27

MARYLEBEN, LONDRES

25 de junio de 2011. 1.10 horas


En el espejo retrovisor, los ojos nerviosos del taxista se fijaron en el rostro de Kyle pero se desviaron rápidamente. Otro suspiro profundo le hinchió el pecho; obedecía tanto a un intento de respirar como a una reacción involuntaria ante la idea de que Dan ya no estaba. Y el interrogatorio insidioso al que le sometía su imaginación sobre la manera en el que se había ido Dan no le daba un respiro. La histeria empezaba a asomar en su interior, y Kyle no podía permitir que aflorara. Tenía que enfrentarse a Max, porque había una manera de traer de vuelta a Dan de donde fuera que estuviera. ¿La había? ¿La había?, se preguntaba insistentemente. Tenía que haberla.

La ira llegaba acompañada de la conmoción. El arrebato de furia lo conducía de nuevo a Max, alimentado aún más si cabe por el hecho de que el productor no contestara al teléfono, y ansiaba en silencio que el coche lo llevara más de prisa a su cita, pues ese encuentro sería el último antes de que llamara a la policía o matara a Maximilliam Solomon con sus propias manos. Una y otra vez, en el asiento trasero del taxi, imaginaba cómo se sentiría estrangulando aquel cuello marchito, contemplando el rostro incrédulo mientras se ponía rojo.

Pero después de rebasar hecho una furia al portero y lanzarse escaleras arriba hasta el piso de Max, encontró la puerta de su apartamento abierta. Max había previsto su estado de ánimo y sus intenciones, y se había preparado para desarmarlo. «Era de esperar». Aunque halló al siempre impecable millonario más despeinado de lo que creía posible en él.

Los botones del pijama del productor ejecutivo estaban salpicados de sangre seca. El batín verde esmeralda estaba veteado de unas largas manchas del color del yodo, como si se hubiera secado las manos mojadas en el pecho. Un penetrante olor a medicamentos flotaba en el aire que envolvía su cuerpo demacrado, que parecía haber perdido la mitad de su peso y a duras penas podía mantenerse en pie.

Kyle se preguntó estúpidamente si Iris habría servido la cena de una manera incorrecta y pagado por ello con su vida tras una acalorada discusión con su quisquilloso señor. Por un momento quiso echarse a reír con el deleite atroz que le proporcionaba la idea. Cuando el pensamiento desapareció, deseó que lo sujetaran y lo sedaran; nunca había imaginado que fuera posible sentirse tan afligido y frágil. La tragedia lo abatía.

Sin embargo, lo que más lo horrorizó fue la visión de la cabeza de Max, que socavó su determinación de golpear al diminuto productor hasta sacarle una confesión. Porque tenía todo el aspecto de que alguien ya había hecho eso exactamente, y no hacía mucho. Max tenía un costado de la cabeza cubierto de puntos. Los moratones se extendían desde su mejilla hasta el nacimiento del pelo artificial y estaban repletos de hilo quirúrgico. El globo ocular más cercano a los arañazos inflamados estaba rojo como la sangre. Además, tenía una oreja envuelta en gasas blancas y esparadrapo.

—¿Qué…? —Kyle tenía la boca entumecida, repleta de saliva.

Max se echó a un lado.

—Rápido. No nos queda mucho tiempo.

Kyle, no obstante, permaneció mudo y boquiabierto por la visión de la minúscula cabeza devastada.

Max lo fulminó con la mirada.

—¿Quiere entrar? ¡Por favor! Y ¿dónde ha estado? Llevo esperándolo horas. ¡Su avión aterrizó a las seis y media!

—Podría haber respondido al teléfono.

—No podía… Está en la habitación. Irrecuperable.

—¿Qué habitación?

Max giró sobre sus talones resbaladizos y avanzó con dificultad hacia la pared; la necesitaba para mantenerse en pie. Con la otra mano se acercó, arrastrándolo por el suelo de mármol, un bastón con la empuñadura de plata.

El terror de Kyle aumentó otro puñado de grados. Las luces del pasillo estaban apagadas. Desde las primeras horas de la madrugada se habían instalado nuevos cerrojos en un par de puertas más a lo largo del pasillo; el dormitorio de Max estaba ahora fuera de juego, y también la cocina. Sólo dos habitaciones permanecían abiertas: el cuarto de baño y el despacho de Max.

Al final del pasillo ronroneaba y vibraba una máquina negra, baja y ancha, del tamaño del motor de un coche. En un lado tenía estampado «Pro4000E». Del generador partían las patas de un calamar de los abismos marinos de cables rojos que entraban en el despacho. Un ladrón propio de una fiesta al aire libre y que estaba fuera de lugar en el exclusivo ático del West End alimentaba una docena de estimuladores de luz natural colocados en pequeños soportes. Cada bombilla arrojaba su intensa luz falsa directamente al techo del pasillo.

—¿Cómo?

Max hizo un alto en su lento avance hacia el despacho; se arrastraba más que caminaba. Se volvió hacia él como un niño aterrorizado.

—Vinieron. Justo después de que usted saliera hacia el aeropuerto. He estado a punto de perder una oreja.

—Dios mío.

—Oí a uno en el hueco del falso techo. Llegó a los malditos cables. Después de la primera vez hice que los reemplazaran y… —Max se estremeció con una repentina punzada de dolor en alguna parte de su cuerpo—… opté por una instalación a la altura de una línea ferroviaria. Pero sólo era una cuestión de tiempo hasta que volvieran a sabotear la instalación eléctrica. Cuando no pueden mordisquear los cables, los arrancan de la caja principal. Toda esa zona de la casa estaba a oscuras cuando desperté. —Max miró a Kyle e intentó sonreír, pero sólo apareció una mueca patética debajo de sus ojos rebosantes de autocompasión—. Estoy viviendo un tiempo prestado, mi querido Kyle. El día del juicio final está en sus manos. Y más cerca de lo que había imaginado. Pero sugiero que hagamos que sea para ellos, no para nosotros.

—¿Para nosotros?

Max cerró los ojos.

—Lo siento, pero ya es tarde para las disculpas. Tenemos que actuar. Ya.

—Dan ha muerto.

—Dios mío, no.

—Dios mío, sí. Mi colega se ha ido. —Kyle señaló con el dedo la puerta principal—. ¡Acabo de estar en su piso! Dejaron un platillo lleno de dientes en la cocina.

Los pensamientos de Max dieron un giro. Clavó la mirada en algún punto indeterminado a media distancia.

—Tres incursiones en una noche. Dan. Yo. Y Gabriel. Todas las mañanas he estado comprobando si… bueno, ya me entiende, si Gabriel ha superado la noche. Hoy no he sabido de él. De modo que vinieron por nosotros tres anoche, después de que usted se marchara. Cuatro si incluimos a Malcolm Gonal, pero no mantengo contacto con él.

Max meneó la cabeza y reemprendió la marcha por el pasillo, con más determinación de la que había mostrado desde que había aparecido en la puerta de su apartamento.

—¡Max!

—Se ha producido una concentración de fuerzas —dijo Max como hablando para sí—. Dé gracias por haber estado de viaje, Kyle. La policía está interrogando a la enfermera de Gabriel. ¿Se lo puede creer? Quieren saber cómo pudo desangrarse hasta morir. Por el muñón. —Max se estremeció como si hubiera mordido una pieza de fruta podrida—. Ellos lo dejaron desangrarse.

Kyle se detuvo y se agarró la cabeza con ambas manos. No sabía por dónde empezar o ni siquiera qué decir. La ira, la incomprensión, el dolor y la confusión lo habían dejado sin palabras.

—La policía…

Max se echó a reír con amargura, como si la idea de involucrar a la policía fuera ridícula.

—Desesperante, lo sé.

Kyle llegó hasta él en dos zancadas. Lo giró contra la pared. El viejo productor se estremeció de dolor.

—¡Cabrón! —espetó Kyle, y la saliva que salió disparada de su boca obligó a Max a pestañear.

—Dan. ¡Dan!

Max intentó recuperar la compostura entre los nudillos blancos de Kyle. Lo miró con repugnancia, y también con sorpresa. No parecía haber previsto la ira de aquellos a los que había puesto en peligro pensando sólo en su propio beneficio.

—¡Quiero recuperar a mi amigo! ¿Cómo puedo hacerlo? —La voz de Kyle fue subiendo de volumen hasta que acabó retumbando en las paredes del pasillo—. Basta de mentiras, Max. Basta de cuadros, y de insinuaciones, y de…

—Usted los vio. Vio Los santos de la mugre. Por eso perdí tanto tiempo enviándolo allí. Para que conociera la realidad de a qué estamos enfrentándonos. Para que pudiera aceptarla.

