5

WEST HAMPSTEAD, LONDRES

12 de junio de 2011. 16.00 horas


Kyle telefoneó a Dan. Le saltó el contestador. Intentó explicarle lo de la grabación de Clarendon Road, pero el contestador le dejó con la palabra en la boca. ¡Necesitaba horas para contarle lo que acababa de ver, no unos cuantos segundos!

Dan le devolvió la llamada una hora después; el bautizo ya había acabado, pero le había salido un trabajo de última hora sobre terrorismo para el telediario de la noche de Channel Four, y se encontraba en Heathrow. No podía hablar, y le dijo que volvería a llamarle cuando se despertara la tarde siguiente.

Kyle llamó entonces a Finger Mouse para avisarle de que las primeras unidades de memorias USB estaban de camino con un mensajero, y para decirle que quería una cinta de audio digital independiente con una copia de las pistas de sonido de las grabaciones de Clarendon Road. «¡Ya oirás por qué, tío!».

Luego deambuló por el espacio reducido de su estudio y no tardó demasiado en recorrer una docena de circuitos distintos. Fumó Lucky Strike hasta que le ardió la boca y desaparecieron los restos de lo que parecía un rebrote del sentido del gusto. Tenía el estómago revuelto por culpa de los nervios y del cansancio; no había comido como era debido. Volvió a revisar la nevera, pero lo que vio, como un paquete abierto de pasta rellena, tres cebolletas mustias y un bote de yogur, sólo le despertó náuseas.

Cogió y dejó libros. Empezó a ver una película de Woody Allen y la paró. Lavó los platos, e incluso los secó y los guardó en su sitio. Volvió a dar de comer al gato, al que no le importó repetir. Se asomó varias veces a la ventana principal de su apartamento, que daba a Goldhurst Terrace. Abrió una botella de Wild Turkey; el bourbon le quemó el estómago, pero después de la segunda copa se sintió mejor. Fuera, la gente volvía a casa tras una noche de marcha. La chica sexy peinada como Trinity de Matrix anunció su llegada con el habitual repiqueteo de sus botas de tacón alto en la acera. Kyle se acercó a la ventana y experimentó un deseo fugaz y lascivo. Pero ni siquiera ella conseguía evitar que siguiera pensando en la grabación.

¿Sería un drogadicto lo que se veía en la película? Consumido y desgarbado, cazando en la oscuridad, sin rastro ya de dignidad y con la voz estridente y trastornada por su extrema delgadez y las privaciones de una adicción crónica. Tal vez. Lo que quiera que fuera, o quienquiera o quienesquiera que fueran, habían entrado en la casa; se habían camuflado en una casa vacía entre los habitantes más pudientes de la ciudad. No había otra explicación. Su voz y la de Dan los había despertado de su letargo narcótico al borde de la muerte en su escondrijo. Una vez había visto a dos drogadictas escuálidas en Camden, antes de que limpiaran el barrio; dos chicas que estaban hurgando en las bolsas de basura junto a un mercado a las cuatro de la madrugada. No eran más que dos esqueletos erguidos vestidas con la ropa que hacía algún tiempo se habían puesto para ir a la discoteca, con las caras pobladas de forúnculos púrpura.

O quizá un antiguo miembro de la secta había sentido la necesidad de regresar a la casa, atormentado e incapaz de romper sus lazos con La Última Reunión cuarenta años después.

Kyle puso un disco de Volbeat en el equipo de música para atajar las elucubraciones que se agolpaban en su cabeza y se dejó caer en el sofá. Fijó la mirada en el techo y volvió a repasar mentalmente las horripilantes imágenes grabadas en la oscuridad de la casa de Clarendon Road. Y la horrible mancha del sótano. Y el miedo mezclado con la confusión. A pesar de que hacía calor en el apartamento, Kyle estaba temblando como si se hubiera quedado parado en medio de una persistente corriente de aire. Se sentía como si estuviera inmerso en el subidón de un mal viaje, helado por la paranoia y con el inquietante presentimiento de un peligro inminente.

El gato acudió a hacerle compañía en el sofá y estuvo masajeándole con las patas delanteras el pecho y la barriga un par de minutos, pero no consiguió hacer del torso de Kyle un lugar suficientemente cómodo para dormir, así que se marchó, con la cola erguida, en dirección a la diminuta cocina, y Kyle oyó que descubría en el alféizar de la ventana los débiles rayos del sol crepuscular.

