Cuatro días después
El avión de Carly llegaba a su hora.
Cuadrados nos llevó al aeropuerto. Él, Nora y yo nos dirigimos a la terminal C del aeropuerto de Newark. Nora iba delante porque conocía a la niña y ansiaba volver a verla. Yo, por mi parte, también estaba deseándolo, pero estaba asustado.
—He hablado con Wanda —dijo Cuadrados.
Lo miré.
—Se lo he contado todo.
—¿Y qué?
Se detuvo y se encogió de hombros.
—Se ve que los dos vamos a ser padres antes de lo previsto.
Lo abracé infinitamente contento por ellos dos, a pesar de la inseguridad respecto a mi situación. Iba a hacerme cargo de una niña de doce años a quien no conocía. Lo haría lo mejor posible pero, pese a lo que Cuadrados afirmaba, yo nunca sería el padre de Carly. Me había hecho a la idea de muchas cosas sobre Ken, entre ellas la posibilidad de que pasase el resto de sus días en la cárcel, pero su insistencia en negarse a ver a su hija me soliviantaba, pese a que suponía que él pretendía su bien y pensaba que lo mejor era mantenerla alejada de él.
Digo que me lo «suponía» porque no podía preguntárselo. Después de la detención también se había negado a verme a mí. No sabía por qué, pero aquellas palabras que había susurrado…
«A ti te he hecho más daño y te he engañado más que a nadie», seguía resonando dentro de mí, desgarrándome inexorablemente el alma.
Cuadrados se quedó fuera mientras Nora y yo corrimos hacia la zona de llegada. Nora llevaba el anillo de prometida. Habíamos acudido antes de la hora, desde luego; dimos con la puerta correspondiente y avanzamos deprisa por el pasillo; Nora puso el bolso en el detector de rayos X y yo hice sonar el de metales: por culpa del reloj. Corrimos hacia la sala de espera, pero aún faltaba un cuarto de hora para que el avión aterrizara.
Nos sentamos cogidos de las manos, aguardando. Melissa había decidido quedarse en Nueva York unos días hasta que mi padre se repusiera. Yvonne Sterno, tal como le había prometido, tenía en exclusiva una historia que no sé lo que significó para su carrera. Aún no me había puesto en contacto con Edna Rogers, pero pensaba hacerlo en breve.
En cuanto a Katy, no denunciamos los disparos con el deseo de poner punto final a todo. Consideré si aquella noche habría sido un desahogo para ella y me imaginé que era muy posible.
El director adjunto responsable Joe Pistillo acababa de anunciar su inminente jubilación para final de año. Ahora comprendía perfectamente por qué insistía tanto en que dejase a Katy Miller al margen del asunto, no sólo por su bien, sino por lo que había visto. No sé si Pistillo dudaba seriamente del testimonio de una criatura de seis años o si tanto tiempo viendo a su sufriente hermana le había hecho acomodar tal testimonio a sus propósitos, ni sé por qué los federales habían mantenido su testificación en secreto, pero sería seguramente para no implicar en un homicidio a una criatura. Aunque tengo mis dudas.
Naturalmente, el descubrimiento de la verdad sobre mi hermano me había dejado anonadado, pero en cierto modo, por raro que suene, había sido bueno. A fin de cuentas, la fea verdad era mejor que la mentira más edulcorada. La revelación había ensombrecido mi vida, pero también la había centrado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Nora inclinándose sobre mí.
—Tengo miedo —respondí.
—Te quiero —dijo ella—. Y Carly también te querrá.
Miramos la pantalla de llegadas, que comenzó a parpadear. El portero de Continental Airlines cogió el micrófono y anunció la llegada del vuelo 672: el avión de Carly. Me volví hacia Nora. Me sonrió y me apretó la mano.
A partir de ese momento, mi mirada divagó sobre el público que llenaba la sala de espera: hombres con traje, mujeres con carritos de tránsito, familias que iban de vacaciones y gente cansada, frustrada por haber sufrido un retraso. Miraba sin mucha atención sus caras y fue en ese momento cuando lo vi observándome y el corazón me dio un vuelco: El Espectro.
