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WEST HAMPSTEAD, LONDRES

30 de mayo de 2011


—Dan, ¿crees en los milagros?

Kyle recorría con paso acelerado y el teléfono apretado contra la oreja el trecho entre la estación de metro de Finchley Road y el piso donde tenía su estudio. Estaba sin aliento, aturdido por la excitación y ligeramente bebido…

—No.

—Pues pensaba que sí. Pero déjame que te convenza de que existen. Acabo de reunirme con Revelation Productions.

—¿Con quién?

—Los tipos de mente, cuerpo y espíritu que hicieron El Mensaje. —Silencio—. El libro aquel.

—Sí. Claro.

Dan no tenía ni idea de qué le hablaba.

—También hacen vídeos y más cosas. Pero están empezando una nueva colección. La llaman Misterios. Me han pedido que realice la primera película.

—Guay. Supongo.

—Lo que significa que volvemos al negocio.

—¿Qué película?

—Vente y te lo explicaré todo.

—Estoy un poco liado ahora mismo.

—A menos que te la estén chupando, mueve el culo. Te gustará lo que voy a contarte.

—Mente, cuerpo y espíritu. ¿Esa mierda de tofu y cristales energéticos? Suena un poco desesperado, Kyle. Sé que las cosas están cada día más difíciles, pero…

—Cien mil de adelanto.

Silencio absoluto.

—No te creo.

—Tío, vente. Tienes que ver las condiciones económicas. All Talent Release Forms ha firmado un contrato. El seguro está cerrado. Incluso desembolsan la prima para cubrir la parcela de «Errores y omisiones». Nos repartiremos los beneficios por las emisiones por televisión. También nos conceden un porcentaje del neto. Es lo más increíble que hayas visto en tu jodida vida. ¿Cuento contigo?

—¡Guau! Despacio…

—Tío, no tenemos que andar a la caza de distribuidores ni enviarla a los festivales. La venta ya está cerrada. ¡Ya la hemos vendido! Va a explotarla por medio de suscripciones, contenido incrustado, toda esa movida. Es todo lo que queríamos para la próxima película y más. ¡Por una vez no tenemos que encargarnos del coñazo del trabajo preliminar!

—Entonces ¿ese tipo simplemente te ha llamado y te ha ofrecido el trabajo? ¿Es un truco? ¿Dónde está la trampa, tío?

—Creo que no la hay. He estado mirando el contrato en el pub. Desde todos los ángulos. Buscaré a alguien más para que se lo mire, eso seguro. Pero alguien externo. En el último momento. No sé por qué, pero tengo la sensación de que este tal Max está en un verdadero apuro. Son cosas que ocurren continuamente. Pero necesita saber si puede contar con nosotros hoy. No puedo hacerlo sin ti, tío. Ni tampoco querría.

Kyle oyó al otro lado de la línea que Dan se levantaba y a continuación el ruido de la cadena del váter.

—Ahora límpiate el culo y lávate las manos.

—Explícame más.

—He repasado por encima la planificación. Tenemos que ir a una vieja mina. En Arizona, tío. ¡Arizona! ¿Te lo puedes creer? Luego a un par de casas en Estados Unidos. Una en Seattle. Siempre he querido visitar esa ciudad. Y a una granja en Francia. Ninguna de las localizaciones supondrá un quebradero de cabeza. Siempre filmaremos de día. Entrevistas con planos fijos y largos, y planos medios de lugares remotos y abandonados. Nada de calles ni de multitudes. ¡Los curiosos no nos tocarán los huevos! Sólo necesitaremos un cable USB conectado al ordenador portátil que utilizaremos como monitor y dos cámaras. Todo es bastante sencillo. La única pega es que el plazo de entrega es tan apretado que no podremos repetir las tomas ni volver a las localizaciones para grabar insertos. No podemos cagarla.

Las prisas y la falta de planificación eran contraproducentes, siempre. Kyle tenía esta máxima totalmente asumida. A menudo pasaba días enteros observando cada una de las localizaciones antes de abrir la funda de la cámara. Sin embargo, en este proyecto era una posibilidad que no podía contemplar. ¿Sugería Max que disponía de cuatro días para estudiar las fotografías de la primera localización antes de ponerse a pensar en los ángulos de cámara y el listado de planos? Antes de emprender un viaje por tres países en… ¿cuántos días…? No lo recordaba, pero no eran muchos.

