BLOOMSBURY, LONDRES
30 de mayo de 2011
—¿Ha oído hablar alguna vez de la hermana Katherine y El Templo de los Últimos Días?
La sonrisa desapareció de los ojos de Maximilliam Solomon cuando formuló la pregunta: una señal de la seriedad con la que se tomaba a sí mismo, o un escrutinio repentino para hacerse una idea de cómo encajaba Kyle las revelaciones. Era algo que ya había advertido en los tipos que se dedicaban a las cuestiones de la mente, el cuerpo y el espíritu y que compartían sus intereses con desconocidos. Los ufólogos y los médiums hacían lo mismo.
Sin embargo, a pesar de que la mirada de Solomon se había endurecido, la diminuta cara bronceada del presidente de Revelation Productions conservaba su configuración por defecto, de modo que dejaba entrever que en el fondo estaba divirtiéndose. Con Kyle. O tal vez con toda la gente del planeta excepto consigo mismo. Su permanente media sonrisa podía interpretarse tanto como un gesto de cordialidad como de mofa; era difícil saberlo a ciencia cierta con esa clase de personas: los triunfadores, los amos, los miembros de las comisiones y los supervisores, con quienes Kyle había tratado a lo largo de su carrera como director de cine.
—Sí —respondió Kyle.
Y entonces su mente recopiló rápidamente lo que sabía sobre la hermana Katherine y el Templo de los Últimos Días; fragmentos que parecían instantáneas tomadas con una Polaroid: imágenes descoloridas de un hombre desaliñado y barbudo con las manos esposadas saliendo de un coche de la policía y entrando en un edificio municipal; secuencias aéreas de lo que podría haber sido un rancho o una granja en… ¿California? Fragmentos de imágenes de un reportaje sobre la secta que había visto en la tele hacía mucho tiempo… un documental, ¿o eran las noticias?
No estaba seguro de la fuente de las imágenes que acudían a su cabeza, pero éstas mostraban unos elementos que daban a entender una mala reputación que había degenerado hacia lo peligroso y lo sectario. Hasta ahí llegaba Kyle; en la actualidad el grupo estaba considerado una organización peligrosa y guay. Una banda indie norteamericana se había puesto el nombre Sister Katherine en los años ochenta. Otro grupo, éste de música industrial, se había bautizado The Temple of the Last Days la década siguiente. Y, por supuesto, reconocería el retrato icónico de la hermana Katherine en cualquier lugar aunque no supiera demasiado sobre su vida, pues había sido estampado al estilo de Andy Warhol en camisetas que vendían en el mercadillo de Camden, junto con las imágenes de Jim Jones, Charles Manson, Michael Myers y Jason Voorhees. Una cara regordeta, excesivamente maquillada y con una expresión beatífica, envuelta con un hábito de monja de color púrpura y con la mirada concentrada en la búsqueda del Cielo. La Virgen María después de descubrir Revlon. La líder perversa de una secta reducida a una broma efectista de mal gusto, a un producto de nostalgia morbosa a la medida de una juventud descontenta. Una mujer que fue asesinada por… «¿o se suicidó junto con sus seguidores en Estados Unidos?». No lo recordaba, aunque sabía que el Templo había matado a gente. ¿O se habían matado entre sí? ¿Habían asesinado a una estrella de cine? No, eso había sido la familia de Manson; por la misma época, ya que el Templo era una secta hippy de los años sesenta que adoraba la muerte. ¿O era de los setenta?
—La secta —dijo Kyle intentando no dar la impresión de que no tenía ni idea.
Demasiado tarde; mientras indagaba en la confusión de sus recuerdos había extraviado la mirada y fruncido el ceño.
Max pareció complacido con su ignorancia, ya que le permitía explayarse.
—Una organización que nació aquí mismo, en Londres, en 1967.
—¿En Londres?
—Así es. En esta ciudad. Es un dato que poca gente conoce, pero la hermana Katherine era británica. Su verdadero nombre era Hermione Tirrill. Nació en Kent. En el seno de de una familia acaudalada venida a menos. Su madre incluso tenía un título nobiliario, era baronesa, y se aseguró de que la pequeña Katherine siempre tuviera presente que era mejor que nadie. La misma labor realizaron los internados donde se educó hasta que cumplió los catorce años, cuando su padre abandonó a su familia arruinada. La pequeña Katherine y su madre se vieron obligadas a vivir en la ignominia de la pobreza. La niña pasó de la noche a la mañana de una vida espléndida en el campo a un piso de protección oficial en Margate, y tuvo que vivir en la miseria con un uniforme de colegio de segunda mano. En lo más bajo, con el vulgo. Debió de ser devastador para ella, para esa niña rellenita, con un currículum escolar sobresaliente y esos dientecitos tan graciosos, contemplar cómo sus antiguas compañeras eran presentadas en sociedad.
