Había dos mensajes telefónicos en el contestador. El primero, de la madre de Sheila, Edna Rogers. Su tono era seco e impersonal, decía que el funeral se celebraría dos días más tarde en una iglesia de Masón, Idaho, indicándome los horarios y cómo llegar desde Boise. Lo guardé.
El segundo era de Yvonne Sterno. Me decía que llamase urgentemente. Eso me inquietó. Pensé que quizás había descubierto la identidad de Owen Enfield, en cuyo caso ¿era algo positivo o negativo?
Yvonne contestó al primer timbrazo.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Will, he averiguado algo importante.
—La escucho.
—Tendríamos que habernos dado cuenta antes.
—¿De qué?
—Ate cabos. Un individuo con nombre falso, el enorme interés del FBI y tanto misterio en una urbanización tranquila. ¿Me sigue?
—No, la verdad.
—La clave era Cripco —prosiguió—. Bien, es una empresa tapadera, así que indagué en diversas fuentes. La verdad es que no hacen mucho esfuerzo por ocultarse. La cobertura no es tan densa. El caso es que ellos lo plantean de manera que, si alguien descubre al tipo, saben o no saben. No van a llegar muy lejos en las averiguaciones.
—Yvonne…
—¿Qué?
—No tengo ni idea de qué me habla.
—De Cripco, la empresa que alquiló la casa y el coche y que me ha llevado en la indagación hasta el Ministerio de Justicia.
De nuevo sentí que me daba un vuelco el corazón y, tras una pausa, un débil rayo de esperanza se abrió paso en las tinieblas.
—Un momento —dije—. ¿Quiere decir que Owen Enfield es un agente secreto?
—No, no creo. ¿Qué iba a estar investigando en Stonepointe? ¿Alguien que hiciera trampas a la canasta?
—¿Qué es, entonces?
—Quien controla el programa de testigos protegidos es el departamento de Justicia, no el FBI.
No salía de mi sorpresa.
—¿Quiere decir que Owen Enfield…?
—El Gobierno lo tenía aquí escondido con una identidad falsa, y la clave, como le digo, es que no tenía una cobertura muy buena, pero mucha gente no lo sabe. Qué demonios, muchas veces hacen chapuzas. Mi fuente de información del periódico me contó el caso de ese narcotraficante negro de Baltimore a quien ocultaron en una zona residencial de blancos de las afueras de Chicago. Fue un desastre. Este no es el mismo caso pero pongamos que, si alguien busca a fulano de tal, lo reconocerá o no. Ellos no se molestan en indagar en su pasado para asegurarse. ¿Me entiende?
—Creo que sí.
—Así que yo creo que lo que sucedió es que el tal Owen Enfield los estorbaba, como sucede con casi todos los testigos protegidos; luego, si efectivamente es un testigo protegido y por lo que sea mató a esos dos tipos y ha huido, el FBI no quiere que se descubra el pastel. ¿Se da cuenta de lo embarazoso que resulta que el Gobierno haya hecho un trato con alguien que comete un doble crimen? La mala prensa y todo eso, ¿entiende lo que quiere decir?
No contesté.
—¿Will?
—Sí.
Hizo una pausa.
—¿No irá a dejarme colgada, eh?
Pensé en la posibilidad.
—Vamos, recuerde el trato: toma y daca.
No sé lo que le habría dicho; si habría llegado a decirle que mi hermano y Owen Enfield eran una misma persona, considerando que era mejor desvelarlo que seguir ocultándolo, pero tomaron la decisión por mí. Oí un clic y se cortó la conexión.
Llamaron con fuerza a la puerta.
—Agentes del FBI. Abra.
Reconocí la voz de Claudia Fisher. Agarré el picaporte, lo hice girar y casi me tira al suelo al irrumpir con una pistola en la mano ordenándome que pusiera las manos en alto. La acompañaba Darryl Wilcox, y los dos estaban pálidos y con cara de cansancio, de miedo incluso.
—¿Qué diablos es esto? —exclamé.
—¡Manos arriba!
Lo hice y ella sacó unas esposas, pero pareció cambiar de idea y se detuvo.
—¿Nos acompaña por las buenas? —preguntó con voz tranquila.
Asentí con la cabeza.
—Entonces vamos.