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WEST HAMPSTEAD, LONDRES

17 de junio de 2011. 7.00 horas


Telefoneó a Dan.

—¿Tío, dónde estás?

—En casa. ¿Qué hora es?

—Las siete. Pásate por aquí, por favor.

Se produjo una cacofonía de resuellos, tos y ruidos que hacían pensar en una figura ciclópea moviéndose.

—¿A qué vienen tantas prisas? Estoy reventado. No me dormí hasta las dos.

—Tienes que ver esto. Bueno, ¡tienes que verlo!

—Ya he recibido una llamada de Finger Mouse para comentarme las grabaciones de Normandía. Anoche. Se puso directamente con la secuencia del templo. Y está que trina. Piensa que estás tomándole el pelo sobre el documental y que en realidad estás rodando una película de miedo en secreto.

—Y quizá sea cierto. ¡Y nosotros somos los putos actores, tío! Sólo que Max se olvidó de mencionarlo.

—¿Qué quieres decir?

—Sólo bromeaba. Vente ahora mismo. Y trae la Canon. Ha aparecido en la pared de la cocina.

—¿Qué es?

—Un brazo.

—Quítate de en medio.

—Mira. —Kyle recorrió con el dedo el esbozo de huesos de antebrazo de la mancha descolorida. El tufo ya apenas se propagaba más allá del interior del armario, pero todavía quedaba un residuo—. Un antebrazo. Esto del extremo me parecen los huesos de una mano. Por lo tanto, esa protuberancia en el otro extremo sería el codo. Acércate con el zoom.

Dan miró a Kyle por encima del visor de la cámara.

—Lo has hecho tú.

—¡Que os jodan a ti y a tu madre!

—¿No me la estás jugando?

—No te la estoy jugando. Y ya te lo he dicho; tuve ese sueño rarísimo. Luego me desperté en otro sueño… estaba fuera de la cama. Tenía la sensación de estar flotando en el aire o algo así, pero como dentro de un cuerpo diferente. —Kyle se encogió de hombros y suplicó comprensión a Dan—. Estoy casi seguro de que era el mismo sueño que tuve en Caen. Como si fuera otra persona. Y cuando desperté del sueño oí ese ruido de arañazos y…

—No vas a conseguir que me crea esta mierda, Kyle.

—¡Dan! No estoy engañándote. Esto fue real. Fue el gato arañando la puerta para salir lo que me despertó. La única vez que lo había visto tan aterrado fue con los fuegos artificiales que los gilipollas de los vecinos hicieron estallar el año pasado…

—Me alegro de oír que fue el gato. Estaba a punto de largarme.

—Olvida al gato. ¿Vale? Olvídalo. Mientras soñaba también oí unos golpes. Unos porrazos. Eso fue lo que asustó al gato y por lo que se puso a arañar la moqueta. Le dejé salir, y cuando yo volvía al piso registré el cuarto de baño y la cocina. Y olía exactamente igual que en Francia. Y que en Clarendon Road. El olor salía de aquí. —Kyle levantó el dedo índice hacia la pared con la mancha—. Los golpes venían de las puertas del armario. De estas puertas. Aunque algo los producía desde dentro. Y cuando miré encontré la mancha. Apestaba a aguas residuales y a animal muerto. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible, tío? Igualito que con la mano en la pared del hotel.

Dan se encogió de hombros, pero estaba más pálido que la puerta del frigorífico. Tragó saliva.

—¿Por qué tú eres especial? Yo no tengo esos sueños. Nadie ha dejado la marca de su culo en mis paredes. Y yo estuve presente en ambas grabaciones.

—Ni idea. —Kyle consideró las palabras de Dan, y por un instante eso le hizo sentir mejor, hasta que recordó la pregunta de Max sobre si había notado que lo tocaban—. El sabe algo. El amigo sabe algo.

—¿De qué hablas?

—Max. Me preguntó si había notado que me tocaban. ¡Qué me tocaban! ¿Por qué se le ocurriría esa pregunta?

—Pero no notaste que te tocaran.

Kyle miró a Dan.

—Sentí… sentí que había alguien en el templo. Sentí que alguien corría hacia mí. En la oscuridad. Y noté algo. En el cuello…

—No me lo habías contado.

—Porque lo que ocurrió en la fermette fue peor, y luego Gabriel quedó atrapado en el cepo. Te dije que me había parecido que había alguien en la planta baja de la casita de la hermana Katherine. Era como… como si estuviera buscándome. —Kyle se volvió hacia la pared y se recorrió la cara con los dedos—. Esto es una locura.

—Creo que necesito sentarme para asimilarlo, tío. ¿Tienes algo de comer?

