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Vio que los dos agentes le hacían señas de que se detuviera.

Dos de los fusileros se hallaban cerca de allí con los fusiles cruzados sobre el pecho, listos para llevarlos a la posición de tiro en caso de necesidad.

Tranquila.

A cien metros de la entrada principal, Georgie disminuyó la velocidad. Sintió que el corazón palpitaba con fuerza a medida que se acercaba, y sintió su propia respiración, rápida y violenta.

Pasa entre ellos.

Tamborileaba sobre el volante mientras se acercaba cada vez más.

Más cerca.

Cincuenta metros. Había disminuido la velocidad a la del paso de un hombre, pero tenía el pie suspendido en el acelerador. Sólo era una cuestión de tiempo. Tenía que pasar. Tenía que llegar a la casa. El primer agente de la guardia todavía seguía haciéndole señas de que fuera más despacio, de que parara. De que bajara del coche.

Veinte metros.

El hueco entre los vehículos aparcados a través de la entrada tenía apenas el ancho suficiente.

Georgie se agarró fuerte al volante y miró al fusilero. El agente le pidió que se detuviera y se apeara.

Diez metros.

Inspiró hondo y retuvo el aire con los dientes apretados.

Apretó bruscamente el acelerador y el coche se lanzó hacia adelante, levantando suciedad hacia atrás. Se llevó por delante al policía, al que arrojó por el aire, mientras su colega se zambullía hacia un costado al tiempo que ella se dirigía a gran velocidad hacia los coches que bloqueaban la entrada a la finca de Callahan. Pasó entre ellos. El choque le aplastó la espalda contra el asiento. El BMW patinó, pero Georgie logró dominar el volante mientras miraba por el espejo retrovisor. Vio que tres fusileros apuntaban. Unos segundos después, las balas empezaban a hacer impacto en el coche.

Georgie aceleró a fondo cuando la primera bala le rompió un espejo lateral.

La segunda le abrió un agujero en el vidrio de atrás, que cayó deshecho sobre el asiento posterior. Otros proyectiles de 7,62 mm penetraron el vehículo fugitivo, uno de los cuales agujereó el tablero, donde destruyó el velocímetro. Otro hizo volar parte del parabrisas.

Georgie se dio prisa, ansiosa por escapar a aquella andanada mortal, pero ésta continuaba incólume: unas balas daban en el coche, otras silbaban alrededor de ella y producían pequeños géiseres de tierra cuando se estrellaban contra el suelo.

Sintió un terrible impacto en la espalda, precisamente debajo del omóplato izquierdo. Fue como si le hubieran descargado un poderoso golpe con un enorme martillo al rojo vivo. Por un instante perdió el control del coche al llevarse una mano a la inmensa herida de salida en el pecho. La bala había perforado un pulmón y había destrozado varias costillas antes de abrirse camino a través del seno derecho. Partes de carne y coágulos de sangre salpicaban el volante. Dolorida, jadeó.

Otro formidable impacto, esta vez en la zona lumbar.

Vio sangre oscura que caía sobre el asiento y comprendió que el disparo le había destruido el hígado. Georgie sintió gusto a sangre en la boca. Sentía como si la parte inferior del cuerpo ardiera. Se asió al volante con todas sus fuerzas, todavía con el pie bien hundido en el acelerador. Ya se veía la casa. Pero también los otros agentes de la guardia. Un dolor punzante le llenaba el cuerpo, como si le hubieran inyectado metal fundido en las venas. Tenía grandes dificultades para respirar. La vista se le nublaba de modo alarmante, por lo cual pestañeaba enérgicamente a fin de aclarar la visión.

Frente a ella, más hombres armados de fusiles.

La casa se acercaba velozmente.

De las heridas manaba sangre, el dolor le invadía el cuerpo.

Varios disparos dieron en el frente del coche, uno de ellos en la parrilla del radiador. Otro rompió un farol. Otros deshicieron el parabrisas. Georgie sintió que uno le pellizcaba la oreja izquierda y le arrancaba el lóbulo. Más sangre. Sentía la mejilla salpicada de sangre.

Condujo hacia los ventanales del salón y persistió en su esfuerzo. El aire frío que entraba a través de los restos de parabrisas la mantenía despierta, pero ella sabía que tenía la batalla perdida.

El aire se pobló de más descargas de fusil.

Fue alcanzada nuevamente por los proyectiles. En el hombro. En el pecho.

Con un gemido de desesperación, soltó el volante y se dejó caer hacia adelante mientras el coche se dirigía velozmente a la casa. El pie de Georgie apretaba a fondo el acelerador.

Su último pensamiento fue para Doyle.

Luego el coche chocó con el costado de la casa.

Georgie salió despedida a través de los restos de parabrisas y el ventanal del salón cuando el BMW se plegó sencillamente sobre la pared, a causa de lo cual el metal se curvó antes de que se incendiara el depósito de combustible. En el momento en que el coche explotó formando una enceguecedora llama blanca en forma de bola, se oyó una terrible explosión, y el calor desplegó un cinta rodante de quince metros hacia atrás, que hizo que por un momento los policías se protegieran mientras los restos del coche ardían y de ellas se levantaban grandes nubes de humo. Los policías retrocedieron y observaron mientras la retorcida carrocería se volvía blanca bajo llamas que empezaban a declinar.

En todas las radios de la guardia se oyó la orden.

Prepararse para el ataque.