Estaba que echaba chispas y con deseos de irrumpir en el despacho de Pistillo, agarrarlo de las solapas y exigir que me diera explicaciones. Pero las cosas no salen como uno piensa. La Autopista 95 estaba llena de obras y se sucedían los atascos, después nos incorporamos al penoso tráfico de la autopista del Bronx, y luego, en la autovía del río Harlem, avanzábamos metro a metro. Me harté de tocar el claxon y de cambiar de carril, pero en Nueva York es lo que hace todo el mundo.
Katy llamó por el móvil a su amigo Ronnie, que manejaba muy bien el ordenador, para que localizase el nombre de Laura Emerson en Internet y Ronnie nos confirmó más o menos lo que ya sabíamos: que había muerto estrangulada ocho meses antes que Julie y que su cadáver fue hallado en el motel Court Manor de Fessenden, en Dakota del Norte. Varios periódicos locales publicaron en primera página la noticia del crimen durante dos semanas hasta que desapareció del todo, sin que en ningún momento se hiciera referencia alguna a una agresión sexual.
En la salida hice una brusca maniobra, me salté un semáforo en rojo y encontré sitio en el aparcamiento Kinney, cerca de Federal Plaza. Echamos a correr hacia el edificio. Yo mantenía la cabeza erguida y el paso apresurado, pero por desgracia topamos con el control de seguridad y tuvimos que someternos al detector de metales. Mis llaves hicieron saltar la alarma. Vacié los bolsillos. Luego fue el cinturón. El vigilante me pasó por el cuerpo un bastón parecido a un vibrador. De acuerdo, estábamos limpios.
En cuanto llegamos al despacho de Pistillo exigí en tono airado que nos recibiera, e inmediatamente su secretaria salió del despacho sonriente como la consorte de un político para decirnos con voz melosa que nos sentásemos. Katy me miró resignada. Yo no me senté. Continué paseando de arriba abajo como un león enjaulado mientras mi indignación iba cediendo.
Quince minutos después, la secretaria nos dijo que el director adjunto responsable Joseph Pistillo —lo dijo así, con el título completo— nos recibiría, y apenas abrió la puerta yo irrumpí en el despacho.
Pistillo aguardaba de pie preparado y torció el gesto al ver a Katy.
—¿Quién es esta? —preguntó.
—Katy Miller —respondí.
La miró sorprendido y añadió:
—¿Qué hace usted con él?
Pero no consentí que cambiara de tema.
—¿Por qué no nos dijo nada de Laura Emerson? —inquirí.
—¿De quién? —replicó mirándome.
—No me tome por tonto, Pistillo.
Guardó silencio un instante, y dijo:
—¿Por qué no nos sentamos?
—Conteste a mi pregunta.
Él se sentó despacio sin apartar los ojos de mí. Su escritorio, recién abrillantado y pegajoso, apestaba a ambientador limón.
—Usted no está en situación de exigir nada.
—A Laura Emerson la estrangularon ocho meses antes que a Julie.
—¿Y qué?
—Las dos vivían en la misma residencia universitaria.
Pistillo juntó la punta de los dedos haciendo una pausa para ganar tiempo.
—No irá a decirme que no lo sabía —añadí.
—Ah, claro que lo sabía.
—¿Y no ve ninguna relación?
—Eso es.
Vi que me miraba impasible, pero eso era algo a lo que él estaba acostumbrado.
—No lo dirá en serio —repliqué.
Posó su mirada en las paredes, donde poco había que mirar: una foto del presidente Bush, una bandera americana y algunos diplomas.
—Lo investigamos en su momento, desde luego, y creo que los medios locales lo publicaron, incluso siguieron el caso, aunque no recuerdo, pero al final no llegamos a establecer una conexión real.
—No me tome el pelo.
—A Laura Emerson la estrangularon en otro estado y en otro momento. No había señal de estupro ni de violencia sexual. Y la encontraron en un motel, mientras que a Julie —añadió volviéndose hacia Katy—, a su hermana, la encontraron en casa.
—¿Y el hecho de que las dos vivieran en la misma residencia?
—Una coincidencia.
—Mentira —repliqué.
No le gustó mi observación y enrojeció ligeramente.
—Tenga cuidado —dijo apuntándome con su dedazo—. Usted no es nadie aquí.
—¿Pretende que nos creamos que no encontraron relación entre los dos asesinatos?
—Exacto.
—¿Y ahora, Pistillo?
—¿Ahora, qué?
Sentí que mi indignación aumentaba de nuevo.
—Sheila Rogers pertenecía a la misma hermandad universitaria. ¿Simple coincidencia también?
Mi pregunta lo cogió por sorpresa y se reclinó en el asiento distanciándose. ¿Era porque no lo sabía o porque no creía que yo lo hubiera averiguado?
—No voy a revelarle ningún dato sobre una investigación en curso.
—Usted lo sabía —añadí despacio—. Y sabía que mi hermano era inocente.
