Paciencia y piedad, paciencia y piedad les pidió el rabino que los casó. Félix manejó velozmente por el Periférico hasta la Fuente de Petróleos y allí salió como de un vórtice de cemento al Auditorio Nacional agigantado por el cielo dormido y siguió por la Reforma fresca, lavada, perfumada de eucalipto húmedo, inventando frases sin sentido, sueños de la razón, Sara, Sara Klein, de jóvenes creímos que la pureza nos salvaría del mal porque ignoramos que puede haber un mal de la pureza alimentado por la pureza del mal; ésa era la complicidad entre Félix y Sara.
Estacionó frente al Hilton, le entregó las llaves del Chevrolet al portero, él ya sabía, entró al vestíbulo, pidió su llave y el recepcionista le entregó una tarjeta, la propia tarjeta de Félix Maldonado, Jefe, Departamento de Análisis de Precios, Secretaría de Fomento Industrial. Félix interrogó al recepcionista en silencio.
—Se la dejó una señora, señor Maldonado.
—¿Mary… Sara… Ruth? —dijo Félix con incredulidad primero, luego con alarma.
—¿Perdón? Una señora gorda con una canasta.
—¿Qué dijo? —preguntó, ahora con esperanza, Félix.
—Que de plano no le ponía pleito porque luego luego se veía que usted era un gallón muy influyente, eso dijo.
—¿Eso dijo? ¿Cómo supo que tengo un cuarto aquí?
—Preguntó. Dijo que lo vio bajarse de un taxi y entrar aquí.
Félix Maldonado asintió y se guardó la tarjeta en la bolsa.
Caminó por el vestíbulo de tono verde eléctrico hacia el ascensor. Un periódico cayó abierto sobre las rodillas de su pequeño lector, sentado en un sofá del lobby. Félix lo olió; lavanda de clavo, penetrante.
El señor Simón Ayub se levantó, comedido, para saludar a Félix.
—Buenas noches, qué gusto, ¿puedo invitarle una copa?
—No —dijo Félix—, estoy rendido, gracias.
—Si quiere lo llevo a su casa —dijo tranquilamente Ayub.
—Gracias —contestó secamente Félix—, pero tengo que tratar un asunto aquí en el hotel.
—Cómo no, señor licenciado, ya entiendo —dijo Ayub con su pequeño aire de superioridad.
—No entiende usted un carajo —dijo Félix con los dientes apretados y en seguida reaccionó, iba a acabar peleado con el mundo entero.
—Perdone. Piense lo que quiera.
—¿Nos vemos mañana, señor licenciado? —inquirió con cautela Ayub.
—Ah sí. ¿Por qué?
—El señor Presidente entrega los premios nacionales en Palacio, ¿no recuerda?
—Claro que recuerdo. Buenas noches.
Félix estuvo a punto de dar media vuelta, pero Ayub hizo lo imperdonable: lo detuvo del brazo. Félix miró con asombro y rabia los dedos manicurados, las uñas esmaltadas, los anillos con cimitarras labradas en topacio y el aroma repugnante de clavo le insultó la nariz.
—¿Qué carajos? —exclamó enrojecido Félix.
—No vaya a la ceremonia —dijo con tono meloso Ayub, entrecerrando de una manera muy mexicana y muy árabe los ojos, velando cualquier intento de amenaza—, por su bien se lo digo.
Félix lanzó una carcajada en la que el desprecio le ganaba a la rabia:
—Palabra que éste ha sido mi día. Nomás faltaba que tú también me dijeras lo que debo hacer, enano jacarandoso.
—Palabra que no le conviene, señor licenciado.
Félix se zafó violentamente de la mano delicada de Ayub.
En el ascensor un anuncio con la figura del viejo Hilton le decía Sea mi huésped. Félix Maldonado apretó la llave de la recámara en la mano olorosa a clavo después del contacto con Ayub, hay gentes que sólo son huéspedes de sí mismas, nunca de los demás, le dijo en silencio a Mr. Hilton, sólo el cuerpo hastiado de tales huéspedes puede acabar por expulsarlos con todo y chivas, resentimientos, nostalgias, ambiciones, cobardías, todas las chivas de la vida, el bagaje del alma, carajo.
Entró al cuarto.¡No tuvo que prender la luz. Las lámparas neón del tocador iluminaban el desorden de la habitación. Iba a llamar a la administración para protestar. Olió la lavanda de clavo. Las cerraduras de los cajones transformados en archiveros habían sido forzadas. Los papeles estaban en desorden, regados sobre la alfombra.
Cayó rendido en la cama tamaño real, llamó al servicio de cuarto y pidió que le subieran el desayuno a las ocho en punto. Se durmió sin desvestirse ni apagar la luz.