Estamos tan acostumbrados a visitar museos de arte que resulta difícil imaginar un país que no los tenga, grandes o pequeños. Y éste era el caso de Nicaragua antes de la revolución de 1979. Un país con magníficos artistas plásticos, y una pintura «primitiva» llena de gracia, un país cuyo pueblo tiene una sensibilidad a flor de piel cuando se trata de la belleza en cualquiera de sus formas, había llegado a nuestros días sin la menor posibilidad de asomarse a un museo de obras de arte; la ignorancia y el desprecio de los Somoza padre e hijo frente a cualquier manifestación estética habían privado a tres millones de nicaragüenses de todo contacto con el arte internacional; que se arreglaran con el cine o la televisión…
Lo que voy a narrar aquí es otra prueba de cómo los dirigentes sandinistas no perdieron un solo día en la batalla contra la ignorancia. Todo el mundo conoce la amplitud y los resultados de la campaña contra el analfabetismo, llevada a cabo en el primer año de la liberación del país, en cambió se conoce menos la múltiple acción paralela emprendida en el campo de la música, el teatro y las artes plásticas. A cuatro años del triunfo del 19 de julio, Nicaragua ve concretarse la ambición de los dirigentes y del pueblo; el primer museo de arte abre sus puertas (con las dificultades que reseñaré) y los nicaragüenses pueden asomarse, con curiosidad y maravilla al panorama artístico de todo el continente.
Lo que pocos años antes hubiera parecido un cuento de hadas se ha vuelto realidad tangible: Nicaragua posee hoy uno de los museos más ricos en pintura y escultura de todo el ámbito latinoamericano; y lo que es aún más hermoso, ese museo ha nacido de un vasto movimiento de solidaridad por parte de los artistas de América Latina. A la hora en que los ex guardias somocistas buscan invadir y aplastar el país en nombre de lo que Reagan y la señora Kirkpatrick llaman «la democracia», centenares de artistas se hacen presentes con sus obras como reafirmación de su amor por ese pequeño país que no ceja en seguir adelante, frente a las mayores dificultades, y que a cada tentativa de intimidación de los Estados Unidos responde con las últimas palabras de uno de sus mártires, el joven combatiente y poeta Leonel Rugama: «¡Que se rinda tu madre!»