Eficacia del relato gráfico

Y por eso espero que a esta altura de lo que digo nadie sonreirá irónicamente si hago referencia a posibilidades tales como las tiras cómicas, así denominadas por una mala traducción del inglés y que sería mejor llamar relatos gráficos. Sabemos que los dibujos humorísticos de contenido satírico —eso que los anglosajones llaman cartoons—han probado desde hace siglos su eficacia política incluso en países donde la censura se ensaña contra todo lo que considera serio, pero se ve obligada a dejar pasar lo meramente cómico, tras de lo cual alienta una seriedad que el pueblo descifra y asimila infaliblemente.

Por desgracia, es evidente que este arte tan importante no nos ha sido dado a los escritores, incapaces en la mayoría de los casos de imaginar un tema de ese tipo y mucho menos de dibujarlo. La tira cómica, en cambio, supone casi siempre la colaboración de un dibujante y un escritor; es como un cine inmóvil, un relato en el que participan la imagen y la escritura, el guión con todo su contenido intelectual y los personajes, representados por una pluma capaz de darles vida y conectarlos con la sensibilidad del lector-espectador. Este género tiene magníficos exponentes en casi todos los países latinoamericanos, pero el trabajo individual de talentos, como el de Rius, en México; Quino, en Argentina, y tantos otros sin duda bien conocidos por ustedes, abre la posibilidad de multiplicar sus efectos si los escritores forman equipo con los dibujantes y llevan la tira cómica a dimensiones que no tienen por qué ser inferiores a los de la literatura narrativa. Hace unos años yo robé una tira cómica mexicana que me incluía con gran desenvoltura como uno de los personajes de las aventuras de Fantomas, una especie de supermán idolatrado por millares de lectores populares, y con ayuda de amigos publiqué un falso equivalente, cuyo verdadero fin era denunciar a las transnacionales y poner en descubierto las más sucias tareas de la CÍA en América Latina. La edición se agotó en seguida gracias a Fantomas, por supuesto, que una vez más se metió por la ventana y no por la puerta de sus lectores, pero ahora con una finalidad muy diferente de las que le habían dado tanta fama en México.