Kyle se encogió de hombros.
—Yo no sé demasiado sobre…
—Se fugó a los quince años y no volvió a hablarse con su madre. Pasó alguna temporada en el reformatorio por robo y asalto, y ya siendo una veinteañera, en la cárcel. Fue detenida por ejercer la prostitución en la calle y otra vez por regentar un burdel. También por desfalco y falsificación. Siempre por delitos menores. Podemos sacar la conclusión que queramos de eso. Pero lo que sí sabemos de lo poco que ha trascendido de sus años de formación es que a Katherine nunca le gustó ser una más del montón. Eso seguro. Le gustaba el poder. Y ocupar una posición de prestigio. Quería recuperar lo que le habían arrebatado.
Kyle detectó un matiz de amargura en la voz de Max, y algo más: un respeto involuntario.
—Los orígenes del Templo son fascinantes. Nació producto de un cóctel de Cienciología y de ideas apocalípticas milenarias, a imitación del santoral cristiano, el ocultismo, el budismo, la creencia en la reencarnación… y varios ingredientes más. —Max pareció abstraerse de Kyle, de la conversación, e incluso de la habitación, como si fuera un anciano recordando con cariño el pasado—. Podría haber sido tan hermoso. Sencillas técnicas de psicoterapia mezcladas con ideas medievales sobre ascetismo y piedad. Una vida libre de egos. Esos eran los valores originales. Todo ello envuelto en un halo de misticismo que le confería un atractivo estético.
Max despertó de su ensoñación y borró la media sonrisa de sus labios al tomar conciencia de su digresión.
—Un concepto bienintencionado que rápidamente fue usurpado por una sociópata y una pléyade de elementos criminales. En Londres se conoció como la Última Reunión. Se convirtió en el Templo de los Últimos Días en Francia, tras una escisión acontecida en 1969, en una granja de Normandía, donde a punto estuvieron de morir de hambre. Los que quedaron emigraron a Estados Unidos capitaneados por los mismos dirigentes. Y se autodestruyeron en Arizona. En 1975. Seguro que eso le resulta familiar.
Kyle tragó saliva.
—No estoy seguro. —Se aclaró la garganta de un modo excesivamente brusco—. No estoy tan familiarizado con ellos.
—Ya veo —repuso Max con una inflexión condescendiente de la voz.
Kyle sintió un breve mareo producido por una sensación de turbación, como si estuvieran haciéndole una pregunta en el colegio cuya respuesta desconocía. Era una reacción ilógica, puesto que no había motivo alguno para que él tuviera que saber algo sobre la secta. ¿Había dado a entender lo contrario? No era un tema de primer orden. Y Max Solomon lo había invitado por medio de un correo electrónico a acudir a las oficinas de su productora en Bloomsbury para una reunión sobre «una posible colaboración», sin añadir ningún detalle específico sobre la propuesta. Notó que le empezaban a arder las mejillas.
—No quisiera sonar irrespetuoso, pero ¿por qué iba a estar familiarizado con ese asunto?
—Por lo que he visto de su trabajo, Kyle, imaginaba que tal vez le interesara.
Max esbozó una sonrisa y empezó a componer la estampa de que siempre sería un hombre imperturbable y despreocupado, de éxito y merecedor de su prosperidad, y que además todo el mundo debía saberlo. Señales reconocibles para Kyle, quien instintivamente despreciaba a todos aquellos que las exhibían. Pertenecían a una clase aparte; eran los hombres del dinero, los ejecutivos cinematográficos situados en la cúpula de la empresa, los productores engreídos. Les encantaba estar cerca de la llama creativa y hacían hincapié en su propia «creatividad» a la menor oportunidad, devaluando el significado de la palabra hasta dejarlo por los suelos. Sin embargo, aspiraban a apropiarse de las obras ajenas, tal como Kyle había aprendido por las malas, y para ello contaban con una inteligencia oculta que uno solía subestimar en perjuicio propio. Ellos eran la única razón por la que él había limitado su actividad a las películas autofinanciadas y adquirido unas deudas tan colosales que sentía ahogo sólo de pensar en ellas.
Antes de la reunión lo habían hecho esperar en una recepción impresionante, tan profusamente iluminada que se había pasado todo el tiempo pestañeando. Cuando le hicieron pasar al despacho del presidente de la productora y Max se había levantado para saludarlo, con unos movimientos ágiles y apenas perceptibles, el cuerpo minúsculo de su anfitrión le había recordado, de un modo incómodo y desagradable, a un mono pequeño y listo, con unos ojitos brillantes y vivaces. Un primate vestido de Paul Smith irguiéndose sobre las patas traseras.
