MANSFIELD STREET, MARYLEBONE, LONDRES
16 de junio de 2011, 16.00 horas
—Buenos días, mi querido Kyle.
Max debía de haber estado pegado a la otra cara de la puerta, ya que en cuanto el dedo de Kyle se despegó del botón del timbre, el productor ejecutivo ya estaba plantado en el vano de la puerta. Llevaba puesta una bata roja de terciopelo sobre unos pantalones elegantes y una camisa blanca complementada con una corbata y gemelos con rubíes.
Max hizo pasar a Kyle a un largo vestíbulo con unas paredes inmaculadas de color crema que intimidaban con su elegancia clásica. Era como estar en la antecámara del paraíso según la concepción del Hollywood de los cincuenta. En el ambiente flotaba un pesado olor a rosas y a cera; olía a polen embotellado en otra época. Unos largos vidrios instalados en el techo dejaban pasar una luz intensa, casi fosforescente, que hacía que sus raspadas botas de motorista parecieran fuera de lugar y destacaran en el reluciente suelo de mármol azul y blanco de una manera que le hizo sentir incómodo. Aquí y allá se veían pequeños pedestales blancos con oscuras estatuas y otros objetos de piedra. Todo muy del rollo antigua Persia. Y un enorme espejo con el marco dorado reflejaba hasta el último poro y el último pelo de su rostro descuidado.
—Bonita casa, Max.
—Gracias.
Kyle había recorrido a la carrera la distancia entre la estación de metro de Regent Street y Mansfield Road, y sólo había aminorado el paso cuando había visto las dimensiones de la residencia de Max. Luego había esperado en un vestíbulo de la planta baja que era seis veces del tamaño de su apartamento, con el suelo cubierto por una alfombra, tupida como la piel de un oso, que se extendía hasta las paredes de mármol. Un portero enfundado en una librea plateada había llamado a Max por un teléfono interno para «anunciar su llegada». Kyle escribió su nombre y firmó en un libro de registro con las cubiertas de piel del tamaño de un álbum de sellos, y luego lo condujeron hasta las puertas de acero del ascensor, tan relucientes que parecían espejos.
El informe de Max sobre la lista de bajas continuó instantes después de haber abierto la puerta.
—Gabriel volverá en avión a Inglaterra dentro de unos días y será trasladado a un hospital. Las operaciones han sido un éxito, pero todavía está recuperándose de una infección.
Kyle se estremeció. Y se juró que visitaría a Gabriel, aunque la idea lo incomodaba, pues se cernía sobre él la sombra de la culpabilidad por su accidente; había estado demasiado obsesionado con la grabación e irritado con el pobre anciano como para preocuparse de él. Su sentimiento de culpa, además, engordaba con el deseo egoísta de interrogar a Gabriel sobre lo que el médico había contado a Dan de los pájaros y los perros. La imagen de Gabriel postrado en la cama del hospital, después de sobrevivir a una trampa de la hermana Katherine, sería de lo más grotesca, de mal gusto e inapropiada, pero también un material excelente que no podía desaprovechar para la película.
En cuanto a la huella de la mano huesuda, Kyle no había compartido su descubrimiento con Dan hasta que había salido el sol, y para entonces prácticamente había desaparecido ya. De todos modos grabaron lo que quedaba de ella antes de largarse. Dan había guardado un silencio angustiado durante todo el viaje de vuelta a casa. Y eso no era buena señal. Tenía que mantener a toda costa al grandullón dentro del proyecto.
Max había llamado por teléfono a Kyle al hotel de Caen con el primer rayo de sol, ansioso por visionar el material grabado en Francia. Kyle no interpretó su reacción a las desgracias sufridas por Susan y por Gabriel como desinterés, sino que simplemente pensó que el propósito de su llamada era otro. Además, Max sólo había accedido a discutir la situación una vez que hubiera visto las grabaciones de Kyle en la granja. Kyle tenía los originales en su poder, y se los enviaría a Finger Mouse —que había aceptado pasarse toda la noche transfiriendo el material— después del encuentro entre ambos.
—Debería haberme traído las gafas de sol —comentó Kyle, y siguió los delicados pies de Max embutidos en unos mocasines de un rojo chillón hacia el interior del ático. Las sombras parecían no tener sitio en ningún rincón de la casa de Max. La intensa luz blanca inundaba los espacios inmaculados y le hacía sentirse transparente, aunque también extrañamente relajado. Y las bombillas y las lámparas brillaban como soles en todas las habitaciones discretamente lujosas por las que pasaba.
—¿Perdón?
—Por la luz, Max.
—Ah, claro. Deslumbra cuando no se está acostumbrado. Pero la luz, mi querido amigo, es tan esencial para la vida como el agua. Purifica el espíritu. Abre el corazón. Limpia la mente. Aquí uno se siente bendecido. Se lo aseguro.