—Yo no sé nada. Sólo vi unos cuadros basados en una atrocidad. Pero lo que sugieren… es imposible. Totalmente. Ha llegado el momento de que intervenga la policía. Dan…

—¿Imposible? ¿La policía? —Max esbozó una sonrisa—. ¿Y qué les diría?

—Podría romperle el cuello. Soportaría las consecuencias. Valdría la pena.

—Kyle, es usted un hombre inteligente. ¿No puede comprenderlo? ¿No puede aceptar lo que ha sucedido? ¿Lo que está sucediendo? ¿Ni siquiera después de esto? Gabriel, Martha, Susan, el pobre Dan, y nosotros si no actuamos. Mi querido muchacho, es el momento de hacer lo impensable.

—¿A qué se refiere?

—Ya lo entenderá. Tendrá que hacerlo. Es la única razón de que yo siga aquí, esperándolo. Para poder enseñarle el resto. Tal como le prometí. Para que también tenga usted una oportunidad.

—¿Qué maldita oportunidad? ¿De qué está hablando?

—Hay una manera de que se salve.

Kyle soltó a Max siguiendo un impulso de su instinto de conservación, lo que le hizo sentir culpable. Pero de poder hacerse algo, seguro que ese viejo loco tóxico sabría cómo llevarlo a cabo.

Max se alisó las solapas del batín sucio.

—No se trata de una historia de fantasmas para las masas, muchacho. Ni de una casa encantada que pueda grabar para luego especular en la televisión por cable. Ni de una fantasía paranormal que pueda acercarse a grabar con sus amigos para los festivales y los fanáticos del tema, para los frikis.

Max esbozó una sonrisa de suficiencia y Kyle se preguntó cómo era capaz de controlarse para no hurgar en su cráneo diminuto como si fuera una mandarina madura.

—Se trata de algo más, mucho más. Esto es real. Siempre lo ha sido. Por eso no puede escapar. Usted olió la autenticidad. ¡La olió! Era una historia genuina. Así que cúlpese a usted por estar metido. Y más le vale empezar a creer en lo que ha visto si quiere que actuemos con determinación y sin escrúpulos.

—Maldito cabrón…

Max agitó el bastón en el aire y señaló con él el generador.

—Vamos, mientras dure la batería. —Max miró su reloj—. Tenemos que estar muy lejos cuando se agote.

Sentado en un enorme sillón de piel, Kyle tenía el cuerpo entumecido; sin apenas fuerzas. Su cabeza era un conjunto de pensamientos fragmentados flotando a la deriva. Simplemente esperaba sentado, con la mirada fija en la pantalla apagada del ordenador que había en el escritorio del despacho de Max. En una mano sujetaba una copa del coñac, con la que había brindado con Max en tiempos más felices, si es que podían definirse así. Y consideró que el hecho de seguir despierto escapaba a cualquier explicación; ¿cuántas horas había dormido desde la última noche que habían pasado en Estados Unidos? Cinco como mucho, repartidas entre los asientos traseros de los taxis y el sofá de Max. Un sobresalto tras otro lo habían conseguido mantener despierto, aunque con la cabeza como un bombo, deambulando sin fuerzas, indiferente y aletargado si se sentaba. Y tan saturado de miedo que, de todos modos, dormir nunca había supuesto una opción.

Pero si se tumbaba, ¿cuánto tardarían ellos en llevárselo? Imaginó a su gato olisqueando una mandíbula negra en el suelo de la cocina. Pero desterró el pensamiento antes de ponerse a gritar.

Max se inclinó sobre el ordenador portátil.

—Tiene que prestar atención, Kyle. Me marcharé en cuanto acabemos.

—Usted no va a ir a ningún lado hasta que yo le haya sacado hasta el último gramo de verdad de lo que queda de su cuerpo miserable.

—Quedará satisfecho. Se lo aseguro. —Max se volvió a la pantalla cuando ésta se encendió y esbozó una sonrisa que mantuvo hasta que la cara, espantosamente amoratada, empezó a dolerle—. He preparado recientemente este inserto para nuestra película. Para dar sentido a sus descubrimientos.

Kyle escupió el coñac de nuevo a la copa.

—¡Inserto!

Pero qué importaba ya. Debería haber estado demasiado cansado y trastornado como para sentir cualquier clase de cólera provocada por un asunto de injerencias y de derechos de propiedad. Sin embargo, no era así. ¿Alguna vez alguien en la historia de la producción cinematográfica había sido tratado peor que él a manos de Maximilliam Solomon? «Probablemente».

La pantalla se llenó de fotografías de rostros tomadas hacía décadas; exhibían el granulado borroso del escaneo. Algunas eran en blanco y negro. Max carraspeó.

—Treinta y dos. Todos muertos o desaparecidos. Todos miembros principales de La Última Reunión en Londres y en Francia. Yo los conocía a todos. Mire aquí. —Max señaló una fotografía borrosa en la pantalla: un hombre con el rostro enjuto y el cabello largo y oscuro—. El hermano Gabriel.

Kyle se inclinó hacia la pantalla y entornó los ojos; detectó un vago parecido.

—Y aquí. La hermana Isis.

Susan White había sido una chica mona, rubia, menuda.

—A los demás —continuó Max—, por supuesto, no los conoce. Se fueron antes de que subiera a bordo.

«¿A bordo?». Kyle abrió la boca para hablar. Pero Max no estaba dispuesto a permitir que le interrumpiera, y cogió una pluma estilográfica para utilizarla como puntero.

—El hermano Marcian murió de una infección de la sangre; por culpa de una herida que se achacó a una mordedura. Fue encontrado en una comuna en Brighton en 1973. —La pluma de Max se desplazó hasta otra fotografía—. Hermana Juno: septicemia, 1973. Hermana Athena: sobredosis de heroína, 1973. El hermano Anno fue encontrado muerto en Aston, Birmingham, en 1974, después del deshielo de un canal, con heridas mortales infligidas por un agresor desconocido. Había perdido mucha sangre antes de caer al agua. La policía supuso que había participado en una pelea. Anno, además, era alcohólico: caso cerrado. Hermana Selena: sobredosis de barbitúricos en Saint Tropez, 1975. Hermana Devota: asesinada en Liverpool, también en 1975; caso sin resolver. Las mareas depositaron el cuerpo del hermano Placido en una playa de Marruecos en 1975; el cadáver estaba en un estado lamentable. Causa de la muerte: desconocida.

»Y entonces damos un salto en el tiempo. Hermana Zita: suicidio, 2010. Hermana Elinid: paro cardíaco, 2011. Hermano Ethan: derrame cerebral masivo. Y, más recientemente, el hermano Heron: infección de la sangre por la mordedura de un animal desconocido, 2011. Uno de mis más viejos amigos.

—El que me dijo que había muerto de cáncer cuando rodamos la parte de Londres. Más mentiras.

—Sí, le mentí. Pero no le miento cuando le digo que los otros dieciocho están desaparecidos. Nunca han sido encontrados. Gasté una fortuna en buscarlos. Serapis, Belus, Orcus, Ades, Azazel, los antiguos favoritos miembros de los Siete de Katherine y el pobre Abraham jamás volvieron a ser vistos después del cisma acontecido en la granja normanda. Tres de ellos tenían a sus hijos a su lado cuando desaparecieron. Katherine había intentado utilizarlos en Francia para algún asunto desagradable y los adultos se rebelaron. En la mina de Arizona, su intención era igual de atroz, pero su propia ejecución fue una decisión más astuta, como comprobará en seguida.

»El resto de los miembros clave europeos han desaparecido a lo largo de los últimos dos años. Pero yo he llegado a la conclusión de que en realidad los han hecho desaparecer. Eran demasiado viejos, ¿adónde iban a ir?

—¿De modo que usted es el único que queda vivo del grupo europeo?

Max asintió con la cabeza y dejó que continuara la reproducción automática de imágenes que había pausado. Otra pantalla llena de retratos, la mayoría en blanco y negro.

—Diecisiete miembros principales de El Templo de los Últimos Días de la etapa norteamericana. Todos ellos pasaron un tiempo considerable en la mina de cobre de Arizona. —Max dio cinco golpecitos en la pantalla con la pluma—. Éstos son los que usted conoce: el hermano Adonis, el hermano Ariel, la hermana Urania, la hermana Hannah y la hermana Priscilla. Nunca se han encontrado sus cuerpos.

»Y no tengo ningún motivo para poner en duda la afirmación de Martha Lake de que fueron asesinados en 1975 por los nuevos elegidos de Katherine.

Max paseó la pluma por el aire delante de la pantalla.