El tipo también lucía un bronceado que recordaba a un boniato, y un cuero cabelludo cubierto por una película semitransparente de implantes de pelo. Kyle no entendía por qué los calvos pagaban tanto dinero por un tratamiento que sólo les proporcionaba un cabello finísimo. La vez que había estado en Cannes y las dos visitas que había realizado a Los Ángeles para hablar con agentes cinematográficos, se había encontrado con unos mundos extraterrestres llenos de hombres idénticos a Max Solomon.
Cuando la noche anterior había recibido el correo electrónico con la petición de una entrevista, Kyle había interrumpido una velada angustiosa leyendo ofertas de trabajo publicadas en la red, e inmediatamente había visitado la página de Revelation Productions. Al instante, la vana esperanza de que la entrevista pudiera proporcionarle una oportunidad de volver a trabajar —y de que le permitiera ganar el dinero suficiente para burlar su inminente insolvencia— se desvaneció y dejó paso a la consternación, y su decepción no dejó de crecer a medida que recorría la página web, hasta que fue absoluta.
La productora Revelation había publicado un libro titulado El Mensaje que había vendido «¡Cincuenta millones de ejemplares!». Un eslogan que ocupaba buena parte de la página de inicio de la empresa. Kyle había visto el libro por ahí. Había cambiado la vida a muchas famosas y había sido uno de esos libros que todas las mujeres habían estado leyendo en el metro de Londres durante todo un verano. Cuántos veranos habían pasado desde aquél era algo que escapaba a su memoria, pero no había vuelto a ver a nadie leyendo el libro en público.
Junto con El Mensaje, la productora había sacado al mercado una gran cantidad de libros, DVD, CD y productos promocionales que clamaban que poseían un carácter contemporáneo, centrado en los aspectos positivos de la vida y de autoayuda, que los diferenciaba de la competencia. La empresa afirmaba que sus productos eran «pioneros», «definitivos» y «reveladores». Sin embargo, Kyle encontraba su estilo muy californiano, una pizca vulgar, de una sofisticación trasnochada y plagado de argucias que prometían fórmulas mágicas, lo que sólo conseguía reafirmar su aversión hacia la pseudociencia combinada con chorradas espirituales. Sin embargo, había acabado allí; y salvo el porno, no había nada más bajo en la industria cinematográfica.
Su documental sobre la escena metalcore norteamericana, Triturados, había sido emitido al menos varias docenas de veces por la televisión por cable; había sido un éxito en los festivales del año 2007, y en la prensa musical todavía se referían a él como un clásico de culto. Su película sobre la brujería practicada en una universidad escocesa, Aquelarre, lo había metido en líos por las acusaciones de infamia que había recibido, pero la habían emitido una vez por la BBC2 y había recibido no pocos elogios. Treinta mil personas habían comprado el DVD de su película sobre la escena europea de black metal, Reyes del infierno; y doscientas mil personas se habían descargado su documental Frenesí sangriento, sobre tres excursionistas británicos que habían desaparecido en el Círculo Ártico. Todos estos éxitos eran reales. No eran moco de pavo. Había seguido el camino marcado. Poseía una filmografía real y envidiable. Sin embargo, los distribuidores de las tres primeras películas afirmaban que les debía dinero: quince mil libras. Además cargaba con una deuda por la producción de Aquelarre que ascendía a otras diez mil y que pesaba como un yunque sobre sus hombros cada vez más caídos. En total, sumando su última película autofinanciada y el alquiler que no había pagado, su deuda alcanzaba las treinta mil libras, entre lo gastado con tarjetas de crédito y lo que debía a sus acreedores. El día de presentar las cuentas fiscales se acercaba, y la perspectiva de su proximidad no le permitía disfrutar de un momento de felicidad. Además, había perdido la capacidad para relajarse, lo que le resultaba más espantoso aún que el hecho de ser capaz de divertirse. Algo que, podía percibir, garantizaban los tipos de Revelation Productions. Felicidad: prometían darla al ciento por ciento. Así que quizá debería hacerse con un DVD sobre sexo tántrico.
—¿Qué le hace pensar que estaría interesado en una secta?
—He visto sus películas. Son de una franqueza reconfortante. Cuando tratan lo extraño, lo ridiculizado, lo olvidado. Y lo inexplicado. No es usted un explotador, Kyle. Eso me gusta. Ni un sensacionalista. Carece de prejuicios, amigo mío. De modo que empecé a preguntarme si sería posible trabajar juntos. Su manera de abordar los temas, su visión, me genera mucha curiosidad.
A pesar de que se sintió halagado, Kyle se resistió a demostrarlo abiertamente.