—Comparado con esto, mi apartamento podría ser el sótano. ¿Siempre tiene las luces encendidas durante el día?
Max asintió y le invitó a entrar en una habitación que cumplía tanto la función de despacho en casa como de sala de proyecciones. Unas butacas de piel aguardaban frente a un equipo audiovisual digital.
—Sufría un trastorno estacional que me estaba matando. Depresión, amigo mío. Durante años. Hasta que descubrí la luz de amplio espectro. Me cambió la vida. Hay cajas de luz en todas las habitaciones. Hechas expresamente para mí. Los elementos del techo son potenciadores de la luz solar. Cuatro mil lux durante las horas de sol, diez mil por la noche y en invierno. Lo mismo ocurre con las luces del escritorio, y también tengo viseras.
Kyle sacudió la cabeza hacia los amplios ventanales inundados de luz.
—Hace un día precioso.
Max clavó su mirada en Kyle con un semblante tan serio que éste sintió una punzada de incomodidad, como si estuviera enfrentándose a las creencias ridículas defendidas con vehemencia por un desconocido en un pub.
—Yo no corro riesgos con mi alma, Kyle. Quiero una vida y un mundo inundados de luz. Así que intento que así sea. Aquí, en mi pequeño retiro. He construido un lugar de luz; de luminosidad.
—Comprendo.
De haberse encontrado Dan allí, en ese mismo momento estaría desternillándose de la risa.
—¿Sabía que tenemos intereses empresariales en el ámbito del desorden afectivo estacional? La mayoría son exportaciones. Pero está empezando a cuajar aquí. No nos está yendo nada mal. El mundo está despertando a una nueva luz. Me gustaría darle un poco para que se la lleve a casa.
—Gracias, pero no. Me gusta la penumbra.
—Insisto. Esta tarde me traerán algunas lámparas de escritorio. Y una lámpara de pie. Tal vez podría llevarse una caja de luz para el baño y para la cocina, para esas mañanas sombrías de Londres. También tengo para Dan.
—De verdad, no…
—Tonterías. Tómelo como un regalo por el duro trabajo que están realizando, mi querido amigo. Han hecho importantes avances en el misterio de La Última Reunión. Tiene que probar las luces esta noche. En seguida notará la diferencia. Es instantáneo.
Max tomó aire y alzó la barbilla, como si acabara de tomar una decisión con cierto alivio antes de borrar cualquier pensamiento que condujera a la decisión.
—Gracias.
—No hay de qué. Ah, pero permítame que le pida un favor.
—¿Sí?
—Le ruego que no vuelva a llamarme idiota.
—Ha sido una experiencia bastante espeluznante, Max.
—Vaya, estoy perdiendo mis modales. ¿Café? ¿Un ligero tentempié? ¿O prefiere reservarse para la cena?
Kyle estaba tan ansioso por reunirse con Max que no había probado bocado desde el ferry. Tampoco había vuelto a dormir después de haber tenido aquella pesadilla.
—Me vendría bien comer algo —respondió bostezando—. Me he levantado muy temprano.
Max enfiló hasta la puerta de su despacho.
—¡Iris!
—¿Señor? —respondió una voz desde los confines del piso.
—Café para dos. Y bizcocho.
Tras un «Sí, señor» que sonó lejano, Max devolvió su atención a Kyle.
—Buen equipo, Max.
—Lo sé. Aquí visiono a menudo copiones y ediciones offline de las películas. Los trabajos que están en marcha.
También el escritorio tenía aspecto de que Cecil Rhodes hubiera desplegado mapas de África sobre su superficie de piel. Max hundió su cuerpecito en una de las dos butacas montadas sobre una plataforma giratoria de acero. Una pantalla plana de plasma de por lo menos cincuenta pulgadas se cernía sobre ellos. Kyle ocupó la butaca junto a Max y hurgó en su bolsa de bandolera en busca de las seis unidades de memoria USB que contenían el material grabado en Normandía.
Iris era una mujer bajita, rolliza, irlandesa y con pelo blanco en la cabeza y en la barbilla, y apareció con una cafetera y un plato de cristal para tartas. Sobre una hoja de papel con flecos, un bizcocho de frutas con una pinta que daba pena comérselo aguardaba el cuchillo de plata y los dos platos, finos como conchas, que Iris traía consigo. En casa de Max, el bizcocho también se servía con unos tenedorcitos de plata y servilletas rojas de hilo, cuyos extremos se hinchaban en cuanto emergían de los servilleteros de plata con grabados.
—Muy bueno —dijo Kyle con la boca llena—. Delicioso.
Iris se marchó con sus pies enfundados en pantuflas y cerró la puerta insonorizada.
