El vuelo había sido muy bueno, pero, de cualquier modo, David Callahan se puso contento de aterrizar.
El coche había estado esperando en el aeropuerto de Shannon y subieron agradecidos para relajarse luego en los asientos afelpados del Mercedes mientras los llevaban a la casa.
El viaje duró menos de dos horas. Laura sonrió cuando, por fin, el coche se detuvo fuera de la casa. Ella y Callahan se apearon. Los criados llevaron el equipaje y luego introdujeron el coche en el garaje. Era como si nunca se hubiesen marchado, pensó Laura, mientras subía la escalera. La idea de un baño le iluminó la boca con una sonrisa.
Callahan se le unió en la planta alta, con dos bebidas servidas.
Se besaron mientras esperaban que se llenara la bañera. El ruido del agua corriente llenaba el cuarto de baño.
—¿Piensas que se logrará salvar la vidriera? —preguntó Laura, mientras se quitaba graciosamente la ropa y luego caminaba desnuda del cuarto de baño al dormitorio, donde se sentó frente al tocador y empezó a peinarse hasta terminar por hacerse un moño.
—Claro que sí. Todo es sacarla de la iglesia. Será levantada por una grúa. No veo por qué habrían de tener problemas.
—¿Confías en esa mujer?
—¿Por qué no habría de confiar? Ella tiene más que perder que nosotros si le ocurre algo a la vidriera. No lo olvides: ocultó un asesinato.
Callahan se quitó la camisa y los pantalones. Se quedó desnudo durante un instante y luego se puso un albornoz.
—¿Qué fue lo que dijiste acerca de que el asesino de Channing vendría detrás de nosotros? —dijo tranquilamente Laura—. ¿Tú crees que eso es posible?
Callahan sólo pudo alzarse de hombros.
Se oyó llamar a la puerta del dormitorio.
Laura respondió: «¡Adelante!», y ambos levantaron la vista para encontrarse con una de las criadas. La criada les sonrió, les dijo que estaba contenta de que estuvieran de regreso y les preguntó brevemente por el viaje.
—Trisha, ¿ha ocurrido algo importante mientras estuvimos fuera? —preguntó Laura, sonriendo, mientras se dirigía al cuarto de baño a cerrar los grifos.
—Unas llamadas telefónicas —dijo la criada, apartándose de la cara el largo pelo rubio—. Las he anotado. Le alcanzó a Callahan un bloc que éste examinó, moviendo afirmativamente la cabeza mientras leía los nombres.
—Gracias, Trisha —dijo.
—Llamó alguien más —informó Trisha—. Pero no quiso decir su nombre. Era una voz de hombre. Llamó cuatro o cinco veces mientras ustedes no estaban. Quería saber dónde estaban, pero como no quiso decir quién era, yo no dije nada.
—Has hecho bien —la tranquilizó Callahan—. ¿Qué dijo? ¿Le reconociste la voz?
Ella negó con la cabeza.
—Cuando no quise decirle dónde estaban ustedes, se puso un poco violento. Mary contestó el teléfono un par de veces e hizo lo mismo con ella —contó Trisha.
—¿Cuándo llamó por última vez? —el rostro de Callahan se ensombreció.
—Un par de horas antes de que ustedes llegaran. Tampoco entonces quiso dejar su nombre.
Callahan tragó con esfuerzo mientras la criada seguía informando.
—Lo único que dijo fue que tenía algo que discutir con usted y que muy pronto lo vería. Después colgó. Si vuelve a llamar, ¿quiere hablar con él? —preguntó Trisha.
Callahan no respondió.
—Señor Callahan, digo que…
Callahan la interrumpió.
—Ya te he oído. No. Si vuelve a llamar, dile que todavía no he regresado.
Movió afirmativamente la cabeza y se marchó.
Callahan bebió un sorbo de su vaso e hizo rodar éste entre las manos.
Muy pronto lo vería.
Tenía que estar preparado.