—Hago mis películas siguiendo un plan: observar una parcela de la subcultura y entenderla. O al menos contar una historia de una manera sincera. Indago en la manera en la que percibió la experiencia la gente que entrevisto. Sólo he hecho películas sobre temas que me interesan. Sobre historias que me fascinan; que nunca se hayan contado o que no se hayan contado bien. Sobre asuntos que los medios de comunicación de masas evitan o simplemente no comprenden. Y no estoy dispuesto a discutir si mi manera de abordar los temas es la correcta para conseguir mi objetivo. Si soy capaz de mantenerme al margen de la corriente establecida por Hollywood y del modelo de negocio de la industria cinematográfica siento una enorme gratificación. En cuanto al compromiso artístico, el robo de ideas, el ser una marioneta de los trajeados… Ya he tenido suficiente de todo eso.
El parlamento de Kyle tenía un propósito de advertencia velada.
Le habían comentado que no era una buena idea expresar su amargura en las reuniones con los productores, que quedaba poco profesional, pero ya había llegado al punto de no hacer caso de esa clase de consejos.
Max enarcó sus cejas depiladas tanto como pudo, pero la mitad inferior de su rostro no se movió. También se había hecho un lifting en la cara. Kyle empezaba a tener la certeza de que la media sonrisa era sin duda un gesto de mofa.
Kyle trató de aplacar su creciente irritación, pero era como intentar poner una tapa equivocada a un bote de pintura roja.
—Y ha llegado mi momento. El mío y el de directores de cine como yo —aseveró en un tono demasiado tenso, y se sintió estúpido diciendo aquello, aunque le causaba gran satisfacción que la tecnología digital estuviera haciendo tambalear el monopolio de la industria cinematográfica. Lo menos que podía hacer era recordar ese punto a sus representantes—. Mi propósito es llegar a convertirme en el distribuidor de mis propias obras. Para un público específico. Y ya no tendré que rebajar el nivel intelectual de mis películas ni aceptar las estupideces de la censura obligado por un ejecutivo que no tiene ni idea, preocupado por sus balances de beneficios y pérdidas y por su carrera. Ya financio, ruedo y monto mis películas. Conseguir la distribución es mi próxima batalla. En ésas estoy.
—Entiendo. —Max contempló sus dedos diminutos extendidos sobre el escritorio y se examinó brevemente las uñas, con el ceño fruncido, o quizá tratando de borrar la media sonrisa; era difícil saberlo tratándose de alguien cuya barbilla de vez en cuando formaba parte de su frente.
—Su película Frenesí sangriento me impresionó por la aceptación del, por llamarlo de alguna manera, aspecto paranormal de la trágica historia. La conclusión firme que extraje de la película fue que un ser atávico, un ser que desafiaba la ley natural, había sido el responsable de la desaparición de un número importante de personas… en un lugar remoto del planeta. ¿Llegó a convencerse de que fue así?
«Allá vamos».
—Todos queremos la verdad, Max. Sólo intenté comprender lo que había ocurrido. No hay manera alguna de que llegue a averiguar lo que realmente sucedió. Ni creo que nadie lo sepa jamás. Pero conseguí captar el significado auténtico del entorno donde se originó la historia. No hubo que insistir demasiado a la gente para que expresara sus teorías. Nunca me propuse dirigir las entrevistas, ni alimentar una teoría concreta. Mi mente y mis lentes estaban abiertas a cualquier idea. El espectador es quien debe interpretar lo que ve. Hoy en día todo el mundo quiere tener voz y voto. El mundo se ha convertido en un jurado que te puede condenar a la horca. Yo ofrezco al espectador los hechos conocidos y el testimonio, susceptible de ser erróneo, de los entrevistados. Y, para ser sincero, no tenía ni idea de la conclusión que yo sacaría de la película mientras la rodaba.
—Entiendo. Interesante.
«¿De verdad lo entiende?».
Mientras Kyle hablaba, Max había estado frunciendo el ceño como si en vez de estar escuchándole, estuviera pensando en lo que iba a decir a continuación. Eso molestó aún más a Kyle, si es que eso era posible.
—No me gustan las polémicas, señor Solomon. Tampoco a buena parte del público. Mi truco está en elegir una historia interesante; hay que lograr que el espectador se implique en alguna medida. Es lo máximo que puedo hacer como director. No recurro a las estrellas ni ruedo sobre asuntos perfectamente conocidos. Por eso he renunciado a continuar dentro del sistema. —Esta última palabra casi salió de su boca envuelta en llamas. Respiró hondo antes de continuar—: De modo que busco historias para la masa despreciada de espectadores que huyen de la corriente dominante. Y somos un montón. Estoy volcado totalmente en el boca oreja de la red. Ese es mi territorio.
—¿Ese modelo individualizado le da para vivir?
El silencio de Kyle se prolongó más de lo que habría deseado.
—Todavía no. Me timaron con los documentales musicales y con Aquelarre. Así que rodé Frenesí sangriento sin centrar la recaudación directamente en la película. La ofrecí gratis en mi página web. Algunas discográficas independientes contrataron publicidad en la página, con lo que cubrí parte de los gastos. Pero el dinero nunca ha sido la cuestión.