—Los destinos de todos los demás tienen el sello de lo que yo denomino «los asesinatos de los Últimos Días». Hermano Samuel: infección de la sangre, California, 1974. Hermano Renus: unos autoestopistas descubrieron su cuerpo en Colorado, en 1975; se pensó que los animales carroñeros se habían comido buena parte del cuerpo. Hermana Isadora: septicemia atribuida al uso de agujas sucias, 1975. Otra adicta a la heroína. También lo eran el hermano Lucius y la hermana Cinnia; se encontró a ambos muertos en 1975; causa de la muerte: septicemia. Lo interesante aquí es que sus cuerpos fueron encontrados parcialmente devorados por ratas, o perros, o al menos eso apuntó la policía en sus informes. Si bien nunca llevaron a cabo una investigación exhaustiva. Los otros seis con los bordes azules siguen desaparecidos. Cuatro de ellos desde mediados de los años setenta, y dos se han esfumado en el transcurso de los últimos doce meses. Y luego, por supuesto, tenemos a Bridgette Clover y a Martha Lake. Una se ha suicidado, y la otra murió asesinada por un intruso en su casa. 2011.

Max desplazó la pluma hasta una fotografía de prensa de Irvine Levine que Kyle reconoció de la contracubierta de Últimos Días.

—Desaparecido desde 2010. Sin rastro. Nada.

Kyle tragó saliva.

—Ha estado usted investigando durante años.

Max negó con la cabeza.

—No. Es el resultado de un trabajo de menos de dos años. Puse toda la distancia que pude con la organización. No estaba mintiéndole, Kyle. Pero en seguida entenderá por qué no le expliqué los motivos de mi renovado interés en la organización de buenas a primeras.

»Hace dos años acudió a mí un hombre llamado Don Perez. Un profesor de universidad que había estado buscando supervivientes de las sectas para una investigación. Había encontrado el rastro del hermano Heron, quien le había llevado hasta mí. Perez descubrió que muchos de los miembros principales del Templo que abandonaron la mina de Arizona entre 1974 y 1975 habían fallecido en circunstancias similares o figuraban oficialmente como personas desaparecidas. La mayoría eran vagabundos, drogadictos, alcohólicos, maniacos depresivos. Elija usted. Todos tenían problemas. Eso alimentó la tesis de Perez sobre los efectos de haber sido miembro de una secta. Por supuesto, muchos supervivientes, si no todos, estaban tan mancillados y perjudicados por su asociación con el grupo de la mina, que incluso yo estaba dispuesto a explicar sus destinos con la teoría de Perez. Sin embargo, durante nuestra breve relación epistolar, el señor Perez desapareció. Se desconoce su paradero desde febrero de 2010.

Max exhaló un suspiro largo y cansado.

—Entonces descubrí el mismo patrón entre los miembros originales de la organización que estuvieron en Clarendon Road y en la granja. Pero sólo en aquellos que se encontraban allí en el momento de las visiones y de la llegada de lo que se conoció como «las presencias». Heron, Isis y Gabriel fueros los únicos miembros todavía vivos de los dos templos europeos, además de mí, cuyo rastro encontré. Calcule las posibilidades de que les ocurra a casi todas las personas que estuvieron en esos períodos clave en las dos encarnaciones del Templo. No se trata de una coincidencia, Kyle. E Isis, Heron, Gabriel y yo mismo también nos hemos visto acosados por sueños atroces. Este año. Presagios, los considero ahora. De lo que está por venir. Al parecer, el placer que le procura a Katherine idear torturas lentas no ha decaído. Da la impresión de que ha estado volviendo. A buscar a los que quedamos.

—Un momento. ¿Katherine?

Max alzó una mano para interrumpirle.

—Cada cosa a su tiempo. Cuando investigué la situación actual de las antiguas sedes de los templos, encontré esto. —Max abrió una fotografía de la casa de Clarendon Road—. Yo elegí la casa. Hubo gente que se opuso desde el principio, por el precio. Pero a Katherine le gustó el gesto grandilocuente, la insinuación de una posición elevada; además controlaba nuestra economía desde antes incluso de que pusiéramos el pie en la casa. La elegí por su reputación. Una mala fama que creía que la acompañaba desde finales del período Victoriano. Sin embargo, se remontaba a mucho más atrás en el tiempo.

La imagen de la pantalla cambió al grabado de un hombre con una barba puntiaguda y un sombrero de ala ancha.

—Es el charlatán, ocultista e hipnotizador Valentyne Prowd, también conocido como Long Val. Y miembro de los Amigos de Sangre de Lorche durante la breve estancia de éste en Londres huyendo de la persecución de la que era víctima en Holanda. Vivieron en un poblado de caravanas, como los actores itinerantes, en las afueras de la ciudad durante no más de un año, en lo que en la época era una zona rural. En algún lugar entre lo que ahora es Marble Arch y Shepherd’s Bush. Creo que los Amigos de Sangre residieron principalmente en Holland Park, en terrenos propiedad de Prowd, antes de regresar al continente sin Prowd, quien en última instancia no fue capaz de mostrarse tan servil con Lorche como éste ansiaba.

»Las historias y las informaciones sobre Prowd siempre han sido desechadas por fantasiosas. Sin embargo ha sido mencionado en las obras de varios estudiosos e historiadores, haciendo especial hincapié en su estima por el diablo. Incluso John Dee buscó una vez consejo en él. Porque se rumoreaba que había enseñado a Lorche la habilidad de ocupar y coaccionar la mente de las personas. Hasta que, como su colaborador durante un breve período, acabó mal. En el caso de Prowd, en la horca de Tyne Cross por robar un niño.

Max pasó a la siguiente imagen: la página de un periódico de la época victoriana.

—Lea el titular, «Casa de sangre». Es de 1891. Holland Park era un barrio bohemio entonces, en los márgenes de una metrópoli en expansión. La granja de Prowd había desaparecido hacía tiempo, consumida por construcciones de ladrillo, pero este artículo de periódico habla del tema, de la casa que iba a convertirse en nuestro templo. Una casa levantada sobre lo que habían sido las tierras de Prowd. —Max hizo una pausa afectado de una frustración incontenible consigo mismo—. Yo sabía algo sobre ese pasado cuando elegí la casa. Pero no tenía ni idea de que iba a conducir a… Queríamos ser peligrosos. Acercarnos a algo de trascendencia mística. Como hacía la espiritista Madame Helena Blavatsky. Ella había vivido cerca de la casa en la década de 1890, como también varios miembros prominentes del Amanecer Dorado. Arthur Machen había residido un par de casas más abajo. Machen escribió La colina de los sueños. Lo que ahora es Notting Hill era su colina de los sueños. La casa del Templo está a los pies de esa misma colina. Y el edificio era un lugar popular para las sesiones de espiritismo en la Inglaterra victoriana. Todo el espectro de espiritistas se reunía allí. Se encontraba cerca de algo extraordinario, sobrenatural. Y siempre hay alguien que puede percibir esa clase de cosas.

»El artículo periodístico es bastante sensacionalista, pero trata el tema de la desaparición de Thaddeus Peevey. Es ese del retrato dibujado al lado de la columna de texto. Otro hipnotizador y diletante de lo oculto; contemporáneo de Florence Farr, Samuel Mathers y William Butler Yeats. Un sinvergüenza a decir de todos; alcohólico y actor entre otras cosas, como médium charlatán. Amanecer Dorado nunca lo habría aceptado en su orden de magia; lo consideraba un estafador, una acusación probablemente cierta, y además tenía enormes deudas. Sin embargo apostó a que podía pasar una noche solo en la casa Clarendon Road y enfrentarse a su naturaleza diabólica.

»A la mañana siguiente no se encontró a Thaddeus Peevey. De hecho nunca se le volvió a ver. Se cree que preparó su desaparición para esquivar a sus acreedores. Mi opinión ahora es otra.

»El cambio de propietarios e inquilinos ha continuado ininterrumpidamente desde el día que se empezó a remover el suelo para construir la casa. Yo siempre sospeché que éramos los responsables de los fenómenos sobrenaturales. Y lo éramos, pero sólo en parte. Como conductores. He llegado a la conclusión de que en toda aquella zona subyace un residuo que nosotros resucitamos, como Thaddeus Peevey; que Prowd y Lorche se instalaron allí, o incluso que ellos mismos resucitaron. No sé. Aunque hay lugares, como ya ha visto usted, donde ciertas cosas desagradables pueden pasar de un mundo a otro si se dan unas condiciones específicas o por la cercanía de individuos compatibles. Me refiero a ideas, influencias y presencias.