Kyle hizo un gesto reprobatorio con la cabeza.

—No seas tonto.

—¡Menuda sorpresa!

—Grabemos una toma, de mí hablando directamente a la cámara. Quiero grabar lo que ocurrió anoche. Al estilo de un videodiario, ¿eh?

Ya había anochecido cuando terminaron el corte preliminar de las grabaciones de Normandía; las copias de seguridad de la sesión nocturna de Finger Mouse habían llegado a mediodía, después de que Kyle hubiera terminado el relato improvisado ante la cámara de lo ocurrido a Gabriel en la granja, de la muerte de Susan White, del pasado oculto de su productor ejecutivo, de sus propios sueños y de las manchas en la pared de la cocina de su apartamento. Una vez acabado, se sentó solo a su escritorio e intentó trabajar en las secuencias de Arizona del guión y las preguntas para los agentes de policía.

No había cerrado las persianas y, en silencio, contempló anonadado su reflejo en la ventana en saliente que daba a la calle. El gato dormía sobre el escritorio, y su cola de vez en cuando caía sobre el teclado del ordenador portátil y luego se posaba sobre el antebrazo de Kyle, como si el animal quisiera asegurarse de que seguía sentado en la silla. El gato había reaparecido a la una y había devorado toda una lata de comida y la mayoría de las anchoas que Dan había apartado de su pizza, y luego había buscado los mimos de ambos. No era él el único que necesitaba compañía ahora que el sol se había puesto y había caído la noche.

El impacto de las tres figuras grabadas en el establo perdía fuerza vistas a través de la pantalla. Lo mismo ocurrió con las fotografías cuando las pasó como archivos jpg al ordenador. Sin embargo, aunque en las imágenes aparecían más borrosas, con un estilo más expresionista y susceptibles de interpretaciones, su visión repetida y la falta de definición no minaban su poder de sugestión, tampoco rebajaban un ápice el aspecto fantasmagórico de las siluetas descarnadas. Volver a verlas sumió a Kyle en un estado de inquietud que le impidió concentrarse totalmente en el trabajo con el guión.

Entre el ruido que hacían sus propios pies avanzando por los escombros que cubrían el suelo del establo del templo, era prácticamente imposible distinguir si otra serie de pasos delataba la presencia de alguien más en sus inmediaciones. Cuando dispusieran de más tiempo podrían aislar esa sección de la pista de sonido. No obstante, el portazo en la planta baja de la fermette no admitía discusión; tampoco el lejano ruido de pies raspando el cemento que había oído cuando estaba agazapado junto a la cama putrefacta, húmeda y llena de vida con lo que parecía ser un revoltijo de tritones, ciempiés y pequeñas culebras de jardín.

A su espalda, en su apartamento, de repente se produjo un estallido de luz estival que inundó el techo y se propagó sobre sus hombros.

—¡Esto es una pasada, tío! —exclamó Dan, que para distraerse había empezado a desempaquetar las cajas de luz que había enviado Max. Exhibía una sonrisa de oreja a oreja junto a una lámpara de escritorio que arrojaba la misma intensa luz blanca que Kyle recordaba de la casa del productor.

Kyle se volvió sentado en la silla.

—Imagina una como ésa cien veces más potente y tendrás la casa de Max.

—No es broma, tío. Ya me siento mejor. Max también me envió unas cuantas anoche. Yo había salido y el vecino me las recogió. Tres lámparas. Igual que a ti. ¡Ese tío es la leche!

—Max afirmaba que limpiaban el alma. ¿Hubo suerte?

—Ya siento cómo desaparecen un par de manchas de suciedad. ¿Dónde quieres las otras dos? ¿Junto a la cama?

—¡Demonios, no! Dormir ahí ya va a ser suficientemente difícil sin tener el sol de mediodía taladrándome los malditos ojos.

Dan siguió con la mirada los rodapiés del piso.

—De todos modos no tienes enchufes. ¿Dónde está la botella de Jack Daniels?

—En la nevera. El mío con Coca-Cola. Hay dos latas.

—¿Hielo?

—El congelador está fundido. Hace siglos que no funciona.