Kyle cogió los ocho sobres de correo que había recogido del vestíbulo de la casa de Clarendon Road al salir de ella aquella mañana y se puso a buscar en Google los nombres de los antiguos inquilinos.

—¿Señora Phillips? ¿Rachel Phillips?

—Al habla. ¿Quién llama?

—Me llamo Kyle Freeman. ¿Está trabajando en domingo? ¡Vaya! ¡Qué trabajadora!

—Trabajo todos los días. ¿Quién es usted?

—Oh, no nos conocemos…

—No será un comercial para venderme algo, ¿verdad? Ahora estoy ocupada.

—No, no. Yo… bueno, estoy interesado en un inmueble que tuvo alquilado usted en Clarendon Road.

—Ah, entiendo.

—Bueno, tengo entendido que ha sido la última inquilina de la planta baja…

—¿Cómo ha conseguido este número?

—Oh, la he buscado en Google.

—¿Me ha buscado en Google?

—Sí, lo siento. Tal vez parezca un fisgón, y en circunstancias normales no me habría atrevido a molestarla, pero, bueno, estuve en la casa el sábado y… no sé muy bien cómo decirlo…

—Tengo el presentimiento de que va a preguntarme por qué dejé el piso antes de finalizar mi contrato de alquiler.

—Eh… ¿fue así?

—No lo alquile. Aléjese de esa casa.

—No tengo la intención de alquilarla. Y menos ahora.

—¿Entonces? ¿Dice que el agente de la inmobiliaria le dio mi nombre para que me buscara en Google?

—Mmm… no.

—Menos mal. ¿Cómo lo ha conseguido entonces?

—Por el correo. Pero no he abierto las cartas, no se preocupe. Las encontré esta mañana, cuando volví a buscar las… y he pensado en llamar a alguno de los antiguos inquilinos. El único número de teléfono que he encontrado es el suyo. El de su bufete. Es la única abogada de la corona llamada Rachel Phillips que he encontrado en la red. Iba a dejarle un mensaje.

—Vaya, vaya, sí que es usted tenaz.

—Bueno, se trata de un asunto bastante importante para mí. Yo… bueno, me preguntaba…

—¿Si noté algo fuera de lo normal en la casa mientras viví en ella?

—Exacto. Como, por ejemplo, ¿advirtió algún olor extraño?

—¿Olor? ¡Ja! Y los fontaneros me decían que las cañerías estaban en perfecto estado. Digo «fontaneros» porque llamé a tres distintos para que las revisaran. Y también los desagües. Sin embargo, los olores fueron la menor de mis preocupaciones, señor…

—Freeman. Kyle Freeman.

—Señor Freeman. —Bajó la voz como para evitar que pudiera oírla alguien que tenía cerca—. ¿Cree en los fantasmas?

—Bueno, me lo preguntan muchas veces. Prefiero mantenerme al margen. Hago películas, señora. Películas y documentales sobre fenómenos inexplicados…

—Disculpe, creí que estaba planteándose alquilar la vivienda. Debería habérmelo dicho antes. No tengo ninguna intención de participar en nada relacionado con este tema…

—No, no, no. No era ése el objetivo de mi llamada. Tenemos permiso para entrar en la casa y grabar un documental sobre su pasado…

—¿Pasado? ¿Qué pasado?

—Tiene un pasado un tanto peculiar. Verá, yo no soy periodista; nunca utilizaría su nombre. Soy un director independiente de documentales y no pretendo grabar una entrevista con usted, a menos que usted quiera hacerlo…

—¡Dios mío, no!

—Claro. No se preocupe. Pero… ¿tiene un momento ahora para hablar? Sobre la casa.

—La verdad es que no.

—En ese caso, ¿podríamos vernos? Estaría encantado de invitarla a comer.

Hubo un momento de silencio.

—¿Señora Phillips?

—Sí, espere. Estoy mirando la agenda. Verá, quizá me vaya bien hablar de ello con alguien ajeno a mis amistades; piensan que estoy loca cada vez que menciono el tema. ¿Está libre los lunes?

—Sí.

—¿A la una? Tendrá que ser mañana. No tengo ni un hueco en las próximas tres semanas.

—Claro, claro. Ningún problema.

—Y tendrá que venir aquí. Trabajo cerca de Strand.

—De acuerdo. ¡Genial!