»Valentyne Prowd y Thaddeus Peevey tenían otra cosa en común a pesar de los cuatrocientos años que separan sus vidas: ambos tenían inclinación por la ostentación. Una conducta extremadamente narcisista que iba de la mano de unas ansias patológicas de poder y riqueza. De la que también hizo gala la que se convertiría en su heredera, Hermione Tirrill de Kent, también conocida como hermana Katherine, la falsificadora de cheques y antigua madame del barrio de Fitzrovia. —Max miró a Kyle—. ¿Meros rumores? El tipo de especulaciones difíciles de probar con las que debe de estar acostumbrado a encontrarse en sus trabajos.

—Cuidado, Max. Está pisando terreno resbaladizo.

—¿Coincidencia de todas maneras? ¿O mala suerte? Eso dirán nuestros detractores y la gente que quiere desacreditarnos. Hasta que se investiga con un poco de profundidad la granja de Normandía. Construida en el suelo sin consagrar de Saint Mayenne y de cuya historia ahora está usted al corriente. Da la impresión de que también allí pervive un residuo. En este caso mucho más fuerte, y que atrajo hacia sí a nuestra pequeña Reunión por medio de la visión con la que nos obsequió en Londres, en la casa de sangre. Y ahora creo que había estado arraigando en Katherine desde el principio. Se había aferrado a su nueva elegida. Una elegida que era sensible a sus mentiras, tal como Lorche y Prowd lo habían sido en el pasado. Creo que ya se había apoderado de Katherine cuando lo que quedaba de la organización se trasladó a California para saciar las ansias de glamour y fama de su líder y para eludir las investigaciones sobre las primeras desapariciones de su rebaño. Los tres niños y seis adultos que desaparecieron en 1972, durante la violenta tormenta que azotó la granja de Normandía.

—La carta que Gabriel recibió del hermano Abraham.

Max asintió.

—Eso me lleva a los otros supervivientes de El Templo de los Últimos Días, la encarnación final de lo que yo inconscientemente inicié en Londres. Pero no hablo de Martha, ni de Bridgette, ni de ninguno de los otros que sabemos que están muertos o desaparecidos.

—¿De quiénes entonces?

—De los niños, Kyle. De los cinco niños de la mina.

—Ingresaron en centros de acogida.

—En efecto. Correcto. Por eso he tenido que emplear tanto tiempo y recursos en encontrarlos. Esta primavera.

—¿Los ha encontrado? Yo estuve buscando en Google a ver si…

—¡Google! —Max puso los ojos en blanco. Luego recobró la compostura y procedió pasar a la siguiente imagen—. Lo que encontré, a través de medios menos populares, explica mis prisas para encargar la producción de una película documental.

—El espejismo de una película.

Max lo fulminó con la mirada.

—Todavía podría obtener la historia más extraordinaria para contarla después, mi querido muchacho. Si es que su integridad y su entrega son realmente las que dice.

En la pantalla apareció la imagen de una toma movida, realizada desde lejos, de dos hombres en el césped de una lujosa casa. Había mucha luz, y la hierba estaba sembrada de juguetes para perros: pelotas, huesos de goma, una zapatilla destrozada. Los hombres, ambos de cuarenta y tantos años, vestían idénticos trajes rojos. Sin embargo, lo que inquietó a Kyle fue su forma de moverse. Caminaban a cuatro patas y se sonreían y se olisqueaban mutuamente los rostros. Sus lenguas pasaban más tiempo colgando de sus bocas que dentro; y una de esas bocas emitió un sonido registrado un instante después por el lejano micrófono de la cámara: un ladrido; una buena imitación de un ladrido. Los hombres fingían ser perros.

Una anciana entró en el plano e hizo rodar suavemente una pelota blanca por el césped. Los dos hombres salieron corriendo desgarbadamente tras ella.

—Katherine los bautizó como Sardis y Papius cuando eran niños, poco después de separarlos de sus madres en la mina el Roble Azul. Son los hijos de las hermanas Rhea y Lelia, dos de las víctimas abatidas a disparos junto a la cerca mientras intentaban escapar de la mina en la Noche de la Ascensión. Sus hijos, esos dos chicos, fueron rescatados de la mina por el departamento de policía de Phoenix la noche del 10 de julio de 1975. Estuvieron en un centro de acogida hasta que una familia decidió adoptarlos seis meses después. Ni Sardis ni Papius han pronunciado una palabra inteligible desde que los agentes de policía los liberaron en la mina. Y, como puede ver, todavía prefieren caminar a cuatro patas y comportarse como si fueran perros adoptados de una perrera. Porque eso es exactamente lo que son.

Kyle tragó saliva tres veces para humedecerse la boca.

—¿Cómo los ha encontrado? —preguntó con una voz que sonó más como una inspiración.

—Contratando los servicios de un detective privado muy caro y no completamente legal.

Max pasó a la siguiente fotografía: un conjunto de imágenes que hicieron dar un respingo en la silla a Kyle.

—La hija de la hermana Urania y el hijo de la hermana Hannah fueron los responsables de estas imágenes. Después de que los dos niños fueran rescatados de la mina en 1975, Martha Lake los identificó y se decidió su nacionalidad. Tanto Urania como Hannah eran británicas; miembros originales de la Última Reunión en Londres y las más importantes benefactoras de la organización. Entre las dos entregaron millones a Katherine. Verá cómo se los devolvió ella.

»En 1975, los huérfanos de las hermanas Urania y Hannah fueron repatriados a Gran Bretaña y, en un primer momento, acogidos por sus parientes. Digo en un primer momento porque en seguida fueron transferidos al Bethlem Royal Hospital, cuando se completó el diagnóstico definitivo sobre la gravedad de sus desórdenes psicológicos. Allí han permanecido desde entonces, en un ala de seguridad. La Noche de la Ascensión les causó daños irreparables. A los cuatro años eran psicópatas. Éstos son algunos dibujos realizados por ellos que he conseguido a cambio de una considerable cantidad de dinero. Si necesita más pruebas, y si tenemos tiempo, probablemente pueda conseguirle una visita. —Max se estremeció y tembló ostensiblemente.

—Por favor. —Kyle apartó los ojos de la pantalla. No quería mirar más de lo necesario las caras afiladas, las cabezas irregulares y las extremidades escuálidas dibujadas y coloreadas de un modo tan burdo, pero fiel, en papel—. Ya lo pillo.

—¿De verdad? Todavía no hemos terminado, mi querido amigo.

A regañadientes, aturdido, Kyle devolvió la mirada a la pantalla.

Había querido saberlo todo, bueno, pues ahí lo tenía. No obstante, la siguiente imagen no le infligió otra sacudida de turbación. De hecho, sintió tal alivio que emergió un atisbo de su humor negro.

—Creo que se ha equivocado de imagen, Max. «Esta es de tu colección de porno». En tiempos más felices, incluso me habría reído.

Se trataba de una imagen de estudio de Chet Regal. El antiguo modelo de bañadores de Hollywood convertido en megaestrella cinematográfica, chico malo, propietario de Chapter Productions y el último ocupante de la antigua mansión de Katherine en San Diego.

Sin embargo, el semblante de Max era de triunfo, por no decir de hurón.

—Chet Regal. Alejado desde hace mucho tiempo de la gran pantalla, al menos en los términos de Tinseltown. Seis años por lo menos y contando. Pero sólo después de dos divorcios sobre los que a lo mejor ha leído algo, un largo historial de procesos judiciales por posesión de drogas, conducir bebido y agresión; esto último, la mayoría de las veces contra miembros de la prensa, o sus novias. Chet Regal ha sido toda su vida un violento enemigo de las mujeres hermosas y un depredador bisexual con gustos sádicos. Ahora se cree que está sucumbiendo rápidamente a las etapas finales del Sida y de la Hepatitis B.

—Sé quién es, Max.

—Mientras está recluido, como también sabe, permanece encerrado en esa mansión.

Kyle miró detenidamente una fotografía a pantalla dividida del fabuloso palacio art déco en el que la hermana Katherine residió mientras sus seguidores se secuestraban y se mataban en la mina de cobre del estado vecino; fotografiado como aparecía en la sección de ilustraciones del Últimos Días de Levine, en blanco y negro. La otra imagen, por su parte, mostraba la mansión en color.

—Usted… usted no quería que lo grabáramos.

—Así es. Al menos de momento. Chet Regal era el quinto niño rescatado de la mina el Roble Azul la noche del 10 de julio de 1975. Los agentes de policía encargados de la investigación lo llamaban «el niño limpio». Aunque es cualquier cosa menos limpio.

El párpado izquierdo de Kyle empezó a temblar, primero levemente y luego con espasmos.

—No.

—Me temo que sí.