Dan salió cargado con una de las lámparas de Max; arrancó el plástico del cable y la enchufó. Kyle se volvió de nuevo hacia la ventana y tuvo que admitir otro hecho incuestionable: sus grabaciones eran profundamente apasionantes. Tanto en el templo como en la fermette, la mayor parte de las imágenes grabadas estaban iluminadas únicamente con la tableta de bombillas led, lo que no aportaba claridad. Sin embargo, lo que había grabado era fascinante. Las imágenes de los edificios que Dan había capturado en la quietud y el silencio del prado invadido por la maleza contribuían a la recreación de la atmósfera de suspense, o más bien de intriga, que había intuido estando allí. Gabriel parecía consumido, enajenado, inquieto, asustado. Dan había capturado el desasosiego del hermano Gabriel con un par de primeros planos geniales de su rostro tembloroso y empapado en sudor y de sus labios trémulos mascullando entre dientes. El tipo estaba sin blanca y destrozado; tampoco él había tenido elección. Eso era algo que tenían en común. Tal vez el caso de Susan era similar, aunque ella no había dispuesto del tiempo necesario en este mundo para gastarse lo que había cobrado. Además, Max les había dicho a ambos que mantuvieran en secreto su relación con La Reunión. Susan White se había dejado llevar. Una nueva trama, un nuevo conflicto había nacido: la historia de los percances del rodaje de la película incrustada en la historia de la secta. Y una trama secundaria sobre un artero productor ejecutivo. «Fabuloso».

Una segunda entrevista a Gabriel postrado en la cama del hospital cuando regresaran de Estados Unidos sería el no va más. Y le añadiría las noticias revulsivas sobre la muerte de Susan una semana después de que les concediera la entrevista. Metería los sonidos registrados en la casa de Clarendon Road en la mesa de mezclas y los mezclaría con el diálogo con la señora White sobre las «presencias». Kyle ya estaba proyectando mentalmente posibles montajes del documental, alimentando los momentos de clímax, sugiriendo una mayor participación al equipo humano, cuyos miembros se habían visto introducidos a regañadientes en la historia como testigos involuntarios de fenómenos inesperados y extraños. Tenía en las manos un material de un valor incalculable. Incluso sus reacciones y las de Dan eran auténticas; era imposible fingir el miedo de esa manera.

—¡Kyle! ¡Kyle! Ven un momento.

Kyle recorrió la distancia entre su silla y la puerta de la cocina con cuatro brincos. El gato lo rebasó y se puso a arañar la puerta principal antes de que Kyle asomara la cabeza por el vano de la cocina y viera la expresión de perplejidad, o más bien de pavor, en el rostro de Dan.

—Mira —dijo Dan, y sacudió la cabeza hacia las puertas del armario, que permanecían abiertas desde que habían grabado imágenes de su interior.

Kyle continuó con la mirada fija en Dan. Tragó saliva para deshacer el nudo que el miedo había formado en su garganta. El pavor le había robado la sensibilidad del cuerpo.

—No puedo… ¿Qué hay, Dan?

—Está yéndose.

Kyle escudriñó el interior del armario y vio una serie de delgadas líneas oscuras e imprecisas, como si la mancha estuviera retrocediendo absorbida por la pared o de repente alguien la hubiera frotado con un estropajo.

—La has borrado tú.

Dan negó con la cabeza.

—Es la luz. —Levantó un poco más la lámpara de Max que sujetaba en la mano izquierda—. Encendí la lámpara para probar su intensidad con la luz del techo apagada. Ya me entiendes, para ver si realmente es como si fuera de día. Y puse la lámpara aquí, junto al fogón, donde está la radio. Entonces me fijé en la pared y lo vi, colega. Vi cómo se contraía con la luz. Simplemente empezó a desvanecerse.

Se miraron con los ojos desorbitados y con las lágrimas a punto de saltárseles. Ninguno de los dos abrió la boca ni pudo hablar hasta pasado un buen rato.

Dan estaba sentado a los pies de la cama de Kyle, con la mirada clavada en su tercer whisky solo.

—No podemos seguir adelante.

—No empieces con esa mierda de dejarlo. Ya he reservado los billetes por internet.

—Tío. Esto es muy raro.

—¿Raro? Es nuestro futuro. Cuando acabemos esta película podremos dejar Mierdalandia para siempre. Es lo que siempre hemos hablado. Después de esto podremos hacer lo que queramos, a nuestra manera, con un presupuesto decente. Piénsalo. Yo no puedo, simplemente no puedo trabajar un solo turno más en el almacén. Tío, te lo suplico.

—Kyle… Esto me supera. ¿Qué pasa si esa mierda aparece en mi piso? ¿Te has parado a pensarlo en algún momento? Me cuesta creer que te plantees siquiera ir adonde se mataron unos a otros. ¿Después de esto?

—Dan…

—¡Eso era una advertencia! —Dan señaló hacia la puerta del pasillo—. ¿Me oyes? Una maldita advertencia, colega. —Dan clavó la mirada en sus manos y luego dio un trago al vaso con whisky—. ¿Y qué me dices de la figura que vimos en la casa de Clarendon Road? No dejo de pensar en ella. Aquello no era una mancha ni un sueño, Kyle.