—Espera. ¿De qué va? La película.

—La historia es total.

Kyle había añadido a su pobre conocimiento del tema lo que había aprendido hojeando apresuradamente el libro basado en el caso criminal, Últimos Días, en el pub. Y lo primero que había hecho con Últimos Días había sido lo que todo el mundo hacía cuando tenía un libro sobre un caso criminal real en las manos: ir a la sección de fotos. Y recorrió con los ojos rostros norteamericanos de los años setenta en blanco y negro, con largas melenas y dientes perfectos, con pecas y con la raya del pelo en medio. Vio fotografías aéreas del desierto y de edificios de madera destartalados, mapas y fotos del escenario del crimen que lo obligaron a poner el libro bocabajo y a girarlo para distinguir qué era una mano y qué un pie. Pero por encima de todo sintió un escalofrío de genuina y auténtica excitación.

—El Templo de los Últimos Días —continuó explicando a Dan—. Asesinos hippies. Leeré los documentos cuando llegue al estudio. Entra ahora mismo en Amazon y compra el libro Últimos Días de Irvine Levine. Es un libro sobre un caso criminal real. Max ha concertado entrevistas en exclusiva con los supervivientes que estuvieron implicados en el suceso. Todo el trabajo de preproducción ya está hecho. ¡Todo! ¿Te lo puedes creer?

—No se trata de un tema nuevo. He visto una de las películas que se hicieron.

—Se han hecho varias. Pero todas se centran en los asesinatos de la secta y en la investigación policial. Nadie ha tratado el tema desde el ángulo de lo paranormal. Ahí entramos nosotros. Exactamente igual que en Frenesí sangriento. Tres países. Seis localizaciones. Once días. Llegamos y filmamos.

—¡Once días! ¡Es muy justo, Kyle!

—Lo sé, pero no es imposible. He quedado bastante impresionado por su planificación. Muy profesional. Si fuera nuestra película la habríamos hecho con mil libras y en la mitad de tiempo. Necesitaremos un mes para recuperarnos físicamente del tute, pero podremos permitírnoslo. ¿He mencionado ya lo de las cien mil libras?

Kyle se negaba a grabar con Dan bodas, bautizos o más vídeos de formación para empresas, y ganaba lo imprescindible para comer con el trabajo en la biblioteca de cintas del Soho, los trabajos esporádicos como asistente personal por cuenta propia en emisiones en directo y los encargos periódicos para una agencia. Más recientemente había trabajado empaquetando teléfonos móviles en un almacén en Wimbledon, rodeado de simpáticos baptistas ghaneses, inmigrantes ilegales y chavales asiáticos con móviles caros por los que hablaban sin descanso sobre sus «proyectos» como DJ o productores de discos. Hoy en día todo el mundo tenía un maldito proyecto. Una semana de turno nocturno en el almacén de los sueños rotos lo había arrastrado a una desesperación tan tangible como las paperas. Pero esta película significaba que su fortuna había cambiado además de su renacimiento como director de documentales de guerrilla.

Se instaló un silencio prolongado entre Kyle y Dan, durante el que sólo se oía la respiración fatigosa de uno de ellos mientras el otro contenía la suya.

—Estás tomándome el pelo, Kyle. Por favor, no sigas.

—No soy tan cruel. ¡Por Dios, necesito esta película! ¡Ángeles de la guarda, gracias!

Además de las deudas por sus películas, hacía tres meses que Kyle no pagaba el alquiler, y había pagado los cinco anteriores con la tarjeta de crédito. También andaba metido en pleitos por el impago de los impuestos municipales. Además, pendía sobre él la amenaza del corte del suministro de la luz y el gas después de dieciocho meses sin pagar las facturas. Esos últimos días se maravillaba cada mañana cuando descubría que las bombillas se encendían. Pero ¡cien mil libras nada menos! Nunca había gastado más de diez mil en una película. La última les había costado hacerla a él y a Dan seis mil, y durante la filmación habían vivido en una tienda de campaña cerca de donde rodaban. Si conseguían hacer otra película juntos deberían rebajar su presupuesto hasta menos de dos mil libras. Pero eso ya era historia. Repartiría las cien mil libras entre los tres. Sería equitativo. Se acabaron los números rojos.

Dan se había contagiado de su entusiasmo, pues preguntó con la voz temblorosa:

—¿Las mismas condiciones en cuanto al equipo que en Aquelarre y Frenesí sangriento?