—¿El hijo de Prissie? Chet Regal.

—El mismo. La hermana Prissie, la joven madre a quien Katherine asesinó poco después de robarle el hijo y asumir el papel de madre suplente. Y Chet Regal lleva una década residiendo en la antigua casa de Katherine. De hecho, desde que los inquilinos regentes que la ocuparon tras la muerte de Katherine le cedieron la posesión de la mansión. Tal vez recuerde que sólo cuatro de los Siete murieron en la Noche de la Ascensión. El quinto, el hermano Belial, fue asesinado en la cárcel. Pero los otros dos, sus favoritos, siguen vivos.

—¿De los Siete?

—Dos mujeres fueron enviadas a San Francisco bajo los auspicios de preparar un nuevo templo en 1973: las siempre leales hermanas Gehenna y Bellona. En realidad no habían sido enviadas al norte con ese objetivo, sino para buscar a unos padres comprensivos que adoptaran al niño limpio cuando llegara el momento oportuno. Y los encontraron. Hace mucho tiempo que esos padres murieron. Se trataba de un productor musical y su irresponsable esposa, que había sucumbido al encanto de Katherine en la vorágine de Hollywood. Puede ser que haya oído hablar del marido, Brett Pearson. Trabajó con The Mamas and the Papas y con The Beach Boys. Se encontró su yate flotando a la deriva frente a la costa de Baja California en 1992. Vacío. Él y su esposa nunca regresaron a tierra firme. Verá, también fueron desechados cuando cumplieron su función. Cuando Chet cumplió diecinueve años, sin necesidad de depender de nadie y preparado para heredar la tierra, el niño limpio volvió a casa.

Kyle movió la cabeza con incredulidad; estaba sonriendo, pero no sabía por qué.

—No olvide que en esa casa pasó Chet sus primeros años. No debería tener muchos recuerdos de esa época de reclusión con la hermana Katherine, pero yo creo que recuerda muchas cosas.

Kyle se revolvió en la silla para mirar de frente a Max.

—¿Qué está diciendo? Que Chet está… ¿qué? ¿Emulando la vida de Katherine? ¿Su legado? ¿Que él ha traído… a esas cosas de vuelta?

—Me temo que algo aún peor que eso, mi querido Kyle. Chet Regal es la hermana Katherine.

La casa de Max pareció rotar sobre su eje.

Tras un prolongado silencio en la habitación, Kyle esbozó una sonrisa.

—Lárguese de aquí, Max. Por favor. Y llévese esa estúpida teoría de la conspiración con usted. ¿Me hace el favor?

Max no sonreía.

—Dinero, adoración, el dominio absoluto de cualquiera que esté a su lado, la destrucción de todos sus oponentes. No bastaba, nada de todo eso. Verá, ni siquiera ser recordada para siempre era suficiente para la hermana Katherine. Sólo lo era vivir eternamente.

Kyle intentó tragar saliva, pero descubrió que no podía.

—¿Es tan difícil de creer? Después de todo lo que hemos compartido, Kyle, ¿no nos ha enseñado la historia que los paranoicos autodestructivos han de reencarnarse? Subiendo al poder a sus hijos…

—No.

—Erigiendo estatuas, edificios, ciudades incluso que llevan su nombre.

—Pare. Pare ya, Max.

—Katherine se encarnó en el niño en la Noche de la Ascensión.

—¿Está sordo? Basta. Basta, Max.

—Quería ser un hombre, en su segunda vida aquí, y eligió al más guapo de los niños de todo el Templo para evolucionar en su interior. Ordenó al hombre más guapo, el infame hermano Baal, violar y preñar a Prissie, la dama más hermosa. Ella crió a su propio heredero. Katherine practicaba el celibato. Sentía repulsión por la carne. Creo que quedó terriblemente trastornada por sus experiencias formativas en el negocio del sexo. En los tiempos iniciales confesó una vez al hermano Heron que en el momento del éxtasis sólo podía pensar en su propia muerte. Pero durante todo el tiempo que dirigió el Templo en Francia y en Estados Unidos estuvo casada con «otros». ¿No lo ve?

—Loco, Max. Está usted loco.

Max lanzó una mirada hacia el simulador de luz natural más cercano.

—En su nueva forma ha sido libertina y descuidada —insistió el productor, pensando tanto en su provecho como en el de Kyle—. Mientras el cuerpo de Chet se desarrollaba, ella se creía invulnerable, protegida por el dinero, la fama, el poder, su nuevo culto a la celebridad, sus orígenes místicos. Pero no estaba protegida. Enfermó por culpa de los excesos. Su sádica venganza contra las mujeres y los hombres hermosos acarreó consecuencias. Su afición por la sangre… —Se volvió a Kyle y una sonrisa que parecía triunfal se dibujó en sus labios—. De modo que la hermana Katherine se vio obligada a buscar otra transformación. Su tercera entrada en este mundo se ha puesto en marcha. ¿Sabía que Chet Regal y su última esposa adoptaron a un niño y lo llamaron Avaritia Luxuria?

—No incorpore esas cosas a mi vida, Max.

—Pues creo que ya se han puesto manos a la obra, mi querido muchacho.

Kyle se levantó y se tambaleó. Alargó una mano para agarrarse al brazo de su sillón.

—Todavía no hemos acabado, Kyle. ¿No lo ve? Ha estado reencarnándose. Durante mucho tiempo. En el niño que se convirtió en el hombre Chet Regal. Ni siquiera era su madre natural, pero la vida de Chet Regal exhibe todas sus características: la avaricia, el sadismo, la crueldad y las ansias patológicas de poder. Eso tendría que ser prueba suficiente.

—Entonces Chet Regal está imitándola. Eso es imposible.

—Ojalá fuera tan sencillo, Kyle. Y también la resurrección del legado de asesinatos que traspasó al cuerpo de un niño de dos años. —Max señaló la pantalla—. Todos y cada uno de los asesinatos y abducciones que se han producido recientemente han formado parte de una grotesca venganza. Una continuación de lo que empezó en los años setenta.

—Max, por favor…

—Por ella, sus viejos amigos fueron capaces de eliminar a los rezagados más vulnerables durante el período inmediatamente anterior a la Noche de la Ascensión. Incluso cuando huyeron de la mina, la vida de esas víctimas y su sueño siguieron sufriendo los estragos de su contaminación. De eso puede estar seguro. Estaban marcados. El olor. Su desgraciado vínculo con «las presencias» era indisoluble. Por eso los pobres desdichados no eran capaces de salir adelante. Por eso destruyeron su mente y su razón con sustancias estupefacientes. Pero era fácil encontrar a los drogadictos, a los devastados y a los heridos. ¿No lo ve? Ellos eran los verdaderos perseguidos. —Max suspiró—. Todos fuimos utilizados. Desde Londres hasta Estados Unidos pasando por Francia. Fuimos contaminados por lo que ella invocó. Por lo que ha de ser invocado otra vez; por la única persona que sabe como hacerlo: Katherine.

—¿Pero usted, Isis, Gabriel, Heron, por qué no fueron asesinados en los años setenta?

—Entre los vínculos más débiles con la versión europea del grupo, La Reunión, con el menor grado de contaminación, estábamos Isis, Heron y yo. Los tres abandonamos La Reunión después de las primeras apariciones de lo que ella denominaba «presencias».

—Pero Gabriel…

—Gabriel apenas duró un año en Francia. Se perdió el suceso, cualquiera que fuera, que precedió el cisma. Creo que el rastro de nuestra participación era muy vago en los años setenta, cuando Katherine todavía contaba a su alrededor con muchas víctimas disponibles. Sin embargo, seguía alimentando la esperanza de completar algún día su venganza y dar caza a todos aquellos que la abandonamos, los que seguíamos vivos después de 1975. Utilizarnos en los sacrificios durante su más reciente invocación a los Amigos de Sangre.

—¿Y Martha? ¿Y Bridgette Clover?

—Martha Lake y Bridgette Clover vivieron en una permanente huida tras la Noche de la Ascensión. Eran jóvenes, astutas, frecuentaban fiestas de relumbrón, estaban rodeadas de séquitos. Esquivaron la cacería. Pero no para siempre.

Max se tocó el chichón que le adornaba un lado de la cabeza.