Kyle se preguntó si no debía simplemente levantarse y marcharse. Ni siquiera era capaz de fingir que le caía bien Max. Y seguramente sólo sería uno más de la docena de directores que el productor estaría tanteando para algún proyecto de tintes sensacionalistas. Por lo menos la reunión no consistía en una comida de negocios que corriera de su cuenta, sino que la mantenían en un despacho de verdad de una productora. Sin embargo, ya intuía que Max y él eran diametralmente opuestos; si después de todo lo que había tenido que aguantar no podía guiarse por su instinto, ¿de qué debía fiarse? «Hora de largarse».
Pero entonces Max se adelantó.
—Creo que tengo una historia de ésas. Una historia extraordinaria. Así que pongamos las cartas sobre la mesa, Kyle. Quiero que haga una película para mí.
Kyle puso todo su empeño en contener el estallido de emoción. El silencio que los rodeaba empezó a volverse incómodo.
—Una película sobre… —La media sonrisa desapareció por completo de la cara de Max—. Déjeme que le ponga al tanto del proyecto y ya me dirá usted si es de su agrado. —Se hundió en el sillón de piel, que empequeñecía su figura—. El 10 de julio de 1975, el departamento de policía de Phoenix sacó a quince personas de una mina abandonada en el desierto de Sonora, Arizona. Un par de horas después de que hubiera tenido lugar la Noche de la Ascensión de la hermana Katherine. El lugar llevaba ocupado por el Templo de los Últimos Días desde 1972.
»Nueve de esas personas estaban muertas, incluida la hermana Katherine. Las otras seis, vivas. De éstas, cinco eran niños. El infame Manuel Gómez, también conocido como hermano Belial, fue el sexto superviviente. Era el favorito de Katherine y su brazo ejecutor. El hermano Belial, además, fue el único adulto que sobrevivió esa noche. Estoy seguro de que ha oído hablar de él, ¿me equivoco? Fue asesinado en la sala de juegos de la prisión de Florence antes de comparecer ante el tribunal, por unos internos que nunca fueron identificados.
»Otros cinco miembros de la secta, todos ellos presentes en la mina durante las semanas previas a la Noche de la Ascensión, desaparecieron sin dejar rastro. Se cree que también fueron asesinados, y que en su caso fueron enterrados en el desierto.
»Este aspecto de la secta precisamente es el que ha fascinado a sus estudiosos, aficionados y explotadores: el caso criminal. La policía cree que los asesinatos fueron el resultado de una pelea interna, de una psicosis inducida por las drogas o de alguna clase de suicidio pactado. Los periódicos de la época hablaron de un ritual satánico con sacrificios humanos, incluido el de su líder. Quien, por cierto, fue encontrada decapitada. Esa es la versión que ha perdurado, como usted seguramente diría, en la «corriente dominante» del imaginario popular. ¿Qué más necesita un director de cine o un estudioso para emprender una investigación? Se trata de una historia absolutamente escabrosa que posee todos los ingredientes.
»Sin embargo… —Max empujó por la superficie del escritorio hacia Kyle una pila de fundas de DVD, una carpeta archivadora y un viejo libro de tapa blanda tan manoseado que el título en el lomo era ilegible—. Los cuatro documentales y los tres largometrajes sobre la secta son horrorosos. Como era de esperar. Pésimos. Verdaderamente espantosos. De los numerosos libros publicados, sólo hay uno que merezca la pena leer: Últimos Días, de Irvine Levine. Fue despreciado acusado de no ceñirse a la realidad y lleva mucho tiempo descatalogado. Sin embargo, los miembros de los departamentos de policía de Yuma y de Phoenix dan a entender que la investigación de Levine es, cuando menos, minuciosa en los detalles relativos a la Noche de la Ascensión, cuando se produjeron los asesinatos.
Kyle se aclaró la garganta antes de hablar.
—Todo eso ocurrió hace mucho tiempo. A menos que hayan salido a la luz datos nuevos, ¿por qué hacer otra película? ¿Está diciéndome que únicamente quiere rodar una película bien hecha? ¿Se acerca el aniversario del suceso? ¿Se debe a un motivo nostálgico?
Max le interrumpió alzando una mano diminuta.
—No. Aquí hay una historia que jamás se ha contado. Olvídese de los asesinatos. Olvídese de la investigación policial. De la explotación de los medios de comunicación. Ese camino ya se ha transitado repetidamente. Sin embargo, algo de El Templo de los Últimos Días también ha perdurado, tanto en el folclore como en historias alternativas de una naturaleza forteana.[1] Ahí es donde entramos nosotros. Verá, existe una creencia muy real de que los intereses místicos y ocultos del grupo generaron cuantiosos dividendos; la creencia de que la hermana Katherine consiguió un hito extraordinario; y de que su muerte voluntaria, porque, no nos equivoquemos, esa noche fue asesinada de acuerdo con sus instrucciones, como la mayoría de sus leales seguidores, son parte de ese misterio, el fenómeno inexplicado que rodea su historia desde sus orígenes en Londres. Eso lo mantiene vivo, podríamos decir, para las personas sin prejuicios como nosotros. Es una historia que cualquier director asentado en el sistema intentaría rebatir. Eso en el caso, claro está, de que en primer lugar le diera siquiera alguna credibilidad.
