Sí, de veras es como para frotarse los ojos: Y preguntarle después a Carmen Waugh cómo se las arreglaron los nicas para alojar y presentar ese primer núcleo del museo en una ciudad que sigue estando parcialmente en ruinas después del espantoso terremoto de 1973.
—Ah, ésa es toda una historia que te resumiré lo mejor posible. Aquí no había la menor experiencia en materia de museos, y ni siquiera la posibilidad de presentar los cuadros en cualquier local, puesto que todo edificio más o menos útil está ocupado por las oficinas del gobierno; y las dificultades económicas reducen al mínimo los planes de construcción de viviendas. Cuando llegó el primer lote de obras, Ernesto Cardenal y yo hablamos con otros dirigentes y les planteamos la urgencia de encontrar un local que se prestara para una buena presentación de los trabajos. Sergio Ramírez y el comandante Tomás Borge se interesaron desde un comienzo, y este último me propuso un edificio en el centro de Managua, que luego resultó estar ya asignado a un ministerio. Todos estábamos de acuerdo en que el museo debería crearse en la zona de la Plaza de la Revolución, que está destinada a convertirse en un gran centro cívico. Había que renunciar al sueño de un edificio construido especialmente y buscar entre las ruinas de la zona, alguno que se prestara a una reconstrucción. Te aseguro que fueron meses penosos, en los que yo creía haber encontrado por fin el edificio soñado hasta que debía abandonar la idea por una razón u otra.
—¿Y los cuadros, entretanto?
—Los cuadros fueron mostrados desde el principio en forma provisional, aprovechando las galerías del «foyer» del Teatro Popular Rubén Darío. Pese a la iluminación insuficiente y a otras carencias técnicas, la colección pudo ser expuesta en toda su importancia. Pero déjame seguir con lo de la sede, que por suerte tiene un final feliz luego de un período lleno de decepciones. Hay que darse cuenta, Julio, de que este problema de la sede no era el más importante para los dirigentes en momentos en que Nicaragua se veía atacada diariamente por los ex guardias de Somoza con bases en Honduras. Y, sin embargo, lo era en otro sentido, puesto que ninguno de ellos lo olvidó, al punto de que el comandante Daniel Ortega encontró tiempo para estudiar el asunto con Ernesto Cardenal y finalmente propuso que se utilizara lo que quedaba del antiguo Gran Hotel en pleno centro de Managua.
—Ayer fui a visitar esa ruina, y no me extraña que la idea te haya parecido una solución definitiva.
—Por supuesto, ya que el emplazamiento responde a todos nuestros proyectos (a veces los llamo sueños, pero sé que muchos sueños se realizan en Nicaragua, y éste será uno de ellos). Para empezar, lo que queda del edificio del Gran Hotel permite una reconstrucción que se adaptará admirablemente al museo, ya que se cuenta con una vasta superficie aprovechable. ¿Sabías que el hotel era de Somoza?
—No, pero a veces me pregunto qué no era de Somoza antes del 19 de julio…
—Bueno, la gran ventaja de eso es que sus innumerables propiedades han pasado automáticamente a ser del pueblo, y se las puede destinar a mejores fines. Para darte una idea, el hotel tiene una superficie total de seis mil metros cuadrados, y bastará reconstruir la planta baja, cuya estructura se mantuvo en pie cuando el terremoto, para disponer de todo lo necesario para el museo.
—O sea que se planea algo más que una gran sala de exposición.
—Mucho más que eso. El edificio está situado al lado de la Plaza de la Revolución y el gobierno sandinista quiere, crear allí una gran zona cultural abierta al público. Junto con el museo se instalará la biblioteca nacional y el edificio del llamado Palacio Nacional, antigua sede del gobierno, será destinado a abrigar el Museo de la Revolución. El cine González, está en esa misma zona, y la cinemateca tendrá también su sala de proyecciones. La idea es convertir ese conjunto en un lugar de paseo donde no entrarán los automóviles, donde el pueblo podrá visitar los diferentes centros culturales; por eso queremos completar ese panorama con una reconstrucción del antiguo Gran Hotel que permita la instalación no sólo del museo en sí mismo, sino de una serie de recintos que alberguen una cafetería, una librería, venta de discos y cassettes, un taller de grabado, otro de fabricación de marcos, e incluso una gran tienda donde se venda la hermosa artesanía nicaragüense, esas ropas y trabajos en algodón y cuero que tanta reputación le han dado a Masaya entre otras ciudades. Todo eso va a nacer de las ruinas, como tantas otras cosas en Nicaragua…