Negó con la cabeza pero no dijo nada.
—No me constaba, mejor dicho, no me consta tal cosa.
Pero no le creí porque desde un principio no había hecho más que contar mentiras; de eso estaba seguro. Se puso tenso, como aguardando otro reproche por mi parte, y yo mismo me sorprendí al decir con voz tranquila:
—¿Se da cuenta de lo que ha hecho? —musité apenas—. El daño que ha causado a mi familia, a mi padre, a mi madre…
—Este asunto a usted no le concierne, Will.
—Ya lo creo que me concierne.
—Por favor —añadió—. No se mezclen en esto.
Lo miré fijamente.
—No.
—Se lo digo por su propio bien; aunque no se lo crean, sólo intento protegerlos.
—¿De quién?
No contestó.
—¿De quién? —repetí.
—Se ha terminado la conversación —replicó dando una palmada en los brazos del sillón y levantándose.
—¿Qué es lo que quiere exactamente de mi hermano, Pistillo?
—No pienso comentar nada más sobre una investigación pendiente —contestó yendo hacia la puerta; yo intenté cortarle el paso, pero él me fulminó con la mirada al tiempo que me esquivaba—. No se mezcle en la investigación o lo detendré por obstrucción a la justicia.
—¿Por qué quieren imputarle un crimen?
Pistillo se detuvo, dio media vuelta y pude ver que algo había cambiado en su actitud; me miraba de otro modo, ligeramente erguido.
—¿Quiere saber la verdad, Will?
No me gustó el cambio de tono y de repente no estaba seguro de qué contestar.
—Sí.
—Bien, empecemos por usted —dijo.
—¿Yo qué tengo que ver?
—Siempre ha estado plenamente convencido de que su hermano era inocente —prosiguió en tono más agresivo—. ¿Por qué?
—Porque lo conozco.
—¿Ah, sí? ¿Tan unido estaba a su hermano Ken por aquel entonces?
—Siempre estuvimos unidos.
—Lo veía muy a menudo, ¿no es eso?
—No hace falta ver a alguien mucho para estar unido —repliqué cambiando el peso de un pie a otro.
—¿Ah, sí? Bien, díganos, entonces, quién cree que mató a Julie Miller.
—No lo sé.
—Pues, en ese caso, díganos qué es lo que cree que sucedió, si le parece —añadió Pistillo dando unos pasos hacia mí.
En aquel breve diálogo, yo había perdido de algún modo la iniciativa y él arremetía furioso sin que yo entendiera el motivo. Se detuvo a la distancia justa para no avasallarme.
—Su querido hermano, con quien tan unido estaba, tuvo relaciones sexuales la noche del crimen con la que había sido su novia. ¿No es eso lo que usted cree, Will?
—Sí —respondí casi avergonzado.
—Su antigua novia y su hermano haciéndolo —chasqueó la lengua—. Tuvo que enfurecerlo.
—Pero ¿qué diablos dice?
—La verdad, Will. ¿No buscábamos la verdad? Pues pongamos las cartas sobre la mesa —añadió clavando en mí sus ojos fríos—. Su hermano vuelve a casa al cabo de unos dos años y ¿qué es lo que hace? Se va a la casa de los vecinos a fornicar con la chica que usted quería.
—Habíamos roto —alegué, aunque yo mismo advertí que lo había expresado casi en un susurro.
—Claro —replicó él con una sonrisita—, todo acaba alguna vez, ¿no? Y a partir de ese momento se levanta la veda, y más tratándose del hermano querido —añadió mirándome a la cara—. Usted dijo que vio a alguien aquella noche, alguien misterioso rondando por la casa de los Miller.
—Exacto.
—¿Y lo vio muy bien?
—¿Qué quiere decir? —repliqué, aunque sabía a qué se refería.
—Dijo que vio a alguien cerca de la casa de los Miller, ¿no es eso?
Pistillo sonrió y abrió las manos.
—Pero resulta que usted no nos dijo qué es lo que hacía allí aquella noche, Will —añadió como quien no quiere la cosa—. Usted, Will, a solas, junto a la casa de los Miller a altas horas de la noche mientras su hermano y su amada estaban dentro…
Katy se volvió a mirarme.
—Yo daba un paseo —respondí sin pensármelo dos veces.
Pistillo dio unas zancadas subrayando su ventaja.
—Ajá, claro, vamos a ver si lo aclaramos. Su hermano se va a follar con la chica a la que usted aún quiere y usted sale a dar un paseo cerca de la casa. Y la matan. Encontramos sangre de su hermano en el escenario del crimen y usted, Will, sabe que no ha sido su hermano.
Se detuvo y me miró otra vez con aquella sonrisita.
—Dígame, si fuera usted el investigador, ¿de quién sospecharía?
Notaba una fuerte opresión de pecho y no me salían las palabras.
—Si insinúa que…
—Insinúo que se vaya a casa —replicó Pistillo—. Eso es todo. Váyanse a casa y no se entrometan en esto.