—Por supuesto. Yo conduzco, soy el director de producción, el asistente personal, el director, el guionista, el productor asociado, el segundo cámara cuando sea necesario y me encargo del catering. Tú eres el primer ayudante de dirección, el director de fotografía, te encargas de la iluminación, del maquillaje y tienes prioridad en la elección de cama. Compartiremos las labores de sonido y de gestión. Mouse será el técnico de montaje. Aún tengo que llamarlo.

Kyle nunca había visto a Finger Mouse fuera de su silla ni sin un ratón de ordenador permanentemente cobijado bajo la mano, clicando continuamente mientras hablaba… las pocas veces que lo veía. Corría el rumor de que Finger Mouse no había salido de su apartamento, situado en el sótano de una casa de Streatham, en la última década y de que sólo tenía dos camisetas. Su abundante barba recordaba a la de un general confederado de la guerra de Secesión norteamericana, y el pálido tono verdoso de su tez confirmaba la veracidad de la leyenda. La luz del sol podía dejarlo fuera de juego. Ni siquiera acudía al estreno de las películas que había montado. Y durante la mayor parte de los días y de las noches de cada uno de los meses que habían pasado juntos ultimando un montaje, Kyle sólo había hablado con un costado de su cabeza. Sumando todos los períodos, Kyle había estado un año entero de su vida en el estudio de montaje de Mouse, pero tenía que hacer un esfuerzo descomunal para visualizar su rostro completo y no sólo su perfil. Finger Mouse moriría en su silla. «Pero no antes de que terminemos esta película, ¿eh?».

Ninguno de los tres solía comentar los desórdenes de personalidad de los demás porque resultaba demasiado violento, pero a Dan le carcomía la ansiedad y, estrictamente hablando, perdía el culo por las cámaras y los focos; Kyle planificaba y contaba peniques hasta la neurosis; y Finger Mouse editaba imágenes en una existencia que se medía exclusivamente en veinticuatro fotogramas por segundo. Por eso los tres seguían solteros y sin hijos cumplidos los treinta. La vida que llevaban los había descartado para las demás. Finger Mouse nunca había tenido una pareja; Dan había tenido una en la escuela de cine, pero todavía se negaba a hablar de ella; Kyle acumulaba cinco, pero siempre había roto con ellas antes de que pudiera arrancar seis hojas del calendario. Pero había algo que atormentaba más a Kyle que su incapacidad para tener una relación sentimental y pagar puntualmente sus deudas: la reciente posibilidad de no volver a hacer una película le había hecho arraigar en él la perspectiva de un futuro inequívocamente frío, vacío y aterrador. Pero ese espacio asfixiante, la antimateria de la ansiedad incontrolable, había volado por los aires en cuanto Max le había hecho la oferta. Porque sin una película entre manos no tenía nada.

—Dan, ¿cuento contigo o qué?

—Espera. Espera. Estoy pensando… ¿cómo lo grabamos?

—Habrá mucho metraje en tiempo real.

—Eso me temía.

—Pero tenemos todo el control creativo. Y ya conoces mi opinión sobre un montaje frenético. Es una mierda. ¿Por qué todo tiene que ser tan acelerado? ¡Fragmentos de sonido que se olvidan al cabo de dos segundos porque el escenario ha cambiado nueve veces! Podemos darle un ritmo más lento. Conseguir un contenido decente. Nada de una o dos frases. No es una película de acción. Estamos liberados de todo eso. Es como si fuera nuestro propio proyecto financiado por un tercero. Podemos filmar las entrevistas con dos cámaras y después editarlas desde dos puntos de vista durante el montaje. Y grabar unos cuantos contraplanos y primeros planos para que Finger Mouse no se aburra.

—Así que nada de suplicar, de buscar localizaciones, de elaborar un calendario, de reuniones, de chorradas ni de líos. ¿Nos lo ofrecen todo servido en bandeja, como si fuera un regalo? ¿Qué es esto? ¿Una herencia? ¿Nos ha tocado la lotería? No voy a reírme contigo si resulta que es una broma, tío.

—No es una broma.

—¿No es demasiado bueno para ser cierto?

—Yo huelo la mierda, tío. Y esto huele a legal.

Dan guardó unos largos segundos de silencio antes de preguntar:

—¿Cuándo empezamos?

—El sábado.

—¿El sábado?

—Este sábado.

—¡Este sábado!