—Somos la carne y el vino de su venganza. Pero nuestras muertes están al servicio de un doble propósito. Mientras ella intenta ocupar el cuerpo de un niño, los viejos amigos intentarán ocupar los nuestros. Katherine ha prometido resucitarlos tal como hizo tantos años atrás. Y los ha llamado. Es ella quien posee el vínculo. Sospecho que nunca ha sido una alianza sencilla. Ha tenido que ofrecerles un trato extraordinario; un pacto inestable y diabólico, en el mejor de los casos, diría yo, pero a través de él tiene la capacidad de hablar con ellos, de negociar, como Lorche ya hizo una vez. Y dudo que estando encarnada en el disfraz que es Chet Regal se haya librado alguna vez de los Amigos de Sangre. Su presencia ha contribuido enormemente a la monstruosidad que ha desplegado en esta vida, dos veces. Y sus viejos amigos quieren regresar, a través de nosotros, a la luz que desprecian pero a la vez ansían.

—Yo no puedo…

—Aquellos que estuvieron en el Templo en los años setenta, los que soportaron su crueldad implacable y permanecieron hasta el final, recibieron la promesa de convertirse en receptáculos para sus viejos amigos. Su único propósito era servir algún día como receptores de lo que había existido en otro tiempo: los Amigos de Sangre. Así habían sido llamados desde el asedio de Saint Mayenne. Los ángeles a los que Lorche sirvió pasaron a ser conocidos con el mismo nombre que la secta que consumieron. Los mismos que se llevaron consigo a Lorche y a sus seguidores para retorcerse con ira y desesperación y dolor en otro lugar durante más de cuatro siglos, quizá todavía convencidos de su propia grandeza y de su condición de elegidos en aquella horrible planicie; el mismo convencimiento que siempre ha sentido Katherine, bajo la influencia de ellos, en la superficie de este mundo.

Kyle enfiló tambaleándose hacia la puerta del despacho.

—No. Max. Por favor. Basta.

Max salió detrás de Kyle.

—¡Los Amigos de Sangre se habían apoderado de Katherine desde el principio! —Su voz vibraba por la excitación, y los ojos se le salían de las órbitas con un júbilo arrebatado—. Era perfecta. Lo sintieron. En la casa de Clarendon Road. ¡Fueron conjurados en el lugar correcto y en las condiciones adecuadas!

Kyle se detuvo. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Se sentó en el suelo frío.

—Los asesinatos de la mina, en la Noche de la Ascensión, ¿qué sentido tenían si ellos necesitaban los receptores?

Max gruñía con cada movimiento, pero consiguió acuclillarse al lado de Kyle.

—Los miembros adultos de los Últimos Días no tenían ningún valor real como receptáculo para los Amigos de Sangre —respondió Max con la voz ronca, anhelosa, aunque hablando con determinación—. Aun así, Katherine les ofreció esos adeptos, que la habían abandonado, así como a los leales y a los que mantenían en la mina a la fuerza, como potenciales receptores a los Amigos de Sangre. Si no como receptáculos, al menos como sacrificios en honor de sus viejos amigos para saciar su propia y abominable maldad. Intercambiaba la sangre caliente de las víctimas por las habilidades de los Amigos de Sangre. A través de la satisfacción de esos viejos apetitos consiguió enrolarlos para su causa, a cambio pidió el regreso para una segunda vida dentro de un niño. De entre los que quedaban en la mina la Noche de la Ascensión, se negó el renacimiento a todos excepto a Katherine y a dos de los Amigos de Sangre, que actualmente están encarcelados en el Bethlem Royal Hospital, dentro de esos receptáculos perturbados que en el pasado fueron niños.

»Estoy convencido de que llegado el momento de la Noche de la Ascensión Katherine ya sabía que nunca conseguiría que los Amigos de Sangre arraigaran dentro de los adultos. Sus esfuerzos para ocupar cuerpos adultos son infructuosos. De modo que cuando no pueden regresar se alimentan para permanecer el mayor tiempo posible en este lado, tal como se alimentaron durante el asedio a Saint Mayenne de lo que los apóstatas de Lorche masacraron para hacer corpóreos a sus «ángeles» y de la comunión impía bendecida por el cerdo. De la misma manera, los Amigos de Sangre volvieron a alimentarse en la mina del Roble Azul en la Noche de la Ascensión.

»Era imposible utilizar a los adultos como receptáculos. Katherine lo sabía esa noche de 1975 porque ella ya lo había intentado. Recuerde lo que le contó Martha Lake sobre las personas que se llevaban por la noche y que nunca regresaban, o de los que intentaban huir. Tengo la teoría de que los primeros intentos de transformación en la mina salieron mal, y que los sujetos dementes que resultaban eran asesinados y enterrados en el desierto. Urania, Hannah, Adonis, Ariel, Priscilla. Katherine experimentó con ellos y con los Amigos de Sangre. Debían abandonarlos en aquel desierto aterrados, locos, o dominados temporalmente por las conciencias de los Amigos de Sangre. Creo que sólo era un ensayo general para la Noche de la Ascensión. Tras la debacle de Francia, Katherine tenía que demostrarse a sí misma que los susurros de sus viejos amigos eran auténticos y que la transferencia era posible. En los adultos debió ser una ocupación transitoria, pero como prueba servía. Luego hacía que Moloch y Baal mataran a sus experimentos, sus conejillos de Indias. Y que enterraran las pruebas. Ella mantuvo su parte del trato con aquéllos con los que había hecho el pacto, pero creo que ella en el fondo sabía que una transferencia permanente sólo podría ser verdaderamente efectiva con un receptáculo inmaduro y más receptivo, como un perro, un cerdo o un niño.

—Pare, Max. Empiezo a sentir náuseas.

—Las muertes de la Noche de la Ascensión estaban planeadas. Aquella noche era una trampa. Tal vez hubiera prometido a los demás miembros de los Últimos Días los receptáculos involuntarios para los Amigos de Sangre, los señores de Katherine, pero ésta en realidad los utilizó como sacrificios para prolongar la visita y la influencia de los Amigos de Sangre, pues gracias a su intervención ella podría tomar posesión del niño. Se necesitaba mucha sangre para posibilitar la transferencia. Y se utilizó la sangre de sus seguidores para facilitar la aparición de lo que nunca debió ser invocado. —Max lanzó un vistazo a la pantalla—. Una vileza. Había ofrecido de antemano a sus aliados invisibles a cuatro de sus más devotos Siete, que murieron junto a ella en el templo. Les había engañado hasta hacerles creer que podían resucitar en los cuerpos de los niños. Niños como receptáculos para cuatro de sus elegidos, de sus devotos Siete. Ése era su plan: conseguir que accedieran a ser ejecutados por la mano del hermano Belial para que pudieran resucitar dentro de los niños.

—Eso no cuadra. ¿Por qué maltratar a los niños si iban a convertirse en receptáculos?

—Porque un estado de deshumanización es mejor conductor para la entrada de un ente tan vil como un Amigo de Sangre. Porque había sido a los Amigos de Sangre a quienes había prometido en realidad los niños, no a sus devotos Siete. Sólo el receptáculo destinado a ella fue preparado, separado de los demás, en la mansión. Limpio. Recibiendo clases particulares. Los otros cuatro niños vivieron con los perros en el cobertizo. No sé qué era peor.

—Los Siete eran los más leales a Katherine. Mataron por ella.

—Ahora empieza a entender de verdad la naturaleza de Katherine. Y el hermano Belial era su compinche. Ella traicionó a los miembros de los Siete que murieron arrodillados a su lado en el templo de un modo más espantoso que los que cayeron en la cerca intentando escapar. Katherine desconfiaba de las ambiciones de sus leales Siete y por eso perecieron, tal como ocurrió con sus predecesores en Francia. Se convirtieron en meros sacrificios sangrientos para posibilitar y ungir el ritual mediante el que ella se reencarnaría. Habían dejado de ser útiles. Sus acciones asesinas bajo el tutelaje de Katherine debían ser borradas en un frenesí sangriento que ella diligentemente ofreció a sus viejos amigos. Belial rajó las gargantas siguiendo las instrucciones de Katherine. Y una gran cantidad de la sangre fue engullida por las bocas sucias, ponzoñosas, de los Amigos de Sangre después de que Belial les rebanara las arterias. Por eso la policía no encontró la sangre que debía en la escena del crimen.

—Pero dos de los niños alojan perros en su interior. ¿Cómo cojones se explica eso, Max?

—Sólo puedo especular. Pero creo que en la terrible confusión que se produjo durante la llegada de los Amigos de Sangre, en medio de la vorágine, de la tormenta psíquica en la que transcurrieron la salida de las almas y los degollamientos, se vieron envueltos dos perros. Y también dos Amigos de Sangre, que entraron en los dos niños que sólo podían desarrollarse como aberraciones, porque en el momento de su renacimiento ya eran seres monstruosos. Esta clase de ritos no son una ciencia exacta; los temas satánicos nunca lo han sido, y siempre exigen un gran precio. Se debió producir una lucha terrible entre la hueste de Amigos de Sangre para ocupar los cuerpos adultos e infantiles disponibles durante el breve acceso que tuvieron a la comuna aislada.

