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CAEN, NORMANDÍA

16 de junio de 2011, 2.00 horas


Cuando Kyle salió del cuarto de baño con una toalla atada alrededor de la cintura, la botella de Sailor Jerry estaba por la mitad. Dan se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, con la otra toalla enrollada y una taza de café junto a su enorme rodilla. Estaba viendo la grabación de Kyle dentro del templo. Kyle oyó su propia voz saliendo por los altavoces del ordenador portátil:

No estoy seguro de lo que estoy viendo, pero está en el interior del templo de La Reunión. En esta pared. Parece una figura…

En un rincón de la habitación había una bolsa de supermercado de plástico a punto de reventar llena de ropa ensangrentada. Era como si la bolsa fuera un espíritu regresado del más allá y nada se atreviera a acercarse a ella; yacía sola en el único espacio del suelo que no estaba invadido por el equipo ni por las porquerías desparramadas sacadas de las mochilas.

Kyle se sentó a los pies de la cama y afirmó la cabeza entre las manos abiertas:

—Dios santo.

—Un poco movido. Y también oscuro.

—¿Y te sorprende?

—Algo podremos aprovechar.

Kyle sabía que Dan sólo examinaba la grabación para mantener la cabeza ocupada con cuestiones técnicas y evitar pensar en el que había pasado a ser el peor día de sus vidas. Desde que habían vuelto al hotel de Caen no habían sido capaces de intercambiar una palabra, de modo que mucho menos de comentar lo que habían soportado en las cinco horas anteriores.

—Lo siento, tío —dijo Kyle—. No te oí. Hablo de cuando estábamos en la granja. De haberlo hecho habría ido corriendo. Se te debió hacer eterno el rato que estuviste solo con él.

—Estuve más de una hora. Intentando quitárselo de la pierna. Grité hasta quedarme sin voz. Podría haber muerto desangrado.

Cuando Kyle llegó hasta Dan en el prado, lo primero que le llamó la atención de su amigo fueron sus brazos; los tenía empapados hasta los codos. Parecía que hubiera estado aplastando uvas.

Dan se echó hacia atrás alejándose de la pantalla y se frotó los ojos.

—No podía sacarle la pierna. Todavía me dan ganas de vomitar, tío. Lo peor era el ruido. El ruido del cepo apretándose alrededor de su pierna me provocaba náuseas. Justo en la punta de mis dedos. No puedo sacarme ese ruido de la cabeza.

Kyle asintió con la cabeza. Los sucesos de esa noche estaban contenidos en una serie de imágenes editadas al azar, que primero lo sobresaltaban y luego le revolvían el estómago cada vez que su memoria recalcitrante reproducía algún fragmento. Ni el ron, ni la media pizza, ni la ducha caliente, ni las comodidades básicas de la habitación del hotel habían conseguido tirar abajo el muro de su conmoción ni liberarlo de él más allá de un par de minutos.

Kyle clavó la mirada entre sus pies descalzos y volvió a verse atravesando el prado con sus andares torpes para reunirse con Dan, tanteando el suelo que no podía ver con el palo, y con el estómago encogido por la certeza de que había más trampas escondidas bajo las altas hierbas; se le apareció de nuevo el rostro blanco y desencajado de Dan en el crepúsculo silencioso; según se acercaba a su amigo vio que las lágrimas saltaban de sus ojos, y nunca antes había visto llorar a Dan; las manos oscuras de Dan; el horizonte era una delgada línea de fuego; y en la distancia sonaba el balido de una cabra que jamás vieron.