»Verá, Kyle, quedan más supervivientes. No de esa noche, sino de la organización. Personas que huyeron muchos años antes de esa noche final. Y otras que lo hicieron sólo unos meses antes de la disolución del grupo. Gente que, podría decirse, nunca jamás ha podido escapar de su experiencia al servicio de la hermana Katherine. Y lo que es novedoso ahora es que un puñado de esos supervivientes están rompiendo su silencio por primera vez desde la investigación policial llevada a cabo en 1975. Y cuando sucede una cosa así, como usted probablemente sabrá, se debe a que tienen algo que decir. Algo que necesitan contar desesperadamente. Pero han tenido miedo de hacerlo hasta ahora. De modo que están brindándonos una oportunidad excepcional para realizar una obra pionera.
»El efecto que la hermana Katherine causó en sus seguidores fue poco menos que trascendental. Les cambió la vida. De un modo terrible. Su crueldad era extraordinaria. Pero también lo era su capacidad para manejar la imaginación con el fin de conseguir explicar lo inexplicable. De alguna manera consiguió hechizarlos.
Max dio un sorbo a su vaso con Evian.
—El proceso de convencer al cada vez más escaso grupo de supervivientes para reunirlos ha sido arduo. —Sonrió y alzó las manos—. Se podría decir que no están todos los que son. Incluso he buscado el rastro de las célebres Martha Lake y Bridgette Clover. —Max escrutó el rostro de Kyle buscando una señal que revelara que las conocía, y pareció decepcionado cuando no la halló—. Las dos testigos de cargo principales en el caso de que se hubiera llevado a cabo un juicio. Se hicieron famosas cuando la historia salió a la luz en el setenta y cinco. Eran dos mujeres jóvenes que escaparon de la mina con sus bebés tres meses antes de la Noche de la Ascensión. La pobre Bridgette, ¡ay!, falleció a principios de este año. Martha, sin embargo, la queridísima Martha, nos espera para explicarnos su papel en una historia extraordinaria.
Kyle paseó la mirada por las paredes de la habitación, iluminada como un laboratorio clínico o el estudio de un fotógrafo. Reparó en las portadas enmarcadas de libros sobre dietas basadas en el índice glucémico y en los viejos carteles que publicitaban despertares espirituales disponibles en VHS.
—Un poco alejado de sus intereses, ¿verdad? No le suena muy saludable.
Max esbozó una sonrisa radiante.
—Pero ahora llegamos al punto que realmente le resultará atractivo del proyecto. Revelation Productions ha desarrollado un proyecto paralelo: Misterios. Un nuevo sello para la distribución de contenido online por suscripción en paralelo a la edición en DVD. Es la revolución, Kyle. Queremos contar con un elemento vanguardista en nuestro catálogo. El nuevo sello será la base para la producción de innovadoras películas contraculturales que traten la historia alternativa y los misterios sin resolver. Y el tema del Templo será nuestra película insignia. Verá, el Templo goza de un seguimiento masivo en la red. Y prácticamente nadie lo ha tratado del modo que yo me propongo hacerlo.
—Utilizando tecnología digital el coste no es precisamente prohibitivo, como usted ya ha comentado. Y una vez que se hubiera recuperado la inversión en la producción, los beneficios se repartirían a modo de cooperativa con el artista.
Max volvió a hundirse en su sillón y compuso una sonrisa. Alzó las manos.
—Kyle, no puedo decirle lo bien que sienta volver a arremangarse y, como suele decirse, hundir las manos en la masa. —Sonrió volviéndose hacia las paredes—. ¿Cree que fundé esta empresa para dormirme en los laureles? Tesco vende comida para veganos y Boots aceites aromáticos. —Meneó la cabeza en un gesto de desesperación—. Yo ya abordaba la salud y el bienestar espiritual desde un punto de vista alternativo cuando eso todavía era una novedad. Una revolución en el estilo de vida, Kyle. Yo estaba allí. Entonces. En los sesenta. Y quiero recuperar el contacto con mi parte creativa.
Kyle reprimió lo que pugnaba por salir a gritos de su boca.
—¿Y quiere que yo me encargue de la primera película?
