La encrucijada de los niños

Hablé de revolución, es el término que se emplea en Nicaragua para designar el estado de cosas que sigue a las infames décadas somocistas después del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Etimológicamente hablando, ese término sólo es correcto si se lo emplea como una proyección futura, mientras que liberación responde en un todo a la realidad actual del país. Razones que todo el mundo conoce llevan a la Junta de Gobierno a proceder con una prudencia que se impugna ya en los sectores más radicalizados, pero que la enorme mayoría del pueblo comprende y apoya. Sólo así ha sido posible hacer tanto en tan poco tiempo; asombra pensar en la transformación que se ha operado en cuatro meses apenas, comprobar las líneas de fuerza que se tienden en todas direcciones para acelerar la reconstrucción total de un país devastado por la rapiña, el terror, el monstruoso ensañamiento de la mal llamada Guardia Nacional en las últimas etapas de la lucha. Un símbolo apenas: cuando entré en un aula de la Universidad (la UCA) para participar en una mesa redonda con asistencia de escritores y estudiantes, lo primero que vi fueron pizarras con listas de voluntarios para la campaña de alfabetización que comenzará en marzo de 1980. Reunidos con profesores, los estudiantes discutían los planes, los contingentes, la distribución de esfuerzos. Un censo lo más completo posible, dadas las circunstancias, revela el estado de total abandono cultural en que se encontraban los niños y los jóvenes bajo el somocismo; ahora cada vez que asistí a una concentración popular en la que se aludía a alfabetización, vi claramente el apoyo que esta campaña tendrá en todas partes. En vísperas de nuestra partida llegó a Managua un primer contingente; de cien maestros cubanos, que tanto saben de alfabetización; su tarea será la de orientar a sus colegas nicaragüenses, y sobre todo a los estudiantes de universidades y liceos que van a convertirse en alfabetizadores. Y no es inútil señalar que en este momento en la «Isla de la Juventud» de Cuba, mil niños nicaragüenses estudian a la par de los cubanos; trescientos de entre ellos combatieron en las filas del Frente Sandinista.

En este último caso, los miembros de la Junta tienen clara conciencia del problema que representa la readaptación de muchos niños y jóvenes a su condición natural de menores de edad y de estudiantes; basta asomarse a la calle y ver las caras lampiñas de muchachitos uniformados y armados que cumplen sus tareas de milicianos con la evidente conciencia de ejercer un derecho bien ganado. Muchachas apenas núbiles montan guardia con pesadas metralletas al hombro; más de una vez nos mostraron, entre los más jóvenes, a guerrilleros y guerrilleras que se habían batido denodadamente contra la Guardia Nacional. Una tarde fuimos a orillas del mar con Sergio Ramírez y Tomás Borge; un niño de apenas quince años, cuyo nombre se me escapa, fue recibido calurosamente y se sumó a nuestra rueda. Guerrillero de extraordinaria puntería y audacia, había acabado con treinta hombres de la Guardia Nacional; ahora chupaba su helado y respondía sonriente a las preguntas que le hacían Tomás y Sergio. No era fácil imaginarlo de vuelta en una escuela, y se que su caso se multiplica en todo el país. Por un lado, una enorme cantidad de analfabetos; por otro, una generación a caballo entre la niñez y la juventud, que ha vivido él drama de los adultos y que hoy, en condiciones por fin normales, tendrá no pocas dificultades para reajustarse a esa normalidad.