Y entonces vio la diminuta figura encogida de Gabriel sepultada en la maleza; la pernera de sus pantalones negros espantosamente empapada alrededor de su delgadísima pierna; el ruido terrible del cepo de hierro en la hierba; se vio levantando el cuerpo del suelo; Gabriel estaba lívido y tenía la boca diminuta salpicada de baba; los quejidos que brotaban de su interior hacían pensar en un animal agonizando. Nunca encontraron sus gafas. A continuación arrancaron la estaca de hierro con la cadena unida al cepo y levantaron aquel cuerpo de muñeco roto y cruzaron con él la entrada, y Gabriel vomitó en el brazo que Kyle le había colocado en la axila para sujetarlo. Entonces Gabriel perdió el conocimiento y pensaron que había muerto. Arrojaron al interior del maletero del monovolumen las bolsas que Kyle había arrastrado por el prado hasta la extenuación absoluta; Dan también vomitó, apoyado a la puerta del copiloto; se perdieron por los caminos que se extendían alrededor de la granja; Gabriel despertó y soltaba un alarido de dolor en el asiento trasero con cada bache o resalto; el cepo y la tibia destrozada envueltos con la chaqueta de Dan. Y a ello se sumó el desconocimiento en el tema de los hospitales y de los médicos; y la apabullante, desconcertante ignorancia de primeros auxilios; los golpes a las puertas de las casas grises del pueblo; la frustración por las dificultades para hacerse entender por el hombre que apareció en la única puerta que se abrió en el conjunto desierto de casas lúgubres, mientras Dan esperaba sentado en la carretera, en silencio; los susurros en francés entre el hombre calvo y Gabriel, que había empezado a sufrir temblores en el asiento trasero y cuya cara había adquirido el tono ceniciento de la piedra caliza del paisaje. Luego la espera hasta que el francés trajo las herramientas, y la operación de arrancar aquellas guadañas de hierro oxidado de su pierna de enano; su piececito enfundado en la zapatilla deportiva, arruinada y negra por la sangre seca.

—¿Ambulancia?

Non.

—¿Por qué?

Non.

El interrogatorio desesperado sobre indicaciones; los gritos de Gabriel elevándose sobre las preguntas; el viaje siguiendo el Citroën herrumbroso hasta el hospital, conducido por el francés calvo que no hablaba inglés; el trayecto interminable bajo el cielo oscuro, y luego más de lo mismo, eternamente, bajo un cielo negro. ¿Alguna vez llegarían a su destino? ¿Adónde los llevaba?

Pero entonces apareció el hospital con sus luces verdes y amarillas, y él y Dan dieron rienda suelta a su pánico y soltaron una retahíla de frases incoherentes, dirigidas a la figura diminuta de Gabriel: «El hospital. Aguanta, colega. Estamos en el hospital, tío. Ya casi hemos llegado. Te pondrás bien. Ya llegamos».

Kyle suspiró y se apretó las costillas. Se sirvió una copa larga de Sailor Jerry y engulló el ron como si fuera agua. Soltó una bocanada de aire contenido mientras el regusto abrasador a Navidad y a Caribe le hacía entrar en calor.

—Acábate la pizza, Dan.

—Era superior a mí. —Dan cerró los ojos y gruñó—. No podía hacer nada. No sabía si debía llevarlo al coche. Pero tú tenías las llaves. Y… creía… estaba convencido de que había trampas por todas partes, que estábamos rodeados de ellas. Me quedé paralizado. No hacía más que llamarte, tío.

—No te oí ni una vez. ¿Cómo es posible? Tendría que haberte oído.

En el hospital se había producido una larga y acalorada conversación entre el médico y el francés del pueblo. Kyle y Dan no tenían ni idea de francés. No tenían más que un monovolumen hasta los topes de equipo de grabación y sangre.

Kyle recordó el alivio que sintió cuando oyó que Gabriel sobreviviría; la noticia le fue comunicada en un inglés macarrónico por una enfermera del hospital.

—Pero la pierna. Quitada. De…

Un médico había escenificado entonces un movimiento de corte en su propia rodilla.

—Amputación.

¿Qué ocurriría con aquel piececito enfundado en la zapatilla deportiva blanca?, se había preguntado Kyle bajo los efectos de la conmoción, del pánico, de la estupefacción provocada por la noticia. Luego, él y Dan habían esperado en el hospital otras tres horas, todavía ensangrentados y a punto de desmayarse por culpa del hambre y del estupor.

Deambulando por el asfalto del aparcamiento, transitando entre la ira, la perplejidad y la extenuación, Kyle había llamado a Max. Y éste no había sido capaz de reaccionar hasta pasado un buen rato a la información que le había soltado Kyle por teléfono sobre «¡las malditas trampas que había donde nos mandó!».

