El camino que unía la finca de Callahan con la carretera era tan estrecho que en ciertos sitios apenas si pasaban dos coches.
Doyle no pareció preocuparse por eso. Pisó el acelerador del Datsun en un intento de ponerse a la par del Orion.
Vio la luz trasera a menos de veinte metros. Era tentador. Cuando estuvieron en un tramo recto del camino, cogió la MP5K y, acomodándose, la sostuvo firmemente con una mano y disparó una ráfaga. La luz de la boca del arma iluminó la noche y lo cegó momentáneamente, pero mantuvo el pie sobre el acelerador sin dejar que la aguja del velocímetro bajara nunca de los ciento diez.
Las balas sembraron el camino y algunas de ellas penetraron en la parte posterior del Orion.
—Allí va Laura Callahan, Doyle —le recordó Georgie.
—¡A la mierda con ella! Quiero a Maguire.
Hizo fuego nuevamente, gritando de placer a medida que la subametralladora se iluminaba.
La ventanilla trasera del Orion quedó acribillada y los vidrios astillados cayeron sobre los ocupantes de esa parte del coche.
Entonces comenzaron los disparos desde el vehículo en fuga, uno de los cuales rompió el parabrisas del Datsun.
Georgie hizo fuego por su lado, tratando de inutilizar una cubierta, pero en la oscuridad y aquella inverosímil velocidad, era casi imposible. Oyó que un disparo partía de la parte posterior del Orion.
Cuando se tiró hacia atrás en el coche, vio en el espejo lateral las luces del tercer coche. Volvió a su sitio para ver muy cerca al Mazda.
—Tenemos compañía —dijo a Doyle, quien miró por el espejo retrovisor.
—¿Policía? —preguntó en voz alta al distinguir los faros delanteros.
—No me parece —contestó ella tranquilamente, agarrándose del asiento mientras el Datsun se acercaba peligrosamente al borde de la cuneta que bordeaba la carretera.
Forzó la vista en la oscuridad, tratando de distinguir cuántos individuos había en el coche, pero fue imposible; el destello de las luces del vehículo que les perseguía convirtió esa tarea en una causa perdida.
Delante, el Orion giró en una esquina, atravesó una puerta de madera y patinó dentro de un campo.
Doyle lo siguió sin pensarlo un solo instante.
También el Mazda los siguió.
—¿Quiénes coño son? —dijo mientras echaba otra mirada por el espejo retrovisor.
Esas cavilaciones fueron interrumpidas por el estampido de un arma de fuego.
Las balas dieron contra el frente del Datsun y dos de ellas rompieron un faro. Doyle hacía zigzaguear el coche para convertirlo en un blanco más difícil. Simultáneamente lanzó otra ráfaga de su MP5K, con la mano entumecida por el poderoso y prolongado recular del arma. El olor a cordita le llenaba las fosas nasales a pesar de la bocanada de aire frío que entraba por la ventanilla lateral.
—Podrían ser más hombres de Maguire —reflexionó Georgie en voz alta, mirando otra vez por encima del hombro al coche que les seguía.
—Ya nos hubieran eliminado —dijo Doyle, sin dejar lugar a dudas—. Probablemente han estado sentados con un lanzacohetes, esperándonos.
Miró por el espejo retrovisor con el entrecejo fruncido. El Mazda no parecía hacer ningún intento de tomar contacto con ellos, sino que se mantenía a una distancia invariable. Siguiendo a la vez que persiguiendo, pensó.
Los coches saltaban por encima de grandes desniveles del terreno, rebotando y patinando muy seguido, pese a lo cual no disminuyeron la velocidad, sino que seguían avanzando a pleno motor en la noche, a campo traviesa, con ocasionales disparos en ambos sentidos entre los dos vehículos.
En el extremo del campo había un seto. Dolan apretó el acelerador y lanzó el Orion para atravesarlo.
Doyle lo siguió.
Lo mismo hizo el Mazda.
La carretera en la que se encontraron era más ancha y Doyle vio su oportunidad para aparearse al Orion. Apretó el acelerador y golpeó al vehículo fugitivo por atrás para alejarse de inmediato. Después repitió la maniobra y rompió al Orion la otra luz trasera, mientras sonreía al ver patinar a este último. Se puso a la par y giró el volante lanzando así el Datsun contra el otro coche.
Vio entonces la cara de Billy Dolan, quien le gritaba desaforadamente cuando ambos coches volvieron a chocar.
Dolan levantó la Ingram e hizo fuego.
Doyle clavó los frenos con una fracción de segundo de retraso y las balas se incrustaron en el costado del Datsun y agujerearon la carrocería. Doyle se quedó un poco más atrás y luego volvió a lanzar el coche hacia adelante, apareciendo por el otro lado del Orion y apoyando su subametralladora en el vehículo.
Había disparado una media docena de veces cuando el gatillo golpeó sobre una cámara vacía.
—Mierda —protestó Doyle, arrojándole el arma a Georgie.
Ella volvió a cargarla, corrió el techo del coche y se puso de pie en el asiento del acompañante, con la cabeza y los hombros fuera del vehículo. Apuntó e hizo fuego. Los cartuchos usados, empujados por el viento, volaban hacia atrás, sobre ella misma. Rojos y calientes, le quemaban la piel y ella se encogía.
Ambas ventanillas laterales volaron hacia dentro. Las balas perforaron el costado y el techo del Orion.
Dolan giró bruscamente y envió el vehículo contra otro seto, que atravesó y entró en otro campo.
Georgie se cayó hacia atrás en su asiento cuando Doyle lo siguió, mirando otra vez al Mazda, siempre presente detrás.
Doyle tuvo la sensación de haberle pedido a Georgie que acribillara a balazos a aquella jodida mierda para conseguir tan sólo que le quitara la cola, pero en ese momento no podía distraer la atención del Orion que huía.
La ráfaga que hizo blanco en su parabrisas fue mortalmente precisa.
El vidrio explotó hacia adentro como si un maníaco, de pie sobre el techo del Datsun, lo hubiera golpeado frenéticamente con una enorme maza en el parabrisas. Las piezas de vidrio cayeron sobre Doyle y Georgie, los lastimaron y provocaron una maniobra brusca de Doyle.
Otro disparo lo alcanzó en la región carnosa del hombro.
El dolor fue repentino e inesperado. Doyle sintió que un terrible entumecimiento se propagaba rápidamente por todo el brazo izquierdo. Durante unos breves segundos, pero lo suficiente como para que perdiera el control del coche, Doyle sintió que su mano caía del volante. El coche giró en redondo y coleó rápidamente. Con un sentimiento de rabia y de aprensión, advirtió que iba a volcar.
Giró como una peonza, dando más de doce vueltas, para terminar por detenerse sobre el techo.
El Orion se perdió a toda velocidad en la noche.
El Datsun, ruedas arriba, yacía como una bestia herida, y sus ocupantes permanecían inmóviles.
El Mazda se detuvo unos pocos metros detrás con los faros apuntando al coche volcado. Lentamente, ambos ocupantes salieron y caminaron hacia el Datsun, observando cualquier signo de movimiento.
Ambos iban armados.