Max levantó las unidades de memoria. Las miró detenidamente con sus delgados labios fruncidos en gesto de desagrado, o incluso de indignación. Ni siquiera miró su porción de bizcocho. Kyle tragó el tercer bocado del suyo. La energía que le consumían los nervios le hacía devorarlo como si fuera la última comida de su vida.
—¿Esto es todo?
Kyle asintió con la cabeza.
—Finger Mouse trabajará en ello toda la noche.
—Lo quiero subido a la red en cuanto esté listo. ¿Dónde está Dan, por cierto?
—Está ocupado con otro trabajo.
—Bien. Bien.
—Mañana lo veré para hablar de los preparativos del viaje a Estados Unidos.
Max no daba la impresión de estar escuchándolo, y ahora contemplaba las unidades USB como si fueran viales de peste bubónica.
—Max. ¿Max?
—¿Sí?
—¿Cómo murió Susan White?
Max cerró los ojos.
—A causa de un derrame cerebral. —Volvió a abrirlos—. Lo sufrió en su casa; en su dúplex de Brighton. Eso fue ayer. Su hija no conseguía despertarla. Quería llevarla de excursión a Bournemouth. Tampoco le respondía al teléfono. Así que entró en la casa y se encontró a su madre recostada sobre las almohadas. Todavía con un hilo de vida. Murió después, en el hospital, sin pronunciar una palabra antes de dejarnos. Yo la llamé por la tarde para hablar sobre la entrevista. Su hija cogió el teléfono y me lo contó.
—¿Estaban muy unidos?
—Perdimos el contacto durante muchos años. Pero volvimos a encontrarnos recientemente.
—Es triste. Y también un poco extraño.
Max miró intensamente a Kyle, como si esperara aterrorizado una inminente revelación de su interlocutor.
—Esas unidades de memoria… —Kyle no sabía por dónde empezar, ni cómo explicar lo que había grabado en ellas—. Ocurre lo mismo que con el material de Holland Park… Hay algo raro.
Max se volvió silenciosamente en su butaca y posó una mano diminuta y arreglada en las muñecas de Kyle, que se sacudían entre las rodillas que movía arriba y abajo con nerviosismo. Los dedos de Max eran suaves como la piel de un bebé; y de ellos emanaba el aroma de crema cara.
—Es un momento difícil para nuestro proyecto, Kyle. Gabriel, el pobre Gabriel… —Max cerró los ojos y meneó la cabeza, turbado por el pensamiento que le hubiera brotado dentro de ella—. Y yo viajo a Brighton esta noche. El funeral de Susan se celebrará mañana.
—Es sobrecogedor. Y me está afectando, Max. Y también a Dan.
—Porque tiene usted un alma sensible y bondadosa, Kyle. Lo supe en cuanto nos conocimos. —Max continuaba mirándolo intensamente a los ojos; las arrugas de su frente insinuaban un gesto de preocupación—. Pero también es un director de cine volcado en su trabajo. Un artista. Con una profunda convicción. Sus obras anteriores lo demuestran. Por eso lo elegí, Kyle, para hacer esta película. Nuestro proyecto no puede, simplemente no puede, desmoronarse por culpa de estos crueles actos del destino; estos desafortunados accidentes. No lo permitiremos. Nuestra obra, sus protagonistas, sus intérpretes, son más importantes que nosotros mismos.
—Pero…
Max movió suavemente su cabeza repeinada.
—Estamos desenterrando secretos dolorosos y terribles, mi querido Kyle. Estamos perturbando algo que llevaba mucho tiempo enterrado. Estamos investigando los crímenes más horribles que se pueden perpetrar contra otros seres humanos: reclusión, privación de toda libertad, manipulación, control, crueldad, asesinato. Pero no debemos acobardarnos por mucho que este asunto nos angustie. Tenemos que mantenernos firmes ante las cosas que veamos, que oigamos. Tenemos que mantenernos alerta, Kyle. Siempre. Por eso insisto en el tema de la luz, Kyle. Debemos recordarnos siempre que existimos gracias a la luz.
—Pero hay algo más. Algo… no sé… no sé cómo explicarlo.
Max lo miraba fijamente, con el semblante rígido por la cautela y la incomodidad.
—En la granja se respiraba algo raro. La atmósfera en la fermette de Katherine… Sentí cosas extrañas; oí cosas raras. Lo que había en las paredes. Y la figura de la casa de Clarendon Road. ¿Ha visto los copiones de la grabación londinense?
Max tragó saliva.
—Sí. La Reunión exploró lugares terribles y se adentró en territorios poco frecuentados, Kyle. El libro de Levine no es mera ficción.
—No, no hablo de lo que se hicieron entre sí los miembros de la secta. Lo que intento decir es que… parece que hubiera quedado algo de ellos en esos sitios después de que los abandonaran. —Kyle suspiró y se rascó la cabeza mientras rumiaba la manera de explicarse.