Finalmente, en un hilo de voz cansada, Max le había respondido:

—El camino. Le advertí que no se salieran del camino.

—¡No había ningún camino, idiota!

—Bueno, escúcheme, yo nunca he estado allí. ¿Cómo iba a saberlo?

—¿Cómo? ¿Que nunca ha estado allí?

—¿Sobrevivirá?

—Sí, pero ha perdido una pierna. ¡Ha perdido una pierna! ¡Le han amputado la maldita pierna a la altura de la rodilla!

—Oh, Dios mío, no.

—Oh, Dios mío, sí.

—El seguro. Están todos asegurados.

—¡Eso cuénteselo a Gabriel! Y a la madre nonagenaria de la que cuida. ¿En qué demonios estaba pensando, Max? —Hubo un largo silencio—. ¡Max! ¡Max! —había gritado Kyle al teléfono.

—Incluso ahora. Incluso ahora. Sigue ejerciendo su poder.

—¿Cómo? No le oigo…

—¿Vio…? ¿Vio algo?

—¿Si vi algo? ¿A qué se refiere?

—A que si vio algo fuera de lo normal.

—Ya lo creo, colega. De hecho, sí. Todavía está su maldita cama en la fermette. Y estaba llena de… de… sapos, de gusanos, de serpientes. ¡Qué sé yo qué cojones era! Y había… había cosas en las paredes. ¡En las paredes, Max! Del templo y del dormitorio. ¿Qué eran? ¿Qué eran esas figuras? Y ese sitio… pasa algo raro en la granja. Algo muy raro.

—¿Qué quiere decir?

Kyle se sentó en el asfalto. A esas alturas ya le daba igual lo que la gente pensara de él; los sanitarios que pasaban a su lado, la gente que entraba y salía por la puerta de Urgencias.

—Gabriel perdió la cabeza. Empezó a desvariar sobre que ellos seguían allí. En cuanto llegamos. Y luego se negó a entrar en los edificios. Y allí dentro se percibía una presencia. Dentro del templo. Mientras estaba grabando oí a alguien. Y también en la casita de la hermana Katherine. En la planta baja. Entró alguien. Pero ya se había ido cuando bajé. Tengo la cabeza hecha un lío, Max. Estoy volviéndome loco. ¿Qué pasa allí? ¿Qué pasa?

—Hablaremos a su vuelta.

—¿A mi vuelta? ¿Qué hacemos con Gabriel? Dígame.

—Yo me encargaré. Ustedes vuelvan mañana según lo planeado. Nos reuniremos cuando hayan descansado. Ya han hecho suficiente por hoy. Se lo agradezco. Envíeme un mensaje de texto con el nombre del hospital y el número de teléfono. Ahora he de dejarle. Tengo que atender otro asunto.

—¿Atender otro asunto? ¿Qué puede ser más importante? Quiero respuestas, colega.

—Kyle, por favor, ahora tiene las emociones a flor de piel.

—¿Y no las tendría usted después de lo que hemos pasado?

—Lo entiendo. De verdad. Pero… hemos recibido otras noticias desafortunadas. Hoy. Que afectan a nuestra película.

—¿Qué noticias?

—Se trata de la hermana Isis. Susan White. Anoche se marchó.

—¿Se marchó? ¿Adónde? ¿Qué quiere decir?

—Que murió, Kyle.

—Yo ya no sé nada, tío.

Kyle se volvió apartando la mirada de la pantalla del ordenador portátil; estaba inmerso en la edición de los copiones. Miró a Dan, que finalmente tragó el trozo de pizza que estaba masticando.

—Esta película… —Dan clavó la mirada en los ojos inyectados de sangre de Kyle— …me da mal rollo.

—No jodas. Y Max no nos cuenta todo. Nos oculta cosas. Lo ha hecho desde el principio.

—¿Qué quieres decir?