Kyle hizo el ademán de levantarse.

—Ya he oído suficiente.

Max lo sujetó del brazo.

—Los que corrieron hacia la cerca en la Noche de la Ascensión también fueron traicionados y sacrificados. Comprendieron su destino demasiado tarde. Sus vidas iban a terminar en un espantoso intercambio con los Amigos de Sangre que pretendían efectuar una transición: de una vejez atroz a la juventud, de la condena de eternidad a la mortalidad bendita. Cuando no funcionó, la sangre de los muertos se vertió igual para saciar el apetito de aquellos viejos amigos. Delante de aquella cerca que no pudieron trepar, los adeptos murieron desesperados por el terror. Los Amigos de Sangre comieron con una rabia y una sed horrendas a los pies de la cerca. Recuerde, la sangre también preserva la breve materialidad de los Amigos de Sangre, tal como ocurrió durante el asedio de Saint Mayenne.

»¿No se da cuenta? Para ellos supone un esfuerzo inmenso manifestarse en nuestro lado. Si no pueden engullir sangre, como comprobó cuando escapó de ellos en la habitación del motel, no son capaces de permanecer y desaparecen enseguida. Pero dejan impresiones. Y la policía nunca encontró el arma con la que se administró el golpe de gracia a las víctimas de la cerca. Porque no existe. —Los dedos de Max se hundieron en el bíceps de Kyle—. Y ahora vienen por nosotros. Anoche, Kyle, vinieron por mí. Otra vez. A por mí. Ya no puedo contenerlos. ¡Kyle! ¡Espere!

Kyle estuvo de nuevo en pie en un abrir y cerrar de ojos.

—No quiero oírlo.

—Esa cosa que se hace llamar Chet Regal cuenta de su parte con el poder de los viejos amigos de Katherine, los Amigos de Sangre. Eso no puede negarlo. Ambas partes están al servicio de los deseos de la otra. Ya sabe de quiénes hablo. Los ha visto. En Holland Park. ¡En la habitación del motel! Dejan rastros. ¡Las huellas de la mina! ¡Las paredes! Fueron ellos quienes llegaron en la Noche de la Ascensión. ¡Y vuelven a estar entre nosotros!

Kyle cogió la licorera con el coñac, la levantó y bebió a morro. Soltó un grito ahogado.

—¿Para que una persona ocupe el cuerpo de otra? Simplemente no es posible.

—El proceso es largo. Requiere de asistencia experta, de amigos, de viejos amigos, que posean la pericia. Ya ha visto las bajas. El daño cerebral. El trauma neurológico irreparable. Y la inclusión de conciencias menos robustas en mentes infantiles. En la vorágine. En el ritual. ¿Es que no lo ve? En aquella terrible tormenta que descendió. Pero no era una tormenta; era una abertura, una puerta. Se perdieron mentes dentro de ella; durante el espantoso caos y la masacre, con los perros y los niños. Piense en Lorche, Kyle. ¡Piense en él! En su segunda visión. En el obispo que reencarnó en un cerdo. Creemos que Lorche también intentó un intercambio, de cuerpo y mente, con un niño en Saint Mayenne en 1566; con uno de los niños que mantuvo aislados para poder renacer él. El resto de los niños iban a recibir a los espíritus a cuyo servicio estaba Lorche: los ángeles para los que no tenemos nombre. Pero él y sus ángeles fueron interrumpidos. Por el asedio. Y el primer intento de ritual de Katherine en la granja francesa acabó en un desastre del que huyó. Es un proceso delicado y costoso; pasan años hasta que los receptáculos están preparados y los entes no naturales se convierten en naturales. ¿Qué más pruebas necesita?

—No, no y no. Max. No. ¿Vale?

Max arañó el suelo detrás de Kyle mientras éste enfilaba hacia la puerta.

—Lleva tiempo aislar a un candidato para realizar la transferencia. Piense. ¿Qué mejor lugar para hacerlo que una granja abandonada o un desierto, o una ciudad fantasma? Páramos. Cualquiera de esos lugares resulta apropiado. Y no hay ningún agente de la ley ni autoridad en el mundo que vaya a creerle. A menos que tenga pruebas. ¡Pruebas, Kyle! ¡Nuestra película es una prueba!

—No puedo, Max. Simplemente no puedo creerlo. Ya no sé qué creer… He visto cosas… soñado cosas… Pero una transferencia de conciencia. Es imposible.

—Los chicos no habían recibido ninguna educación, eran abiertos y confiados. Estaban separados de la protección de sus padres. Eran jóvenes. Los jóvenes eran perfectos. A Lorche le había funcionado con perros y cerdos. Y los niños eran más sencillos que los adultos. ¿No se da cuenta? Katherine estaba refinando el proceso que había iniciado Lorche. Estaba siendo guiada por las mismas influencias que habían hecho un pacto con Lorche.

Kyle se había quedado sin palabras, pero intentó liberarse de Max. Lo único que quería era salir del piso semiabandonado que refulgía con una luz falsa que muy pronto se extinguiría. Max lo siguió al pasillo.

—Por eso Lorche estuvo cortando gargantas cuatro siglos. Se alcanza un punto crítico en un momento dado del ritual y la «amistad» debe ser mantenida con sangre fresca y viva. Con sacrificios. La sangre mantiene su presencia durante un breve espacio de tiempo. Y la presencia de los Amigos de Sangre deja en suspenso las reglas que nos gobiernan, que impiden el paso de un lado al otro. Y se vertió sangre suficiente para que Katherine entrara en un niño encerrado en aquella cabaña; en medio del caos y el festival de sangre, cuando la presencia de los Amigos de Sangre colmó el aire nauseabundo. Cruzaron de lado. Usted también ha notado sus intenciones en sus incursiones mientras duerme, como lo hemos hecho todos. Creo que nuestras visiones nocturnas eran tanto una advertencia para nosotros como un ejercicio para poner a prueba su poder. Los preparativos.

Kyle llegó a la entrada del piso. El bastón de Max repiqueteaba a su espalda como el martillito de un joyero.

—Katherine tenía una ventaja. Había empezado a preparar al hijo de Prissie en su mansión. Katherine se transfirió a un niño, con ayuda, con sacrificios, con sangre.

—El chico, el hijo de Prissie, ¿qué ocurrió entonces con su… espíritu, con su conciencia?

—Murió en el cuerpo de Katherine. Tal como ella había planeado. Belial la decapitó con el alma de un niño dentro de su cuerpo rechoncho. Le seccionó la cabeza para evitar que el niño aterrado escapara del cuerpo durante el ritual. Y la sangre de su cuerpo fue ofrecida como un festín.

—Usted no puede… no puede esperar que yo me crea todo eso.

—Katherine y el chico ya debían de haber hecho breves intercambios en California, en la mansión. Piense en lo que le dijo Martha. Y el teniente Conway. Katherine se había vuelto infantil. ¡No era por las drogas! Varios testigos ya habían visto al hijo de Prissie dentro de Katherine durante cortos períodos de tiempo. ¿Por qué esta mujer, esta gurú de las estrellas de Hollywood, con millones en el banco, esta exitosa manipuladora de centenares de personas, por qué pondría fin a su vida de un modo tan burdo en la inmundicia de una mina abandonada? Decapitada. Piense, hombre. ¿Por qué ordenó a Belial que la matara? Fue deliberado, porque Katherine ya no estaba dentro de ese cuerpo. Lo había abandonado. El niño limpio que encontró la policía era ella; exitosamente transferida en aquel pequeño y lista para evolucionar. Creo que el niño, incluso, dio instrucciones en la mina cuando Katherine se aposentó en su interior.

—Oh, Dios mío, no. No.

—Tenía el control absoluto de cosas que nosotros difícilmente comprendemos. Adquirió conocimiento, pericia de esos «otros». En una fecha tan remota como 1969 sabía a dónde conducía todo. Quería ser adorada, pero también odiaba su cuerpo, envejecer, la mortalidad limitadora. Habría dado cualquier cosa a cambio de librarse de todo ello.

Kyle se dio la vuelta justo delante de la puerta del apartamento.

—¿Para qué la película entonces? ¿Qué sentido tenía que Dan y yo participáramos si usted ya sabía todo eso?

Max se apoyó en el bastón, atormentado por una molestia física que Kyle deseó que se hiciera más intensa.

