se vuelve muy lépero. De todos modos, no me quejo. Fue como quien dice una experiencia y hasta le guardé cariño porque la verdad me dio buenos momentos.
Hizo una mueca contradictoria, entre pedir perdón y decir que le importaba madre, con un chasquido de la lengua contra el paladar. Parecía indicar que confesado lo anterior, pasaba a hablar de cosas serias.
—Cuando me pidió que lo ayudara en este asunto, me pareció fácil. Subirme a un taxi y luego atender a un operado de cirugía facial. Simón nunca me explicó nada y sé lo mismo que tú. Me pareció una manera fácil de ganar bastante lana en poco tiempo. En el Hospital donde trabajo no pagan muy bien que digamos. Pero es seguro y tengo mi póliza y luego va una acumulando horas extras y antigüedad. No está mal, aunque sea un hospital de beneficencia pública y se vea allí mucha pobreza, mucha gente bien amolada que nomás va a morirse allí porque para curarse no tienen tiempo ni lana. Por lo menos para morirse todos tienen tiempo, qué va. Esta clínica es otra cosa. Hay muy pocos cuartos, todos individuales con tele y todo. Hay mucha seguridad. Nadie puede entrar sin un pase especial y hasta hay guardias abajo. Ha de costar un ojo de la cara. Perdón. No debí decir eso. ¿Te sientes bien?
Félix volvió a afirmar con la cabeza, impotente, con las preguntas en la punta de la lengua inmóvil.
—Qué bueno. No te preocupes, yo te curo bien y no me separo de ti ni un momento. La verdad, no me dejan salir. Me contrataron para que me quedara a dormir aquí mientras tú estés malo.
Ahora Licha se ocupó de sus trabajos con alegría, como si el tuteo se hubiera justificado por la confesión que hizo de sus amores con Simón Ayub y luego por la seriedad directa con que le explicó a Félix su situación profesional.
—No sabía que no estabas de acuerdo con todo este relajo, te lo juro —dijo sin darle la cara mientras se ocupaba de poner en orden vendas, algodones y botellas de alcohol sobre una repisa—. Supuse que tú mismo habías pedido la cirugía facial, aunque me pregunté por qué. Con lo mono que eres.
Le ha de haber parecido cobarde decir esto sin darle la cara. Dejó sus quehaceres y lo miró.
—Palabra que me gustaste desde que te vi por primera vez en el taxi. Palabra que me pudo tu manera de ser, tu tipo, toditito.
Félix aprovechó que la enfermera lo miraba para hacer una mímica con las manos. Extendió los brazos y Licha lo entendió como una invitación. Se fue acercando poco a poco con una mezcla de timidez y coquetería, pero Félix movía las manos como quien hojea un periódico. Licha se detuvo desconcertada. Félix insistió en la mímica de lector inquieto, pasando rápidamente las hojas invisibles, escudriñando columnas y señalando, a todo lo ancho, los ilusorios encabezados.
—¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? ¿No oíste lo que dije? —dijo Licha con otra de sus actitudes mezcladas, esta vez de curiosidad y resentimiento—, ¿no me pelas o qué?, oye, ¿me estás haciendo el feo o qué?, ah, ¿quieres que te lea?, ¿quieres leer algo?, no, te haría daño, ¿quieres que te lea algo?, ¿una revista?
Licha rió y los pómulos morenos se le encendieron con un color alto y perdido de campesina india, color de manzana y madrugada fría en la sierra.
Fue hasta la ventana para cerciorarse de que estaba bien cerrada, corrió aún más, inútilmente, las cortinas cerradas y fue a sentarse al lado de Félix Maldonado. Lo tomó de las caderas.
—Has de querer averiguar algo que no viene en los periódicos. No te preocupes de tu cara. Te digo que vas a quedar bien. Yo te voy a cuidar mucho, mucho. ¿No quieres averiguar mejor si todavía eres macho?