—No sé, colega. No sé. Se puso hecho una furia cuando hablé con aquella abogada. Me dijo que estaba desviándome del tema. Pero ella había vivido en la casa, ¡en el edificio donde La Reunión tuvo su primer templo! ¿Cómo es posible que eso no sea relevante? Y luego está lo que me contó la abogada sobre las paredes. Lo de las manchas. O lo que fueran. Sobre cómo aparecían de la nada; representando figuras. No había filtraciones de agua. Ni instalaciones defectuosas. Nunca las hubo. No lo estudiamos con detalle, pero me juego lo que quieras a que lo que vimos en el sótano de Clarendon Road no es distinto a lo que había en las paredes de la maldita granja. —Kyle señaló hacia la pantalla del portátil para enfatizar sus palabras—. Rachel Phillips también oyó ruidos. Los mismos que oímos nosotros. Y aquella figura… en el ático… Todo está conectado con La Reunión. Tiene que estarlo. Los mitos podrían no ser mitos. ¿Puedes creer siquiera que yo esté diciendo esto?

—De eso precisamente se supone que trata la película. Es lo que Max quería. Todo demasiado conveniente, si quieres que te dé mi opinión. Y ¿qué me dices de aquello? Es decir, por el amor de Dios… aquellas cosas en las paredes. No tenían nada de manchas de humedad. Imposible. Eran dibujos. Pero ¿quién dibujaría algo así? Quien lo hizo debía estar como una cabra.

—No eran dibujos.

—¿Perdón?

Kyle meneó la cabeza y tragó saliva.

—Están grabados en la piedra. Toqué uno. Es como si estuvieran fundidos con fuego… en la misma piedra. No hay pintura. Parecen marcas de fuego. Y apestan. Son como seres muertos incrustados en la pared.

Dan soltó una larga bocanada de aire.

—¿No se puede fumar en la habitación?

Kyle respondió negativamente con la cabeza.

—Pero, qué cojones. Enciéndetelo.

Dan se levantó y enfiló hacia el paquete de Lucky Strike de Kyle que estaba sobre la mesilla de noche.

—¿Quieres uno?

Kyle asintió y cazó el cigarrillo que le lanzó Dan.

Dan empezó a deambular por la habitación, y Kyle contempló en silencio los pies peludos de su amigo para evitar la visión de su propia barriga velluda.

—Esta mierda se pasa de rara —aseveró Dan arrastrando las palabras, con las mejillas encendidas—. Es decir, Gabriel ha estado a punto de morir. Si no le hubiera cortado la hemorragia con mi camisa se habría desangrado. Hasta el médico lo dijo. O al menos lo expresó con mímica. Susan Isis, o como quiera que se llamara, está muerta. ¡Muerta! Igual que algún que otro viejo colega hippy de Max que él metió en esta mierda. Esto empieza a oler a… peligro. Sé que tienes deudas. Y cien mil es mucha pasta, pero deberíamos dejarlo. Dejarlo, joder, colega.

Kyle trató de reprimir la irritación y la decepción que le produjo que Dan sugiriera siquiera la posibilidad de abandonar la película. «¡Y menuda película!». Dan estaba alterado. Era normal. Pero acababa de proponer lo último que Kyle quería oír.

—Tío, no es el día de tomar decisiones drásticas. Hoy…

—Hoy ha sido el peor día de mi vida. Hoy ha sido un infierno.

Kyle nunca había visto así a Dan. Eligió cuidadosamente sus palabras y suavizó el tono de su voz.

—Estoy de acuerdo contigo. Ha sido un infierno. Pero, tío, tienes que admitir que, a pesar de todo lo que hemos vivido hoy, esto es pura dinamita. Es decir, hemos estado grabando en dos escenarios, y en ambos hemos capturado fenómenos extraordinarios con la cámara. ¿Cuántas veces ocurre algo así? Nunca. Ni una sola vez. Por lo que yo sé es la primera. En la historia. Con alguien grabando con la cámara. Tal vez una película de miedo de un gran estudio consiga efectos similares, pero en la nuestra no hay efectos.

Dan cerró los ojos y dio la impresión de que se quedaba con las ganas de taparse los oídos también.

—Kyle.

—Y las entrevistas han sido para flipar, pero son un material fantástico. Nunca podríamos haber preparado un guión mejor. Es como si lleváramos toda la vida esperando algo así. Ni en Aquelarre ni en Frenesí sangriento olimos siquiera la insinuación de fenómenos paranormales. Conseguimos un par de entrevistas buenas y algunas tomas bonitas de los escenarios donde se produjeron los crímenes. Son dos buenas películas, pero esto… esto está en otro nivel, colega. Es la película de nuestras vidas. En nuestro momento. Con esta película habremos llegado oficialmente a la cima.

