Conócete a ti mismo… Es fácil decirlo, y aún más creerlo; después, en los momentos de ruptura, de implosión; de caída en uno mismo, lo que se descubre es otra cosa. Cebollas infinitas, no termináremos jamás de retirar las telas, que nos abarcan desde los siete velos de Salomé hasta la prodigiosa espeleología del psicoanálisis; debajo, siempre más abajo, el centro rehúsa dejarse ver al como es. Estamos lejos de muchas cosas, pero de nada estamos más lejos que de nosotros mismos.
Pensamientos de alto vuelo, como se ve, tal vez por hilarlos a ocho mil metros de altura mientras el avión me trae una vez más hacia Managua mi muy querida. Todos estos meses, he deseado diariamente llegar para agregarme una vez más al esfuerzo sandinista, avanzar en el conocimiento de su proceso liberador y difundirlo después a mi manera a fin de contrarrestar en lo posible tantas mentiras o verdades a medias que circulan en Europa. Confieso que he tenido miedo de quedarme afuera, de que lo peor se produjera estando lejos y ya no pudiese entrar; ¿quién no sabe que la frontera con Honduras es esa gigantesca espada de Damocles suspendida sobre todo un pueblo que quiere la paz y está dando su sangre por ella?
Pero ahora que toco tierra en Managua, algo toca también tierra en otra parte de mí, y siento que lo primero, lo que más deseo ver, es el museo de pintura y escultura inaugurado en diciembre y que contiene las donaciones solidarias de centenares de grandes artistas latinoamericanos. Apenas lo haya visto me echaré a la calle como tantas otras veces, y empezaré la ronda de amigos que me reseñarán la situación y me embarcarán en viajes a las zonas más críticas del momento. Pero el museo primero, no sé realmente por qué. (¡Conócete a ti mismo, vaya broma!)
Y ahí, como una rectificación brutal y necesaria, la realidad esperándome apenas salgo del aeropuerto con el comandante Tomás Borge: no hemos recorrido ni medio kilómetro cuando vemos llegar un cortejo fúnebre y escuchamos las consignas sandinistas de la pequeña multitud que acompaña a uno de los combatientes caídos hace tres días, en la frontera hondureña, uno de los muchos que han muerto y siguen muriendo bajo las balas de los ex guardias somocistas allí concentrados. Sólo mucho más tarde vuelvo a pensar en el museo, y me digo que allí sigue la vida, que allí se concentra otro tipo de incitación a seguir adelante y a superarse en todos los planos. Carmen Waugh, la compañera chilena que lo ha organizado, me lleva al teatro Rubén Darío en cuyas galerías están expuestas provisionalmente gran parte de las obras, en espera de un local definitivo que no es fácil conseguir en una ciudad que guarda todavía las infinitas cicatrices del terremoto de los años setenta, y que carece de recursos para la instalación de un museo moderno.
Pero es así, en Nicaragua las cosas se hacen como se puede y después se las va consolidando, y no creo que en el mundo haya otro caso de una enorme y valiosísima colección de obras de arte que antecede al museo que deberá contenerlas. Por ahora el público sé pasea por las galerías del teatro, se conforma con la iluminación insuficiente, entabla sus primeros diálogos silenciosos (o a gritos, cuando es un grupo de amigos) con un arte resueltamente contemporáneo que provoca todo lo que siempre debe provocar el arte de avanzada: fascinación, repulsa, amor, antagonismo, las tomas de posición necesarias, para lanzar la imaginación a todo motor, discutir hasta quedarse sin aliento, y al final salir del museo con algo nuevo y diferente en la memoria, ese «algo» que irá modificando la visión interior sin que la conciencia se de clara cuenta, que irá afinando lentamente el gusto y ayudando a rechazar tanta cosa barata que se tomaba por arte y por belleza, y que desde luego no puede desaparecer en un día. Y si en Nicaragua ha habido y hay magníficos artistas, tanto «cultos» como «primitivos»; el museo contribuirá a crear en el público un mayor interés por sus obras, no sólo las que figuran en él sino las que existen en diferentes centros culturales, establecimientos de educación y talleres de pintores. El ojo, la visión estética, se enriquece con cada nuevo descubrimiento en ese terreno, y lo internacional ayuda siempre a comprender y a valorar mejor lo nacional.
Agrego algo que me parece de primera importancia: Aunque el museo ya esté allí abierto gratuitamente al público; casi todo queda todavía por hacer, y confío en que los nicas lo harán lo antes posible a pesar de las dramáticas dificultades del momento en materia de defensa, producción y educación popular. Entre otras cosas hará falta un catálogo explicativo para que el público poco familiarizado con el arte de nuestro tiempo pueda entrar en las variadas corrientes estéticas y conocer la personalidad de artistas tan célebres en el mundo como Lam, Matta, Le Pare, Soto, la lista es enorme. Hará falta que los artistas y profesores lleven a sus estudiantes y los guíen en esa selva de colores y de formas y de ritmos. Hará falta qué los suplementos literarios que llegan a todo el país despierten en el público, el deseo de darse una vuelta por el museo. Y hablando de esto, no me gusta el término «museo», que suena siempre un poco a momia egipcia, a templo académico. ¿Por qué no la Casa del Arte Latinoamericano, o algo igualmente acogedor y próximo? ¿Por qué los jóvenes pintores, grabadores y escultores de Nicaragua no organizan turnos voluntarios para charlar con los visitantes y acompañarlos en su exploración, ayudándoles de compañero a compañero a orientarse mejor en ese terreno tan nuevo para Nicaragua?
Por mi parte salgo del museo pensando en que es el primero en el país, y que la solidaridad latinoamericana ha hecho de él uno de los más ricos y representativos del continente. Que la belleza pura se instalé hoy con ese vuelo en Nicaragua es para mí el mejor símbolo del presente y del futuro de un pueblo en el que es posible llevar a cabo, y cosas así. De una manera que la razón no podría explicar, ese museo multiplica la fuerza y la decisión de quienes luchan aquí por una vida libre y digna. No hay verdadera revolución sin belleza y sin poesía, las dos caras de una misma medalla.
Managua, enero de 1983