En las paredes. En aquellas malditas paredes. Puede verlo usted mismo. Grabé las mismas figuras en Francia. No creo que… sé que no son manifestaciones artísticas. No son unos dibujos en la pared hechos por La Reunión. No pueden serlo porque también están en la casa de Clarendon Road, sobre una capa de enlucido totalmente nueva. Intenté decírselo por teléfono. Y en el correo electrónico, Max. En el que le contaba lo ocurrido el domingo y nunca me respondió. En las grabaciones de Normandía también verá las figuras. Están aquí. —Kyle dio unos golpecitos a las unidades de memoria que sujetaba Max en sus manos diminutas—. Y en ninguno de los escenarios estábamos solos. Lo que voy a sugerir sonará a locura, pero… creo firmemente que he vivido unas auténticas experiencias paranormales. La primera en Londres; otra en el templo de la granja y en la fermette de Katherine. Y la tercera, la huella de una mano en la pared de la habitación del hotel. ¿Lo sabía, Max? ¿Sabía que registraríamos esa mierda con la cámara?
El cuello arrugado de Max temblaba cuando tragaba saliva. Su media sonrisa se mantenía inmutable.
—Lo que oímos en la casa de Holland Park eran residuos, Max. Están registrados en las pistas de sonido. Finger Mouse lo ha comprobado. Se oyen pájaros; y perros. Eso creemos. Y otros ruidos. El viento, tal vez. No estamos seguros. Pero era aterrador. Y mientras Dan estaba intentando liberar a Gabriel de aquel condenado cepo yo no estaba solo en la fermette de Katherine. Había alguien más… o algo… en la planta baja del edificio. Lo mismo ocurrió en el templo. Estoy convencido. Dígame, ¿ha visto al intruso de la casa de Clarendon Road?
Max asintió con la cabeza.
—No estábamos solos en esa casa. Ni en la granja. Estoy seguro. ¿Hay alguna explicación para eso?
Max esbozó una sonrisa.
—Querido Kyle…
—Escúcheme. Usted no estaba allí. Fue como… y ahora… bueno… es como si algo hubiera despertado… despertado en esos lugares. Y tuve ese sueño rarísimo. En Francia. Y luego las paredes de la habitación del hotel… el cuarto de baño se transformó. ¡Había una imagen en la maldita pared del cuarto de baño, Max! La descubrí después de haber tenido el sueño más extraño de mi vida. Sé que usted quería que nos centráramos en el aspecto paranormal, pero ¡me cago en la puta…!
Max cerró los ojos, aunque Kyle sospechó que era una reacción a su lenguaje soez.
—Perdón por mi lenguaje. Pero es un tema serio, Max. Responsabilicé de la primera aparición a un drogadicto; y de las de la granja al agotamiento físico. Pero ¿lo del baño? Lo tengo grabado. ¿Y lo de Susan ahora? Por no mencionar a Gabriel. ¿Qué cojones está pasando aquí?
Max abrió los ojos y miró fijamente las unidades de memoria.
—No lo sé. Pero quién sabe lo que pudo hacer esa loca de Katherine. Lo que se le pudo ocurrir. A pesar de haber formado parte de La Reunión, no tengo una respuesta. Pero durante mucho tiempo he sospechado que entró en contacto con… algo con lo que nunca debió haberse relacionado. Por eso mismo la película es tan importante, mientras estemos a tiempo. —Max le apretó la muñeca—. Ahora está empezando a entender mis motivos para hacer esta película. Yo tenía razón…
—¿A tiempo? ¿Qué quiere decir con «mientras estemos a tiempo»?
Max se revolvió en su butaca.
—No quedamos muchos. Aparte de mí, sólo fui capaz de encontrar tres adeptos de los tiempos de la secta en Londres y en Francia. —Se aclaró la garganta—. De la época en Arizona quedan incluso menos supervivientes adultos. Sólo he encontrado la pista de dos. Y ya sólo queda uno. ¿Se hace una idea del valor que ha cobrado ahora la entrevista con Martha Lake? No podemos perder el tiempo.