—¡Exacto! —Max tamborileó con un dedo que había pasado por la manicura en la carpeta que había entre ambos encima del escritorio; ahora parecía incapaz de disimular la impaciencia que rodeaba su oferta—. Y quiero que empiece ahora mismo. No hay tiempo que perder. El rastro que he estado siguiendo con tanto esmero podría enfriarse. Todo lo que necesita saber sobre las personas que entrevistará está aquí. Sus nombres, sus biografías, sus conexiones con el Templo están en el archivo. También encontrará fotografías y detalles sobre los lugares que deben visitarse.
Kyle continuó sentado, mudo por la incredulidad, atónito; su cabeza se había convertido en un recipiente caótico de entusiasmo, miedo y prudencia. Lo que acababa de suceder nunca le había sucedido. Nunca le habían propuesto nada semejante. Jamás.
El rostro rígido de Max consiguió relajarse para componer un gesto de entusiasmo.
—Yo seré sólo el productor ejecutivo. Usted tomará todas las decisiones creativas. Yo no pondré el pie en el plató de rodaje, jamás. Tendrá que arreglárselas solo. Aunque sospecho que lo prefiere así. Si necesita algo durante el transcurso de la producción, sólo tiene que llamarme y haré todo lo que esté en mi mano para satisfacer sus peticiones. El tema de la distribución y las licencias ya está arreglado. Mi propia empresa realiza la inversión. Lo sacaremos directamente al mercado. El dinero para la producción está en su sitio, esperando. Esperándolo a usted.
Kyle cogió la carpeta.
—Tendré que llevarme esto para echarle un vistazo.
—El rodaje empieza este sábado.
Kyle se echó a reír, y fracasó a la hora de eliminar la inflexión socarrona de su voz.
—¿Perdón? —¿Sabría Max algo sobre el rodaje de una película?, se preguntó Kyle—. ¿Ha dicho el sábado?
—El plan de rodaje ya está decidido. Ya se han obtenido los permisos para rodar en las distintas localizaciones. El alojamiento y los vuelos se pueden reservar hoy mismo. Como jefe suyo, mi seguro los cubrirá a usted y al equipo.
—¿Y el guión? No sé nada, o casi nada, del tema, señor Solomon. Necesito un guión. Tengo que meditar la manera de contar la historia. El texto de la narración es importantísimo, señor Solomon…
—Tiene cinco días para familiarizarse con la historia. —Max dio unos golpecitos en el libro de Levine para enfatizar sus palabras—. Me he tomado la libertad de elaborar el plan de rodaje siguiendo cronológicamente los pasos de la secta: Londres, Francia, Arizona. Ésa deberá ser su estructura temporal. En esencia recorre su historia desde su fundación hasta su autodestrucción. Seis localizaciones en tres países en once días. Ni uno más. Nada de volver a las localizaciones para repetir tomas ni para grabar insertos. Quiero todo grabado en el tiempo establecido. Se ha recopilado material audiovisual e imágenes de archivo para el montaje; encontrará copias en la carpeta. —Max esbozó su sonrisa radiante—. ¿Qué me dice?
Kyle sintió un mareo repentino. Había algo moviéndose, tal vez fuera su sillón o quizá toda la habitación. Las preguntas, las voces del instinto y los recelos no se asentaban en su interior ni evolucionaban hacia un discurso coherente, susceptible de ser expresado por medio del lenguaje.
—Por lo menos tengo que visitar antes las localizaciones. He de pensar en el sonido, en la iluminación.
—No encontrará multitudes en ninguno de los escenarios de grabación. Son lugares remotos; propiedades abandonadas. Una de sus especialidades. Por lo demás, tendrá que hacer alguna visita a domicilio. Tal vez se tope con un cambio de rumbo excepcional que yo desconozco, pero no supondrá un desafío importante para un hombre de su experiencia y de su capacidad de adaptación. Es un rodaje de guerrilla. Su raison d’étre, mi joven amigo.
—Hay que hacer un listado completo de las tomas para cada localización —pensó en voz alta—. Es vital. Nunca se termina con la planificación, señor Solomon, o uno acaba corriendo contrarreloj para corregir los errores imprevistos. Mis películas son bastante sencillas, grabo con una o dos cámaras. Sin embargo, tengo que planificar cuidadosamente cada escena. —Mientras hablaba recordó sus deudas. Pensó que debería preguntar por el sueldo. ¿Tendría uno? ¿Había mencionado Max algo sobre dinero?
—Tendrá que conformarse con las fotografías. No puede haber más retrasos. Por eso le ofrezco el trabajo. El proyecto ya está muy avanzado. Sólo puede ser realizado en el plazo indicado por alguien… por un director con su capacidad en esta clase de circunstancias. ¿Supone eso un impedimento para que cerremos el trato?
—Pero… las personas a las que voy a entrevistar… No tengo ninguna idea sobre ellas. Necesito hablar antes con esa gente…
—¡No hay tiempo! El primer día de rodaje es este sábado. Me temo que mi equipo me ha defraudado en el último momento. Por razones personales no ha podido empezar.
—¿El equipo? ¿Qué…?