—Estoy de acuerdo contigo, Kyle, pero de los dos antiguos miembros de La Última Reunión que hemos grabado, ¡uno está muerto y el otro ha perdido una maldita pierna esta tarde!

Dan clavó su mirada implorante en el rostro de Kyle esperando una explicación. Pero no iba a recibirla.

—Dan, Dan, Dan. Cuando grabamos una toma siempre esperamos conseguir algo. Tenemos un objetivo. Buscamos una revelación que cree una historia. La historia con mayúsculas. ¿No? Bueno, pues en esta película estamos consiguiéndolo con todas y cada una de las tomas. Estamos recibiendo más de lo que pedimos. Quizá Gabriel haya echado el resto, pero la granja nos ha contado muchas cosas sin necesidad de que él nos diera información útil alguna. Hacemos una toma larga cada vez que encendemos la cámara. Esto es demasiado bueno como para dejarlo escapar, colega. Esta historia tiene algo… la experiencia que compartieron todos ellos. Nadie está intentando engañarnos ni aparentar ser el bueno de la película. Es como si se sintieran obligados a confesarse. ¿Cuántas veces hemos podido ver algo así? ¡Exacto! ¿Y quieres que lo dejemos pasar? Debes de estar bromeando, gigantón.

—¡Mierda! —exclamó Dan con la mirada clavada en el suelo—. No sé. Necesito poner un poco de distancia con este sitio, y luego reflexionar en serio.

—Tú decides. Pero no puedo hacerlo sin ti. No hay tiempo… es imposible sustituirte. Tenemos que salir hacia Estados Unidos dentro de dos días. —Kyle llenó hasta arriba de ron la taza de Dan—. Y como tú bien has dicho, no tengo opción. Debo treinta mil. Necesito hacer esta película.

—Lo sé, lo sé, colega. Es sólo que… yo no creo que pueda seguir.

—Consúltalo con la almohada. Por favor. No me hagas esta putada. ¿Dan? Colega.

—Hay otra cosa.

—¿Qué?

—En el hospital, mientras estabas fuera hablando con Max, me pregunté qué estaría diciéndole el francés que nos ayudó al doctor. Estuvieron hablando una eternidad. El tipo estaba exaltadísimo. Así que luego pregunté al doctor qué le había contado el granjero. Tenía el presentimiento de que podría ser algo relacionado con la granja.

Kyle tragó saliva.

—¿Y?

—El inglés del médico no era para tirar cohetes, pero el francés del pueblo le había dicho que los pájaros nunca volvieron. Algo así. «Los pájaros nunca volvieron». Supongo que se refería a la granja. Y también dijo que los perros nunca van por allí, ni se acercan.

—Estoy alucinando, Dan. Esto es increíble.

—Y hay algo más. —Dan se acercó a su mesilla de noche y cogió su iPhone—. Este mensaje debió de llegar por la tarde. Ni siquiera se me había ocurrido mirar el teléfono hasta que fuiste a ducharte. Es de Finger Mouse. Sobre los copiones de Clarendon Road. —Dan navegó por el menú de su iPhone y luego ofreció el aparato a Kyle. El mensaje decía:

Llevo llamándoos todo el día. Tenéis que ver esto. Mientras os cagabais en los pantalones como dos colegialas, de fondo se oye algo extrañísimo. Está recogido en tres pistas de sonido. Es imposible que se trate de sonido ambiente a no ser que tuvierais puesto un CD. Y el tipo que está con vosotros, ese drogata que parece recién salido de un sarcófago del Museo Británico, ¡no está ahí! No hay ningún yonqui. He ampliado la imagen y no hay ni rastro de él. Ha desaparecido. Es transparente. ¿Cómo lo hicisteis? Por favor, decidme que es un truco vuestro y que ahora mismo os estáis descojonando. FM.

Ninguno de los dos reía. Dan miró a Kyle con un gesto de perplejidad.

—¿A qué se refiere?

Kyle notó que empezaba a palidecer.

—Ni idea.