—¿Por qué ahora, Max? ¿Por que ha decidido justo ahora romper su silencio? Martha Lake ha permanecido en el anonimato durante treinta años. Busqué información sobre ella en la red. La busqué en Google. Usted mismo dijo que Susan White nunca había hablado con nadie hasta que se reunió con nosotros en Clarendon Road. Lo mismo en el caso de Gabriel, quien, por cierto, no nos contó mucho. Lo sé porque Dan preguntó al médico…
—Kyle, Kyle… ¿Tiene idea del estigma, de las marcas indelebles que arrastran aquellos que formaron parte de El Templo de los Últimos Días en Estados Unidos? Por no hablar de lo que se insinuó sobre los que participamos en La Reunión. No es algo de lo que uno desee hablar. Había que dejar pasar un tiempo. Por los niños; por lo que sufrieron… por lo que les sucedió. La manera en que fueron arrebatados a sus padres, aislados, maltratados en cumplimiento de las órdenes de Katherine. Era inaceptable. Era un abuso. Algunos incluso podrían haber… ni siquiera yo soy capaz de hablar de ello. Algunos nunca fueron encontrados. Y ahora vivimos en un mundo más sensible. Sólo en el crepúsculo de nuestras vidas nos sentimos menos incómodos hablando del tema y reconociendo nuestra participación en este asunto. Necesitamos enmendar los errores del pasado en nuestra búsqueda de la paz. El hecho de que les haya pagado una importante suma de dinero a cambio de su testimonio, además, también debe ser tenido en cuenta. No todos han tenido la misma suerte que yo tras escapar de las garras de la hermana Katherine, Kyle. Y lo que nos ocurrió no es esa clase de cosas que a uno le apetezca siquiera recordar. Por favor, tenga eso siempre presente. El fallecimiento de Susan no es más que una coincidencia. Se debió a una subida de la presión arterial.
—Y ¿qué me dice del otro, ese amigo suyo que murió la semana pasada?
—El hermano Heron murió tras una larga enfermedad. Cáncer. Por eso no quiso que lo grabaran. No corre usted ningún peligro, Kyle. ¿No me diga que teme por su vida?
Max esbozó media sonrisa. Parecía un niño aterrorizado encogido en el borde de la butaca. Kyle escrutó su rostro, buscando en sus ojos un atisbo de engaño; pero no lo encontró.
Tras visionar una vez más los copiones de la grabación en Holland Park y las secuencias en el templo y la fermette de Normandía, Max tenía un gesto de consternación en el rostro y le temblaba una mano. Prácticamente salió disparado de la butaca para encender las luces, que, por otra parte, Kyle recibió con agradecimiento.
—Creo que es el momento perfecto para un coñac. ¿Qué me dice?
—Es un poco pronto para mí, Max, pero creo que la ocasión lo merece. Después de verlo el domingo en mi piso yo acabé con todo el bourbon que tenía en casa.
—Es extraordinario.
—¿Era un hombre lo que había con nosotros allí arriba? Y esas cosas en las paredes, Max. En el templo. ¿Qué eran?
Max se frotó los ojos y levantó la mirada al techo. Cuando se dio cuenta de que Kyle estaba mirándolo, se sintió incómodo, como si estuviera siendo observado mientras sufría una humillación física. Giró sobre sus talones y abrió la puerta.
—¡Iris! ¡Ah! ¿Dónde estará esa mujer? ¡Iris!
—¿Señor?
—La licorera. —Se volvió a Kyle y levantó las manos—. Nunca había visto algo igual.
—Y ¿qué me dice de la figura en Clarendon Road? ¿Y del grito, Max? —El eco del chillido final fuera del ático de Clarendon Road resonaba en sus oídos—. Una parte de mí preferiría no haberlo oído. Pero no tiene precio. ¿Se hace una idea de cómo quedará en un tráiler?
Max volvió a sentarse en su butaca.
—Más o menos.
Max no había querido ver por segunda vez los fragmentos, y su reacción a la secuencia del establo del templo había dejado perplejo a Kyle. Las imágenes tenían una iluminación deficiente, pero aun así eran espeluznantes y reclamaban un análisis concienzudo que Max se negaba a llevar a cabo.
—Susan White nos habló de lo que ella llamó «presencias». Pero ¿esto? ¿Qué era? ¿De qué modo están conectadas ambas cosas?
—Nunca contemplé la posibilidad de que vería usted algo tan impactante. Ese Finger amigo suyo…
—Finger Mouse.
—Él en ningún caso… habría manipulado de alguna manera las grabaciones, ¿verdad?
—¡Por Dios, no! Para empezar no ha tenido tiempo. Y, de todos modos, nosotros lo oímos en vivo. Dan y yo. Oímos todo lo que acaba de oír usted.
—Pero, en la casa de Clarendon Road no vio en ningún momento a ese… intruso, ¿no?
—No vimos nada. Oímos pasos. En dos ocasiones. Primero en la planta baja y luego arriba, así que tuvimos compañía todo el tiempo. Pero no vimos a nadie. Estaba oscuro, y queríamos aprovechar la oscuridad como recurso. De un modo efectista.
—Olvídese de los efectos, Kyle. No necesitamos esa clase de adornos. De ahora en adelante, por favor, ilumine correctamente los escenarios. De lo contrario lo único que obtenemos es esta confusión que deja la puerta abierta para las interpretaciones, para las acusaciones de falsear unos sucesos que escapan de lo normal.
—¡Eh, Max! Un momento…
—¿Le tocó algo en algún momento?