Me sacudió un estremecimiento.
—Nora —dije.
—¿Qué?
—Nada.
El Espectro me hizo una señal para que me acercase y yo me puse en pie como en trance.
—¿Adónde vas?
—Vuelvo ahora mismo.
—Está a punto de llegar el avión.
—Tengo que ir al servicio.
La besé con dulzura en la frente y ella me escrutó preocupada dirigiendo la mirada hacia donde yo había visto a El Espectro segundos antes. Pensé que, si no le hacía caso, sería peor; él nos encontraría.
Tenía que enfrentarme a él.
Eché a andar hacia donde lo había visto. Las piernas me temblaban, pero saqué fuerzas de flaqueza. Al pasar junto a una hilera de teléfonos públicos oí que me llamaba por mi nombre:
—Will.
Me volví y lo vi a dos pasos de mí, sentado. Me hizo una seña para que me sentara a su lado, y así lo hice. Estábamos situados frente a la luna que daba al exterior y que potenciaba la luz del sol, y el calor era sofocante. Entrecerramos los dos los ojos.
—No regresé por tu hermano —dijo El Espectro—. Regresé por Carly.
Sus palabras me aterraron.
—No la tendrás.
—No lo entiendes —replicó sonriendo.
—Pues explícamelo.
El Espectro giró el cuerpo hacia mí.
—Tú pretendes que la gente se apunte a un bando o a otro, Will. Que los buenos estén de un lado y los malos del otro. Pero la cosa no funciona así, ¿sabes? No es tan sencillo. El amor, por ejemplo, engendra odio, y yo creo que todo empezó por ahí: por un cariño irracional.
—No entiendo lo que dices.
—Hablo de tu padre —contestó él—. Él quería mucho a Ken. Yo busco el origen, Will, y ahí es donde lo encuentro, en el cariño de tu padre.
—Sigo sin entenderte.
—Lo que voy a decirte —prosiguió él— sólo se lo he contado a otra persona. ¿Entiendes?
Dije que sí.
—Hay que retroceder a la época en que Ken y yo estábamos en cuarto grado —añadió—. ¿Sabes?, no fui yo quien apuñaló a Daniel Skinner, sino Ken. Pero tu padre lo quería tanto que lo encubrió. Sobornó a mi viejo. Le pagó cinco de los grandes. Lo creas o no, tu padre lo consideró una obra de caridad porque mi viejo me pegaba continuamente. Casi todo el mundo pensaba que yo estaría mejor en un centro de menores. El planteamiento de tu padre fue que una de dos: o me declaraban no culpable por haber actuado en defensa propia, o iba a parar a una institución donde me aplicaran terapia y comiera tres veces al día.
Me quedé de piedra sin poder replicar. Pensé en nuestro encuentro en el campo de deportes y en el terror de mi padre, en su silencio cuando volvimos a casa, en sus palabras a Asselta: «Si quieres algo, aquí me tienes a mí». Todo volvía a cobrar una lógica implacable.
—Sólo le conté la verdad a una persona —dijo—. ¿Adivinas a quién?
Noté dentro de mí algo que ajustaba en el esquema.
—A Julie —dije.
Él asintió con la cabeza. Aquel era el vínculo que explicaba su extraña amistad.
—¿Y a qué has venido aquí? —pregunté—. ¿A vengarte en la hija de Ken?
—No —replicó El Espectro riendo—. No es fácil explicártelo, Will. Tal vez la ciencia pueda ayudar a que lo entiendas.
Me tendió una carpeta que miré de hito en hito.
—Ábrela —dijo.
Hice lo que me ordenó.
—Es la autopsia de la recientemente fallecida Sheila Rogers —añadió.
Fruncí el entrecejo, no porque me extrañara que estuviera en su poder, pues estaba seguro de que tenía sus recursos.
—¿Qué tiene esto que ver con la historia?
—Lee aquí —dijo él señalando con el dedo un párrafo hacia la mitad del informe—. ¿Ves lo que dice al final? Que no hay señales de desgarro en el periostio pubiano, ni se menciona nada sobre estriación en senos ni en la pared abdominal. No es nada extraño, desde luego. No tiene ninguna importancia, a menos que esperes encontrarlo.