—Sería un yonqui. Un sin techo —respondió al punto Kyle, deseando más que creyendo que eso fuera siquiera posible.

—No lo sabes. Algunos fragmentos de su cuerpo eran transparentes. Y ¿dónde se había escondido? Piénsalo. Registramos todo el piso.

—Menos el desván de la segunda planta. Podría haber salido de allí.

—Es posible. Pero lo habríamos oído bajar. ¿Una proyección tal vez? ¿Puede ser que Max quisiera tomarnos el pelo?

—Quién sabe… Pero, aunque… aunque de verdad fuera algo, no existe nada en este maldito mundo por lo que vayamos a abandonar la película. Es decir… ¡Vamos! ¡Seamos realistas, joder!

—¿Qué te contó Max sobre el tema?

—Quiere esperar a que grabemos la parte americana antes de sacar conclusiones. Tenía que salir pitando hacia el funeral de Susan White.

—Qué oportuno. ¿Todavía piensas que está engañándonos?

—Es difícil saberlo —respondió Kyle.

—¿Por qué querrá que nos centremos en los elementos paranormales? ¿Crees que tal vez pensaba que encontraríamos algo? Y ahora estamos metidos hasta el cuello en esta locura.

Kyle vio el brillo del miedo en los ojos de Dan. La frágil confianza de su amigo se estaba tambaleando otra vez; no tenía que haberle enseñado lo del armario de la cocina, ni lo del cuarto de baño del hotel de Caen. Pero no habría estado bien no hacerlo, aunque esa posibilidad se le había pasado por la cabeza.

—Es nuestra especialidad —dijo Kyle intentando rebajar la tensión—. Si lo piensas bien, en cierto modo tiene sentido.

—Esa frase es de Max. Así que te lo repito, me preocupa que estemos metiéndonos en algo realmente extraño y…

—Quiero grabar más fragmentos en forma de diario —dijo Kyle cortando a Dan—. Hablando a la cámara. Sobre las cosas que quedan fuera de la película, sobre nuestra inesperada participación en la historia a causa del material extrañísimo que hemos descubierto. Y Max no va a ver esos fragmentos hasta que esté listo el montaje final. Llamémoslo una medida de seguridad.

—Hoy he vuelto a leer el contrato. Ni siquiera quiere que se mencione su nombre en la película. Pone que utilizará un pseudónimo en los títulos de crédito. ¿Teme por su reputación? Me parece curioso. Me huele a artimaña.

—Por eso mismo vamos a hacer que nuestro productor ejecutivo participe de una manera que no se imagina.

Dan asintió con la cabeza, pero seguía nervioso y tomó otro trago de whisky.

Kyle se esforzó por mantener la sonrisa.

—Esto se pone cada vez más interesante. Ahora tenemos una historia dentro de la historia. Otra capa. Sobre Max. Sobre nosotros.

—Sobre lo que estamos despertando. ¿Lo has pensado siquiera?

—Otro motivo por el que es demasiado bueno como para desaprovecharlo. Aquella secuencia en Holland Park colocará la película en millones de pantallas. Tal vez en las pantallas de cine. ¡De cine!

Kyle fracasó en su intento de reavivar el entusiasmo de su amigo.

—Puedo saldar todas mis deudas con los honorarios, pero sólo si terminamos el proyecto. Tú también podrías pasar de las bodas.

Dan asintió, pero todavía no parecía convencido.

—Cuatro jornadas de rodaje. Cuatro días. Eso es todo. Fin. Cuatro malditos días. ¡Vamos! En Estados Unidos. ¡En Estados Unidos! Luego tu trabajo habrá acabado. Y tendrás treinta mil libras en el bolsillo. Finger Mouse y yo nos encargaremos de la edición. Tú podrás desentenderte hasta el día del estreno. Hasta las citas en los festivales. ¿Eh? ¿Qué me dices? ¡Cannes! ¡Sundance! A los tipos de los festivales se les caerá la baba con nuestra película.

Dan clavó la mirada en sus pies.

—Tío. No creo… no creo que pueda hacerlo.

—Genial —repuso Kyle sacudiendo la cabeza—, porque yo sí que no puedo hacerlo sin ti.

—Por favor, Kyle. Pasemos de esto.

—Eres un genio con la cámara, Dan. Sin ti quedará una película de mierda. —Kyle hizo un gesto con la cabeza hacia el ordenador portátil—. Y esto representa mi futuro. Esta es mi oportunidad. Si no la aprovecho más me vale rajarme la garganta ahora mismo.

NOCHE BLANCA

No os comáis los sesos. Os harán enloquecer aún más.

HERMANO BELIAL, Arizona,

1974, IRVINE LEVINE, Últimos Días