Kyle frunció el ceño.
—¿Tocarme? ¿A qué se refiere?
Iris abrió la puerta y ambos dieron un respingo. La mujer entró en la habitación portando una licorera de cristal y dos copas, y volvió a marcharse lanzando de soslayo una mirada de desconfianza a Kyle. Max sacudió la cabeza hacia el coñac.
—Sírvase usted mismo. —Miró su reloj e inspiró hondo—. Maldición. Tengo que prepararme. Todavía no he sacado siquiera el traje de la funda. Tengo que ir al funeral.
—¿Cómo? Tenemos que hablar. No puede largarse sin más. —Kyle levantó las manos y señaló la pantalla—. Ni siquiera hemos empezado a sacar algo en claro de todo esto. Anoche me llevé el peor susto de mi vida. Ya me cuesta Dios y ayuda hablar de ello, así que no digamos de aceptarlo. Pero es real. Tangible. Palpable.
—Lo siento, Kyle. —Max se dirigió hacia la puerta—. Tendremos todo el tiempo del mundo para hablar del tema en otro momento. Y antes de sacar conclusión alguna necesitamos la grabación de la parte de Estados Unidos.
—Max. Hay otra cuestión que no admite demora. Necesito resolverla ahora.
—Kyle, por favor.
—No puede esperar. Tengo algunas reservas sobre nuestra relación laboral.
Max se detuvo antes de llegar a la puerta y enfiló lentamente hacia la licorera. Kyle destapó la botella y llenó dos copas.
—¿Qué dudas? —inquirió Max, con la mirada clavada en su copa.
Kyle se llenó la boca del licor ahumado y aterciopelado. Soltó un jadeo ahogado.
—Antes de continuar necesito ciertas garantías. Prometí hacer una película lo más objetiva y franca posible, y nuestro acuerdo debe basarse en la confianza mutua. —Alzó una mano para atajar la interrupción de Max—. Pero empiezo a preguntarme qué será lo que no me cuenta. Usted formó parte de La Última Reunión. Estuvo dos años dentro de esa maldita secta. Fue uno de sus integrantes originales. Y sin embargo pasó por alto mencionármelo. ¿De verdad creía que no me enteraría por boca de alguno de los entrevistados? ¿Por qué me lo ocultó entonces?
Max suspiró irritado. Volvió a mirar su reloj.
—El coche llegará dentro de veinte minutos.
—En ese caso todavía nos queda mucho tiempo. Ya va bien vestido. Con que se ponga una americana encima de la camisa bastará.
Exasperado, Max volvió tomar asiento en la butaca y sus piececitos se despegaron del suelo cuando apoyó la espalda contra el respaldo. A Kyle le pareció aún más envejecido. Su frente, el contorno de sus ojos y de la boca se habían sometido a la cirugía, más de una, de dos y de tres veces, y su rostro casi siempre parecía delgado, adusto y lustroso, pero ahora daba la sensación de que sus facciones estuvieran hundidas. El productor se frotó los ojos para camuflar su tensión.
«Yo también probé a hacer eso, colega. Pero has visto lo que has visto».
Los mechones ralos de injertos de pelo alineados sobre su frente parecían a punto de saltar de sus folículos. Cuando Max despegó las manos del rostro, sus ojos refulgían.
—Tenía mis razones para mantener mi relación con la secta en secreto.
—Más le vale que sean buenas, Max.
—Entiendo.
—Eso espero. Su manera de producir la película está siendo demasiado estricta. Ya tiene todo planificado. No me gustó nada que me echara la bronca por entrevistar a aquella inquilina de la casa de Clarendon Road. Y después de ver esto… —Kyle señaló la pantalla de la televisión—… estoy empezando a preguntarme en qué demonios estamos metiéndonos Dan y yo.
—Lo siento —respondió sin mirar a Kyle—, pero… Verá, ni siquiera la mayoría de mis buenos amigos conocen mi pasado. Ni mis colegas, ni todas las personas que he conocido y que han pasado a formar parte de mi vida a lo largo de mi carrera saben nada de la época que pasé con Katherine. Me siento responsable, Kyle. Me culpo de todo lo que ocurrió con la organización y con todos los que estuvieron en algún momento dentro de ella. Hasta su espantoso final.
Kyle levantó las manos y las dejó caer estruendosamente sobre los muslos en señal de exasperación.
—¿Por qué?
—Kyle, yo inicié La Última Reunión con el hermano Heron, que ya no está con nosotros. Fui uno de sus fundadores, su padre natural. Y casi en seguida, durante su primer año de vida, Katherine usurpó con malas artes mi lugar.
—Y ¿por qué me lo ha ocultado? No lo entiendo. Ya conoce mi opinión sobre las prioridades. Habíamos hablado de ello.