—Encontrar, ¿qué?
—Señales de que la víctima hubiese dado a luz —respondió él cerrando la carpeta—. En otras palabras —añadió al ver mi cara de desconcierto—, que Sheila Rogers no pudo ser la madre de Carly.
Iba a decir algo pero él me tendió otra carpeta. Leí el nombre.
Julie Miller.
Sentí un escalofrío. La abrió, señaló un párrafo y empezó a leer:
—«Desgarros pubianos, estriación evidente, cambios microscópicos en la arquitectura de los senos y el tejido uterino». Y el trauma era reciente por lo que dice aquí —añadió—: «Cicatriz de episiotomía bastante notoria».
Leí la frase.
—Julie no volvió a su casa simplemente para encontrarse con Ken. Ya por entonces trataba de rehacer su vida después de una mala racha y estaba dispuesta a confesarte la verdad.
—¿Qué verdad?
El Espectro negó con la cabeza y prosiguió:
—Te lo hubiera dicho antes, pero no estaba segura de tu reacción. Habías aceptado tan fácilmente la ruptura… Eso es lo que quise darte a entender cuando te dije que habrías tenido que luchar por ella. Tú la abandonaste.
Nos miramos cara a cara.
—Julie tuvo un niño seis meses antes de morir —añadió él—. Ella y el bebé, una niña, vivieron con Sheila Rogers en aquel apartamento. Yo creo que Julie habría llegado a decirte la verdad aquella misma noche, pero tu hermano lo impidió. Sheila también quería a la niña. Tras el asesinato de Julie, puesto que tu hermano tenía que huir, fue Sheila quien se brindó a quedarse con ella. Ken, por supuesto, entendió lo útil que podía ser una criatura como tapadera para un fugitivo. Ni él ni Sheila tenían hijos y, por consiguiente, era la cobertura perfecta.
Recordé lo que me había susurrado Ken.
—¿Entiendes lo que te digo, Will?
«A ti te he hecho más daño y te he engañado más que a nadie». La voz de El Espectro me sacó de mi ensoñación.
—Tú no eres ningún sustituto. Eres el padre de Carly.
Creo que ya no respiraba. Miraba al infinito. Herido y engañado. Mi propio hermano me había arrebatado a mi hija.
El Espectro se levantó.
—No volví para vengarme ni hacer justicia —añadió—, mas la verdad es que Julie murió por protegerme y yo no estuve a la altura, pero juré salvar a la niña y he tardado once años.
Me puse en pie tambaleándome. Seguíamos los dos juntos cuando los pasajeros comenzaban a desembarcar. El Espectro me metió algo en el bolsillo. Era un papel, pero no lo miré.
—Le envié una cinta de vigilancia a Pistillo para que McGuane no te molestase. Aquella noche, en el sótano, encontré las pruebas que he guardado durante estos once años. Tú y Nora no corréis ningún peligro. Todo está arreglado.
Continuaban desembarcando pasajeros y yo los miraba sin dejar de escucharlo.
—Recuerda que Katy es la tía de Carly y que los Miller son sus abuelos. Deja que sean parte de su vida. ¿Me oyes?
Asentí con la cabeza y en ese momento vi a Carly cruzar la puerta. Me quedé en blanco. La niña andaba con una gracia, una seguridad… igual que…, igual que su madre. Miró a la gente y, al ver a Nora, la sonrisa más maravillosa del mundo iluminó su rostro. Sentí que se me rompía el corazón. En aquel preciso instante, se resquebrajó. Aquella sonrisa era la sonrisa de mi madre. La sonrisa de Sunny que volvía como un eco del pasado, una prueba de que algo quedaba de mi madre, de Julie.
Reprimí un sollozo y sentí una mano en el hombro.
—Anda, ve —musitó El Espectro empujándome suavemente hacia mi hija.
Miré hacia atrás pero John Asselta había desaparecido. Hice lo único que podía hacer. Fui al encuentro de la mujer que quería y de mi hija.