—Perfecto. Reúnase conmigo en el Star Inn. Una comida rápida. Puedo concederle veinte minutos. Quedamos así entonces. Y tráigame el correo.

—Por supuesto —respondió Kyle, pero ella ya había colgado.

Suspiró y dio un trago a la pinta de agua del grifo que tenía sobre la mesita. Regresó al ordenador portátil y buscó en Google el pub donde le había citado Rachel Phillips. Abrió una ventana nueva y pegó el código postal en Google Maps; buscó la estación de metro más cercana: Chancery Lane. Quizá podría coger un taxi y cargárselo a Max, que estaría encantado con la nueva pista que había encontrado. Tal vez consiguiera convencer a Phillips para que le permitiera grabar su testimonio de manera anónima y luego, si valía la pena, buscaría a una actriz para que repitiera su narración con la técnica de voz superpuesta. La abogada de la corona Rachel Phillips era una mujer cortante y ocupadísima, pero, como abogada del más alto nivel, no respondía al perfil de chiflada ansiosa por explicar unos ruidos y olores extraños en un piso alquilado recurriendo a causas sobrenaturales. ¿Acaso los abogados de la corona no tenían que ser meticulosos en su ejercicio?

Kyle se sintió de repente tentado de volver a llamar a Dan para contarle la noticia de la entrevista, para compartir con él la confirmación inesperada de que la experiencia que habían vivido dentro de la casa había sido real. Cogió el móvil de la mesa, pero recordó que Dan estaría trabajando, así que volvió a soltar el teléfono y se tiró sobre el sofá. Observó el sudario del castaño a través de las ventanas del salón del apartamento, por las que entraban los rayos del sol como filtrados por diamantes.

El asunto estaba ganando entidad. Podía sentirlo. Estaba experimentando ese momento emocionante y precioso en el que la investigación ardua, la persecución de entrevistas, las interminables llamadas telefónicas para preparar una grabación, los tiempos muertos entre toma y toma, las preocupaciones, las decepciones, los visionados y las discusiones hasta llegar a un acuerdo parecían elevarse y encajar como piezas de un puzzle; una serendipia, cuando una pista conducía a otra y él era transportado en volandas por el proceso, aturdido por el entusiasmo por un proyecto que iba adquiriendo vida y su forma única a medida que explicaba su propia historia; una personalidad del relato que Kyle nunca esperaba que quedara definida en el guión. Las mejores historias se explicaban por sí mismas y convertían en fósiles las premisas iniciales. Eso era algo que la experiencia le había enseñado con Frenesí sangriento y Aquelarre. Las historias funcionaban porque simplemente estaban esperando a que alguien encontrara a las personas adecuadas y formulara las preguntas correctas para contarlas.

—¡Yowser! —gritó al gato, que estaba sentado en el reposabrazos del sofá.

El felino parpadeó y se tumbó panza arriba. Todavía no había tenido noticias de Max; le había dejado un mensaje algo confuso en el contestador del móvil esa mañana, y dos más a primera hora de la tarde, cuando el nerviosismo le había impedido parar quieto después de ver la grabación contenida en la última memoria USB. ¿No había sido Max quien le había pedido que le llamara inmediatamente, en cuanto hubiera acabado la entrevista con Susan White?

Abrió el correo electrónico y empezó a teclear:

Hola, Max:

Le pido disculpas por el exceso de entusiasmo, pero el sábado por la noche vivimos una experiencia extraordinaria en Clarendon Road. Todavía tengo la cabeza como un bombo. De todos modos se la explicaré más detalladamente la próxima vez que hablemos. Problema resuelto: recuperamos las cámaras esta mañana temprano, con cierto temor, debo añadir, pero Dan pudo llegar a su siguiente compromiso. El lugar ofrecía un aspecto distinto a La luz del día. No encontramos prueba alguna de que hubiera habido alguien aparte de nosotros. Tampoco durante el tiempo que nos acompañó Susan White. La casa estaba vacía, sin muebles, parecía normal y totalmente inofensiva. Sin embargo, no había suministro de luz, ni tuvimos agallas/tiempo para investigar la mancha del sótano, pero debería advertir del problema al propietario. El sótano apesta. Y si se trata de una mancha, ¡deberíamos avisar al Vaticano! Bueno, después del susto de anoche he hecho algunas indagaciones y he dado con una pista inesperada que investigaré mañana.

Hasta pronto,

Kyle