El silencio parecía interminable.
Callahan estaba de pie en el centro de la habitación y miraba hacia una ventana, mientras Cath a su vez lo miraba a él. Era como si ninguno de los dos quisiera perturbar el silencio. Finalmente, Callahan habló.
—¿Quiere usted decir que esa criatura puede materializarse? —preguntó con notable suavidad.
Cath asintió con un gesto.
—El guardián se liberaría si se hiciera un sacrificio —le dijo—. La muerte de alguien lo liberaría. De Rais utilizó niños —Cath se puso de pie—. Señor Callahan, nunca pensé que diría esto, pero debe usted destruir la vidriera.
Él rió.
—¿Destruirla? No tengo ninguna intención de destruirla.
—Si Baron se libera, no puede usted ni soñar en controlarlo.
—Él transmitirá el secreto a quien lo convoque, ¿no es así?
—Así es, pero…
—¿Es así?
—Ya se lo he dicho, tiene que haber un sacrificio.
Él miró su reloj.
Maguire llamaría unos minutos después con noticias de Laura.
Laura.
Callahan miró el teléfono. Deseaba que sonara.
Matarían a Laura.
—Destruya la vidriera —dijo enérgicamente Cath.
Llama, cabrón.
—Si no lo hace usted, lo haré yo —amenazó.
—Manténgase usted a distancia de la vidriera —gruñó Callahan—. Yo creí que usted quería desvelar sus secretos tanto como yo.
—Y así fue, hasta que descubrí cuáles eran.
—Usted estaba obsesionada con la vidriera. No va a decirme ahora que no desea ser testigo de la materialización de esa criatura; no va a decirme que no le interesaría aprender de él —dijo con irritación—. Usted ha llegado a extremos mucho más elaborados que yo para protegerla. Fue usted quien encubrió un asesinato, no yo.
Cath lo miró.
—Eso fue antes de que conociera la verdad —explicó con hosquedad—. Si lo hubiera sabido antes, habría ayudado a Channing a destruirla.
—Ya se lo dije, no puede ser destruida. No debe serlo.
—Entonces, ¿a quién va usted a matar? Le he dicho que tiene que haber un sacrificio.
—Yo no voy a matar a nadie —respondió Callahan con tranquilidad.
Cath parecía intrigada.
En ese momento sonó el teléfono.
Callahan lo miró un rato largo y luego se acercó un paso.
En el piso superior, Doyle y Georgie miraron el teléfono de la mesilla de noche.
Llamó. Llamó.
—¿Qué coño hace? —murmuró Doyle.
Callahan terminó por levantar el auricular y apretárselo contra el oído.
—Sí, ¿quién es? —dijo.
—Sabes muy bien quién es —dijo Maguire—. Has tenido una hora para pensarlo, para preguntarte qué estamos haciendo con ella. O qué haremos. Ahora, escucha.
En el piso superior, Doyle conectó con todo cuidado el aparato a la línea y, junto con Georgie, escuchó atentamente la conversación, de la que Georgie no sólo captó las palabras, sino incluso los sonidos del fondo. Pudo oír un rumor que se hacía cada vez más fuerte.
—Quiero un millón de libras —dijo Maguire—. En veinticuatro horas. Nada de policía. Te llamaré de nuevo para decir dónde habrás de dejar el dinero.
—No puedo reunir esta cantidad en veinticuatro horas —dijo Callahan.
—Mentira —dijo Maguire—. Un millón o juro que le cortaré la cabeza y te la enviaré.
Callahan no respondió.
—No deberías ponerme obstáculos, Callahan —dijo el irlandés.
Georgie pudo oír que el rumor del fondo se hacía cada vez más fuerte en un crescendo que luego, lentamente, volvió a desaparecer.
—Veinticuatro horas —repitió Maguire, y luego colgó bruscamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Cath, meditativa.
—El IRA tiene a mi mujer —dijo tranquilamente.
—¡Oh, Dios mío, cuánto lo lamento!
Callahan esbozó una tenue sonrisa.
—Todo estará en orden —dijo—. Después de todo, hay que hacer sacrificios —terminó, transformando la sonrisa en mueca.
Ella comprendió.
—No —dijo Cath en un murmullo mientras sacudía la cabeza—. No puede hacer eso.
—Durante años mi mujer y yo hemos buscado la emoción última. Ahora nos hallamos ante la realización de ese sueño; ¿cree usted que mi mujer me privaría de ello?
—Va a dejar usted que la maten —dijo Cath, en un susurro.
—No parece que tenga otra opción. No puedo reunir un millón de dólares en el tiempo que ellos me dan. —Y tras mirarla un momento, terminó—: No puedo hacer nada.
—Está loco —dijo Cath, con voz transida de emoción.
—¿Loco por querer saber? ¿Loco por aspirar a desvelar un secreto con el que los hombres soñaron desde el principio de los tiempos? Loco estaría si renunciara a eso. —La cogió por el brazo y, sonriente, dijo—: Ahora vamos y cuénteme cuál es el significado de la vidriera. Necesito saberlo.