—Cuando mi hora se acercaba decidí recopilar pruebas. Para descubrir cómo Katherine seguía matando desde la tumba; cómo era capaz de continuar haciéndolo, en esta vida, después de su muerte. Y cuando descubrí los destinos de los niños… bueno, se convirtió en algo más. En algo que estaba preparado para aceptar. Entonces mi intención fue eliminar a Katherine, una película fue mi idea de contraataque. Para hacer alguna clase de trato. Para salvar a los últimos que quedábamos. Para salvarme. —El rostro de Max se contorsionó y se quedó lívido con una expresión de pavor como Kyle no había visto jamás. En un susurro, continuó—: No quería ir a ese otro lugar; el que vio en Amberes. Ellos me hacían soñar con él; el lugar adonde se llevaron engañados a los pobres desgraciados de Saint Mayenne y donde sus almas atormentadas han estado cambiando de forma desde entonces. Incluso intentaron arrancarme de mi propio cuerpo mientras dormía. No los quería dentro de mí. Estaban revelando su deseo de intercambiar el sitio con nosotros, los vivos. Y si no lo consiguen nos descuartizarán como ganado para permanecer entre nosotros, aunque sólo sea por breves espacios de tiempo. Una posesión absoluta sólo puede realizarse con un niño, pero parece que los adultos también podemos ser trasladados a ese otro lugar; para unirnos a la congregación.

Kyle se apoyó contra el marco de la puerta. Él también había sufrido esa clase de invasiones. Algo con los dedos sucios llevaba semanas intentado dar con la puerta de acceso a su vida. Tenía sentido. Un sentido espantoso. Había visto el reino de los necios en sueños, y a los santos de la mugre pasados por el acero; se había despertado habitando un horrible antiespacio negro, alojado en otras formas horrendas durante unos breves instantes. Había sido «tocado», y ahora ellos intentaban matarlo salvajemente donde yacía, o bien llevárselo a ese otro lugar, a una especie de exilio eterno, con aquellos pájaros muertos, los perros que gañían y las figuras escuálidas y deterioradas.

La voz de Max llegó a él como procedente de un sueño:

—Katherine ha vuelto a invocarlos para encontrar nuestro rastro. Ellos quieren vivir, ocupar los cuerpos de los vivos, igual que ella, cuyo futuro y supervivencia depende de su presencia. Pero cuando inevitablemente fracasan, cuando se quedan a las puertas, el resentimiento, el odio y la ira se apoderan de ellos y sacian su sed añeja, o nos capturan y nos llevan con ellos, como si fuéramos sus tesoros.

—¿Creía que la asustaría? ¿Con la amenaza de descubrirla? No funcionó una mierda, ¿verdad?

Max se agarró al hombro de Kyle.

—No. No funcionó. Le envié algunas grabaciones. Eso sólo aumentó aún más su sed de venganza y sus ansias por ocultar lo que había descubierto. Su deseo se intensificó. Creo que lo único que conseguí fue acelerar el proceso.

—Y todavía está reescribiendo la historia, ¿verdad? Porque Gabriel tenía razón. Isis y él fueron utilizados como cebo para que yo pudiera grabar lo que los acosaba. Para usted era demasiado peligroso ponerse a rodar personalmente la película, pero necesitaba las pruebas. Así que nos envió a Dan y a mí, y a ese pobre gusano, Gonal, para que nos pusiéramos manos a la obra mientras usted se refugiaba en su mundo de luz. Pero nosotros también nos contaminamos. Es usted un cabrón, Max. Un sucio cabrón. Y si está en lo cierto, Max, sobre el tema, entonces estamos jodidos. Moriremos desangrados como le ocurrió anoche a Gabriel. O nos agarrarán y nos arrojarán al reino de los necios. O eso o acabaremos con un puto perro dentro. Soy todo oídos, Max. ¿Qué propone?

Max llevó la mirada más allá de Kyle, al rellano comunitario. Bajó la voz. Ni siquiera intentó negar las acusaciones de Kyle de utilizar a los demás como cebo o de que sólo pensaba en su propia supervivencia.

—Tal vez no estemos completamente «jodidos». La exposición pública sólo era el primero de dos recursos defensivos que creía tener contra Katherine y sus viejos amigos. Pero si no ha retirado a sus sabuesos, la segunda opción…

—¿Cuál era? ¿Cuál era la segunda?

—El asesinato.

Kyle tenía los ojos desorbitados; notaba cómo se dilataban sus globos oculares dentro las cuencas.

—¿Matar a Chet Regal? —masculló tras un silencio prolongado y tenso.

Max asintió con rotundidad.

—Realmente me sorprende usted, Max. Por no haberlo matado aún. ¿Acaso habría turbado su conciencia selectiva?

—Chsss. No alce la voz.

—¡Quiero alzarla!

—Escuche, no es tan sencillo. Yo… bueno, he estudiado el tema. —Max carraspeó.

—Ya lo ha intentado, ¿no?

—¿Me culpa?

—Dios mío. —Kyle sepultó el rostro en las manos—. ¿Cómo? ¿Cómo me he metido yo en esto?

—Chet cuenta con seguridad privada. Armada. Además recibe los cuidados de personal sanitario las veinticuatro horas del día. Tiene un servicio entregado. Y luego están las hermanas Gehenna y Bellona. Son viejas, pero no hay que subestimarlas.

—¿Cómo quiere llegar hasta él entonces?

—Chet está arruinado. En la bancarrota por culpa del divorcio y de varios acuerdos legales derivados de demandas interpuestas contra él. Su cocinero, su entrenador y su médico personal fueron los primeros en abandonarlo cuando dejaron de cobrar sus honorarios, a principios de este año. Y este mes, según me han informado, la última cuadrilla de seguridad no se ha presentado. Su guardaespaldas dejó el trabajo hace una semana. De modo que ahora es el momento de atacar. A Chet no le queda mucho tiempo; no más de un año. Ya ha sido hospitalizado con neumonía dos veces este año. Si todavía conserva fuerzas, ha de reencarnarse ahora. Estoy seguro de que lleva dos años preparando una nueva transferencia con su hijo adoptivo; practicando mientras la salud lo abandona. Ésa es la razón por la que se vio obligado a invocar de nuevo a los Amigos de Sangre. La enfermedad adelantó sus planes cuando descubrió que estaba muriéndose; se libró de su mujer, a la que únicamente utilizó para la adopción. Debe haber leído sobre la batalla por la custodia. Ganó él tras ofrecerle un dinero y amenazarla con hacer pública su adicción a las drogas si no retiraba la demanda, pues afirmaba tener vídeos que la comprometían. Sin embargo, fue él quien la empujó a la adicción. No hay nada que no sea capaz de hacer para conseguir sus objetivos. Había una razón para que quisiera estar solo con el niño.

—Entonces, ¿nos colamos en la casa y matamos a un hombre enfermo en estado crítico?

—Ojalá fuera así de sencillo. Las hermanas Gehenna y Bellona son adversarios mucho más duros que su antigua sección de polis de alquiler. Y está el tema del tigre.

—¿Qué?

—Tiene un tigre de Bengala. Lo adquirió en tiempos mejores. Y hay serpientes, según me han contado. Animales domésticos letales. —Max esbozó una sonrisa—. Serpientes. Qué acertado. De modo que este proyecto nuestro no está exento de riesgos considerables.

—Otra vez esa palabra, Max: «nuestro». Casi estaba decidido a ayudarlo, hasta que ha mencionado al tigre. Me siento como si hubiera robado algo. Ah, por cierto, ¿dónde está Iris?

Max parecía horrorizado, y avergonzado, ante la perspectiva de que Kyle decidiera de no satisfacer sus deseos.

—¿Iris?

—La mujer que sirve bizcochos y tostadas. Esta mañana estaba aquí.

—¿Es que no me ha entendido?

—Me voy a buscar a mi amigo. Con la policía.

—¡Katherine está intentando reencarnarse de nuevo, Kyle! ¡Mientras aún pueda hacerlo! Antes de que ese cuerpo expire con ella. Debemos salvar al niño.

Kyle movió los dedos por el cerrojo.

—Será mejor que llame a los servicios sociales.

—Si no me ayuda, un niño morirá. Yo moriré. Usted morirá. ¡Kyle, no verá el puto amanecer! —Max aporreó el suelo de mármol con el bastón—. Pruebas documentales. Las tenemos. Es el momento de rodar la escena final. ¿No se da cuenta, Kyle? ¡Casi ha completado ya su película!

Kyle sujetó la puerta y empezó a abrirla acercándola cada vez más a Max.

—No, no y no.

—¡Katherine tiene un niño, Kyle! ¡Un niño!

Kyle cerró la puerta a su espalda.

La súplica final de Max llegó desde el otro lado de la puerta:

—¡No apague las luces, Kyle! ¡Por el amor de Dios!