—Y de todos modos conozco un poco a todas las personas que han accedido a aparecer en la película. Así que deberá confiar en mi selección. No creo que ninguna de ellas le decepcione. Ni siquiera estaríamos hablando ahora si yo no tuviera fe en su capacidad para la improvisación, para entregar el trabajo en el plazo estipulado y para realizarlo sin salirse del presupuesto. Sé que ha rodado películas del aire, financiadas por medio de una cadena de favores y pagos aplazados. El trabajo duro ya está hecho. Y he incluido algunas preguntas que me gustaría que se hicieran.
—Por eso podría tener un problema serio con el objetivo.
Max se levantó para dar por concluida la reunión. Estaba impaciente, inquieto.
—No es exactamente prescriptivo; se trata más bien una guía. Verá que sólo me mueve el deseo de explorar los aspectos paranormales de la organización. Ese es el propósito de la película. De modo que he supuesto que si yo tengo un objetivo, el suyo debe ser el mismo. La manera como grabe las escenas es asunto suyo. Quiero notar la rúbrica de su estilo. Y quiero recibir puntualmente los copiones de la grabación. ¿Cómo podríamos hacerlo?
—Eh… En las últimas dos películas utilicé una estrategia de edición en paralelo. Funcionó bastante bien. Hice una selección preliminar de las grabaciones que me interesaban con Final Cut Pro, antes de la edición definitiva con mi montador, Finger Mouse…
—Bien. Bien.
—Todos los originales se almacenan en un disco duro que le alquilo. La compresión implica que llevará más tiempo de la duración real de la grabación hacerlo al final de cada jornada, pero puedo tener los copiones listos en uno o dos días.
—Intentemos que sea un día. ¿Y su equipo de producción?
—Mi socio, Dan. No puedo trabajar sin él. Y él se encarga de las cámaras.
—Entonces serán tres en total, ¿no? Dan y ese Mouse…
—Así hice mis últimas dos películas.
Max rodeó el escritorio con una mano tendida y Kyle no consiguió saber si el productor ejecutivo estaba impresionado por su escaso equipo o simplemente contento por el bajo coste que eso implicaba.
—Accederán a firmar una cláusula de confidencialidad, ¿verdad? Me temo que este proyecto debe permanecer en secreto hasta que se haya completado. La historia sigue siendo polémica.
—No veo por qué no. ¿Se enviará a festivales? ¿Se exhibirá en los cines? Estaría bien intentarlo.
—Por supuesto, por supuesto. No obstante, nuestro objetivo son los DVD, la red y la televisión. Pero no deberíamos dejar de explorar cualquier oportunidad.
Kyle se levantó, pero se tambaleó. Estaba mareado y se sentía como si tuviera los pies llenos de helio.
—¿Está cediéndome entonces todo el control creativo?
—Absolutamente.
—Me gustaría ver un contrato.
—Lo tengo aquí. No parece muy convencido.
—He sido maltratado muchas veces, señor Solomon. Maltratado. Los inversores sólo tienen una idea en la cabeza: beneficios a toda costa.
—Le aseguro que espero obtener beneficios de nuestra colaboración. El adelanto, creo yo, es generoso.
—¿Adelanto? —La sombra de su deuda pareció tambalearse, incluso retroceder.
Las deudas habían alterado la fuerza de la gravedad y habían hecho que durante mucho tiempo el mundo que lo rodeaba fuera más pesado; se sentía como si estuviera en otro planeta del sistema solar. El simple hecho de hallarse cerca de una solución para su carga le proporcionó una felicidad apabullante.
—Sí. Una tercera parte ahora, otra cuando haya completado el rodaje y la última cuando entregue su obra maestra. Como quiera repartirlo entre sus colaboradores es únicamente asunto suyo. Estoy seguro de que no desmerecerá su reputación. Estoy pensando en cien mil libras, sin incluir los gastos, deducibles de los ingresos netos.
¡Cien mil libras! Kyle tragó saliva. Estaba a punto de desmayarse.
—Llévese esto y échele un vistazo. Enséñeselo a su agente, si lo tiene. Y dado que dispone de su propio equipo y de su gente, Revelation sólo será la editora del producto final.
—Me gustaría ver su previsión de flujo de caja.
—Por supuesto. ¿Algo más?
El silencio de Kyle duró una fracción de segundo más de lo que habría deseado. No era capaz de dilucidar si Solomon era el diablo o su salvador.
Max le ofreció su sonrisa radiante.
—¡Excelente! Entonces ¿tenemos, un acuerdo?
Kyle se aclaró la garganta para liberarla de la opresión y la aridez que se habían apoderado de ella. Agarró el contrato.
—Antes quiero leer esto.
—Necesito saberlo hoy. —Max miró su reloj Patek Philippe—. Pongamos de plazo hasta las cinco, ¿le parece bien?