Carmen me muestra un primer proyecto de reconstrucción, que permite imaginar el futuro museo flanqueado por otros centros de cultura y espacios verdes. El impulso solidario que llevó a la donación de centenares de obras de arte va a multiplicarse aquí, y de la primera semilla van a brotar múltiples espigas. Pienso, con amarga ironía, en algunos artistas que se obstinan en sostener que las donaciones no sirven de nada, y me alegro por todos aquellos cuyo trabajo estará representado en el museo como un magnífico detonador cultural, presencia viva de la libertad y la belleza en el seno de un pueblo que se bate por ellas.
—La denominación definitiva del museo ha sido bastante discutida —digo—. ¿Hay un acuerdo?
—Sí, aunque por ahora seguimos hablando de «museo». El problema se planteó en diciembre del 82, cuando la inauguración provisional. En esa oportunidad, Ernesto Cardenal sostuvo que la colección de arte no debería limitarse solamente a América Latina, sino abarcar la totalidad del continente americano, incluyendo así a los Estados Unidos, el Canadá y los países caribeños, en los que hay cantidad de artistas dispuestos a mostrarse solidarios con Nicaragua. De esa idea, recogida con entusiasmo y ya en vías de materialización, surgió la denominación definitiva: ARTE DE LAS AMÉRICAS / SOLIDARIDAD CON NICARAGUA.
—Me alegro que se haya eliminado lo de «museo», que suena siempre como algo solemne y un poco polvoriento.
—Y que hubiera distanciado a muchos espectadores, es verdad. Hay que pensar que aquí no ha habido jamás un museo de esta naturaleza (ni de otras) y que nuestra intención es incorporar a todos los nicaragüenses, sea en Managua o en las ciudades del interior, a una experiencia de contacto directo con el arte del hemisferio, lo cual no es nunca fácil en un comienzo. Queremos que la gente entre a ver las obras de arte con la misma naturalidad con que entra en el cine, y que las salas de exposición no tengan el empaque y la gravedad de tantos museos del mundo.
—Lo cual supone una técnica de presentación y de acogida. Pero antes de ir a eso me gustaría saber cómo se sigue manifestando la solidaridad de los artistas en el hemisferio.
—Si te digo que lo que ya tenemos constituye una colección de primerísima fila, te darás cuenta de lo qué será dentro de muy poco, y sobre todo después que la sede de Managua esté lista para recibir las más diversas obras.
—¿Se acepta cualquier donación?
—No, desgraciadamente tú sabes que eso es imposible; pues la buena voluntad no sustituye por sí misma la calidad artística. Lo que hemos hecho es invitar a los artistas de primera línea, y así a las 250 obras ya reunidas en Managua, se van sumando las provenientes de diversos países. Aquí me parece justo y bello decir que Venezuela ha sido la avanzada en este campo pues fue el primer país que envió más de veinte obras en 1980, antes de que nos lanzáramos a nuestra campaña, y recuerdo que las enviaron «para el futuro museo latinoamericano».
—¿Y actualmente?
—Los cubanos nos han prometido veinticinco trabajos, de los que ya han llegado ocho. De México vienen cincuenta obras, y un número equivalente de Colombia. El Perú está presente con dieciocho trabajos. Nos faltan aún varios países, entre ellos Ecuador, y sólo ahora empezamos a ocuparnos de los Estados Unidos y Canadá, además de los países caribeños.
—Cuando habías de países, ¿te refieres a artistas que viven en su patria o a exiliados? ¿Qué pasa con la Argentina, por ejemplo?
—Todos los trabajos recibidos son de artistas exiliados, y lo mismo te puedo decir de Chile, con tres excepciones. Ahora me toca a mí viajar a varios países, encontrar a sus artistas y hacer una selección. Pero como ves, el primer fondo de obras reunidas solamente en Europa se está multiplicando de una manera extraordinaria. Menos mal que el antiguo Gran Hotel nos dará todo el espacio necesario…