Lima, 12 de mayo de 1953

Querido Allen:

He andado en busca de lo que un personaje de Waugh llama pequeños «bares equívocos» con notable éxito. Los bares alrededor del Mercado Mayorista están tan llenos de muchachos que éstos se vuelcan a la calle, y todos avisados y asequibles al dólar yanqui (uno), nunca vi nada semejante desde Viena en 1936. Pero esos pequeños hijos de puta tienen los dedos largos. Ya perdí un reloj y quince dólares. El reloj no andaba. Nunca tuve un reloj que anduviera.

Anoche fui a un hotel con un indio descalzo para gran diversión del empleado del hotel y sus amigos. (No creo que un empleado de hotel corriente norteamericano tomara a risa una cosa así).

Encontré un muchacho y fui con él a un lugar de baile. Pues bien; en medio de ese bien iluminado salón de baile, que no era de homosexuales, el muchacho me puso la mano sobre la pija. De modo que yo le correspondí y nadie prestó atención. Luego trató de encontrar algo que valiera la pena robar en mi bolsillo pero yo, prudentemente, había escondido el dinero en la cinta del sombrero. Todas estas maniobras, entiéndelo, se hacen de buen modo y sin asomo de violencia, tomamos un coche y él todavía me abrazó y me besó y se quedó dormido sobre mí hombro como un cachorrito afectuoso, pero insistió en bajar en su casa.

Pero tienes que comprender que se trata del muchacho peruano corriente no homosexual, aunque sí con algo de delincuente juvenil. Son la gente de menos carácter que haya conocido. Cagan y mean donde se les ocurre. No tienen inhibiciones en mostrar afecto. Se echan encima y van tomados de las manos. Si se acuestan con otro hombre, y todos están dispuestos a hacerlo por dinero, parecen disfrutar. La homosexualidad es sencillamente una potencialidad humana como lo demuestran los casi universales episodios de las prisiones; y nada humano le es ajeno ni chocante a un sudamericano. Hablo del sudamericano en su mejor expresión, una raza especial en parte india, en parte blanca, en parte sabe Dios qué. No es, como uno suele pensarlo al principio, fundamentalmente un oriental, ni pertenece a Occidente. Es algo especial, distinto a cualquier otra cosa. Se ha visto impedido de expresarse por los españoles y la Iglesia Católica. Lo que se necesita es un nuevo Bolívar que realmente arregle las cosas. Pienso que esto es lo que esencialmente está en juego en la guerra civil colombiana: la escisión fundamental entre la Potencialidad sudamericana y la Represión española, temerosa de los tabúes. Nunca me sentí tan decididamente de un lado e incapaz de percibir alguna característica redentora del otro. América del Sur es una mezcla de razas todas ellas necesarias para alcanzar la forma potencial. Necesitan sangre de blancos, como lo saben —el mito del Dios Blanco— y qué es lo que consiguieron sino esa porquería de españoles. Con todo tuvieron la ventaja de la debilidad. Nunca hubieran conseguido echar a los ingleses de aquí. Hubieran creado esa atrocidad conocida como un País de Hombres Blancos.

América del Sur no obliga a la gente a ser anormal. Uno puede ser homosexual o drogadicto y no obstante conservar su posición. En especial si uno es educado y tiene buenos modales. Hay aquí un gran respeto por la educación. En los Estados Unidos uno tiene que ser un anormal o vivir en un lúgubre aburrimiento. Hasta un hombre como Oppenheim es un anormal, tolerado por su utilidad. No te equivoques, todos los intelectuales son anormales en los Estados Unidos.

Un extenso barrio chino. Creo que uno podrá encontrar opio ahí. En Colombia y Ecuador nadie ha oído jamás hablar de tal cosa. Un poco de marihuana entre los indios de la costa. Coca, pero solo bajo la forma de hojas, entre los indios.

Dicho sea de paso, se suele ver bastante sangre en esos «bares equívocos» peruanos. Atacar con botellas rotas la cara del adversario es una práctica normal. Aquí todo el mundo lo hace.

Cariños

Bill