En su casa de Managua, Carmen Waugh —chilena, experta en artes plásticas a lo largo de un amplío derrotero, como directora de galerías de pintura en Chile, Argentina y España— me cuenta el comienzo de la historia.
—Poco después del triunfo sandinista se organizó una semana latinoamericana en Roma, y el alcalde de la ciudad me confió la preparación de una muestra de artes plásticas. Por razones económicas hubo que limitarse a los artistas exiliados en Europa, pero como entre ellos figuraban y figuran muchos de los más famosos, expulsados de sus países por circunstancias harto conocidas, la muestra tuvo un alto nivel de calidad. En esos días llegó Ernesto Cardenal, gran poeta nicaragüense y ministro de cultura de su país, quien luego de visitar la exposición nos habló de los problemas de Nicaragua en ese campo y nos preguntó si no sería posible organizar un movimiento de solidaridad que se tradujera en la creación de un fondo artístico para Nicaragua.
Tanto yo como algunos pintores presentes — Le Pare, Gamarra y otros— recogimos con entusiasmo la idea e hicimos los primeros trámites, pero sólo al año siguiente la idea tomó cuerpo. Viajé a Nicaragua por primera vez, y Cardenal me pidió que tomara a mi cargo la puesta en práctica del proyecto; volví a Europa, y a finales del año 81 teníamos ya cien obras de artistas exiliados en Francia, casi treinta de los que viven en España, y eso constituyó el núcleo inicial de la colección.
Se dice demasiado que los poetas son soñadores; en el caso de Cardenal, su confianza en Carmen Waugh mostró de sobra su capacidad pragmática, puesto que a ella se debía la organización y las múltiples presentaciones del llamado «Museo Salvador Allende», que en estos diez años llevó a tantas ciudades el mensaje estético de los artistas identificados con la causa del pueblo chileno. Poseedora de una vasta experiencia en la materia, conocedora de los mejores artistas de nuestro tiempo, Carmen pudo lograr en muy poco tiempo una cantidad inapreciable de donaciones.
—Hicimos una primera presentación en París, en el Palais de Tokyo, y tuvimos la generosa adhesión del ministro de cultura de Francia, Jack Láng, quien además nos ofreció el traslado de las obras a Nicaragua: Cuando se piensa en lo que cuesta un envío de esa naturaleza, te imaginas lo que eso pudo representar para los nicas…
—Y entretanto, ¿se seguían recibiendo donaciones?
—Por supuesto. A los artistas latinoamericanos de los países que cité antes, se sumaron los que viven en la República Democrática Alemana, en Italia y en Inglaterra. Se incorporaron así trabajos de artistas tan conocidos como Nemesio Antúnez, Rómulo Macció y otros. En agosto de 1982 teníamos en Managua un total de 150 obras de primerísima calidad. Te juro que yo me frotaba los ojos cuando las veía. ¡Ciento cincuenta trabajos de ese calibre en Managua!
En verdad la nómina de los artistas solidarios enorgullecería a cualquier colección de pintura contemporánea. Imposible citarlos a todos, pero bastan algunos nombres, para hacerse una idea de conjunto: Matta, Cruz Diez, Soto, Ravelo, Sobrino, Zañartu, Tomasello, Cuevas; Gamarra, Núñez, Piza, Seguí, Gironella, Felguérez; Balmes, Asís, Lublin, Le Pare, Novoa…