Max parecía absorto de nuevo, con la mirada perdida más allá de las paredes elegantes de su fortaleza de luz. Meneó la cabeza regresando de su ensimismamiento y esbozó una sonrisa, aunque no parecía provocada por un acontecimiento feliz.
—¡Ah, pero qué lista era! Ya entonces. No era un monstruo, pero se le acercaba. Y era capaz de todo. Era mayor que nosotros. Espabilada. Dura. Pero también encantadora y seductora cuando le convenía. Aprendió mucho estando entre rejas, se lo aseguro. —Por fin miró a Kyle a los ojos—. Nosotros no estábamos a su altura. Cuando la conocí, en una reunión del Proceso en Mayfair, ya había alcanzado el nivel «claro» de la Cienciología. El Proceso era otro grupo mucho más desarrollado que el nuestro, así que nos basamos principalmente en su estructura a la hora de organizamos. El Proceso tenía un encanto, un atractivo incluso… Y queríamos algo así para nosotros.
»Y yo era joven e insensato. Un idealista. Lo que la gente llamaba un hippy. Un devoto del misticismo sufí, del budismo, que se planteaba entrar en una orden franciscana, experimentar la vida en comuna; era un anarquista, un pacifista… Estaba perdido; no sabía quién o qué era. Lo único que tenía claro era que quería algo distinto de lo que el Londres de la década del sesenta ofrecía a un graduado en Economía. Algo diferente. Y ha de entender que yo, al igual que mis amigos, era la víctima perfecta para una personalidad manipuladora y antisocial como la de Katherine.
—Pero ¿por qué no podía contármelo? No lo pillo.
—Kyle, para mí es duro reconocer haber sido tan estúpido y haber permitido que me arrebataran de las manos algo tan real, tan positivo; haber permitido que lo convirtieran en algo retorcido y corrompido hasta el extremo, en la antítesis misma de todo lo que esperábamos alcanzar en el momento de fundar la organización: un refugio del mundo. Pero éramos inocentes… inexpertos. Y ella nos lo robó. Nos volvió a unos en contra de los otros. Rápidamente. Captó nuevos adeptos. Consiguió una mayoría de seguidores. Se impuso su criterio. —Max apretó los puños—. Se lo quedó todo. ¡Todo, Kyle! No hay nada de lo que me arrepienta más. Afirmaría incluso que es lo único de lo que me arrepiento en mi vida. Supongo que me siento bastante avergonzado por cómo me lo arrebató todo.
—¿Para qué me necesita entonces? Dispone de todos los medios: equipo, financiación… Incluso ha realizado toda la labor de investigación. Pero ¡si hasta conoce a las personas relacionadas con la maldita secta, Max!
—Es cierto. Y estuve dándole vueltas a la posibilidad de hacer yo mismo la película. De dirigirla. O al menos de encargarme del guión. Pero cambié de idea. Por varias razones. —Se levantó y cruzó la habitación hasta una librería. Paseó los dedos por los lomos de las primeras ediciones de los libros de Revelation Press—. No puedo permitirme cargar con el estigma. No teniendo la productora, la editorial, mis intereses comerciales, las obras de caridad… Todos mis proyectos se basan en un único reclamo: la espiritualidad positiva, ofrecer una esperanza por caminos alternativos. En lo que acabó convirtiéndose La Reunión… Esta película supone un cambio radical en lo que he hecho hasta ahora. Es la razón de que haya creado el sello independiente «Misterios»; lo he hecho únicamente para poder realizar este proyecto. La película nunca llevará el sello de Revelation. No puede llevarlo.
Max se frotó las mejillas.
—Imagínese el escándalo. Sería mi ruina si el Daily Mail descubriera que participé en la fundación de La Última Reunión. No se hacen distinciones entre la primera época de La Reunión y El Templo de los Últimos Días. La evolución de mi creación; ese monstruo en el desierto. Fui consciente de que las cosas iban mal en Londres en el sesenta y ocho. Fui consciente del veneno que estaba infiltrándose en la organización. Pero no tuve nada que ver con lo otro… con lo del desierto.
Le doy mi palabra, Kyle. Aprendí una lección y me largué. Empecé de nuevo. Desaparecí del mapa. Rompí toda relación con los demás. Y creo sinceramente que he hecho mucho bien desde entonces. Para enmendarme. Supongo que ese pasado siempre ha actuado como una motivación en mi vida profesional.
»De modo que encargarme personalmente de la dirección del documental habría sido un error. Mi amargura, mi resentimiento y mi ira habrían aflorado en la película; hace lo correcto desconfiando de mis prioridades, Kyle. Así que necesitaba un punto de vista independiente y objetivo para contar una historia tan extraordinaria y que ha sido saqueada durante décadas por explotadores y oportunistas. ¡Cuando pienso en esa espantosa película de La zorra del desierto!
Max clavó sus ojos en los de Kyle con una expresión suplicante.
—Quería a alguien que comprendiera el territorio de lo oculto; que ya tuviera experiencia en historias de naturaleza similar; que presentara el lado místico como una posibilidad real; que ya hubiera insinuado que se producen alteraciones en el orden natural de las cosas. Sabía que mi contribución sería más eficaz en el papel de productor ejecutivo; como gestor de los recursos; como proveedor de contactos; como guía.
»Y todavía creo sinceramente que el verdadero espíritu de esta historia subyace tras la sangre que Katherine y sus perturbados acólitos derramaron en Arizona. El significado último de la historia continúa enterrado. La verdadera historia jamás ha sido contada. Y se trata de un relato de una naturaleza extraordinaria, Kyle, como ya estamos empezando a descubrir. Por eso le he presionado para que lo aborde desde el ángulo de lo paranormal. —Max hizo una pausa y suspiró—. Porque todavía no he logrado una visión total de lo que hizo Katherine. No he podido enfrentarme a ello. Todavía necesito un intermediario. Un escudo. Entienda que se trata de un misterio que necesito que usted me revele. Me temo que yo simplemente carezco de la fuerza para hacerlo por mí mismo.
Iris apareció en la puerta.
—Señor, ha llegado su coche.
De regreso a casa después de entregar los copiones a Finger Mouse, Kyle no era consciente del mundo que lo rodeaba. Destapó la botella de medio litro de Jack Daniels y le dio otro lingotazo. Volvió a guardarla en el bolsillo. Salía de sus reuniones con Max en un estado de euforia, halagado a su pesar, incluso con las fuerzas extrañamente renovadas. Pero el hechizo se desvanecía. Ese Max sabía hablar. Pero Kyle no conseguía desterrar la sospecha de que simplemente lo había manipulado, una vez más. Quería creer al productor, porque quería hacer la película más que cualquier otra cosa en el mundo. Pero quizá Dan tenía razón y debían bajarse del carro.
—¡A la mierda! —exclamó en voz alta en el vagón de metro. Nadie lo miró.
Le resultaba imposible renunciar a la película, a pesar de que el instinto le decía que estaba en juego algo más que su carrera, su economía y su salud mental. Y se odiaba por ello. Ahora se sentía vulnerable a peligros que ni siquiera era capaz de identificar. Sólo llevaba una semana con el proyecto y ya estaba temiendo las consecuencias que podía acarrearle. Su breve pero intenso contacto con el mundo relacionado con la hermana Katherine le provocaba náuseas, desasosiego y desconcierto. Dos entrevistas y dos días de grabación convertían el mundo tal como él lo concebía en un lugar frágil, poblado de chiflados y de presencias espantosas. Todo estaba sucediendo demasiado de prisa. Y prácticamente todo provenía de las paredes. Algo estaba revelándose por sí mismo cuando debía ser él quien estuviera descubriéndolo.
Durante todo el trayecto de vuelta a casa se olvidó de la película y viajó mentalmente a Arizona. Se sentía como si hubiera pedido un deseo a la zarpa de un mono; el deseo de que llegara a sus manos un documental osado y pionero durante una crisis económica que hubiera empujado a los responsables de las productora de cine y a los encargados de contenidos de la televisión a una caída libre de la que tal vez nunca levantarían cabeza. Y, sin embargo, ahora que había conseguido el proyecto cinematográfico de su vida, ¿qué traía éste consigo? Y por enésima vez consideró que su obsesión compulsiva por hacer películas podía acabar siendo, como ya le habían advertido en numerosas ocasiones, su perdición; aunque sus sufridores padres y amigos se referían a su ruina económica, no a lo que podía despertar escudriñando lugares equivocados.
Sin embargo, era innegable que había recuperado las energías. En efecto, el miedo existía, y también el desconcierto y la incapacidad de procesar los acontecimientos, pero también era la oportunidad de añadir una obra a su filmografía que sería la más destacada hasta el momento. Esta producción. Esta película. La arrolladora obra de su vida. Había estado a punto de lograrlo otras veces, pero nunca lo había conseguido. Últimos Días. Habría hecho la película aun sin las cien mil libras de por medio. Estaba demasiado absorto en las ensoñaciones sobre el futuro que le esperaba como para caminar. El viaje, la falta de sueño, la espera interminable antes de las tomas, las semanas navegando por las grabaciones sin editar, la edición final, todo el trabajo que le esperaba en los próximos meses ya valía la pena por sí mismo. «Siempre». Porque rodar una película lo era todo.
Dan podía vivir sin ello. Tenía formación en otros campos y montones de trabajos remunerados. Pero él necesitaba a Dan. «Dejaré que duerma esta noche en su cama y luego hablaré con él». Dan aceptaría. Siempre lo hacía.